28 de noviembre de 2024
Son las 7:30 y la ducha, al igual que toda la habitación del hotel, no presenta inconvenientes. Toca abrigarse para echarse al fin a las calles de una Milán que amenaza con temperaturas mínimas de 2 grados durante las primeras horas del día. Caminamos unos minutos hasta la parada de metro de Sondrio, cuya línea M3 incluye la parada perfecta para alcanzar el inevitable punto de partida de toda visita a la ciudad. Por 2,20€ el breve trayecto nos lleva a la estación de Duomo.


Validamos el billete sencillo también a la salida, subimos por las escaleras y aparece ante nosotros. Una fachada que llama la atención sobre todo por el ancho de casi 100 metros del que se levanta un triángulo simétrico de mármol que, pese al envejecimiento de cientos de años, sigue llamando la atención por cómo refleja la luz. El tono rosáceo de la piedra no está reñido con que el edificio parezca limpio y restaurado… allí donde no hay andamios, porque éstos asoman por la parte trasera. En la plaza, a la que tantas veces nos hemos asomado a través de una webcam, todavía hay poco ajetreo debido a la temprana hora y ya podemos ver la discutible decisión de poner un enorme perímetro vallado para el recién instalado árbol de Navidad.

Estando en tierra de sibaritas del café, nuestro primer desayuno del viaje va a tener lugar en… McDonald’s. Pero tiene una explicación: la primera planta del local que la franquicia tiene en la Plaza del Duomo ofrece muy buenas vistas tanto a la misma plaza como a la fachada de la catedral, convirtiéndose en una experiencia muy aconsejable. Las máquinas automáticas ya nos dan la pista de qué está de moda para la repostería y bollería: la crema de pistacho.

Salimos del local acalorados, y es que otra cosa que descubrimos aquí y será una tónica general durante el viaje es que la calefacción en interiores está absurdamente alta. Nuestra próxima cita en el calendario tiene lugar en el Castelo Sforzesco caminando 900 metros al noroeste, así que echamos a andar por unas calles cuyos locales comerciales todavía están a medio abrir. Pasamos junto al escaparate de Bialetti, firma de cafeteras italianas que aprovecha cualquier moda o acontecimiento para sacar una línea temática de sus productos. Atravesamos la Piazza Mercanti tras hacernos con el primer dedal del viaje y finalmente alcanzamos la entrada sur del castillo. Un lugar del que conoceremos más cosas durante la mañana, pero que por ahora llama la atención por lo basto de su construcción pese a estar en plena ciudad. Lo cruzamos de extremo a extremo superando su patio de armas hasta aparecer en el Parco Sempione, donde en media hora iniciará nuestra visita guiada a la ciudad. El frío sigue siendo notable y mientras esperamos sentados en un banco se suceden las idas y venidas de perros dando su paseo matutino.






Desde hace unos meses y coincidiendo con una escapada a Málaga nos hemos aficionado a la emergente moda de los “free tours”, recorridos en grupo por la ciudad acompañados de un guía turístico que ameniza el paseo con contexto y explicaciones de la historia y anécdotas del lugar, y cuyo precio lo pone el propio consumidor pagando lo que considere oportuno al final de la visita. Para la visita de hoy, reservada a través de Civitatis, no tardamos en localizar a Paco, un chico venezolano fácilmente distinguible por ir ataviado con un mástil con la bandera española, para que quede claro que será el encargado de la inminente visita guiada en castellano.
Llega la hora y se inicia la visita para los entre 15 y 20 turistas que hemos reservado este turno. Todavía sin movernos del sitio, Paco nos empieza a contar la historia general de Milán así como su contexto industrial y político, haciendo hincapié en las diferencias entre las ciudades italianas del norte y del sur. Además del parque, nos explica también los orígenes del Arco della Pace, el particular arco de triunfo construido a lo largo del siglo XIX y promovido por un tal Napoleón.

El acompañar las explicaciones de datos y contexto histórico hacen la boca agua a uno de nuestros compañeros de grupo, que no para de hacer preguntas con cierto subtexto ideológico por debajo. A partir de la tercera o cuarta pregunta el resto de asistentes empiezan a poner expresión de “bueno, ya estaría”. Antes de empezar a caminar todavía queda tiempo para señalar la Torre Branca, una estructura de acero cuya parte más elevada, medio metro más alta que el Duomo como desafío a la autoridad local, podemos ver desde nuestra posición. En un día despejado tomar su ascensor para alcanzar lo más alto es una recomendable experiencia que puede ser obsequiada incluso con vistas a los lejanos Alpes Suizos.

Echamos a andar en bloque, y lo hacemos deshaciendo nuestros pasos previos para volver al patio de armas del Castelo Sforzesco. Turno ahora de explicar los orígenes del castillo así como la vida y obra de la familia Visconti, responsables de su construcción y una de las estirpes más notables y predominantes de la nobleza de Milán. Un foso interior parcial complementa al perímetro exterior para aislar la residencia ducal en caso de asedio. La historia del Castelo va fuertemente ligada a la de la familia, con su auge y caída y posterior resurrección del apellido cuando Francesco I Sforza, en un movimiento por consolidar su poder e influencia, contrajo matrimonio con Bianca Maria, hija bastarda del último gobernador y último vestigio del apellido Visconti tras la caída en desgracia de la burguesía.
Preside la torre del patio de armas el escudo, culebra incluida, de la Familia Visconti. Y un poco más allá otra puerta está vigilada por un escudo que combina la Cruz de San Jorge del emblema de la ciudad con la propia culebra, en lo que recuerda al logotipo de la marca Alfa Romeo al tratarse de los mismos componentes en orden inverso. Y es que la lucha de las marcas automovilísticas también está vinculada a las disputas cultural y territoriales del país.

Seguimos deshaciendo nuestro itinerario de ida para regresar ahora a la Piazza Mercanti y, más concretamente, a la estructura techada con columnas conocida como la Plaza de los Susurros. Dice la leyenda que la acústica de este lugar, que permitía que dos interlocutores pudieran mantener una conversación en voz baja a varios metros de distancia gracias al recorrido del sonido a través del techo abovedado, lo convirtió en lugar perfecto para el intercambio de mensajes y confidencias entre espías o amantes, entre otros.


Tenemos aquí también una serie de placas en recuerdo a los partisanos caídos, excusa perfecta para que Paco nos explique, no sin antes remarcar que él se limita a presentar los hechos tal cual se documentan y sin ningún tipo de intención ideológica, la caída de Benito Mussolini a mediados del siglo XX. Pese a ser fusilado en la cercana ciudad de Como el cuerpo del dictador fue trasladado hasta Milán para arrastrarlo por sus calles y finalmente colgarlo cabeza abajo en la Plaza de Loreto. Para evitar que se convirtiese en un lugar de culto y peregrinaje del fascismo y del mismo modo que ocurrió con el refugio antiaéreo donde Hitler puso fin a su vida, en dicha plaza no hay ningún distintivo que recuerde esa efeméride. De hecho, según nos cuenta Paco, el punto exacto en el que tuvo lugar la exhibición del cuerpo alberga ahora un local de McDonald’s. La ironía. Antes de seguir con el recorrido, nuestro guía nos obsequia con los primeros versos de lo que pasó a la historia como el himno de la resistencia de los partisanos. A los que hayan visto cierta serie de televisión sobre el atraco a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre seguro que les resulta familiar.
La siguiente parada es bastante más frívola. Entramos por uno de sus arcos a la Galleria Vittorio Emanuele II, ostentosa construcción en la que se concentran algunas de las principales firmas de moda de todo el mundo para exponer el lujo y exclusividad de su marca. Incluso aquí, opuesta a una de las entradas, se puede ver un McDonald’s… no esperábamos ver tantos locales de la franquicia de comida rápida por aquí. Este además tiene una historia particular: originalmente estaba dentro de la propia galería pero el resto de comerciantes, con la excusa de que el olor de las planchas y freidoras invadía el resto de los locales, hicieron presión para expulsarlos. Se da por hecho que el motivo real es que la existencia de la hamburguesería quitaba glamour y “caché” a la galería.


La historia de la Galería no está exenta de drama y misterio: su arquitecto, Giuseppe Mengoni, murió el día antes de su inauguración tras caer desde lo alto de la cúpula central. Aunque la versión que ha quedado para la historia oficial es que se trató de un accidente, a la gente le gusta fantasear con la teoría de que o bien fue un suicidio al malinterpretar que su obra maestra no había sido del agrado de su benefactor, o bien un asesinato motivado por celos e intrigas sentimentales. Se dice que marcas como Armani, Louis Vuitton o Prada pagan un alquiler de entre 100.000 y 500.000 euros mensuales, el cual compensan mayormente durante las celebraciones de la Semana de la Moda cuando la ciudad se llena de aficionados a la alta costura con alto poder adquisitivo.


La penúltima parada de nuestro itinerario es la Piazza della Scala, presidida por un Teatro alla Scala por el que han pasado grandes nombres de la ópera tras su construcción a contrarreloj en el siglo XVIII, motivada por la necesidad de crear un nuevo recinto para eventos de alta alcurnia tras el incendio del anterior teatro durante un carnaval. Inicialmente solo al alcance de unos pocos, según nuestro guía fue Napoleón quien tomó la decisión de expropiar los palcos para democratizar su acceso… aunque empiezo a dudar de la veracidad de esto, ya que no encuentro ninguna referencia al respecto.
Durante el último tramo de nuestro recorrido -el que va desde La Scala hasta el Duomo- sufrimos un pequeño momento de tensión. Nuestro camino se cruza con el de una exaltada multitud ataviada con bengalas y banderas albanesas, en lo que asumo que debe ser las horas previas a algún evento deportivo. La multitud, al ver a nuestro guía con una bandera española, se abalanza sobre él con el fin de montar alboroto sin mucho más motivo que ser un poco neandertales. Horas después descubrí que el motivo real de la concentración era la celebración del Día de la Independencia de Albania, el cual entiendo que la numerosa colonia albanesa en Milán aprovecha para reivindicarse.
Pasado el trago, alcanzamos el lateral sur de la Catedral del Duomo. Aquí los andamios hacen que la construcción luzca mucho menos que en su fachada frontal. No es esto obstáculo para que Paco nos explique que a lo largo de todo su perímetro se pueden contar más de 2000 esculturas, a las cuales hay que sumar las más de 1000 figuras de su interior. El Duomo lo preside la figura dorada de La Madonnina, una estatua de cobre y más de cuatro metros de altura que rinde culto a la Virgen María.

Termina aquí el tour y, antes de proceder a las despedidas y pago a discreción del cliente, no nos olvidamos de una de las más valiosas recomendaciones que un guía local nos puede hacer: la gastronómica. Paco nos recomienda, como manjares típicos, el risotto a la milanesa con su aspecto dorado fruto del azafrán, el ossobuco, el humilde plato de polenta a base de harina de maíz o la inevitable escalopa a la milanesa, aquí conocida como cotoletta. Junto a los platos tradicionales, una serie de locales y zonas recomendadas en las que poder comer incluso en horario español, algo más tardío que la hora de almuerzo habitual de los milaneses. Algunos de los destacados son Rissoelatte, Da Fortunata, Miscusi o la zona del Naviglio Grande, conocida por su ambiente festivo a partir de la tarde y lugar perfecto para experimentar lo más parecido a la moda del tardeo.
Antes de despedirnos, aprovecho para preguntar a Paco qué puede decirnos sobre la Huelga General convocada para el día de mañana y que hace peligrar nuestra intención de utilizar el transporte público. Junto a las recomendaciones de ser conservador con los planes y consultar las páginas oficiales, nos cuenta que el servicio de trenes en principio solo se verá afectado desde las 9:00 hasta las 13:00 horas.
Terminado el “free tour” no abandonamos todavía la zona del Duomo, y es que lo que sigue en nuestra agenda es subir a pasear por sus terrazas. Lo hacemos gracias a los “Fast Track Tickets” que adquirimos meses atrás mediante su web oficial.
Viniendo de sendas visitas guiadas a las terrazas de las catedrales de Palma y Sevilla, en esta echamos en falta la compañía de un guía que nos aporte contexto histórico y arquitectónico a lo que vemos. Además, la existencia de andamios por aquí y por allá desluce algunos de los que a buen seguro serían miradores en los que pasar un buen rato. Sin embargo el recorrido va de menos a más, ganando atractivo según rodeamos el perímetro superior y encontramos vistas al centro financiero de la ciudad en el horizonte con los alrededores de la catedral en un primer plano. Con la baja visibilidad con la que ha amanecido este jueves, lo de ver los Alpes suena a misión imposible. El último tramo del recorrido es la mayor de las terrazas, en la que se sucede un tumulto de turistas y grupos escolares. Unos metros por encima de nosotros una Madonnina cuya envergadura es mucho más fácil distinguir y admirar que desde el nivel de la calle.









Descendemos a pie y, aunque el hambre empiece a llamar a la puerta, aprovechamos lo incluido en nuestra entrada para visitar el interior de la catedral. A nuestro paso suena el ruidoso órgano que, a tenor de lo desafortunado de la melodía, debe estar probándose por reparaciones. El interior es grande, muy grande, dando veracidad al dato del que nos había informado Paco horas atrás: que su capacidad durante una misa es para alrededor de 40.000 personas y que durante la Segunda Guerra Mundial sirvió de refugio para más de 100.000 milaneses.





Salimos al exterior y nos encontramos de nuevo en la Piazza del Duomo, con mucho más ambiente ahora que horas atrás en parte debido a que la celebración albanesa ha usado la plaza como principal punto de encuentro. La presencia de numerosos carabineri custodiando a los manifestantes le da un toque de tensión a la escena, pero sin llegar a deslucir el hecho de que ahora el sol ilumina con mucha más intensidad la blanquecina fachada de la catedral.

Ahora sí, es hora de comer. Y para ello nos desplazamos 20 minutos al oeste en dirección a un local de Miscusi, una de las franquicias que nos ha recomendado Paco y que se caracteriza por su carta de platos de pasta. Lo que no encontramos en su oferta son refrescos comerciales, aunque a mí no me importa por la inesperada sorpresa de que ofrecen agua con gas gratuita. La pasta bien, gracias. No es una experiencia que no vayamos a olvidar jamás, pero estaba rica.




Otro cantar es el tema de los helados. El listón estaba muy alto, y es que lo que experimentamos hace un año en Roma a través de Frigidarium es algo que no se olvida fácilmente. No podemos decir que la cadena Chocolat vaya a arrebatarles el trono, pero ciertamente el helado de pistacho es de los que invitan a repetir. Empezamos a confirmar aquí que lo del pistacho es un resurgir de esta moda para intentar desbancar a la inevitable crema de Lotus, y no tenemos queja sobre ello. Disfrutamos del helado pero no tanto de la calefacción, que una vez más está demasiado alta.

Un par de apuntes sobre los milaneses ahora que ya hemos pasado unas cuantas horas entorpeciendo su día a día. El primero: son ruidosos. No importa cuánto repitan ese discurso de que la Italia del norte es mucho más formal y discreta que la del sur. En cuanto se sientan 2 o 3 en la mesa de un local, sus voces son las que van a prevalecer por encima del resto. Y el segundo: parecen fumar como carreteros. Algo que nos ha llamado la atención desde la primera hora del día es la cantidad de transeúntes que van de un lado a otro echando humo cuál chimeneas. Viniendo de una España en la que las medidas antitabaco han resultado ser efectivas y el consumo, sobre todo en público, ha descendido una barbaridad, es algo que nos llama mucho la atención.
La ventana de tiempo entre nuestra visita a las terrazas del Duomo y la siguiente actividad agendada ha resultado ser más larga de lo que esperábamos, así que todavía queda hueco para reponer las reservas de cafeína en el Amaretto Caffè cercano a nuestra próxima parada. Muy rico, pero cuyo sabor se nos amarga cuando recibimos el aviso por correo de que las grabaciones de Quieto Todo El Mundo han quedado suspendidas indefinidamente y, por lo tanto, la razón por la que tenemos vuelo y hotel reservados en Madrid dentro de dos semanas ha quedado totalmente anulada. Qué dura es la vida del insular que gusta de asistir a espectáculos de comedia en la península.
Ahora sí, dan las 17:15 y con ello el momento de manifestarnos en nuestra próxima cita. Una parada que si bien teníamos dudas de si justificaba el precio y las molestias de tener que reservarse con tanta anticipación, a posteriori ha resultado ser uno de los puntos álgidos del viaje.
Situado al oeste de Milán, el convento de Santa Maria delle Grazie presenta una fachada que ya de por sí resulta atractiva, de tonos rojos y anaranjados que lucen especialmente a esta hora del día bajo la iluminación artificial. Pero su principal reclamo se encuentra en el refectorio de su interior, y es nada más y nada menos que una de las obras de arte más célebres de la historia. Aquí, a finales del siglo XV y sobre el yeso de una de las paredes, Leonardo Da Vinci dejó para la posteridad la estampa de Jesús en el centro de una mesa acompañado de los Doce Apóstoles. Vamos a ver con nuestros propios ojos La Última Cena.

No es tarea sencilla conseguir la oportunidad de ver la obra de Leonardo en primera persona. Con un aforo muy limitado, las visitas consisten en ventanas de 30 minutos para grupos muy reducidos, y la disponibilidad, publicada a través de una página web en periodos trimestrales, apenas dura unos pocos días antes de agotarse. Nosotros, que nos interesamos algo tarde por ello, solo llegamos a tiempo para poder reservar dos accesos con visita guiada en inglés, a razón de 24 euros por entrada en lugar de los 16 de la visita sin guía.
Nuestro primer paso de la visita es hacer acto de presencia en los mostradores para recibir, tras dejar una identificación como depósito, sendos sistema de auriculares para escuchar a Silvia, una señora italiana de 50 y tantos que será nuestra guía para hoy. Puntualmente accedemos en un grupo de apenas unas pocas decenas de personas, recibiendo primero contexto y explicaciones en la antesala del refectorio. Es realmente un milagro que el mural sobreviviese al estado en que quedó el convento tras los bombardeos de 1943. La estancia está cuidadosamente protegida de factores externos mediante puertas automáticas que controlan el flujo de aire que entra en el lugar.
Se abren las últimas barreras y accedemos. Dentro, un espacio austero de un puñado de metros cuadrados custodiado a lado y lado por dos murales: en el más ignorado, la Crucifixión de Giovanni Donato de Montofano. Y en el extremo opuesto, generando la impresión que solo consiguen generar esas obras que no concibes que puedas tener frente a ti, La Última Cena.


Es una suerte que la obra sea un mural y no un cuadro que pudiera llevarse a un museo, ya que el contexto la eleva varios puntos. Para empezar, porque Leonardo jugó con la perspectiva para que la estancia retratada fuese una extensión de la del mundo real, respetando las líneas y la perspectiva para que visto desde cierta distancia parezca una prolongación de la habitación. Pero también jugó con la iluminación, retratando exactamente cómo sería el efecto de la luz natural a la hora de la cena y acorde a unas ventanas que, por motivos de preservación, ahora permanecen tapadas. La obra ha perdido hasta un 70% de su color original debido a estar en la “pared mala”, orientada al norte y afectada por los vapores de la cocina al otro lado del muro. Pero aún así, merece muchísimo la pena presenciarla con los propios ojos.

Termina el grueso de la visita en un visto y no visto que uno desearía que durase el doble y acabamos el recorrido con más explicaciones de Silvia en la inevitable tienda de regalos, con unos precios exorbitados por cualquier artículo imaginable que reproduzca la obra de Da Vinci. Parecía que no, pero finalmente hay mención a la obra de Dan Brown y la controvertida teoría de que uno de los apóstoles retratados era realmente la figura de María Magdalena. Una obra de fantasía, según Silvia. Una defensa irónica para los oídos de un ateo.

Llega el momento de poner fin a la jornada, pero en lugar de hacerlo entrando directamente en una boca de metro preferimos caminar de vuelta hasta la Piazza del Duomo para ver ahora tanto la fachada de la Catedral como la Galería comercial con la luz artificial de la noche. Lo hacemos, y también atestiguamos que ahí sigue la muchedumbre albanesa dándolo todo en su Día Nacional. Entramos ahora si en el subsuelo de Milán para tomar de nuevo la línea M3 hasta nuestra conveniente estación de Sondrio.


Estamos cansados y no tenemos apetito suficiente para sentarnos en un local, así que la cena de hoy será de entreguerras. Un par de porciones de focaccia y un panettone en miniatura del Carrefour Express cercano a nuestro hotel serán suficientes. Los engullimos, nos duchamos y ponemos así fin a nuestro día en Milán. Mañana llegará el turno a uno de sus atractivos cercanos: Bérgamo.