Teníamos mono de playa y este día decidimos dedicarlo por completo a visitar playa tras playa, en plan trotamundos, sólo con nuestra moto, una toalla y dirección donde nos llevara el viento (y el mapa que nos habían dado en el hotel).
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El desayuno del hotel no era una pasada, pero sí bastante correcto, tenían de todo, varios tipos de bollería, fiambre, cereales y como no, yogur griego. Cogimos nuestra moto después de firmar el contrato y nos fuimos hacia Paradise Beach. Dos días y medio de alquiler nos costó 50 euros.
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Esperábamos encontrar a muchísima gente de fiesta, y fue todo lo contrario. Eran las 12.00 de mediodía y aunque había música y los garitos estaban abiertos, se podía estar tranquilamente en la playa, elegir sitio, pasear por la orilla e incluso dormir tranquilamente porque el nivel de la música no era para nada molesto (al menos ese día). He de decir, que la playa nos encantó. Era agua caribeña pero en Europa, nos podíamos ver los pies! Lo único menos bueno es que no es de arena, si no de diminutas piedrecitas, pero esto fue lo encontramos en todas las playas que visitamos durante el viaje. Estuvimos como hora y media y nos fuimos hacia Super Paradise Beach.
Las indicaciones en toda la isla son muy buenas, en mi opinión algo rudimentarias porque muchas veces eran palos clavados con un tablón y el nombre del pueblo, pero os aseguro que no nos perdimos en ninguna ocasión. Tan solo hay una carretera principal en toda la isla, y cualquier camino que sigáis al final os sacará a ella. Eso sí, tened cuidado porque es circular y podéis dar un rodeo considerable.
Super Paradise Beach fue todo lo contrario, había bastante más gente, la playa en mi opinión era un poco peor, con piedras bastante grandes al entrar al mar, de las que te hacen andar como un pato para no clavártelas. Por verlo merece la pena, pero por calidad de playa Paradise es mejor. Tomamos un piscolabis y seguimos visitando playas.
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Nuestra ruta nos hizo pasar por Ano Mera, un pueblecito de interior muy bonito. Tan solo tiene la típica plaza de pueblo, pero eso sí, totalmente encalada y rodeada de restaurantes con sus portones y ventanas pintados de azul; un monasterio ortodoxo al que se puede acceder gratuitamente y “nada más”.
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Nosotros lo descubrimos de casualidad, comimos genial en la Taverna Proedros (uno de los resturantes de la plaza), bueno, elaborado y casero (saganaki, ensalada griega, moussaka y sardinas a la brasa, con postre y dos cervezas de las suyas de medio litro, 41 euros).
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Continuamos el camino hacia las playas del norte. Son algo más salvajes, se mezcla la vegetación con la playa pero tienen un encanto especial, y no están tan masificadas.
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Fuimos a Panormos y Agios Sostis, a poca distancia en moto la una de la otra (unos 5 min), si tenéis que elegir, Panormos para mí fue mejor, ya que Agios Sostis está bajando una ladera de montaña y hay que desviarse bastante de la carretera. Fue un poco paliza, pero la moto funcionaba tan bien comparada con las que veíamos por el camino, que decidimos aprovechar la suerte que habíamos tenido con ella recorriendo la isla de playa en playa… sin tiempos, parando donde nos apetecía, el tiempo que se nos antojaba y olvidándonos de prisas y relojes.
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Llegamos al hotel a última hora de la tarde, ducha rápida y a cenar a Mykonos pueblo. Aún no lo habíamos pisado, y la verdad que nos encantó. Es más siempre nos lamentamos de haberlo visitado primero ya que para nosotros fue el lugar con más encanto de todo el viaje.
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Sólo tiene tres calles principales pero seguro que os perdéis porque es un entramado imposible, a pesar de ello cada calle nueva que descubráis os gustará. Caminad, pasead, pateadlo, cada rincón merece la pena.
Esa noche cenamos en un italiano del que nos prendamos al pasar, Restaurante Barkia, al final resultó algo caro para lo que fue. Está en medio de una de las calles principales, tiene mesas fuera pero la separación con los viandantes es tan estrecha que mejor comer dentro. Mi chico pidió spaguetti carbonara (una lástima sí, sé que no fue lo más acertado ir a Grecia y comer en un italiano pero fue un antojo), yo risotto marinero, brownie con helado de vainilla y botella de agua, 55 euros (calidad-precio, caro).
Paseamos hasta el puerto porque al día siguiente queríamos visitar Delos y de paso echamos un ojo a los horarios del ferry. Después de un heladito en el puerto nos volvimos al hotel porque estábamos agotados.