¡Hoy tomamos el tren en dirección a París!
Desde Rouen tardamos una hora y media hasta la estación de Saint Lazare.
Una vez en la capital francesa, intentamos comprar un pase de transporte público por la app Navigo, pero no lo conseguimos. Parece ser que se necesita un número de móvil francés.


Las dos noches en París las pasaremos en el Hotel Antin Trinité, por 122€ la noche en habitación doble.
Está a una calle de las lujosas Galerías Lafayette.
Lo primero que hacemos al dejar las mochilas es subir al mirador de la planta octava, donde se obtienen unas bonitas vistas del centro de la ciudad, con la icónica torre Eiffel.

El edificio de las Galerías es de estilo nouveau, con una magnífica cúpula de cristal.
Hace décadas que no visitamos el Museo del Louvre, así que hoy le ponemos remedio ¡sí o sí!

La entrada vale 22€ y la audioguía 6€. Los miércoles y viernes abren hasta las 9 de la noche.
Hemos reservado la entrada y el audioguía por internet con varias semanas de antelación, porque en verano la demanda es muy alta y algunos horarios suelen agotarse.
Estaremos desde la una y media del mediodía hasta que nos echen.

Con ocho horas y media, con un par de pausas de por medio para comer y descansar un poco, no nos da tiempo de verlo todo, pero sí lo que más nos interesa.
Entramos por el edificio llamado Carousel, que son como unas galerías comerciales subterráneas.
Aquí no hay nada de cola.

Para aprovechar bien el día en un museo tan grande, hay que tener un plan. Incluso con un mapa impreso y con el mapa de la audioguía nos parece extremadamente laberíntico.


Empezamos por lo más famoso, el romanticismo francés.
Enormes lienzos representan el drama y desesperación en La balsa de la Medusa de Gericault, la tenacidad y esperanza en La Libertad guiando al pueblo, el icono de Delacroix, o la resignación de Napoleón cruzando los Alpes de Delaroche.
Las salas están llenísimas de visitantes.


Vamos a las salas del Renacimiento y Barroco del norte de los Alpes, con obras de los grandes retratistas como Rembrandt, Holbein o Franz Hals, o íntimas escenas domésticas de Vermeer.
Estando en Francia, no podemos perdernos a los impresionistas Degas, Monet o Renoir.

Hacemos un par de pausas para tomar un snack y algo para beber en la deliciosa Terrasse Coulbert, con unas fantásticas vistas al patio de la pirámide y a la inmensidad que es todo el palacio del Louvre.
A media tarde las multitudes se reducen, y a última hora, excepto la sala de la Gioconda, se está tranquilísimo.


Ahora es el momento de disfrutar las pinturas de los grandes italianos.


Todavía nos queda tiempo para ver las esculturas clásicas, como la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo, que siguen estando estupendas a pesar de su avanzada edad (¡dos mil añitos tienen cada una!)

y las salas de Babilonia. Una de las piezas más importantes es el Código de Hammurabi, uno de los textos de leyes más antiguos del mundo, escritos sobre una roca de más de dos metros de altura.
Cuando cierran nos empiezan a dirigir hacia la salida, y es allí donde encontramos a los esclavos de Michelangelo.

Muy a nuestro pesar tenemos que irnos. Son las nueve de la noche y hace una temperatura perfecta para pasear.
Nos acercamos a las Tuileries, el jardín que une el Louvre con la plaza de la Concorde.
Cómo están celebrando el aniversario de los Juegos Olímpicos, está instalado el pebetero que se usó hace un año, un gran disco metálico en llamas que al atardecer se eleva con un gran globo aerostático.

Y finalmente regresamos al hotel ya de noche, paseando por las elegantes calles que nos llevarán al hotel, pasando por la place de la Concorde, la iglesia de la Madeleine, que parece un templo romano, y el suntuoso Palais Garnier, la ópera parisina.