Nevsehir, la antigua Nyssa, es una ciudad bien situada para visitar la zona de Goreme, en un entorno dominado por las formaciones de toba y las ciudades trogloditas entre campos de girasoles, garbanzos y remolachas. Además de las ruinas de un castillo, la actual capital de Capadocia cuenta con una madraza y una mezquita del siglo XVIII, que no nos dio tiempo a visitar, pues allí nos limitamos a cenar y dormir.

En esta época del año, en Turquía amanece en torno a las seis y media. A las siete, ya estábamos desayunando. En este tipo de viajes si quieres ver cosas hay que madrugar y todo el mundo lo asume sin problemas. Siendo senior, resulta más fácil.

Lo malo no fue el madrugón sino el bajón que nos dio al salir a la calle: ¡llovía a cántaros! ¡Nooo!
Confieso que me entraron ganas de llorar: tanto tiempo deseando conocer Capadocia y nos encontrábamos con semejante escenario… El guía local (me referiré a él más adelante) actuó rápidamente e hizo algunos cambios en el itinerario, asegurándonos que no solo no dejaríamos de ver nada de lo que figuraba en el programa sino que, por su parte, añadiría algunos sitios más. Bueno, ya veríamos…


Una breve introducción sobre Capadocia.
Capadocia se encuentra en la zona de Anatolia Central, una de las regiones de Turquía que no cuentan con salida al mar. En la lengua persa antigua, su nombre significa “tierra de hermosos caballos”. Los vestigios más antiguos de la presencia de los hititas en estas tierras se remontan al segundo milenio antes de Cristo, posteriormente aparecieron los griegos y los romanos, mientras que la fe cristiana comenzó a asentarse a partir del siglo IV. Su prosperidad ha estado ligada a la agricultura y sigue produciendo buena parte de los cereales, uvas, aceites y remolachas azucareras de Turquía.



Sin embargo, su principal financiación en la actualidad proviene de un turismo ávido por conocer y recorrer sus paisajes únicos, que comenzaron a modelarse hace unos 30 millones de años, cuando las erupciones volcánicas plagaron el terreno de cenizas, que al solidificarse formaron un material de fácil erosión llamado toba, cubierto en algunas zonas por duras rocas volcánicas.



Con el paso de los siglos y la acción del agua y el viento, las tobas se fueron disgregando y modificando, dando lugar a las formas caprichosas, casi inconcebibles, que podemos apreciar hoy en día: chimeneas mágicas o de las hadas, formaciones cónicas, alargadas, de pedestal, de champiñón…



Además, las tobas resultaban fáciles de excavar, lo que hizo posible la construcción de viviendas trogloditas, iglesias rupestres, incluso de ciudades enteras subterráneas donde los cristianos se refugiaban de las incursiones de los pueblos procedentes del este de Asia.



Museo al Aire Libre de Goreme.
A 12 kilómetros de Nevsehir, se halla Goreme, que comprende una serie de valles y la población de su nombre, convertida actualmente en un importante centro turístico con alojamientos, muchos de carácter troglodita, restaurantes y todo tipo de actividades recreativas, como rutas guiadas de senderismo y paseos a caballo o en quads. Aunque no deja de ser una buena base para moverse por la zona y un lugar pintoresco con sus enormes pináculos negros emergiendo por todas partes, tanto chiringuito le resta bastante encanto, al menos en mi opinión.



No obstante, la zona más famosa es un Parque Nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, y que se conoce como Museo al Aire Libre de Goreme, al que se accede abonando una entrada (20 euros por entonces, si bien hay que pagar en liras turcas).


Debido a la lluvia, no subimos desde el aparcamiento, sino que nos apeamos del bus en la parte alta de la colina y bajamos por una empinada pista empedrada que lleva a las taquillas, contemplando una zona muy curiosa de este valle, que recibe el nombre de Kiliçar Vadisi, el Valle de las Espadas. Hacía frío y llovía sin parar, lo que no impidió que empezase a maravillarme con el paisaje que me rodeaba mientras intentaba tomar alguna foto decente sin que se ahogase la cámara. La buena noticia era que la lluvia parecía haber espantado, al menos de momento, a las multitudes: desde arriba, podíamos divisar el aparcamiento casi vacío.



Protegidos por paraguas y chubasqueros, ya dentro del recinto, recibimos las profusas explicaciones de nuestro guía turco, antes de ir por nuestra cuenta a visitar todo el conjunto, que comprende una serie de monasterios, iglesias y edificios excavados en las rocas en forma de cuevas artificiales con distintos niveles, obra de los primitivos cristianos que se asentaron aquí a partir del siglo III.



Entre explicación y explicación, ¡dejó de llover! Y no volvería a hacerlo en todo nuestro periplo por la Capadocia. Hay una ruta a pie sugerida para recorrer las distintas cavidades, que adoptan formas sorprendentes y muy fotogénicas. Me vinieron a la memoria las casas trogloditas de Guadix (Granada), si bien aquí “a lo bestia”.




Una de las formaciones más llamativas es el Monasterio Kizlar, repleto de huecos como los agujeros de un queso, donde los monjes vivían moviéndose por el interior mediante escalas, cuerdas o entablados.



A la mayor parte de las iglesias se puede acceder través de angostas escaleras, bien metálicas o excavadas en las propias rocas. Algunas cuentan con hermosas pinturas al fresco, como las de la Iglesia Tokali (imprescindible).


Para visitar la Iglesia de Karanlik había que abonar un extra (6 euros creo recordar), lo que no me hizo ninguna gracia considerando el precio de la entrada general y que no se permite hacer fotos en el interior de las iglesias. Además, había que pagar en liras turcas y aún no había cambiado. Así que no entré. También es posible ver las antiguas celdas de los monjes, los establos, las cocinas, las viviendas. En muchos de estos lugares se han colocado paneles informativos, en turco e inglés.



Aparte de estos recintos, los miradores ofrecen unas panorámicas preciosas de todo el entorno, que aparecía un tanto tenebroso por culpa del cielo negro. Pero no le sentaba mal. Resultaba impresionante, la verdad.


De camino hacia el aparcamiento, han montado un buen tinglado de puestos y tiendecitas para vender de todo a los turistas; incluso paseos en camello. Poco a poco, según avanzaba la mañana y mejoraba la climatología, aparecieron más y más visitantes. Ni que decir tiene que es un lugar sumamente concurrido. Si se va por libre, hay otros valles menos conocidos y frecuentados, también con iglesias y frescos espléndidos. Disponiendo de transporte y tiempo suficiente, solo es cuestión de investigar.


