Domingo 21/10
Un nuevo día en Estambul. Un nuevo día en la antigua Constantinopla. Hoy vamos a visitar dos de sus lugares más asombrosos y admirados por todo el mundo: la Mezquita Azul y Santa Sofía. No tenemos que andar mucho, ya que el hotel se encuentra muy cerquita de la plaza de Sultanahmed. Primera parada: la Mezquita Azul.
Santa Sofía desde la Plaza Sultanahmed
Mezquita Azul
Construida a principios del siglo XVII por el sultán Ahmed I, tiene unas dimensiones enormes, si bien es la mitad de grande que la de Santa Sofía. De hecho, su grandeza exterior se complementa con seis enormes minaretes, que en su día fue polémico porque era imposible que tuviera el mismo número que La Meca. Como La Meca, ninguna. Así que en La Meca se construyó un minarete más. Tras dar una vuelta por todo el recinto exterior, accedimos al patio. Y del patio al interior. Ahora entendemos el nombre del color. Unos 20.000 azulejos de cerámica hechos a mano adornan el interior, acompañado de numerosas vidrieras y lamparas de araña que le dan al lugar un aire de las mil y una noches. Y como elementos principales en su interior, el mihrab donde indica la dirección a la cual hay que orar, y siempre a la derecha del mihrab, el minbar, el lugar de oración del imán, en una plataforma elevada. Hay una gran zona para los musulmanes que entran a la oración, mientras la zona turística está masificada, llena de gente entrando y saliendo a la mezquita con la vista perdida en sus fantásticos techos, vidrieras, lámparas y azulejos.
Santa Sofia
De nuevo cruzamos la plaza de Sultanahmed para dirigirnos a la Basílica de Santa Sofía, llamada así no por honorar a una santa llamada Sofia, sino porque los bizantinos la llamaron así en honor a la santa Sabiduría (Sofia en griego significa sabiduría). Pero ya cuando nos acercamos a la Basílica, nos duda la curiosidad de su forma, ¿es una iglesia, es una mezquita, con cuatro minaretes? Y es que Santa Sofía ha sufrido numerosas transformaciones a lo largo de su existencia. Durante el dominio bizantino fue una iglesia ortodoxa y en el siglo XIII fue la iglesia del Papa. No obstante, esa situación duró poco ya que en el siglo XV con la ocupación de la ciudad de Constantinopla por el imperio otomano, la ciudad pasó a llamarse Estambul, y Santa Sofia paso a ser mezquita, sufriendo grandes transformaciones como la edificación de los cuatro robustos minaretes. En 1935 fue convertido en un museo y así ha sido durante 85 años. Concretamente cuando nosotros la visitamos aún era museo. Pero en el año 2020 paso a ser de nuevo una mezquita. Y ha sufrido transformaciones en su interior.
El exterior impresiona por su tamaño y su robustez, pero el interior destaca por su elegancia y brillantez: mosaicos de oro, mármoles policromados, piedras preciosas en incrustaciones, y otras maravillas. El hecho de que actualmente sea mezquita hace que la visita a Santa Sofía ahora sea gratuita, pero con determinadas limitaciones y supeditado al horario fuera de culto.
Cisterna de la Basílica
Cerca de Santa Sofía se encuentra esta construcción muy curiosa de ver. Se llama cisterna porque efectivamente, se trata de un inmenso depósito de almacenamiento de agua para en caso de ataque durante la época bizantina, la ciudad no se quedará sin agua. Y se llama Basílica porque encima de la cisterna había una basílica. La inmensidad del depósito hace que también se le llame palacio sumergido. Y es que cuando desciendes al lugar, te encuentras con una inmensidad de 9.800 m² llena de columnas con diferentes estilos, perfectamente alineadas formando pasillos, que en algunos lugares han colocado pasarelas para poder caminar por la cisterna. Recordemos que es un depósito de agua, y para acordarnos de ello está inundado en parte, por lo que el paseo se hace muy relajante, con el breve sonido del agua, la iluminación tenue perfectamente ambientada y con la única decoración de unas cabezas de medusa que servían de base a dos columnas. Para visitar la Cisterna hay que pagar la correspondiente entrada. Y en unos 30 minutos puede ser suficiente para visitarla, aunque el lugar tiene un aire de paz y tranquilidad, que da para estar más tiempo (siempre y cuando no este llena de turistas, claro).
Crucero por el Bosforo
Se trata de un recorrido de unos 20 minutos, y durante el trayecto tienes unas magníficas vistas de Estambul. El ferry que hay que coger se dirige hacia Uskidar, a la plaza del muelle. El primer tramo del crucero en ferry discurre por el Cuerno del Oro hasta desembocar en el Estrecho del Bosforo. Desde aquí hay unas vistas del puente de Galata, la Mezquita Nueva y la Torre de Galata. Una vez te adentras en el estrecho del Bosforo, ya puedes observar el gran puente que atraviesa el estrecho, la colina donde se encuentra el palacio Topaki, el Barrio de Beyoglu y de Besiktas, el Palacio de Dolmabahce,… Un paseo en barco muy placentero. Una mirada a Estambul desde otro ángulo. Más sosegado. Más relajado, unicamente interrumpido por el ruido del ferry, el sonido de las olas, el sonido de las gaviotas y…. si, la llamada a la oración a lo lejos. Una vez llegamos a Uskidar, toca pasear por el paseo marítimo y seguir disfrutando del Estambul Europeo desde la parte asiática, hasta llegar a un lugar que teníamos ganas. La tetería de las alfombras. Un mágico lugar que consiste en unas gradas de cemento cubiertas por alfombras, y donde te puedes tomar un te o un café turco. Con las vistas de la torre Leandro (situado en una pequeña isla y que hacía la función de faro y torre de vigilancia) y al fondo, la colina donde se divisa la silueta de Santa Sofía y el Palacio Topaki, y más a la derecha, la Mezquita Nueva. Otro momento sosegado y placentero para nuestra vista y nuestros sentidos. Incluso el del gusto, porque el te estaba muy bueno. No puedo decir lo mismo del café. Prefiero el nuestro.
Puerto de Eminonu
Puente sobre el Bosforo
Palacio de Dolmabahce
Torre de Leandro o de la Doncella
Parte asiática de Estambul
Tetería de las alfombras
Tras un rato en este mágico lugar, debemos volver a coger el ferry. Va cayendo el sol y nos apetece ver el atardecer mientras vamos de vuelta a Eminönu en el ferry. Si la ida fue maravillosa, la vuelta fue mejor aún.
Cuando llegamos al muelle de Eminönu ya prácticamente era de noche, así que tras un paseo por la zona de la Torre de Galata, probamos de nuevo el bocadillo de caballa, esta vez en el sitio turístico y pésimo de los barquitos decorados. Todo el rato dedicándonos a quitar raspas. Repito, mejor el de los carritos del mercado de pescado. Tras la cena vuelta a la zona del hotel y a descansar. Un día más en Estambul para nuestra memoria.
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