Nos dura poco la alegría del tiempo soleado porque de nuevo amanece nubladísimo y amenazando lluvia. Nuestra idea para hoy es visitar Linderhof, el otro palacio de Luis II que se encuentra en las cercanías y recorrer la zona de Garnish-Partenkirchen.
La carretera que nos lleva hasta el palacio atraviesa unos paisajes de cuento en medio de altísimas montañas alpinas. Desgraciadamente el día tan oscuro y triste no nos permite disfrutarlo en todo su esplendor. Bordeamos el Alpensee, enorme lago flanqueado por enormes montañas.
Durante un tramo circulamos por la vecina Austria, y finalmente llegamos al palacio de Linderhof. Atravesamos un enorme parque que nos lleva hasta el aparcamiento. Allí un chico que está en una garita escuchando Héroes del Silencio a todo volumen nos indica donde aparcar (2.50€).
Ya en la taquilla exhibimos nuestro ticket de los 14 días que nos permite el acceso gratuito (en lugar de los 8.5€ que cuesta). Tenemos el pase asignado para las 10.30h así que entretanto nos dedicamos a dar una vuelta por el enorme parque y ver los jardines tipo parterre y la cascada monumental.
A la hora señalada nos unimos a nuestro grupo y entramos al palacio. La visita es guiada en inglés y no permiten hacer fotos. Este palacio es el más pequeño de los que construyó Luis II y el único que vio terminado y habitó de manera continuada. El interior es muy suntuoso, con muchas referencias a su admirado Luis XIV de Francia. Destaca sobre todo el dormitorio en azul royal a imitación del que el Rey Sol tenía en Versalles. La guía nos llama la atención sobre la mesa en la que el Rey comía. Dotada con un sistema de elevación, ascendía directamente desde la cocina con los alimentos dispuestos sobre ella, evitando así tener que contar con la presencia de personal de servicio.
A la salida nos encontramos que las fuentes están encendidas, aprovechamos para inmortalizar el momento.
En el inmenso parque que rodea el palacio se encuentran diseminadas otras edificaciones que van incluidas en la visita. La primera a la que nos dirigimos es la gruta artificial. Allí el rey mandó construir un escenario donde asistía en solitario a las representaciones de las obras de su adorado Richard Wagner y cuenta con un perfeccionado sistema de sonido e iluminación y hasta con un pequeño estanque artificial en el que flota una embarcación de factura barroca.
A continuación nos dirigimos hacia el kiosko morisco, sobrio por afuera pero de recargada decoración en el interior, fue uno de los pabellones de la exposición universal de Paris en 1867. La joya es el trono del pavo real, pero por desgracia se encuentra en restauración y no es posible contemplarlo.
Por último vistamos la Casa Morisca, pabellón de la Exposición Universal de Viena que fue adquirido por Luis II para colocarlo aquí.
Tras la visita a Linderhof nos dirigimos a Ettal para conocer su abadía. En este momento se está celebrando una boda, así que aprovechamos para comer mientras hacemos tiempo.
La abadía benedictina de Ettal data del SXIV, sometida a una profunda restauración durante más de 10 años, hoy luce en todo su esplendor. Tras sus muros habitan unos 50 monjes, que siguiendo la regla de su fundador, San Benito de Nursia, Ora el Labora compaginan el rogar por la salvación de nuestras almas pecadoras con otra noble tarea que es la elaboración de una riquísima cerveza (de abadía, claro). .
En el interior de la abadía nos deleitamos contemplando los frescos que la decoran con suaves pinturas de estilo rococó que impera en la zona. Especialmente espectacular es la grandiosa cúpula que corona el crucero. Finalizamos la visita en la tienda, que regentada por los monjes, cuenta con una sección de librería bastante especializada y por supuesto ¡zona de cervezas! Nos compramos un par para la obligada degustación y también una bonita jarra a muy buen precio.
Nuestra siguiente parada es Garmish-Partienkirchen, dos pueblos unidos en uno solo a los pies del imponente Zugspite, la montaña más alta de Alemania. Aparcamos en el centro con la intención de ir andando hasta el comienzo de la garganta Partnachklamm.
Zugspite
Fachadas decoradas en Garmish-Partienkirchen
Después de caminar un buen rato nos damos cuenta de que está demasiado lejos y perderíamos mucho tiempo así que desandamos el camino andado y cogemos el coche para aparcar en el recinto olímpico, que a muchos nos sonará familiar, ya que desde aquí se retransmitían los saltos que cada día de Año Nuevo veíamos por la tele y formaban parte de una entrañable rutina hoy perdida.
Desde aquí todavía hay que caminar un buen rato por una pista asfaltada hasta el comienzo de la garganta, donde se encuentra la taquilla, 4€ por acceder. La ruta de la garganta de Partnachklamm en un paseo sencillito que no lleva más de una hora ida y vuelta, pero de gran belleza. El rio baja encajado entre dos altísimas paredes de unos 80m de altura, en algunos tramos tan juntas que apenas dejan pasar la luz, el rumor del agua te acompaña todo el rato. Supongo que en épocas de más caudal el estruendo sea atronador. Para esta visita es recomendable el chubasquero ya que se producen muchas filtraciones de agua en las rocas. Nosotros hicimos esta visita un poco tarde, estaba ya algo oscuro y las fotos no salen muy favorecidas. En contrapartida, pudimos disfrutar del paseo en relativa soledad, a diferencia de las horas centrales del día cuando, según leímos, hay tanta afluencia de gente que es como pasear por el centro de una capital.
Nos vamos corriendo hacia Oberammergau para aprovechar las últimos momentos de luz. Este pueblo es famoso por su representación de la Pasión, en la que participa casi todo el pueblo cada 10 años (la próxima será en el año 2020) y por sus fachadas pintadas, llamadas Lüftlmalerei. Oberammergau es como un museo al aire libre, en el que lo mejor es pasear sin prisa por sus calles y dejarte sorprender por las obras de arte que vas encontrando a cada paso.
Sobresale entre todas las fachadas la Casa Pilatos con sus impresionantes trampantojos, aunque personalmente me quedo con la que representa a Caperucita Roja, uno de los cuentos preferidos de mi niñez
Caperucita Roja
Casa Pilatos
Hacemos la preceptiva parada para el acopio de salchichas y llegamos al camping a tiempo de ver la puesta de sol sobre el lago.
La carretera que nos lleva hasta el palacio atraviesa unos paisajes de cuento en medio de altísimas montañas alpinas. Desgraciadamente el día tan oscuro y triste no nos permite disfrutarlo en todo su esplendor. Bordeamos el Alpensee, enorme lago flanqueado por enormes montañas.
Durante un tramo circulamos por la vecina Austria, y finalmente llegamos al palacio de Linderhof. Atravesamos un enorme parque que nos lleva hasta el aparcamiento. Allí un chico que está en una garita escuchando Héroes del Silencio a todo volumen nos indica donde aparcar (2.50€).
Ya en la taquilla exhibimos nuestro ticket de los 14 días que nos permite el acceso gratuito (en lugar de los 8.5€ que cuesta). Tenemos el pase asignado para las 10.30h así que entretanto nos dedicamos a dar una vuelta por el enorme parque y ver los jardines tipo parterre y la cascada monumental.
A la hora señalada nos unimos a nuestro grupo y entramos al palacio. La visita es guiada en inglés y no permiten hacer fotos. Este palacio es el más pequeño de los que construyó Luis II y el único que vio terminado y habitó de manera continuada. El interior es muy suntuoso, con muchas referencias a su admirado Luis XIV de Francia. Destaca sobre todo el dormitorio en azul royal a imitación del que el Rey Sol tenía en Versalles. La guía nos llama la atención sobre la mesa en la que el Rey comía. Dotada con un sistema de elevación, ascendía directamente desde la cocina con los alimentos dispuestos sobre ella, evitando así tener que contar con la presencia de personal de servicio.
A la salida nos encontramos que las fuentes están encendidas, aprovechamos para inmortalizar el momento.
En el inmenso parque que rodea el palacio se encuentran diseminadas otras edificaciones que van incluidas en la visita. La primera a la que nos dirigimos es la gruta artificial. Allí el rey mandó construir un escenario donde asistía en solitario a las representaciones de las obras de su adorado Richard Wagner y cuenta con un perfeccionado sistema de sonido e iluminación y hasta con un pequeño estanque artificial en el que flota una embarcación de factura barroca.
A continuación nos dirigimos hacia el kiosko morisco, sobrio por afuera pero de recargada decoración en el interior, fue uno de los pabellones de la exposición universal de Paris en 1867. La joya es el trono del pavo real, pero por desgracia se encuentra en restauración y no es posible contemplarlo.
Por último vistamos la Casa Morisca, pabellón de la Exposición Universal de Viena que fue adquirido por Luis II para colocarlo aquí.
Tras la visita a Linderhof nos dirigimos a Ettal para conocer su abadía. En este momento se está celebrando una boda, así que aprovechamos para comer mientras hacemos tiempo.
La abadía benedictina de Ettal data del SXIV, sometida a una profunda restauración durante más de 10 años, hoy luce en todo su esplendor. Tras sus muros habitan unos 50 monjes, que siguiendo la regla de su fundador, San Benito de Nursia, Ora el Labora compaginan el rogar por la salvación de nuestras almas pecadoras con otra noble tarea que es la elaboración de una riquísima cerveza (de abadía, claro). .
En el interior de la abadía nos deleitamos contemplando los frescos que la decoran con suaves pinturas de estilo rococó que impera en la zona. Especialmente espectacular es la grandiosa cúpula que corona el crucero. Finalizamos la visita en la tienda, que regentada por los monjes, cuenta con una sección de librería bastante especializada y por supuesto ¡zona de cervezas! Nos compramos un par para la obligada degustación y también una bonita jarra a muy buen precio.
Nuestra siguiente parada es Garmish-Partienkirchen, dos pueblos unidos en uno solo a los pies del imponente Zugspite, la montaña más alta de Alemania. Aparcamos en el centro con la intención de ir andando hasta el comienzo de la garganta Partnachklamm.
Zugspite
Fachadas decoradas en Garmish-Partienkirchen
Después de caminar un buen rato nos damos cuenta de que está demasiado lejos y perderíamos mucho tiempo así que desandamos el camino andado y cogemos el coche para aparcar en el recinto olímpico, que a muchos nos sonará familiar, ya que desde aquí se retransmitían los saltos que cada día de Año Nuevo veíamos por la tele y formaban parte de una entrañable rutina hoy perdida.
Desde aquí todavía hay que caminar un buen rato por una pista asfaltada hasta el comienzo de la garganta, donde se encuentra la taquilla, 4€ por acceder. La ruta de la garganta de Partnachklamm en un paseo sencillito que no lleva más de una hora ida y vuelta, pero de gran belleza. El rio baja encajado entre dos altísimas paredes de unos 80m de altura, en algunos tramos tan juntas que apenas dejan pasar la luz, el rumor del agua te acompaña todo el rato. Supongo que en épocas de más caudal el estruendo sea atronador. Para esta visita es recomendable el chubasquero ya que se producen muchas filtraciones de agua en las rocas. Nosotros hicimos esta visita un poco tarde, estaba ya algo oscuro y las fotos no salen muy favorecidas. En contrapartida, pudimos disfrutar del paseo en relativa soledad, a diferencia de las horas centrales del día cuando, según leímos, hay tanta afluencia de gente que es como pasear por el centro de una capital.
Nos vamos corriendo hacia Oberammergau para aprovechar las últimos momentos de luz. Este pueblo es famoso por su representación de la Pasión, en la que participa casi todo el pueblo cada 10 años (la próxima será en el año 2020) y por sus fachadas pintadas, llamadas Lüftlmalerei. Oberammergau es como un museo al aire libre, en el que lo mejor es pasear sin prisa por sus calles y dejarte sorprender por las obras de arte que vas encontrando a cada paso.
Sobresale entre todas las fachadas la Casa Pilatos con sus impresionantes trampantojos, aunque personalmente me quedo con la que representa a Caperucita Roja, uno de los cuentos preferidos de mi niñez
Caperucita Roja
Casa Pilatos
Hacemos la preceptiva parada para el acopio de salchichas y llegamos al camping a tiempo de ver la puesta de sol sobre el lago.