PLAYA DEL SILENCIO.
Desde Luarca a la Playa del Silencio (también llamada Playa Gavieiro) hay poco más de 32 kilómetros, que pueden hacerse cómodamente por la Autovía A-8 hasta la salida 441, donde se toma la N-632 en dirección a Castañeras y pasado el pueblo se llega a la zona de aparcamiento de la playa. En vez de por la autovía, optamos por la carretera convencional para relajarnos viendo el paisaje. La verdad es que relajarnos no nos relajamos mucho porque hay continuas curvas con subidas y bajadas, lo que ralentizó mucho la marcha. Aunque ya lo sabíamos, se me hizo bastante pesado.

Con su forma de concha alargada y flanqueada por acantilados e islotes que la protegen del furor del mar, la Playa del Silencio está considerada una de las más bonitas de Asturias. Pertenece a Cudillero, de donde dista 16 kilómetros. Tiene 500 metros de longitud, es de cantos rodados y carece de servicios. Desde donde se deja el coche hay que caminar algo más de medio kilómetro por un sendero y bajar un empinado tramo de pista y escaleras, lo que no la hacen apropiada para el turismo de sombrilla y tumbona. Quizás por eso se ha mantenido casi virgen hasta ahora y también está muy frecuentada por nudistas.


En julio y agosto, sí que se acerca bastante gente por allí, unos pocos con intenciones “playeras” y la mayoría, como nosotros, con la simple idea de contemplar el panorama y hacer unas fotos.

El acceso en coche hasta la zona de aparcamiento se realiza por una pista asfaltada y está bien regulado con dirección obligatoria de entrada y salida en sentido circular para evitar atascos tontos, como el que provocó un coche que venía por dirección prohibida. Dependiendo de la afluencia de coches se podrá aparcar más o menos cerca de los miradores; cuando fuimos había gente, pero tampoco era una exageración, así que pudimos disfrutar sin agobios de una de las estampas más bellas de Asturias, que también forma parte del paisaje protegido de la Costa Occidental.


Caminamos un ratito, admirando unas vistas espectaculares. Realmente merece la pena llegar hasta aquí. Debe ser una gozada acercarse en invierno, cuando baten las olas y apenas hay nadie: seguramente entonces pueda escucharse el silencio.

CABO VIDIO.
Desde la Playa del Silencio hay 10 kilómetros hasta el Cabo Vidio, otro de los lugares de visita obligada en Asturias para los amantes de los paisajes abruptos sobre el mar. Como estábamos muy cerca, fuimos por carretera convencional, pero si llegáis por la Autovía hay que tomar la salida 438, y seguir por la carretera CU-8 en dirección a Oviñana y pasado el pueblo se llega hasta el faro, en cuyas proximidades existen unos senderos por los que se puede pasear y asomarse para contemplar los vertiginosos panoramas.


Es una senda parecida a la del Cabo Busto, puede que incluso sea la continuación. Proporciona unas panorámicas impresionantes, mostrando con todo detalle la recortada costa y sus escollos. En algún sitio he leído que en días claros se puede divisar incluso el Cabo de Peñas hacia oriente y Estaca de Bares hacia occidente, esto último me parece una barbaridad y no sé si será cierto, pero de lo que no hay ninguna duda es que la vista alcanza lejos, muy lejos.



Tiene una cueva (la Iglesiona) que se puede visitar en bajamar. La altura del acantilado es de 80 metros y una de sus paredes es completamente vertical. No suelo tener vértigo, pero confieso que este paraje me impresionó y a duras penas conseguí asomarme al vacío para ver las enormes rocas que se hundían en el agua a mis pies. No hay protecciones ni barandillas; la zona que está de espaldas al faro es un pasillo al borde del abismo, que marea solo de atisbarlo, como si un cuchillo gigante hubiera cortado la roca de un tajo: espectacular. Confieso que sujeté la cámara, estiré el brazo y saqué la foto prácticamente sin mirar. Daba miedo acercarse demasiado al borde del sendero.



Se puede comparar el minúsculo tamaño de las personas que se encuentran sobre la roca: y no son unos temerarios, están en el sendero donde se encuentra el mirador.

El faro data de mitad del siglo XX y fue el último que se construyó en Asturias. Ya no hay farero, es automático.


Se había echado el tiempo encima y eran las dos. Habíamos pensado ir a comer a Avilés, nuestro siguiente destino, pero estábamos a más de treinta kilómetros y no teníamos referencias de restaurantes, lo que siempre es un problema en una ciudad que desconoces, donde, además, la primera ocupación sería encontrar un lugar para aparcar.
La opción más próxima y lógica era Cudillero, a 11 kilómetros, pero no teníamos previsto ir allí porque ya lo conocíamos de viajes anteriores. Así que como nos había parecido haber visto un par de restaurantes en Oviñana, fuimos a echar un vistazo. Nos gustó el Restaurante La Cueva, que tenía una estupenda terraza en el jardín. Hacía calor, empezaba a asomar el sol y se agradecía estar al aire libre y la sombrita. Ofrecían menús bastante apañados a 16 euros, pero quisimos darnos un homenaje y pedimos arroz con bogavante, además de unos entrantes. Estaba muy bueno, mucho mejor de lo que indica su aspecto en la foto, y el servicio fue de diez. Aunque no recuerdo a cuánto ascendió la cuenta (creo que no llegó a 65 euros), nos pareció un precio correcto considerando la calidad, el lugar y la atención que recibimos.

CUDILLERO.
Aunque en esta ocasión no pasamos por Cudillero, voy a mencionarlo en el diario porque lo lógico es que lo hagan muchos de los que visiten Asturias. Hemos estado dos veces, la primera hace tanto tiempo que solo me acuerdo de que me gustó mucho el puerto y que lucía un sol espléndido; la segunda fue hace tres o cuatro años y llovía: las fotos que voy a poner son de esta última ocasión, por eso se ven mas oscuras.

Cudillero (también conocida como Villa Pixueta) es la capital del concejo de su mismo nombre, que cuenta con una población que supera los 5.000 habitantes. Resulta difícil establecer datos independientes de su pasado más remoto ya que hasta finales del siglo XVIII perteneció a Pravia; sin embargo, las noticias que se tienen ya desde el siglo XIII lo mencionan como un importante puerto pesquero y su principal sostén económico. En la actualidad, el turismo se ha convertido en otra fuente de ingresos fundamental.

Sus principales monumentos son la Capilla del Humilladero, gótica muy reformada, la iglesia de San Pedro del siglo XVI, la Iglesia de Santa María de Soto de Luiña y la Casa Rectoral. Pero lo que más atrae de Cudillero es el conjunto de casas marineras, dispuestas en escalones sobre los tres montes que abrazan el puerto; muy pintorescas resulta también las terrazas de sus tabernas y restaurantes, que exhiben un toldo de sombrillas blancas para resguardar del sol o de la lluvia a quienes se sientan a sus mesas para tomar marisco o tapear. Por cierto que siempre hay que mirar bien las cartas de los restaurantes antes de entrar. En una ocasión nos dieron una buena clavada en uno de los restaurantes del puerto: pedimos un arroz con bogavante, una ensalada y una botella de ribeiro y nos cobraron 90 euros; reconozco que nos pusieron una olla de arroz de la que hubieran podido comer diez personas, pero nosotros éramos solo dos y para dos pedimos. Está bien que no dejen a los clientes con hambre, pero tampoco me gusta que presenten una cantidad exagerada de comida que resulta evidente que no se va a comer (no fuimos los únicos a los que les pasó).



Hay varios miradores a los que merece la pena acceder para contemplar las mejores vistas, por ejemplo el del camino que va hasta el faro desde donde se ve y se escucha el batir las olas sobre los escollos que rodean la punta donde se asienta.


El que trepa por estrechas callejuelas hasta las escaleras que conducen a la Garita, desde donde se puede contemplar todo Cudillero, su puerto y su faro a vista de pájaro.



O el que forma el propio malecón, que al vislumbrar el caserío muestra la imagen más típica y conocida de este pueblo marinero: la foto que al final todos nos llevamos.

De la última visita recuerdo también que al salir de Cudillero, la carretera trepaba por el acantilado, mostrando el panorama de una costa agreste que imponía todavía más por la oscuridad y la tormenta en ciernes.

Aunque la época del año era similar (finales de julio), muy diferente era el panorama meteorológico cuando dejamos Oviñana después de comer: las nubes habían quedado atrás y lucía un sol espléndido mientras nos desplazábamos hacia Avilés, siguiente etapa de nuestro viaje.