5 de septiembre de 2014
No sé dónde comenzó el resto de la humanidad la mañana del 5 de septiembre de 2014, pero jamás olvidaré cómo la empezamos nosotros: a las 5:30, nerviosos y abrigados, y en una terraza con línea de visión directa a los Mittens de Monument Valley. Todavía no hay apenas indicios de la salida del sol, pero los colores que se intuyen en el horizonte ya son sobrecogedores.
Programo el intervalómetro de la cámara y empiezo a disparar a razón de una instantánea cada 20 segundos. Por el sonido procedente de las terrazas vecinas, parece que somos varios los que hemos tenido la misma idea. Los "clic" del obturador suenan con una regularidad propia de un reloj suizo mientras los azules y naranjas del horizonte son cada vez más y más intensos. Remato la faena colocando un papel sobre el visor óptico de mi réflex, para evitar que cada fotografía quede proyectada en la pantalla y así ahorrar batería. MacGyver estaría orgulloso de su tardío aprendiz.
Son las 6:55 cuando el sol aparece para darnos los buenos días, justo entre dos de los tres Mittens que forman el paisaje. Incluso con gafas de sol me deja medio ciego, pero no puedo apartar la mirada.
Qué locura de fotos. Un ejercicio estresante -por lo menos hasta que programas la cámara y ves que las primeras imágenes son buenas- pero tremendamente satisfactorio. El resultado, un segundo time-lapse algo más extenso y perfeccionado que el del atardecer. Mereció la pena el esfuerzo.
Recogemos nuestras cosas, cargamos en el coche solo los bultos menos pesados y nos dirigimos con las dos grandes maletas hacia la recepción, donde entregamos las llaves y preguntamos si hay algún cuarto en el que dejar el equipaje ya que preferiríamos no cargarlo en el coche hasta que vayamos a abandonar Monument Valley, más allá de la hora límite para abandonar la habitación. Nos proponen depositarlo en la sala de mantenimiento si no tenemos objeción, y allá vamos tras dejar nuestros datos registrados. Son las 8:30, y el circuito nos espera.
Desde que decidimos qué tipo de coche alquilar, la gran preocupación era si nos arrepentiríamos en el día de hoy. El circuito escénico que atraviesa Monument Valley tiene fama de estar muy poco cuidado, y la consecuencia de ello es un terreno muy irregular, rocoso en unas fases y arenoso en otras, y lleno de baches cuya altura puede suponer un problema si los bajos de tu coche pasan demasiado cerca del suelo. Por eso hemos evitado cargar 50 kilos más en el maletero, y por eso dudábamos si haber descartado el sobrecoste de alquilar un vehículo mayor iba a ser un error.
El primer tramo es el peor. Muchísima pendiente en descenso y falta de confianza en los primeros giros de volante. Circulando a velocidades absurdas rara vez superiores a las cinco millas por hora, alcanzamos el primero de los once puntos clave destacados en el mapa que nos han entregado en el hotel. A partir de aquí, y todavía sin lamentar ningún incidente, la experiencia ya solo iría a mejor.
Poco a poco dejamos el miedo atrás y disfrutamos de los primeros Mitten a una distancia muy cercana. En los primeros minutos de recorrido las grandes estrellas son el East Mitten, mucho más cerca ahora que desde los miradores, y las Three Sisters, tres puntas que rompen la homogeneidad de una inmensa pared de roca.
Llegamos al desvío que lleva hasta el John Ford Point, lugar que coge su nombre del director de cine que tenía este lugar como un fijo en sus grabaciones. En este preciso punto, hace 36 meses, es cuando una repentina tormenta nos hizo volver a toda prisa a un Dodge Journey mucho más preparado que nuestro actual Chrysler 200 y abortar todos los planes de recorrer íntegramente el circuito de Monument Valley. Hoy sin embargo la historia es otra: el calor va en aumento, el cielo es de un azul uniforme y sorteamos varias rocas para llegar al prometido mirador.
Lo alcanzamos y las vistas son abrumadoras. Desde aquí vemos como la fachada del The View Hotel se ha hecho más y más pequeña, hasta quedar prácticamente camuflada en el paisaje. Solo entorpecen la experiencia grupos de turistas que llegan cual rebaño de ovejas en los vehículos de empresas que organizan sus propios paseos por el valle. Y como siempre, la palma se la llevan los grupos orientales, que están pujando muy fuerte en la lucha por convertirse en los turistas más incómodos tanto para los locales como para el resto de visitantes.
Un rato y metros a paso de tortuga después alcanzamos el sexto punto de interés llamado The Hub. Sin embargo lo que más nos llama la atención desde aquí es la enorme Thunderbird Mesa sombreada, así como la opuesta y soleada Rain God Mesa. A las 10:30 y dos horas después de iniciar el recorrido, aprovechamos la "Doggy Bag" obtenida tras la cena de ayer y damos cuenta de un pollo rebozado que solo está un poco menos crujiente que hace unas horas.
La séptima parada del trayecto es Totem Polls, y aquí el mayor interés se lo llevan dos nuevos amigos peludos que vienen a recibirnos cuando bajamos del coche.
Tras un tramo de arena más monótono, el noveno punto de la lista llamado Artist Point vuelve a subir el listón. Otro balcón elevado al impresionante valle, ahora desde una nueva perspectiva. A las 11:25 cerramos la carretera circular que constituye un 50% del recorrido y nos encontramos deshaciendo los pasos que van del quinto al primer punto de la lista.
Son las 12:00 cuando terminamos, tres horas y media después de haber empezado y tras unos últimos metros de improvisación total buscando la mejor vía para no rozar los bajos del Chrysler. Ni un solo rasguño, y solo un par de derrapes al reemprender la marcha tras detenerse por completo en una cuesta. Convivencia perfecta con el resto de coches, a excepción de un imbécil que apenas llevaba unos metros de descenso y ya iba recriminando a los conductores que preferían volver por la izquierda, omitiendo que el camino de la derecha solo era apto para camionetas y tractores. Si quieres correr vete a Indianápolis, que esto es otra cosa.
El resumen del recorrido: recomendado, pero quizás algo excesivo en su duración. Sobre todo teniendo en cuenta que, excepto en el caso de Artist Point, la mayoría de los mejores miradores se encuentran en el primer tramo, ese que hay que recorrer en ambos sentidos para iniciar y finalizar la ruta. Pero lo más importante para nosotros es que hemos saldado una cuenta pendiente que nos perseguía desde hace tres años. Y no sería la única del día.
Ya vamos algo retrasados respecto al plan que nos habíamos marcado para hoy, pero con cero remordimientos ya que las prioridades estaban claras. Como el cansancio acumulado a lo largo del viaje empieza a ser importante, prácticamente hemos descartado una excursión para dentro de unos días que nos obligaría a reservar media jornada. Eso provoca que nuestra agenda restante pueda desplazarse medio día y dejar más relajada la tarde de hoy. En consecuencia, podemos tomarnos el día con mucha calma.
200 fotos en las seis horas que llevo despierto parecen una buena cifra, así que es hora de abandonar el recinto del parque. Nos despedimos parando en el arcén contrario al cartel que da la bienvenida al recinto, ya que en su lado de la carretera un desnivel absurdo amenaza podría conseguir lo que no ha conseguido la ruta escénica: destrozar los bajos de nuestro vehículo.
Rehacemos varias millas hacia el noreste pese a que vayan en sentido contrario a nuestro próximo destino. Es hora de reparar el error de ayer y detenernos en el punto más elevado de La Recta, con el fin de conseguir la mejor perspectiva. Repetir todo el proceso de aprovechar los momentos sin tráfico para plantar el trípode y disparar es una pequeña penitencia, pero al fin tenemos las fotos que queríamos.
Dos horas y cuarto nos separan de nuestra próxima parada, y las iniciamos comiendo un sándwich al volante y conectando el aire acondicionado para soportar unos engañosos 25 grados centígrados que dan una sensación de calor mucho mayor a pleno sol.
Hacemos parcialmente el camino hasta Tuba City, y recordamos ese solitario e intrigante pueblo en el que pasamos una noche hace tres años. También el bestial desayuno con el que los indios del Quality Inn Navajo nos obsequiaron la mañana siguiente. Finalmente un giro a la derecha para tomar la US 98 nos aleja de ese recuerdo... pero nos acerca a otro.
Desde poco después de abandonar Monument Valley, nos encontramos ya en nuestra amado Estado de Arizona. Y por los precios que podemos observar sobre la marcha, el combustible parece ser mucho más económico y menos gravado con impuestos aquí. Precios por galón de 3,38 dólares, lejos de los 3,70 o más que nos ofrecía Utah.
Hacemos una parada de servicio en Kaibeto para repostar 20 dólares a 3,43 por galón. Incluso una empleada nativa huye del calor buscando sombra cuando abandona el confort del aire acondicionado en el interior. Parece que el bochorno no es solo percepción nuestra.
A 20 minutos de Page ya se empieza a intuir en el horizonte la enorme grieta que deja a su paso el Río Colorado, en este caso para formar el Glen Canyon y en un plano más cercano el Lago Powell. A este río le encanta acaparar todo el protagonismo, ya que raro es el fenómeno geológico en el que no haya tenido participación de un modo u otro.
No recordábamos ya lo bellas que son las inmediaciones de Page. El color de la tierra arenosa plagada de arbustos, el cielo con nubes que contrastan fuertemente en color y textura, la intensidad de la luz... el muy positivo recuerdo que guardaba de Arizona venía provocado por momentos así. Estamos conduciendo sobre el suelo que aloja el Antelope Canyon, otra de esas maravillas que hay que visitar por lo menos una vez. Nosotros ya lo hicimos y quedamos satisfechos con ello, por lo que no formaba parte de los lugares a revisitar en esta ocasión. El termómetro ha subido ya hasta los 31 grados, y se nota.
Llegamos al aparcamiento de Horseshoe Bend, siempre concurrido pero nunca completo ya que la gente no suele permanecer más de una hora u hora y media en el lugar. Las altas temperaturas nos alertan de que es mejor que nos protejamos contra el sol, y mientras nos untamos crema solar escuchamos a un agente (que no era un Ranger, así que desconozco a qué organismo pertenecía) dando la bienvenida a los turistas y bromeando sobre la temperatura.
Los quince minutos a pie hasta Horseshoe Bend son uno de esos trayectos que siempre infravaloras hasta que los sufres. Subidas y bajadas sobre terreno irregular durante las cuales no ayudan las dos heridas en los talones que todavía no han desaparecido del todo. Una vez superada la primera gran cuesta, el resto es algo más llevadero a pesar de que el calor perdure.
Nunca estás preparado para lo colosal e increíble que es Horseshoe Bend, aunque ya lo hayas visitado previamente. Ninguna fotografía, por mucho contexto o gran angular que utilice, le hace justicia. La impresionante altura de más de 600 metros y lo ancho del Río Colorado según lo rodea deja en pañales al Dead Horse Point. Buen intento, siga concursando.
Se nos va el tiempo con fotografías, panorámicas, más fotografías, algún video, unas fotografías más y, por supuesto, contemplar la grandeza de lugar a ojo desnudo. El calor no cede, pero ya lo hemos olvidado. Se escuchan en el ambiente conversaciones en hasta siete u ocho idiomas distintos. Horseshoe Bend es universal.
En el camino de vuelta, y más concretamente en el primer ascenso a través de unas rocas acompañado de un sol de justicia.
Alcanzamos los 32 grados centígrados en la puerta del Walmart de Page, justo enfrente del hotel Days Inn en el que pernoctamos en nuestro periplo anterior por el oeste. No conseguimos ni latas de cerveza sueltas ni uno de esos wrap barbacoa que L cenó y de los que se enamoró unas noches atrás. Una experiencia agridulce para el que quizás, solo quizás, sea nuestro último Walmart del viaje.
Nos quedan ahora algo más de dos horas y media hasta nuestro destino final del día. Lo iniciamos recorriendo en paralelo el Lake Powell. Entramos nuevamente en el estado de Utah, en el que nos espera un interminable tramo de obras en la carretera tras pasar la zona de recreo de Glen Canyon.
Tras disfrutar durante un largo rato de los paisajes de Utah en los que varios rayos de luz se abrían hueco entre las nubes, nos sorprende una tormenta a nuestro paso por Kanab, precisamente el sitio en el que nos detenemos para comprar la merienda-cena en un Pizza Hut y comerla sobre la marcha.
Pedimos una Chicken Suprem mediana con masa fina para llevar por 12 dólares, y se niegan a darnos la clave de la red inalámbrica porque no funciona... o eso dicen. Yo creo que es más bien por no hacer un pedido más en la línea del apetito norteamericano, con una pizza familiar, dos entrantes, bebidas, postres y una jeringuilla de insulina para compensar.
Eso sí, la pizza que subimos a bordo del Chrysler y comemos al seguir nuestro camino está más que buenísima. Le acompaña en el interior del vehículo una combinación de arena de Arches, Monument Valley y Horseshoe Bend. Cuando nos pasamos una toallita húmeda por la cara, acaba marrón por el polvo de arena que tenemos pegado a la piel. Un "deja vú" de nuestro paso por Antelope Canyon.
Continúan cayendo millas y pasamos por Mount Carmel, dos calles estratégicamente situadas en la intersección de caminos que llevan a Bryce Canyon y Zion. Esta fue nuestra primera opción para dormir, finalmente descartada en favor de hacerlo algo más cerca del primero de los dos parques que visitaremos. Poco después atravesamos Long Valley, que será el primero de otros tantos pueblos de dimensiones ridículas pero siempre con un par o tres moteles dispuestos a recibirte.
A 20 millas del destino, por fin se hacen realidad las advertencias de ciervos cruzando la carretera. Una réplica de Bambi aparece bajo las luces del coche y tanto mi frenazo como su carrera espantado son suficientes para evitar males mayores.
La última media hora hasta nuestro hotel es, una vez más, otra de esas experiencias prescindibles conduciendo completamente de noche y sin posibilidad de disfrutar de la supuesta ruta escénica que estamos atravesando. Según pasan las millas, nos acercamos a Bryce Canyon y el hotel no aparece, empiezo a pensar que el alojamiento que ha encontrado L está situado en lo alto de uno de los hoodos, porque como avancemos mucho más voy a terminar aparcando en un mirador. Finalmente llegamos a Bryce Canyon City y nos recibe recibe una calle con mucho ambiete y frío, 13 grados centígrados en contraste a los 31 de hace solo un par de horas.
Son las 21:30 cuando tramitamos la entrada del Best Western Plus Ruby's Inn, reservado a través del portal Centraldereservas.com a razón de 80€ por una sola noche. La prometida piscina interior abierta las 24 horas resulta que cerrará dentro de 30 minutos, así que a toda prisa localizamos nuestra habitación, soltamos las maletas, nos ponemos el bañador y salimos disparados hacia ella.
Nos encontramos una jaula climatizada separada por apenas unos metros de algunas habitaciones y en cuyo interior parece haber una convención de alemanes. La piscina no está fría, pero tampoco demasiado caliente. Lo que sí está tal y como deseamos es el jacuzzi, en el que contra todos mis escrúpulos me meto en compañía de tres alemanes, cuatro alemanas y una española que es L.
Volvemos a la habitación, en la que al enjuagar el bañador descubro que se ha teñido de amarillo por los abundantes químicos del jacuzzi. Tras una ducha reparadora y tomarme un Dr. Pepper Diet inundado en una cubitera, dispongo mi escritorio para hacer la copia de seguridad del material fotográfico y ponerme al día con las etapas del viaje. Estas últimas y ajetreadas noches me han provocado un retraso en la redacción del diario, pero de hoy no pasa. Supero la una de la madrugada cuando termino los deberes y me dispongo a dormir unas pocas horas para que mañana inicie un nuevo día. Nos espera Bryce Canyon.