El primer día del viaje lo voy a considerar la entrada a Eslovenia, porque llegar hasta aquí han sido 2000 kilómetros que hemos hecho en tres días.
El jueves fuimos de Murcia a La Jonquera, donde dormimos en un hotel de carretera con aires de local de alterne. Al siguiente día dormimos en Cannes, aprovechando la tarde para visitar la ciudad, que tiene un paseo bonito y mucho pijerío. El siguiente día visitamos Mónaco por la mañana, un buen paseo entre lujo, historia y Fórmula 1. Por la tarde salimos hacia Verona, llegando de noche.
El día de hoy ya ha sido un día tranquilo, por fin, sin paliza de coche. Hemos visitado Verona por la mañana, con llovizna y un buen número de turistas. Estuve en Verona hace ya 15 años y prácticamente no la recordaba, eso si con seguridad no había la misma cantidad de turistas que ahora. Es una ciudad con un paseo muy bonito y que se encuentra a tres horas de Piran, la primera parada en Eslovenia.
Hemos llegado a Piran a las 17:00 de la tarde. Ha estado lloviendo parte del trayecto, pero ha tenido el gusto de parar en Piran. Aun así, con todo mojado, a la perrita la hemos metido en el transportín, con una mantita y un cubre mochilas. Ella va en la gloria y se queda dormida en un momento dentro del transportín. Si la intentas sacar, le sale el demonio del interior y muerde a lo que intuya.
El paso a Eslovenia ha sido lo más anticlimático que existe. En Eslovenia hay que pagar el peaje mínimo de una semana, y como solo vamos a estar un día y mañana vamos a Croacia, hemos tirado por nacional para evitarlo. No hemos visto ni un cartelito de “bienvenidos a Eslovenia”, simplemente han cambiado los carteles de la carretera y pum, Eslovenia. Llegando en coche propio, parece que uno sigue en España.
Piran es un pueblecito construido en un cabo. Se aparca en la parte alta y se baja bordeando las murallas y el acantilado hasta una plaza en el puerto. Ya solo el camino de bajada te mete en el ambiente. Entre el sonido del mar, el suelo empedrado y las vistas al Adriático, parece que vas entrando poco a poco en otra época. El centro del pueblo está lleno de casitas color pastel, persianas verdes, ropa tendida y calles estrechas que huelen a lluvia, pescado y pan recién hecho.
Con la lluvia y siendo domingo, poca gente nos encontramos. Tenemos el pueblo para nosotros y cuatro guiris más. Le vamos dando un paseo por la parte del puerto, que tiene ese punto decadente pero acogedor. Nos pillamos una especie de focaccia típica que hacen aquí, creo que se llama pogača, con cebolla por encima, y olía a gloria. Y en una de las plazas del pueblo, nos hemos pillado unas cervezas y nos las hemos tomado sentados en la plaza. En silencio, viendo cómo se iba apagando el día.
El pueblo está bastante cuidado. Tiene un aire italiano que contrasta con las banderas eslovenas, pero con los carteles en italiano y Trieste al frente, es difícil distinguirlo. Tiendas de cerámica, bares en el paseo marítimo y barquitos. Todo con ese punto de costa adriática que parece sacado de una peli italiana antigua. Si no fuera por lo gris del día, habría sido de postal.
Ya anocheciendo, nos hemos vuelto al coche para ir al alojamiento. Un apartamento en el pueblo de al lado, Izokala. Lo único que pude encontrar que aceptase perros. La predicción de mañana y pasado parece ser lluvia. Hemos empezado el viaje con el tiempo de culo, aunque imagino que aquí deben de estar acostumbrados a la lluvia. A ver si nos respeta algo pa ver la costa eslovena con algo más de luz, porque el sitio lo vale.