Nos despertamos por último día en Sigiriya, una zona tranquila en la que tampoco hay mucho más que visitar. Habíamos leído sobre los yacimientos arqueológicos de Polonnaruwa y Anuradhapura -esta última fue la capital original de Sri Lanka-, pero finalmente decidimos no visitarlos ya que suponía perder casi un día y la entrada no era especialmente barata, unos 30 euros,y nuestra economía no está como para tirar cohetes.
Así que tras el desayuno preparado por la familia del Homestay que varió respecto al del día anterior y pudimos probar nuevas comidas, nos relajamos un rato más en la piscina del hotel, preparamos nuestras mochilas y nos pusimos rumbo a Dambulla -otra vez- para coger desde allí nuestro primer bus (de muchos) hasta Kandy.
El trayecto duró aproximadamente unas 2 horas y media y fue nuestra primera experiencia en las discotecas srilankesas -o buses, como prefiráis llamarlos-. El billete fue muy barato, creo que no llegó ni a un euro (300 rupias) y tuvimos la suerte de poder ir sentados. Eso sí, con las mochilas encima de nuestras piernas, ya que aún no sabíamos que se podía dejar equipaje en la parte delantera del bus, al lado del conductor. Las más de dos horas de viaje se pasaron rápido, a pesar de que los últimos kilómetros el bus fuese a 10km/h por las pronunciadas cuestas llegando a Kandy.
Llegamos a Kandy al mediodía, un poco cansados y con las mochilas encima, pero decidimos ir a comer algo rápido antes de ir al nuevo homestay, ya que estaba a 10 minutos en tuktuk. Camino al restaurante, nos pararon varias personas ofreciéndonos entradas para el baile tradicional de Kandy, que según ellos era una celebración que solo se hacía en diciembre -y que luego descubriríamos que no era así gracias a nuestro driver-. Aún así, buscamos información sobre ello y nos pareció una turistada de manual -acertadamente-, así que decidimos no ir.
Nuestro nuevo apartamento se llamaba Villa Forest View y nos costó 44€ dos noches, sin desayuno incluido. Estaba en lo alto de la colina y tenía unas maravillosas vistas desde la habitación hacia la montaña.

Ya quedaba poco para el atardecer y decidimos ir a dar una vuelta bordeando el lago que tiene la ciudad mientras intentábamos esquivar -exitosamente- las cagadas de los numerosos cuervos que se posaban en los árboles. Por el paseo que rodea el lago, pudimos ver diferentes especies de aves, entre ellos un pelícano y un pájaro de color azul eléctrico que nos cautivó.
Seguimos nuestro paseo esta vez adentrándonos más por el centro de la ciudad y de paso buscando un sitio para ir a cenar más tarde. Finalmente, encontramos un local cerca del lago y de la calle principal, que justamente era el que nos había recomendado el dueño del hotel al decirle que éramos veganos. El restaurante se llamaba Balaji Dosai, un local súper auténtico, repleto de personas locales y especialistas en Dosas -una especie de crepes-. Probamos varios tipos de dosas diferentes, todas veganas, con relleno de setas y patatas entre otros. Este fue nuestro primer contacto con el verdadero picante, sobre todo la dosa rellena de setas, pero estaba todo delicioso y lo acabamos sin ningún problema.

El día siguiente comenzó bien temprano y de la mejor manera, ya que mis nuevos biorritmos decidieron que a partir de ahora a las 6:30 aproximadamente sonaría mi despertador biológico. Pero con una buena noticia todo despertar se lleva mejor, y es que la noche anterior el Celta conseguía ganar 0-2 ni más ni menos que al Real Madrid en el Santiago Bernabeu. Así que mientras Aitana seguía durmiendo, me puse un rato del partido repetido, intentando no despertarla con la emoción.
Teníamos el día completo en Kandy y no habíamos planificado nada especial para ese día, así que decidimos dejarnos llevar. Desayunamos en el Avo Coffee Kandy, un sitio pequeñito pero en el que estaba todo muy rico. Tomamos unos bowls de fruta y granola y unos smoothies para cargar fuerzas.
Camino al sitio, habíamos visto un mercado local que tenía buena pinta y una cárcel que no sabíamos de su existencia. Nos dispusimos a callejear por el mercado, no sin antes comprar un paraguas -o una sombrilla- para el intenso sol que hacía en Kandy ese día, ya que allí es bastante típico que la gente use paraguas para taparse del sol, y la piel blanquita de Aitana también lo agradecería.
Observamos nuevos tipos de fruta que aún no habíamos visto y nos dimos cuenta de que todas son en tamaño mini -seguramente porque no están modificadas genéticamente como aquí- desde las calabazas o sandías, hasta los plátanos. Después de un agradable paseo por este mercado, visitamos la cárcel que habíamos avistado anteriormente. El precio de la entrada eran 1000 rupias y un guardia nos esperaba en la entrada para hacernos una visitada guiada no programada -y así también ganarse su posterior propina-. Después de explicarnos minuciosamente y con mímica digna del pictionary cómo se ahorcaba a los presos en la cárcel y otros datos interesantes sobre la prisión, decidimos darle 500 rupias de propina.
Al salir de la cárcel -que no se malentienda- fuimos a la estación de tren a preguntar sobre el estado de la circulación de los trenes desde Kandy a Nuwara Eliya, y muy a nuestro pesar pero como nos imaginábamos, las vías se encontraban cortadas debido a los desprendimientos producidos por el ciclón, así que tendríamos que buscar una manera alternativa para continuar nuestro viaje.
Visitamos posteriormente el mercado principal de Kandy, el cual tiene una zona exterior con puestos de verdura y fruta para las personas locales, y otra interior con diferentes souvenirs para los turistas, donde acabamos comprando gran variedad de especias y tés -bastante más baratos que en el sur-.

Ya por la tarde, visitamos el templo del Buda gigante que está en una de las montañas y se puede ver desde el centro de la ciudad de Kandy. La entrada era barata -creo recordar que 1000 rupias a lo sumo- y se puede subir a la cabeza del Buda que es a su vez un mirador de toda la ciudad de Kandy, desde donde se puede observar la cárcel y toda la zona del lago.

Se estaba haciendo de noche y no nos quedaba mucho más que visitar en Kandy, así que nuestra alma vigoréxica nos pudo y decidimos ir a entrenar un rato a un gimnasio para hacer tiempo -y hambre- hasta la hora de la cena. Fue una buena experiencia el probar un gimnasio local, y hasta me grabaron un vídeo entrenando, aunque tampoco estoy tan fuerte.
Cenamos en el restaurante Soul Food, donde pudimos comer una hamburguesa vegana de falafel -buenísima- y un poke de tofu y otros vegetales, también muy bueno.
Nos fuimos al apartamento, ya que al día siguiente tocaría un largo viaje en coche directamente hasta Ella, a pesar de que no estaba en nuestros planes iniciales.