De Makarska a Dubrovnik hay algo más de dos horas. Dubrovnik tiene fama de ser preciosa pero sobre todo tiene fama de masificada por culpa de los cruceros, por ello ostenta el titulo de ciudad mas masificada de turistas en proporcion al numero de habitantes del mundo, por encima de Venecia. Ayer, buscando, vi que hoy llegaban dos cruceros... como cinco mil turistas de golpe. Y así todos los días, y eso que ahora no es temporada alta.
Con la idea de evitar la locura de cruceros hemos salido temprano. La carretera hasta Dubrovnik es una nacional, por lo que depende de los camiones que tarde dos o más horas. Lo curioso es que hasta 2022 tenías que cruzar sí o sí por Bosnia, pero en 2022 se construyó un puente llamado Puente de Pelješac, que une las dos partes de Croacia divididas por Bosnia. Es un puente pepinísimo, dos kilómetros y medio sobre el mar. Parece que además fue bastante polémico porque lo construyeron los chinos, estando Croacia en plena Unión Europea. La realidad es que facilita muchísimo llegar a Dubrovnik, reduciendo el viaje fácil en más de una hora. Da gusto cruzar el puente, que además está bonito.
Hemos llegado a Dubrovnik a las nueve y media. Lo primero que llama la atención es el tráfico y la locura del aparcamiento. No hay aparcamiento. Sí o sí tienes que morir en parkings privados. Algunos llegan a cobrar diez euros la hora. Nosotros lo hemos dejado en uno de los más baratos y han sido tres euros la hora, que ni tan mal por ser temporada baja, pero hemos pillado sitio por llegar a las 9:30, se llena de los primeros.
Al bajar del coche hemos llegado callejeando a los pies de las murallas y aquí se me ha caído el alma a los pies. Los cruceros ya habían llegado. Autobuses y autobuses descargando gente. Todo petadísimo de gente. Una sensación de saturación abrumadora, la distopía hecha realidad, el mismisimo infierno del turismo. Ante esa escena he deseado no haber venido nunca. Lo más parecido que he visto fue Venecia en agosto. Es un disparate. Para colmo, nada más entrar te topas con el anuncio gigante de la Dubrovnik Card, un timo que se han sacado para clavarte cuarenta euros por cabeza para visitar las murallas y la fortaleza, con la excusa de que incluye 5 museos más cuyo interés es justito. Así que para los puntos de interés más importantes sí o sí hay que pasar por caja y a base de bien. Es tal la demanda de turistas que hay, que podrían cobrar 100 euros y la gente los pagaría. Al tiempo.
Con el colapso mental en su apogeo hemos ido a un bar que está fuera de la muralla al que se accede por un agujero. Se llama Buža Bar. Aquí nos hemos tomado una caña por seis euros y medio y un café por cuatro. Las vistas, bonitas al menos, y sin mucha gente me han permitido ir asimilando lo que acabamos de ver. Estamos ya aqui, somos parte de la masa turística, tenemos el alojamiento, tampoco vamos a irnos y estar todo el día metidos en la casa... Recolocados mentalmente, hemos vuelto a la ciudad... petadísima de gente, un asco, me supera. No puedo con este tipo de turismo. No hay nada que sea tan bonito que con esta masificación turística resista la belleza.
Dubrovnik siempre ha tenido mucha presión turística pero despueés de Juego de tronos se desató. En Juego de Tronos es Desembarco del Rey. Hemos llegado a las famosas escaleras del paseo de la vergüenza de Cersei y ni un alfiler cabe. El mayor desastre contra el patrimonio de la ciudad es que encima está todo invadido por terrazas y toldos, que en España serían ilegales, que anulan absolutamente todas las vistas. Las escaleras mismas son imposibles de ver a distancia ya que a los pies hay dos toldos de cuatro por cuatro, y eso en todas las callejuelas o plazas, en las calles principales andas bajo toldos. Una mierda pero de las gordas.Si esto es patrimonio de la humanidad es para que la UNESCO les llame al orden. Yo les quitaría dicho reconocimiento sin peros.
Viendo el panorama de calles masíficadas no nos ha quedado otra que ir a las oficinas de la Dubrobnik card a que nos asaltaran con una sonrisa. Total, no podemos estar todo el dia recorriendo las 4 calles masificadas bajo toldos, algo habrá que hacer.
Con el atraco consumado hemos huido de la ciudad amurallada para visitar la fortaleza Lovrijenac. Aquí en la fortaleza parece que la marabunta es algo menor y se puede visitar relativamente bien, al menos pudiendo disfrutar de una vista frontal de Dubrovnik bastante chula. Al salir hemos pillado para comer en una panadería unos trozos de pizza que nos hemos comido en una plaza rodeados de no menos de 2000 cruceristas, divididos por grupos cada uno con su banderita. A la una hemos ido al alojamiento a dejar el coche, hacer el check in y a esperar hasta que caiga la tarde y al menos se vayan los cruceristas, por lo que he visto la infección de cruceristas remite sobre las 17:00
El alojamiento es un apartamento viejo por el que nos han clavado cien euros, el peor del viaje sin dudas pero tambien el más caro de momento... lleva el extra de la niña del exorcista incluido me parece a mi. Fue la única opción relativamente económica, con parking y que tenía una puntuación decente, lo demás que encontramos era mega caro y con puntuaciones de miedo. El nuestro tiene puntuación decente porque el dueño es un tío majo, porque por lo demás no lo entiendo. Lo de que tenga parking es necesario para dejar el coche en algun lado sin que te claven 60€ el día. Pero para visitar Dubrovnik poco apaño hace porque está a cuarenta minutos andando. Lo único bueno es que con la tarjeta del timo incluye el autobús que pasa frente al alojamiento. No dejan perros en el autobús, pero Cosita va de polizón en el transportín.
En el apartamento hemos esperado un poco a que cayera la tarde. Para las cinco hemos vuelto a Dubrovnik y la cosa ha cambiado bastante. La locura de la mañana ha pasado a ser algo muy turistificado pero asumible. Quitarte de encima cinco mil personas en una ciudad pequeña se nota y mucho.
Por la tarde hemos podido disfrutar el pueblo y hemos tratado de reconciliarnos, aunque esto tiene dificil reconciliación. Lo que es el paiaje del pueblo es objetivamente muy bonito. Las callejuelas con escaleras y las vistas de las murallas y el puerto son una escena bastante particular. Lo más bonito, motivo por el que sangran a los turistas, sin duda es subir a las murallas. Aunque sea caro, si no subes no ves ni la mitad de lo que es el pueblo. Las murallas son un paseo fácil de hora y media con vistas preciosas. Al hacerlo atardeciendo tampoco hay mucha gente, algo normal. Nos ha gustado bastante, aunque lo diga con la boca pequeña de la rabia que me da el palazo que nos han pegado.
Ya atardeciendo hemos pegado la última vuelta y, con Cosita de polizón, vuelta para el alojamiento.
Voy a dar mi opinión sobre Dubrovnik que puede que no sea ni popular, ni políticamente correcta, ni compartida.
A mi parecer no merece la pena venir y ser participe de este drama. Ojala nunca hubieramos venido. Dubrovnik era una joya amurallada, una ciudad de piedra que resistió asedios, terremotos y hasta guerras recientes. Pero lo que no pudo tumbar el Imperio Otomano ni los bombardeos montenegrinos del 91, lo ha hecho la propia Croacia fomentando el turismo de masas a golpe de palo selfie, crucero barato y camisetas de “I survived King's Landing”.
La ciudad ya no huele a mar, huele a mar de toldos de restaurantes caros. Ahora la atención ya no se la lleva las callejuelas, si no la horda de fans haciendo cola para sacarse una foto en las escaleras de la vergüenza como si fueran Cersei, pero con móvil y riñonera. Cultura local? Ni rastro. Autenticidad? Menos. Lo que sí hay es camisetas de “Winter is coming”, cerveza de marca Stark y tours guiados por jovenes mal pagados, por una suerte de pseudocaridad, recitando diálogos como loros.
Dubrovnik no solo se ha prostituido, ha firmado un contrato exclusivo de esclavitud con la industria del turismo, con Juego de Tronos como proxeneta principal. Los lugareños han huido del casco antiguo como si ardiera, y no porque haya dragones, sino porque vivir allí se ha vuelto inviable. Los que quedan se afanan por sacarle el dinero a turistas que, como yo, terminamos demandando cualquier tonteria por la que te cobran como si fuera oro, ya sea una botella de agua o poder ir al aseo. Dentro de las murallas: tiendas clónicas, toldos y terrazas de bares allá donde quede hueco sin cubrir. Bares diseñados para Instagram y una población flotante que dura lo que un capuccino de 7 euros.
Los cruceros vomitan miles de turistas al día, con la misión de gastar lo mínimo y molestar lo máximo. Pasean en rebaño durante cinco horas y luego se evaporan sin dejar más rastro que basura y desgaste. Las murallas aguantan, pero la dignidad de la ciudad no. Lo más triste es que la ciudad ha cambiado identidad por ingresos rápidos a golpe de "Dubrovnik Card". Ha pasado de ser ciudad viva a decorado de cartón piedra donde el único residente real es un camarero disfrazado de medieval que odia su vida. Dubrovnik no ha muerto, pero se ha convertido en un holograma para turistas. Una especie de Disneylandia balcánica con pretensiones de Patrimonio, pero alma de duty free.
Lo de Dubrovnik me ha removido algo que ya viví, y sufrí, en otros rincones. Me pasó en Brasil, primero en Salvador de Bahía y luego en Ilha Grande, donde la paz tropical se evapora con cada lancha cargada de turistas exprés que bajan, hacen cuatro fotos y vuelven corriendo al barco a por buffet libre.
Ahora, tras lo de Dubrovnik, lo tengo claro: no vuelvo a pisar un sitio en el que atracan cruceros. Punto. Porque donde pone un pie un crucero, muere un pueblo y nace un decorado. Me niego a seguir validando con mi presencia este cáncer terminal del turismo de masas que lo devora todo: la cultura, la calma, la vida local, incluso el alma de las ciudades. O huyes de los destinos crucerizados, o acabarás visitando fotocopias sin alma habitadas solo por camareros, gaviotas y códigos QR.
Y si hay que buscar culpables, lo tengo claro: el turista no lo es. El verdadero responsable es una administración voraz, dispuesta a vender el alma de su ciudad al mejor postor. Porque no es el visitante quien coloca toldos cutres sobre monumentos históricos, ni quien permite que atraquen cruceros a lo bestia, ni quien deja entrar 6.000 personas a las murallas como si fueran los pasillos de un centro comercial. Tampoco es el turista quien pone a 5 euros la botella de agua, ni quien convierte cada rincón en un negocio exprés. Es la propia ciudad, o mejor dicho, quienes la gobierna, la que ha decidido exprimir la gallina de los huevos de oro sin pensar en el mañana. Y cuando esa gallina reviente, no será por culpa de los que vinimos a verla, sino de los que la prostituyeron por avaricia.
Mañana tiramos para Bosnia y toca madrugón. Aún con el disgusto de Dubrovnik, Croacia me ha gustado mucho más de lo que me esperaba. Muy verde, mucha agua, montañas espectaculares y la costa preciosa. El tiempo, aun empezando los primeros días de mala manera, al final se ha portado.
Mañana nuevo país y nueva cultura.