A principios de este mes de febrero hemos pasado en pareja y a nuestro aire unos días en un destino poco habitual: la pequeña isla brasileña de Fernando de Noronha y las playas al sur de Recife, en Porto de Galinhas y sus alrededores.
El viaje lo hemos hecho en coche hasta Lisboa. Desde a aquí, vuelo directo hasta Recife de siete horas y media, donde llegamos ya anochecido. Al día siguiente por la mañana temprano tomaríamos de nuevo vuelo para Noronha para pasar allí 5 noches.
Aunque aún estábamos en estación seca, en Recife llovía torrencialmente. El taxista que nos llevó al hotel nos dijo que era el primer día de lluvias fuertes de la temporada. Continuó toda la noche el diluvio y, de camino al aeropuerto tuvimos que dar un rodeo por inundaciones.
Despegamos bajo un gran aguacero que, afortunadamente, según nos adentramos en el Atlántico dejamos atrás y, tras una hora y media de vuelo, llegamos a Noronha con un cielo con sol y nubes, viento suave y una temperatura agradable.

Fernando de Noronha es un conjunto de pequeñas islas volcánicas situado en el océano Atlántico, a 360 kilómetros de la costa nororiental de Brasil. Tan solo su isla principal, que apenas tiene 10 kilómetros de largo por 3 de ancho, está habitada y es la que da nombre a todo el archipiélago.
Gran parte de la isla principal y todos los islotes conforman el Parque Nacional Marinho Fernando de Noronha, que tiene un acceso muy restringido. A la isla sólo se puede llegar por aire, principalmente en los pequeños aviones de la aerolínea Azul, para sólo unos 40 pasajeros, que son aptos para aterrizar en la corta pista de aeropuerto, situado en el centro de la isla, en la parte llana de lo que fue la caldera del volcán extinto.
La isla admite unos 250 visitantes por día, que es el número que suele dejarla también, por lo que no tiene épocas de aumento considerable del turismo. A la llegada al aeropuerto es necesario pagar la Tasa de Preservación Ambiental, que varía en función de los días que se vaya a permanecer en la isla. Nosotros pagamos unos 80 euros por persona.
En nuestro alojamiento se ofrecieron a recogernos en el aeropuerto sin cargo alguno y, en el trayecto, la chica que fue a buscarnos, nos paró en las oficinas del parque nacional, ya que, para acceder a él, ya sea a sus playas, sus instalaciones o los senderos, se precisa de un ticket que cuesta unos 70 euros y vale para 10 días.
Como se ve, nada más poner pie en tierra se empieza a desembolsar dinero. Esto lo sabíamos desde que empezamos a organizar el viaje, así que no nos pilló de sorpresa.
Estando ya en las oficinas, también procedimos a intentar reservar el permiso de acceso para algunos de los senderos (trilhas) que se pueden realizar por el parque y que precisan de un guía que te acompañe para recorrerlos y que sólo admiten un cupo de 40 personas por día.
Este trámite, que se puede realizar online, nosotros no fuimos capaces de hacerlo desde España, y tuvimos que dejarlo para nuestra llegada. Cuando nos pusimos a ello, sólo estaba disponible la Trilha de Capim Açu, de 5,2 kilómetros de recorrido circular y bastante exigente.
De tu cuenta corre el buscar el guía, de lo que también se encargó la diligente Apoli, la chica del alojamiento, que nos puso en contacto con uno de ellos, al que tendríamos que pagar muy poquito menos de 100 euros por acompañarnos por el sendero durante unas 5 horas.
Con todo esto hecho, fuimos a nuestro alojamiento en la parte oriental de la isla, una de las dos habitaciones simples pero muy cómodas que comparten edificio con una agencia de tours en catamarán. Nos instalamos y decidimos echar la tarde en una de las playas cercanas, a las que podíamos ir andando.

A unos 15 minutos a pie, por un camino de piedras bastante incómodo para ir en chanclas, se llega a tres playas que, dependiendo de la época del año y las mareas, pueden estar comunicadas por la arena. No era el caso en estas fechas y se precisaba hacerlo por arriba, por la carretera. De este a oeste, la primera y más pequeña se llama Praia do Cachorro. una pequeña cala que, con la marea alta, no tiene arena y no es posible el baño. Tomamos unas fotos y volvimos a subir a la carretera.

Colindante con la anterior se encuentra la Praia do Meio, bastante más extensa y que estaba batida por unos imponentes trenes de olas con los que se atrevían algunos surfistas. Tampoco aquí era muy recomendable el baño.

Más aún hacia el oeste y separada de la anterior por la Ilha da Conceiçao, está la más extensa de las tres playas, tambien llamada da Conceiçao, un extenso arenal que tiene en su extremo occidental uno de los iconos paisajísticos de la isla, el Morro do Pico, una aguja basáltica que tiene una altura de 323 metros.
Esta playa sí que dispone de todas las infraestructuras propias de las playas para pasar el día: sombrillas y tumbonas, chiringuitos y vendedores de cocos, refrescos y comida que pasaban de tanto en tanto.
Aprovecho para decir que lo que había leído al respecto de la necesidad de ir con dinero en efectivo a Noronha por la dificultad de pagar con tarjetas ya forma parte del pasado. Hasta la compra de una botella de agua en el último rincón de la isla se puede hacer con "cartao".

Aquí echamos hasta el atardecer, que ocurre a las seis de la tarde y retornamos al alojamiento para irnos a cenar. Para mi gusto, muy buena gastronomía (también cara) en la isla. Especialmente para los amantes del pescado.
Termino aquí la primera etapa de este diario donde no voy a seguir un orden cronológico. La isla es demasiado pequeña y, en un mismo día puedes ir de un extremo a otro y, a lo largo de la estancia, estar en un mismo sitio varias veces.
Voy a intentar hacer una descripción de los sitios empezando por el extremo nororiental y, recorrer la isla en el sentido contrario a las agujas del reloj. Iré poniendo cómo nos desplazamos de un sitio a otro y datos que sean de interés. Espero que funcione.