Sobre las 08:00 nos levantamos, y como teníamos todo preparado del día anterior, sobre las 08:30 salimos de la villa en dirección al restaurante buffet “El Colonial” para disfrutar de nuestro último desayuno en el hotel.

Como la mayor parte de los días, y casi por costumbre, pedimos tortillas al gusto con nuestros ingredientes favoritos. Acompañamos el desayuno con algunos productos de la mesa de entrantes, donde nunca faltaban frutas frescas, embutidos, panes variados y algo dulce para cerrar. En esta ocasión, habían añadido una bandeja con distintos tipos de postres: tartas, panecillos rellenos de crema, galletas y frutas. Una última tentación para el paladar.

Tras desayunar, y sin perder tiempo, nos dirigimos a la playa para darnos los últimos baños en esas aguas cristalinas que tanto nos habían enamorado. Sobre las 10:30 nos fuimos a la piscina, para aprovechar los últimos momentos en la barra húmeda, donde tantas horas habíamos pasado solos, disfrutando de cócteles y buena compañía. Parecía que el día no quería que nos fuéramos, porque fue el primero en el que el calor se hizo realmente insoportable, tanto que hasta el sol molestaba.
Sobre las 12:15 decidimos regresar a la habitación, no sin antes despedirnos de Adrián, uno de los dos bármanes que tan amablemente nos había atendido durante estos días. Por supuesto, le dimos una propina por su servicio tan cercano y profesional, agradeciéndole el trato recibido y prometiéndole que intentaríamos volver algún día.

Ya en la habitación, nos duchamos, nos vestimos con la ropa definitiva que usaríamos para el regreso a España, recogimos todo en las maletas y las envolvimos para el viaje. ¡¡¡¡Qué jaleo!!!!
En este momento voy ha hablar de la villa.
Desde el exterior, la villa se presentaba como una construcción pareada de dos plantas, de estética tropical y rodeada de vegetación. Al subir unos pocos escalones, accedías a un porche techado, donde se encontraban dos puertas de entrada independientes.
Entrando por la puerta principal, lo primero que encontrabas era un pequeño descansillo con dos puertas a los lados.

A la derecha, una pequeña cocina equipada con muebles, fregadero, campana extractora y vitrocerámica, que incluía además una puerta de cristal que daba al exterior, como una entrada de servicio, que se notaba que ya desde hace mucho tiempo, no se le daba ningún uso. A la izquierda, un baño auxiliar con lavabo y aseo, muy práctico para no tener que entrar al dormitorio cada vez.

Saliendo de ese distribuidor, accedías directamente al salón: una estancia amplia y luminosa, con una mesa grande de comedor con cuatro sillas, un sofá cómodo y dos butacones que rodeaban una mesa de centro de cristal. Frente a ellos, un mueble con una televisión.

Desde el salón se accedía al dormitorio principal. Este disponía de una cama King size, con dos mesitas de noche, una tumbona tapizada junto a la ventana, una mesa con dos sillas, un mueble con otra televisión y un minibar abastecido con botellas de agua. Junto al minibar, una bandeja con vasos y tazas, y justo al lado, un escritorio con su silla correspondiente.


Junto a la cama, una puerta daba acceso al vestidor, donde se encontraba la caja fuerte, la plancha, mantas adicionales y espacio de almacenaje.

Junto a la entrada del dormitorio, se encontraba la puerta del baño principal: un espacio amplio, con un gran lavabo, una bañera generosa y una placa de ducha bien dimensionada. A un lado del baño, había una pequeña estancia independiente con inodoro y bidé.

Volviendo al salón, una escalera subía hacia la planta superior, donde primero encontrabas un descansillo con vistas superiores del salón, y justo enfrente, una puerta que daba al segundo dormitorio.

Esta habitación tenía una distribución idéntica a la del dormitorio principal, pero en lugar de una cama King, disponía de dos camas de 135x200, ideal para familias o amigos que viajan juntos.




Ambas habitaciones, tanto la de abajo como la de arriba, tenían grandes ventanales con vistas espectaculares al manglar, además de contar con aire acondicionado y ventiladores de techo, lo que permitía mantener siempre una temperatura agradable, incluso en los días más calurosos.
Desde el salón, dos grandes ventanales con puertas de madera daban paso a una terraza espectacular, con vistas directas al manglar. En ella había dos tumbonas, una pequeña mesa de hierro con dos sillas a juego y un jacuzzi privado: un auténtico lujo en plena naturaleza.

En resumen, la villa era amplia, cómoda, bien distribuida y perfectamente adaptada para una estancia en familia, con espacios comunes para compartir, y habitaciones independientes que ofrecían privacidad y confort.
A las 13:45 ya estábamos en el lobby, entregando la llave y haciendo el check-out. El personal de recepción comenzó a despedirse de nosotros, ya que a esa hora se producía el cambio de turno. Aunque todavía nos quedaba el almuerzo, empezamos a sentir esa tristeza anticipada que provoca dejar un lugar donde uno ha sido feliz.

A las 14:00 llegamos al bar rancho “Pelícano”, donde nos esperaban los argentinos y Angela, que habían reservado dos mesas para comer todos juntos en nuestras últimas horas en el hotel. ¡¡¡¡Qué detalle tan bonito!!!!
Como seguían sin tener hamburguesas, pedí la caldereta de marisco, mientras mi mujer y mi hija optaron por un sándwich de jamón y queso, y otro de atún. De postre, un surtido de helados de chocolate y buñuelos rellenos de crema. Fueron unos momentos muy agradables, en buena compañía, despidiéndonos como una pequeña familia que se había formado durante la semana.

A las 15:00 nos trasladamos todos al lobby principal, donde intentamos pasar el tiempo y, sobre todo, refrescarnos, porque el calor durante el almuerzo era insoportable. Aprovechamos ese momento para buscar a Beatriz, nuestra encantadora camarera del restaurante gourmet “El Colonial”, para despedirnos y entregarle una propina por su excelente atención. También coincidimos con la chica de la limpieza de las zonas comunes, con quien mi mujer había hecho mucha amistad. Le entregamos una bolsa con medicamentos que habíamos traído desde España y no habíamos utilizado, además de una propina.
La verdad es que nos hubiese gustado poder agradecer a muchas más personas del hotel por su amabilidad y calidez, pero lamentablemente no es posible hacerlo con todos por cuestiones económicas. Así que decidimos entregárselo a quienes más cercanos nos habíamos sentido durante nuestra estancia. Una decisión difícil, pero inevitable.
Sobre las 15:30, y aprovechando que entraba uno de los carritos de transporte interno al área del Coral, recogimos nuestras maletas y nos despedimos, con mucha pena, de todo el personal del hotel que se encontraba en ese momento en el lobby. Todos nos repetían lo mismo: “Vuelvan pronto”, “Los esperamos”, “Esta es su casa”. Fue un momento muy emotivo, marcado por la tristeza de la despedida. También la pareja argentina se quedó con nosotros hasta el final para decirnos adiós. ¡¡¡¡Todo un gesto de amistad!!!!
Mientras el carrito nos llevaba al lobby del Ensenachos, me quedé reflexionando cómo era posible que en tan solo seis días hubiésemos creado vínculos tan sinceros de cariño, confianza y gratitud con personas que, a pesar de las dificultades del país, se esfuerzan cada día por ofrecer lo mejor de sí para que uno se sienta como en casa. Algo imborrable.
Por desgracia, debemos volver a la realidad. Ya en el lobby del Ensenachos, dejamos las maletas junto a la zona de parada de vehículos, avisando al personal de que nuestro autobús debía llegar sobre las 16:00. Nos sentamos en las mesas exteriores del bar del lobby, para tomar algo fresco mientras esperábamos, porque el calor de ese día era verdaderamente agobiante.

Poco después de las 16:00 llegó el autobús. Tras verificar la lista de pasajeros, nos subimos rumbo al aeropuerto.
Durante el trayecto volvimos a cruzar el pedraplén que une los cayos con la isla de Cuba. Al pasar el control policial, pude fijarme mejor que a la ida en las casas, las calles, los vehículos y el estado de los pueblos por los que pasábamos. Aunque algunos edificios parecían haber sido restaurados, la mayoría se encontraban en muy mal estado, incluso algunos completamente abandonados. Edificios de cinco plantas sin ascensor, sin aire acondicionado y con tan solo cinco horas de electricidad al día. Una realidad dura que conmueve.



Sobre las 17:45 llegamos al aeropuerto de Santa Clara. Al bajar del autobús, el calor era aún más sofocante.

Cogimos nuestras maletas y entramos directamente en la terminal. Aunque estaba acristalada, no tenía aire acondicionado ni ventiladores, y el techo de chapa hacía que el ambiente dentro fuese irrespirable. No había indicaciones en las pantallas ni en los mostradores, así que preguntamos a otros pasajeros, que nos confirmaron que esa cola era para Madrid. Nos pusimos en ella, y en cuestión de 20 minutos ya llegaba hasta la puerta de entrada. Aunque no fui a comprobarlo, seguramente continuaba incluso por fuera.

Sobre las 18:30 comenzaron a aparecer indicaciones en las pantallas de los mostradores: se informaba que todos los mostradores atenderían el vuelo a Madrid. Esto generó un caos, ya que la cola se deshizo en varias direcciones. Luego volvieron a quitar las indicaciones, y unos minutos después, aparecieron nuevamente, esta vez separando los mostradores en Turista, Turista+ y VIP. Esto provocó aún más confusión: algunas colas se mezclaron, otras desaparecieron, y muchos pasajeros iban de un lado a otro sin saber dónde colocarse. Un completo descontrol.
Nuestra cola se juntó con otras dos, por lo que avanzaba muy lentamente y la gente empezaba a apretarse. Visto el caos, nos cambiamos a una cola que anteriormente estaba indicada para Turista+. Al poco llegó una responsable del aeropuerto que nos pidió que abandonáramos la fila si no éramos Turista+, pero le explicamos con educación que no había información clara y que no íbamos a volver al final de una cola interminable. Al final, cerró la línea por detrás de nosotros y se marchó. Ufff… menos mal.
Gracias a ese cambio, llegamos al mostrador en pocos minutos. Presentamos pasaportes y reservas, e informamos que teníamos asientos reservados en ventanilla. Como ya pasó en Madrid, nos dijeron que, debido a un cambio de avión, habíamos sido reasignados a asientos centrales. Mostré mi disconformidad, pero el personal fue muy amable, consultó con un compañero y al cabo de unos minutos nos asignaron nuevos asientos, también junto a la ventanilla.
Con las maletas facturadas y los billetes en mano, salimos un momento al exterior para que mi mujer pudiera fumar antes del control de pasaportes. Allí, al revisar los billetes, me di cuenta de que el empleado se había equivocado: los tres asientos estaban en la misma fila, pero separados: 47A (ventanilla), 47C (pasillo) y 47D (al otro lado del pasillo). Viendo el caos que había, decidí no hacer nada y dejarlo pasar.

En el control de pasaportes nos volvieron hacer otra foto, igual que a la entrada, para verificar entre las fotos y el pasaporte que tu identidad es correcta. En el control de seguridad nos pararon, porque al pasar las maletas de mano, la chica de la pantalla, decía que había algo en el bolso de mi mujer, y que era un mechero, el cual está prohibido subir al avión. Mi mujer empezó a protestar, porque eso no nos había pasado nunca en ningún viaje, ni aeropuerto, pero le dije a mi mujer que lo dejara pasar, ya que ella llevaba otro mechero en el paquete de cigarrillos. ¡¡¡¡¡¡Ufffff me veía en los calabozos!!!!!!
A las 19:40 llegamos a la terminal, que, aunque pequeña, tenía aire acondicionado… ¡menos mal! Contaba con dos puertas de embarque, un par de pequeñas tiendas “Duty Free” (muy limitadas), algunos puestos de artesanía, ropa y puros, y un pequeño bar con precios muy elevados. También había una sala VIP. El centro de la terminal estaba completamente lleno de asientos, y en las pantallas informativas de los vuelos, mostraban de forma constante documentales sobre la revolución cubana, Fidel Castro y el Che Guevara, lo que resultaba curioso.


A mitad de la espera, mi mujer intentó entrar en la sala VIP para fumar, ya que le dijeron en el control de seguridad que allí había una terraza. Aunque accedieron a regañadientes, logró fumar un cigarrillo, pero no volvió a entrar más.
Sobre las 20:45, en las puertas de la terminal, empezó a crearse una cola para el embarque, por lo que nos fuimos a la puerta para ponernos a la cola. Como en los mostradores, reinó la confusión, ya que al a ver dos puertas, mucha gente no sabía cuál era la suya. Una era para asientos de Turista, y la otra para asientos VIP y TURISTA+, por lo que se formó un lío tremendo, ya que la gente empezó a querer ir de una cola a otra llenándose los pasillos de paso, y sin poder pasar nadie. Por suerte, nosotros estábamos bien ubicados y a las 21:05 ya estábamos en pista, dirigiéndonos al avión.

El avión, aunque del mismo modelo que el de ida, era un Airbus A330-300 (A330) de la aerolínea Iberojet, aunque este no tenía ningún logotipo o dibujo visible.

A las 21:13 ya estábamos sentados en nuestros asientos, donde guardamos el equipaje de mano.

Como en el vuelo de ida, en cada asiento había una almohada y una manta. Intentamos encender las pantallas individuales, pero no funcionaban. Pensamos que estarían bloqueadas hasta después del despegue.
Hasta las 21:35 siguieron subiendo pasajeros, y dando vueltas en el avión, muchos confundidos porque sus billetes indicaban letras de asientos que no existían. Una vez más, falta de organización.
Finalmente, a las 21:42 el avión comenzó a rodar por la pista, y despegamos a las 22:12, con 45 minutos de retraso. El despegue fue algo movido, pero dentro de lo normal.
Unos minutos después, por megafonía nos informaron de que, por motivos técnicos, las pantallas individuales no funcionarían durante el vuelo. Serían reparadas al llegar a Madrid.
Nos quedamos prácticamente todo el pasaje del avión dormidos, hasta que sobre las 23:45 note ruido, y me desperté, y observe que me habían dejado encima mía, los utensilios para la cena.
