7 de septiembre de 2014

6:30. Esa es la hora a la que encendemos las luces de nuestra suerte de pequeño adosado en el Canyon Ranch Motel de Springdale, Utah. L ha pasado la noche entre el frío y el calor por culpa de un aire acondicionado demasiado radical con los niveles, mientras que yo he andado algo incómodo por la digestión de ese sabroso pastel de carne de búfalo de la noche anterior.
Cogemos la garrafa de leche que todavía conservamos de nuestras compras en Walmart y nos dirigimos a la recepción, que tiene un microondas para huéspedes y supuestamente debería estar abierta ya. Pero nos encontramos todas las luces apagadas y la puerta cerrada a cal y canto, así que improvisamos sobre la marcha y cruzamos la carretera para entrar en el local de la acera opuesta que anuncia cafés de Starbucks, los únicos que el estómago de L tolera cuando viajamos a la tierra de las oportunidades. Con un café con leche, un cappuccino de tamaño medio y ocho dólares menos en la cartera, volvemos a nuestro hogar para desayunar junto a los muffin de banana que también conservamos del supermercado.
Lo que ayer era una alerta de tormentas y posibles inundaciones a partir del mediodía se ha aplazado hasta las 21:00 horas, por lo que arece que la suerte nos va a acompañar hasta las últimas etapas. Superamos ligeramente las 8:00 cuando salimos preparados para la acción y, de nuevo en la acera de enfrente, nos sentamos junto a la señal que indica una parada del Springdale Shuttle, un autobús gratuito que comunica varios puntos de la calle principal del pueblo con el Visitor Center de Zion National Park.
Y es que Zion es algo especial: para empezar, no se puede circular por su carretera interna con tu propio vehículo salvo en casos y tramos muy específicos, como por ejemplo pernoctar en el alojamiento del propio parque. Por otra parte, siempre se recomienda no intentar acceder al recinto con tu propio coche, ya que el aparcamiento es limitado y lo más probable es que cueste mucho encontrar un hueco libre. Tratándose de un domingo y conocedores de esa recomendación, decidimos no arriesgar y optar por este servicio gratuito que nos libra por ahora de coger un volante.
El autobús se hace de rogar. Tras 20 minutos que exceden el máximo de 15 anunciado entre vehículo y vehículo, llega el primero de ellos tan abarrotado que el conductor no acepta más pasajeros y nos promete que en 10 minutos un compañero suyo vendrá con el siguiente servicio. Los 10 minutos se convierten en otros 20, que sobrellevamos como buenamente podemos gracias a que la conexión a Internet de nuestro hotel llega hasta este lado de la carretera. A nuestra espalda podemos echar un vistazo a los jardines de otro complejo mucho más lujoso que el nuestro llamado Desert Pearl Inn.


Al fin nos subimos a bordo de uno de los shuttle y, en apenas cinco minutos, nos encontramos ya a las puertas de Zion National Park. Y para rematar la brillante primera hora de la jornada, descubrimos que en estos momentos todavía queda muchísimo espacio libre en el aparcamiento para vehículos particulares. De haber venido hasta aquí por nuestros propios medios, podríamos haber aparcado e iniciado la visita hace ya casi una hora. Bravo.

Olvidamos la desacertada primera decisión del día y, tras presentar en taquilla nuestro Pase Anual, procedemos a subirnos a un segundo shuttle: el interno del parque y que recorre la Zion Scenic Drive. A un ritmo muy lento y con una narración en off que nos cuenta la historia y atractivos del parque de forma perfectamente sincronizada a nuestra marcha, alcanzamos el final de la línea: Temple of Sinawava. Antes superamos paradas varias, algunas que visitaremos y otras que no.

La más llamativa y en la que más tiempo pasamos mirando por las ventanas es The Grotto. Desde aquí sale la excursión a pie de Angels Landing, una auténtica barbaridad de 4 horas y casi 9 kilómetros de duración entre ida y vuelta que incluye un ascenso de algo más de 450 metros. L renuncia a él por el fuerte desnivel, y yo no me opongo a descartarlo por otro factor que no se arregla con una mejor forma física: la segunda mitad de la excursión transcurre a través de un estrecho pasillo de roca con unos precipicios de vértigo a lado y lado del camino. Es una excursión para hacer con mucha preparación y ganas, y nosotros creemos que pasaríamos la mitad del tiempo entre agotados y aterrorizados por las consecuencias de un tropiezo.
Son las 10:00 cuando iniciamos nuestra primera incursión en Zion National Park, siempre que no contemos con la visita al Canyon Overlook de ayer. Iniciamos el Riverside Walk, que nos lleva por un precioso y accesible paseo en su mayoría pavimentado que transcurre entre el Virgin River a mano izquierda y una enorme pared rocosa a mano derecha, la cual en algunos tramos empieza a llorar en forma de pequeños regueros de agua que descienden por su pendiente casi vertical. El sol alumbra algunas cimas por aquí y por allá, como una promesa de lo espectacular que será lo que está por venir cuando se sitúe entre las paredes del cañón y lo ilumine por completo.


Riverside Walk es solo el pretexto para lo que nos espera más adelante: tras unos 20 minutos de paseo nos encontramos con el inicio de The Narrows. Una excursión mucho más exigente (8 horas y 15 kilómetros para ir y volver) de la que solo haremos un pequeño tramo en su inicio, más que suficiente para empaparnos de su atractivo. Y lo de empaparnos es literal, porque el gran reclamo de esta ruta es que transcurre dentro del Virgin River, cuyo caudal según se avanza puede alcanzar más allá de las rodillas e incluso el ombligo.
Es hora de lucir lo bien que hemos hecho nuestros deberes. Nos deshacemos de las aparatosas botas y los calcetines y sacamos de nuestras mochilas lo que nosotros llamamos "los patos". Un calzado de textura similar a la de los trajes de neopreno y lo suficientemente flexible como para no perder comodidad, junto a una suela de goma que permite adaptarse a las rocas que esconde el río. Completamos el uniforme con un par de gruesas ramas de árbol abandonadas en la orilla que nos ayudarán a modo de bastones dentro del río.

El agua está obviamente fría pero no tanto como cabía esperar. Nos acompaña gente con calzado y calcetines deportivos, a los que deseo mucha suerte cuando al volver a tierra firme se sientan como atravesando un charco tras cada paso. Por supuesto, no falta la habitual afluencia de cámaras GoPro acopladas a cualquier cosa. Algunos la llevan pegada a su bastón de senderismo, otros la llevan en la visera de su gorra.

La experiencia es increíble, y solo podría mejorar si con el paso de los minutos el sol terminara de asomar entre las paredes del cañón. También ayudaría una menor afluencia de público, que de forma racheada va sumándose a la fiesta hasta hacer que el río parezca una suerte de Ramblas de Barcelona con el aspecto de Venecia. Eso sí, el agua ni siquiera la notamos ya fría tras un buen rato sin apenas sacar los pies de ella en alguna aislada orilla. Me das un bañador y el sol sobre nuestros hombros, y pierdo todo sentido de la cautela para mojarme hasta la coronilla.









Tras un largo rato que en cambio se nos ha hecho de lo más corto y ameno, regresamos a la orilla de inicio donde empieza todo el proceso de readaptación a la vida terrestre. Enjuagamos y escurrimos como podemos nuestros patos, que acaban de todos modos empapados dentro de una bolsa de plástico a guardar en nuestra mochila. Nos quitamos en la fresca agua la poca arena y tierra que ha quedado adherida a los pies. En mi caso vuelvo a instalarme las ya tradicionales pomada y tiritas en mis talones, y por último volvemos a ataviarnos de calcetines (dos por pie en mi caso, para evitar que las heridas vayan a peor) y botas de montaña.


Por fin y tras sufrir y gozar a partes iguales de un sol que ya empieza a subir la temperatura, regresamos sobre nuestros pasos por el Riverside Walk. Nos vuelven a acompañar las mismas ardillas de la ida, que en absoluto parecen tener miedo a los humanos salvo cuando te acercas a medio metro de ellas.

Cogemos el siguiente shuttle interno para bajar en la estación de Zion Lodge, donde se encuentra el alojamiento del parque así como el inicio de varios senderos. Aprovechamos la sombra de la "estación" de autobús para comer nuestros sándwiches. Una curiosidad: ni aquí ni en ningún otro Parque Nacional de Estados Unidos he visto un mínimo atisbo de vallas publicitarias o "product placement". Por poner un ejemplo, los laterales e interior de los autobuses del parque, que serían un escaparate perfecto, no muestran ningún anuncio. En su lugar ofrecen indicaciones y consejos para los visitantes. Curioso modo de renunciar a una fuente de ingresos que a buen seguro sería muy jugosa para el Gobierno.

Antes de volver a poner el chip de excursionistas, pasamos por el comedor y tienda de regalos de Zion Lodge. En el primero, fruto de las horas que son, van y vienen las hamburguesas y las apetitosas bandejas de patatas. En el segundo, ni rastro de dedales pero sí de una nueva postal y un nuevo imán para la nevera mostrando ese camino dentro del río que acabamos de disfrutar. Pregunto a la mujer que me atiende si las Upper Emerald Pools pueden ir hoy cargadas de agua, ya que de ello depende que nos atrevamos a hacer el camino hasta ellas o no. Todo lo que obtengo a cambio es un "puede", ya que ha llovido recientemente y eso siempre implica que el agua caiga desde las cimas hasta el río.
Nos llevamos para el camino un vaso bien cargado de hielo y buenísimo té de frambuesa. El hielo que quede tras bebernos el té servirá para refrescarnos la cabeza, el cogote y el agua que llevamos en nuestras mochilas y que a estas alturas del día ya se ha convertido en caldo.
El Zion Lodge es precioso y, con la gente disfrutando del césped para almorzar y practicar deporte, se asemeja a un campus universitario. Aunque a decir verdad, ya querría cualquier campus gozar de las vistas a estas impresionantes montañas de roca en todo el perímetro.

Nos espera ahora una excursión que puede ser más o menos extensa y exigente según las decisiones que tomemos sobre la marcha. Empezaremos por el Lower Emerald Pools Trail, que en tan solo media hora nos llevará hacia dos pequeñas cataratas cuya agua cae en unas piscinas naturales. Desde aquí, decidiremos si emprender o no la subida y hora de ida y vuelta necesaria para las Upper Emerald Pools, a priori mucho más espectaculares que las primeras. Por último, el camino de vuelta puede ser deshaciendo nuestros pasos o enlazando con la hora de trayecto del Kayenta Trail, el cual perdiendo altitud nos dejaría en la siguiente parada del autobús interno, la de The Grotto.

Empezamos el primero de los tramos, sobre un pavimento cómodo y accesible pero con algunas subidas repentinas y, lo más duro de todo, un sol que no da tregua entre las pocas sombras que nos encontramos sobre la marcha. El primer gran atractivo no iba a llegar de nada relacionado con cataratas ni piscinas. A apenas metro y medio del paso de los excursionistas, un ciervo de considerables dimensiones disfruta de su almuerzo haciendo caso omiso de las decenas de miradas atentas y objetivos fotográficos que le están apuntando. Una ocasión para retratar la fauna local mucho mejor que las que hemos tenido en los cinco Parques Nacionales anteriores. Solo cuando la afluencia de público ya empieza a ser agobiante incluso para los humanos, el ciervo decide abandonar el photocall y no conceder más entrevistas.




Alcanzamos las Emerald Lower Pools y las cataratas que las alimentan, y sufrimos uno de esos golpes de "expectativas versus realidad". Mientras las fotos y carteles del lugar muestran una portentosa caída de agua desde encima de nuestras cabezas, lo que ven nuestros ojos es apenas algo más que un grifo abierto que salpica cuando toca el suelo. Eso sí, de vez en cuando el agua parece caer con algo más de fuerza y lo refrescante que es sentirla sobre tus hombros ayuda a aliviar el potente calor que llevamos sufriendo.




Lo que sí nos queda claro es que, con tal cantidad de agua, la exigente hora para ir y volver de las Upper Emerald Pools no merecerá la pena. Así que tomamos la decisión de continuar con el camino para hacer el regreso por el Kayenta Trail. Nos esperan algo menos de kilómetro y medio dejando el Virgin River a nuestra derecha y descendiendo poco a poco a pleno sol con algún remonte fruto del caprichoso terreno. Sin embargo, haber decidido que tras este esfuerzo regresaremos al hotel hace que quizás estos sean nuestros últimos minutos de senderismo en nuestro viaje, y los intentamos disfrutar como se merecen.


Las vistas hacia atrás según nos acercamos a The Grotto son de diez. Es sorprendente lo poco popular que es este National Park, o por lo menos la poca notoriedad que consigue en comunidades de turistas si la comparamos con otros competidores como pueden ser Arches o Bryce. El parque es una auténtica maravilla, y su ubicación entre los muros de un cañón hace que no tenga un solo rincón aburrido.




Tomamos nuestro último autobús interno del día, que nos deja frente a un Visitor Center en el que hacemos una pequeña incursión sin pena ni gloria. No tardamos mucho en dirigirnos a la parada del Springdale Shuttle, cuyo vehículo nos perdemos por apenas unos segundos. Volvemos a ver que hay espacio libre en el aparcamiento... definitivamente, alguien debería pagar caro ese cuento del lobo acerca de no entrar a Zion con tu vehículo particular.

Afortunadamente la frecuencia ha mejorado desde esta mañana, y en menos de diez minutos estamos ya camino de nuestro hotel, que aparece enseguida por las ventanas. Aprovecho que apenas a 100 metros tenemos una oficina de correos para enviar la postal ya rellenada que he comprado hace unas horas.
Estamos de vuelta en nuestra habitación, donde analizamos los daños que ha hecho en mi mochila la bolsa empapada con los patos todavía empapados por el agua del río. Dejo la mochila vacía y abierta de par en par justo encima del aire acondicionado con la esperanza de que no tarde en secarse. Aunque la anunciada tormenta ya aparezca por el horizonte, no hay discusión acerca de qué hacer enseguida. Son las 16:00, hace calor y tenemos una piscina a dos pasos de nuestra puerta.
Mientras una lagartija que pasea por las baldosas se da un banquete a costa de los numerosos insectos, alternamos la piscina de nuevo fría y el jacuzzi de nuevo hirviendo. El sol va y vuelve, y cuando reaparece nos brinda un golpe de calor.



Nos tomamos una merecida hora de descanso en nuestra habitación antes de ir unas calles más allá para hacer la tercera colada de nuestro viaje. En la Zion Park Laundry, regentado por madre e hija, la primera no puede esperar ni a que terminemos nuestra lavadora para vaciar el cajón donde hemos tenido que soltar la friolera de 2,25 dólares para 25 minutos de lavado. Mientras transcurren, damos un paseo hasta el Sol Foods Supermarket, el único supermercado en todo Springdale. Localizamos lo que vamos a cenar pero esperamos a comprarlo cuando quede menos tiempo para volver a casa.


Regresamos a la lavandería donde gastamos ahora cinco monedas de cuarto para un total de 1,25 dólares y 50 minutos de secadora. En esta espera mucho mayor regresamos al supermercado donde hacemos nuestro pedido en el pequeño "Deli" (un negocio de comida preparada a granel) que aloja en su interior. Sendos sándwiches personalizados, de pavo en el caso de L y de pastrami en el mío. Nos llevamos también más agua, algo para desayunar al día siguiente y por fin tras varios días deseándola una fría cerveza Coors Light en formato lata tamaño Norteamérica (traducción: enorme). Rematamos la cesta con sendos yogurts de fresa y plátano.

En nuestro paseo por la principal y casi única calle de Sprindale, la Zion Park Boulevard, nos sorprende la cantidad de negocios de restauración que permanecen cerrados pese a la afluencia de público.




Nuestro último regreso a la lavandería, tras terminar la espera, es para recoger nuestra ropa completamente seca y llevárnosla de vuelta a casa. Dedicamos unos minutos a dejar nuestro equipaje prácticamente preparado para nuestra salida de mañana, y nos disponemos a cenar. Lo hacemos con la ABC Family en televisión, en la que en un guiño del destino Forrest Gump se encuentra corriendo y corriendo para decidir detenerse en La Recta, con Monument Valley al fondo de la imagen. Con esta muestra de que el universo es caprichoso, terminamos el día con nuestros ricos sándwiches y nos disponemos a descansar por última vez en Utah, no sin antes escribir estas líneas.

Hoy sí que empezamos a tomar conciencia de que esto se acaba. Mañana empezará lo que es una suerte de propina necesaria: la visita a Las Vegas para descansar en uno de sus lujosos hoteles, aprovechar las favorables compras de ropa de los outlets estadounidenses y por último tomar el vuelo de vuelta al continente europeo. Empezará el epílogo tras acabar la narración principal del viaje, esa en la que completamos el ansiado objetivo de recorrer seis parques nacionales con el añadido de unos pocos pero impactantes extras como Monument Valley y Horseshoe Bend. ¡Esto se acaba!
