Se iba acercando la parte final del viaje por las repúblicas bálticas. Después del día que habíamos pasado en Pärnu era hora de seguir el recorrido hacia el sur para llegar hasta Letonia, dos semanas después de estar en Daugavpils y Aglona. La primera ciudad en la que íbamos a parar era Limbazi. Teníamos casi dos horas de autocar antes de llegar a esta pequeña localidad de 10000 habitantes. Vimos la Iglesia Ortodoxa Christ Enlightenment, construida a principios de siglo XX en estilo bizantino y la iglesia ortodoxa más grande fuera de Riga y la Iglesia Luterana St John's Ev, del siglo XVII. En esta ciudad hicimos el cuarto cambio de moneda del viaje: todo lo que nos sobraba de coronas estonas a lats letones. Después de tantos días y de haber hecho cambios entre todos los tipos de monedas, esto ya estaba chupado.
De Limbazi continuamos camino hasta la cercana ciudad de Cesis, de menos de 20000 habitantes. Esta ciudad tuvo su mayor auge durante la dominación de la Orden de Livonia, una organización militar del siglo XIII fundada por el obispo de Riga y que se basaba en los Caballeros del Templarios. Estaba formada por guerreros alemanes (de Livonia) y se extendió por Letonia y Estonia. Algunos de los monumentos que visitamos en esta ciudad estaban precisamente relacionados con esta Orden Livonia. Primero visitamos el Castillo Nuevo de Cesis, que había sido construido a finales del siglo XVIII aprovechando un torreón del recinto amurallado del castillo antiguo. Dentro de este castillo visitamos una exposición relacionada con la historia y el arte de la ciudad. Salimos al exterior en lo alto del torreón, donde ondeaba la bandera de Letonia y pudimos ver una panorámica muy bella con el Parque Nacional Gauja al fondo, las ruinas del Castillo Livonio y la Iglesia de St John. Después de salir del museo nos fuimos a ver la Iglesia de St John, del siglo XIII, que había sido la catedral de la Orden Livona y donde estaban enterrados varios maestros de esa orden. Después pasamos por una tienda de alimentación para comprar algo para el picnic del mediodía y yo no sé qué fijación tenía en ese viaje por los arenques que me volví a equivocar y me compré otra ensalada-potingue de arenques. Por fin decidimos ir al Castillo Medieval de Cesis, que había sido construido por los livonios en el siglo XIII y era el lugar de residencia del maestro de la orden. El castillo no se conservaba en muy buen estado, en realidad estaba bastante ruinoso. Había un equipo de personas realizaba excavaciones en aquel momento porque el castillo estaba en restauración. A la entrada del recinto ofrecían la posibilidad de hacer una visita guiada por el interior de una torre, pero para esto te daban un casco y una lámpara de carburo, puesto que el interior no tenía ningún tipo de iluminación y las escaleras seguro que estaban en mal estado, o podía caer algo del techo o de los muros. Yo decidí no hacer la visita, porque si encima de que tenía que andar en la oscuridad (pese al carburo) la escalera era de caracol y estaba mal, entre mi vértigo y mi torpeza no me iba a sentir seguro. En su lugar me quedé leyendo los paneles de información del castillo y de su rehabilitación.
Era hora de comer y nos aposentamos en un parque situado en los alrededores del castillo y desde donde teníamos muy buenas vistas de algunas de sus ruinas y de un puente que cruzaba lo que antiguamente debió ser el foso del castillo. A pesar del lugar tan bonito fue una equivocación total porque en cuanto sacamos la comida se transformó en un avispero, ni una, ni dos, ni tres, sino unas cuantas avispas persiguiéndonos, y por más que nos movimos fue imposible librarnos de ellas. Ya habíamos terminado de comer cuando curioseando vimos en un contenedor, de estos grandes que hay en las obras, una estatua que era ni más ni menos que de Lenin. No sabemos dónde habría estado antes pero desde luego había formado parte de la ola de derribos de estatuas de este hombre.
Era hora de comer y nos aposentamos en un parque situado en los alrededores del castillo y desde donde teníamos muy buenas vistas de algunas de sus ruinas y de un puente que cruzaba lo que antiguamente debió ser el foso del castillo. A pesar del lugar tan bonito fue una equivocación total porque en cuanto sacamos la comida se transformó en un avispero, ni una, ni dos, ni tres, sino unas cuantas avispas persiguiéndonos, y por más que nos movimos fue imposible librarnos de ellas. Ya habíamos terminado de comer cuando curioseando vimos en un contenedor, de estos grandes que hay en las obras, una estatua que era ni más ni menos que de Lenin. No sabemos dónde habría estado antes pero desde luego había formado parte de la ola de derribos de estatuas de este hombre.
Dimos las últimas vueltas por Cesis y nos fuimos a ver varios castillos en Sigulda. El primero al que fuimos fue el Castillo Medieval de Turaida. Empezó a construirse a principios del siglo III y su ampliación continuó hasta el siglo 16. Fue una de las residencias del arzobispo de Riga. Lo primero que me impresionó fue el torreón circular de ladrillo rojo que me dio la bienvenida al castillo. Protegiendo a esta torre por el lado sur había otro recinto fortificado formado por varios torreones, bodegas, las dependencias del arzobispo, etc... El castillo incluía varias exposiciones acerca de la arquitectura de la torre principal, del sistema de calefacción que utilizaban, también se mostraban diferentes materiales que se habían utilizado en la construcción del castillo, etc... Subimos a la última planta de la torre principal, que por unos ventanucos ofrecía una visión panorámica de 360º del valle del río Gauja y del propio castillo.
Junto al castillo sobre la colina Dainu, estaba el parque de esculturas dedicado al folclore letón y que se convirtió también en símbolo de la independencia letona. Se mostraban alrededor de 25 estatuas, realizadas por el escultor letón Indulis Ranka, en completa armonía con el paisaje de la reserva de Turaida.
Después fuimos a ver el Castillo medieval de Sigulda, construido a principios del siglo XIII y modificado décadas después por la Orden Livonia a un convento. Fue destruido durante la guerra del Norte a principios del siglo XVIII, quedando lo que se ve hoy en día: el muro sur del convento y la torre de la puerta principal. Lo último que vimos en esta población fue la cueva de Gutmana, un pequeño recoveco formad por la erosión ocasionada por el agua al fluir sobre la roca caliza. Era famosa por las inscripciones de amantes que hay en sus paredes.
De Sigulda no tardamos demasiado en llegar a la capital de Letonia: Riga. Nuestro hotel no estaba demasiado lejos del centro caminando, sobre 10 ó 15 minutos. Se trataba del hotel BRUNINIEKS, en la calle Bruninieku, en un edificio muy interesante con diseño Art Nouveau. Mi habitación era muy espaciosa y lo mejor era el pedazo de bañera circular para 5 personas, jajajaja. Ya tenía plan relajante para lo que quedaba de tarde antes de salir a cenar. Llegar al centro desde el hotel era muy fácil, porquer era salir a la calle Brivibas iela y todo recto. Cenamos en un restaurante que tenía una terraza puesta en la Plaza Livu, uno de los lugares de encuentro de la gente en Riga. La plaza en realidad estaba llena de terrazas. Aquí algunos se fueron de marcha y los que estábamos más cansados de regreso al hotel.