22 de julio de 2025
Hoy ha sido un día inolvidable hemos recorrido de punta a punta la isla de Saaremaa, uno de los lugares más especiales del Báltico. Una mezcla perfecta de historia antigua, naturaleza salvaje y rincones sorprendentes que parecen salidos de un cuento.
Empezamos el día en el cráter de Kaali, uno de los pocos cráteres de meteorito que pueden verse tan claramente en Europa. La historia del impacto, los mitos paganos que lo rodean y el ambiente silencioso que se respira lo hacen único. Nos ha alucinado imaginar el momento del impacto hace miles de años, de hecho, con las minis hemos buscado en Youtube videos de impactos de meteoritos, para hacerse a la idea, de la magnitud de lo que tenían delante. Pasear alrededor del cráter, inmersos en su energía antigua, con sus aguas verdosas al fondo y árboles que lo abrazan en círculo bañados en silencio...

Luego hemos puesto rumbo a Angla donde hemos visitado el Museo de la Vida Rural. Aquí viajamos en el tiempo: tractores antiguos, herramientas de campo, casas de madera y, sobre todo, los molinos de viento icónicos que caracterizan esta zona. Subimos a uno de ellos y sentimos el crujido de la madera y el viento empujando las aspas. También vimos animales de granja que encantaron a las niñas.



Después nos hemos dirigido a uno de los lugares más mágicos del día: los acantilados de Panga. Allí se detuvo el tiempo. Unas vistas majestuosas sobre el mar Báltico, acantilados abruptos, el viento soplando con fuerza y ese silencio tan poderoso que solo la naturaleza más pura sabe regalar. Estuvimos un buen rato simplemente contemplando, respirando hondo, paseando y recogiendo mini piñas del bosque para manualidades.

Hemos parado a comer en un restaurante próximo a los acantilados, cuyo anuncio en un letrero grande era..."Próximo restaurante a 40km" y nos convenció de primeras... un sitio tranquilo, con playground para jugar las niñas, y una comida buena, precio correcto, pero raciones más bien pequeñas.


Continuamos la ruta hacia los molinos de Ninase, menos conocidos pero igual de encantadores. Allí aprendimos sobre su historia (molinos reconvertidos en figuras gigantes en 1970 y que representan a los personajes mitologicos estonianos Suur Tõll y su esposa Piret.


Nuestra siguiente parada fue el puerto de Triigi Sadam, un rincón escondido donde se mezcla la melancolía del mar con el color de los prados. En lo alto de una colina verde, un pequeño bar nos atrapó con su ambiente relajado y unas pastas dulces de canela recién hechas que todavía recordamos. El olor, la brisa marina, golondrinas, el contraste de colores (hierba, mar y cielo), los barcos al fondo... fue uno de esos momentos sencillos pero perfectos.

Por la tarde, antes de volver a la casita del bosque, aventura hasta llegar a la playa de Järve Rand. Para acceder hay que cruzar a pie un bosque precioso, y al final del sendero aparece una playa casi desierta, salvaje, con aguas frescas, poca profundidad y arena fina. Nos dimos un baño, jugamos con las niñas y descansamos como si el tiempo no importara.
Y para cerrar el día, regresamos a Kuressaare, la capital de la isla, para despedirnos como se merece. Paseamos una vez más por su casco antiguo, cenamos sushi y contemplamos el castillo medieval, esta vez teñido de naranja por una puesta de sol de postal y acompañado de fondo del sonido que nos llegaba del festival de opera que se celebra en la isla estos días.
Contemplamos antes de irnos el lago del castillo, en silencio, viendo el reflejo de las construcciones en el agua y simplemente dando gracias por un día tan redondo (otro).

