El 5 de Agosto abandónabamos la ciudad de Voru y Estonia para comenzar el recorrido a través de la parte más occidental de Rusia. En previsión de que el paso de la frontera se pudiera demorar varias horas y para que eso no estropeara el plan del día, salimos del hotel bastante temprano. No tardamos demasiado en llegar a la zona de la frontera, pues la ciudad donde habíamos estado alojados se encontraba muy cerca del límite con Rusia. Serían probablemente las 8 de la mañana y hacía un día bastante frío y nublado, poco acogedor. Mi estado de ánimo estaba igual que el tiempo, acongojado y algo apático y por qué no decirlo un poco asustado con esto de pasar a Rusia. Estábamos al final de una larga cola de coches y de autocares y no ocurría absolutamente nada. Todo en silencio. Había un semáforo que supuestamente sería el que permitiría el paso de los vehículos, pero no había ningún tipo de movimiento. Después de un buen rato decidimos bajar del autobús para estirar las piernas y acercarnos a pie hasta la aduana para así hacer tiempo hasta que le tocara pasar al autobús y de paso curiosear un poquillo. Nos acercamos tanto que una funcionaria nos echó una pequeña reprimenda. En esto estábamos cuando llegó el autocar con un inquilino que soltó algún que otro picotazo a un compañero. Nos subimos al autocar y nos entregó el guía un formulario que había que rellenar con nuestros datos personales y con el nombre de los hoteles en los que nos íbamos a hospedar. Por suerte el guía sabía algo de ruso porque era el único idioma en el que estaba el formulario, con la complicación añadida del alfabeto cirílico. Pasamos en el autocar y nos hicieron bajarnos nuevamente con el equipaje para pasar por inmigración. Nos pusimos en una cola y un par de funcionarias empezaron a pasar revista mirando detenidamente cada uno de los formularios y de los pasaportes y escudriñando hasta el más mínimo detalle de nuestros rostros. Yo que normalmente suelo ser bastante peliculero, me sentía como si estuviera ocultando algo. En fin. Pasado esto nos pusieron ya el sello en el pasaporte y pasamos el equipaje por los escáneres. Ya estábamos en Rusia. Cambiamos dinero en la oficina que había, consiguiendo nuestra tercera moneda del viaje: el nuevo rublo. Las cabezas estaban ya echando humo de pensar en la equivalencia entre euros, litas, coronas estonas y los rublos. Ya dentro del autocar subió otro oficial a inspeccionar un momento y nos largamos. Entre pitos y flautas atravesar la frontera nos había llevado más de 2 horas y media, pero dicen que lo mismo puedes tardar 1 hora que 5.
Estábamos atravesando un entorno bastante rural. En breve llegamos a la ciudad de Pechory, donde teníamos nuestra primera visita: el monasterio de Pechory, del siglo XV. Un sacerdote refugiado construyó la primera iglesia a partir de una cueva. Destruido o asaltado en varias ocasiones, con el paso del tiempo se continuaron excavando cuevas y ampliando con nuevas iglesias, fortificaciones, bastiones, cementerios, etc..., adquiriendo gran importancia defensiva. Paralelo a la pérdida de esta función militar fue aumentando su valor como centro religioso y espiritual de la zona. Tras la I Guerra Mundial el área de Pechory se incluyó por tratado en Estonia (persecución antireligiosa en Rusia). Durante la II Guerra Mundial fue ocupada primero por los soviéticos, alemanes y nuevamente por los soviéticos. La zona fue bombardeada, los tesoros del monasterio trasladados a Alemania (años después se devolverían) y los Padres Superiores fusilados o deportados a Siberia. Durante la posterior dominación soviética incluso hubo varios intentos de abolir el monasterio.
Para ver en más detalle la historia del monasterio:
Historia del monasterio de Pechory
Dicho esto el recinto religioso me pareció espectacular, tanto por el emplazamiento como por el conjunto tan armonioso que formaba, el colorido, la arquitectura. Nunca había visto nada parecido. De la multitud de gente que había se deducía la importancia como centro de peregrinación del lugar. La religión estaba claramente arraigada en la región, quizás como hace décadas en España o aún más, por convicción y probablemente por la falta de libertad de culto que durante muchos años hubo. Además había que vestir con bastante recato, por lo que prestaban los típicos pañuelos y faldas a la entrada. Entramos a ver una de las iglesias más importantes: Cathedral of the Dormition. Destacable por albergar la iglesia original en la cueva y por el icono “Dormition of the Mother of God”, del siglo XVI.
Concluida esta interesante visita nos desplazamos hasta la población de Izborsk, para ver los restos de la fortaleza del siglo XIV. La estructura más antigua es la torre Lukovka, de principios de ese siglo. Cuando fue construida era el único edificio de piedra al oeste de la ciudad de Pskov y colindaba con un muro de madera. Con la construcción de otras nuevas torres y del muro de piedra, la torre Lukovka adquirió funciones de vigilancia. Justo alrededor de la fortaleza había montado un mercadillo con algo de artesanía y también comida típica, así que aproveché y con el lenguaje internacional de señalar con el dedo (allí sólo se hablaba ruso), pedí una empanadilla rellena. Lástima que el relleno fuera berza o repollo, con el asco que me dan.
Posteriormente nos acercamos a la ciudad de Pskov, donde íbamos a realizar una visita guiada por algunos de sus principales monumentos. La ciudad, situada junto al río Velikaya fue fundada en el siglo IX y pronto se convirtió en una población de referencia en las actividades comerciales. Debido a las continuas tensiones con los vecinos de Polonia, Lituania y la Orden Teutónica, necesitaba estructuras defensivas. Así llego a ser una de las fortificaciones más grande de Europa. Fuimos a visitar esta ciudadela medieval o Kremlin, donde pudimos observar las murallas, los patios defensivos o la Catedral de la Trinidad, el edificio más alto de Pskov y que posee un iconostasio del siglo XVII. En la zona de extramuros visitamos el monasterio Mirozhsky con sus frescos bizantinos del siglo XII. Actualmente el acceso al monasterio está limitado, ya que los frescos no se encuentran en muy buen estado debido a la humedad.
Terminadas las visitas tuvimos la oportunidad de ver una boda rusa junto al río Velikaya, con lanzamiento de palomas, música, dedicatorias entre los novios y también mucha bebida. Aprovechamos el tiempo que nos quedaba antes de marcharnos rumbo a Novgorod para pasear un poco por la parte moderna de la ciudad y para cenar en un centro comercial.
Salimos de la ciudad sobre las 8 de la tarde y tardamos aproximadamente 3 horas en llegar a la ciudad de Novgorod, donde nos alojaríamos 2 noches en el hotel BERESTA PALACE.