DECIMOTERCER DÍA. STAVANGER, MUSEOS Y REGRESO A CASA ✏️ Travel Journeys of Norway

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Salimos temprano aunque con calma del hotel después de haber dejado las maletas. En eso hubo una anécdota curiosa. Los noruegos tienen un buen dominio del inglés pero acostumbran a dar muchos rodeos a la hora de decir las cosas. Y supongo que fue lo que pasó con la chica de recepción. Al preguntarle si había algún sitio para guardar las maletas nos empezó a decir una retahíla de cosas de las que sólo entendimos algo de los ascensores y no sé qué de “estor”. Fuimos hacia allí y vi que indicaba que en la planta inferior había un guardarropa por lo que bajamos. Ya de entrada nos extrañó un poco que fuera un espacio abierto frente al ascensor y junto a los WC lleno de colgadores para la ropa pero como estaba en una planta a la que va poca gente y había sitio dejamos allí las maletas y nos fuimos tranquilamente.
Como dije en líneas anteriores el Hotel Park Inn está situado en una avenida muy grande, separada del centro unos cuantos metros (en algunos sitios he visto que un kilómetro). No tiene demasiada pérdida. Como dije se llega siguiendo todo recto saliendo del hotel a la izquierda. Cuando se llega al teatro hay un paso subterráneo que debe pasarse para ir al otro lado de la carretera. Se pasa junto a un edificio que dice algo de turismo pero que como ellos mismos indican no es la oficina de información y después se baja hacia el lago. La vista de las dos torres de la catedral queda en seguida ante nosotros. El parque es un lugar muy agradable para pasar un rato y en el centro está el ya mencionado lago (artificial) llamado Breiavatnet, con un llamativo surtidor. Alrededor podemos ver algunas estatuas y por allí acampan patos e incluso cisnes (cuando yo estuve había una pareja adulta con varias crías, ya grandecitas pero aún con las plumas grises como el Patito feo).
La catedral de Stavanger data de 1125 (con una renovación del siglo XIII tras un incendio) y está construida en piedra. Recomiendo al visitante que no se quede sólo con la fachada que da hacia la Plaza del Mercado sino que le dé la vuelta porque de ese modo descubrirá que es mucho más ornamentada de lo que parece a simple vista. Y es que, aunque la catedral se construyó en estilo románico (algo fácilmente visible principalmente en el interior), al ser reconstruida se introdujeron elementos del gótico, como el coro, la fachada este y la llamada capilla del Obispo. Las dos torres de acabado piramidal que vemos hoy en día son fruto de una restauración del siglo XVIII. Una vez en el interior llaman la atención los elaborados epitafios del siglo XVII, las vidrieras que hay detrás del altar y que, aunque no lo parezca, son del siglo XX y el ornamentado y colorido púlpito barroco, decorado con motivos bíblicos. Dicen que junto con la catedral de Trondheim es uno de los mejores exponentes en Noruega de catedral medieval. No he tenido ocasión de ver este otro edificio pero por lo que he podido ver en las guías que nadie cometa el error de compararlas. Se debe tener en cuenta que la de Stavanger es mucho más sencilla que su homóloga de la antigua Nidaros. Aunque, como digo, en este viaje no he podido visitar Trondheim me permito el lujo de recomendar su visita a los que deseen ir a Noruega. Añadido a que es una ciudad con múltiples encantos, la catedral de Nidaros, erigida sobre el sepulcro de san Olaf, es una maravilla del estilo normando y es el edificio medieval más grande del país. Aunque en algunas partes es románica, una gran parte se completó en estilo gótico y en una de sus capillas guarda las joyas de Noruega. Pero me estoy desviando de lo que tengo que explicar. Hecho ese inciso regreso a la catedral de Stavanger. Es posible hacer visitas al interior, previo pago de 20 coronas (los tickets se compran en un kiosco situado delante). Debéis cercioraros bien de los horarios (cuando yo fui abrían a las 9) y de si están ensayando los músicos. En verano suele haber conciertos de órgano en su interior y es posible que en horarios de apertura, aunque te hayan vendido el ticket, una vez dentro te animen a irte porque están ensayando. No te dirán claramente “vete” y usarán uno de esos acostumbrados rodeos a los que son muy dados los noruegos pero el resultado es el mismo. O eres despierto y vas deprisa mirando cada rincón del edificio o corres el riesgo que te hagan salir sin que te hayas enterado de nada. Eso sí, los conciertos deben ser muy bonitos porque la música que escuché valía la pena.
Muy cerca de allí se alza la Valbergtarnet, una torre de 26 metros de altura que se construyó como atalaya en 1850 y que sirvió para controlar los incendios hasta 1922. En su interior hay un museo (no lo visité pero creo que costaba 4 euros- en Stavanger muchos precios están marcados en euros y los admiten en los pagos-). Dimos un paseo por la zona y sobre las 10 de la mañana estábamos frente al museo más importante de la ciudad, el del Petróleo.
Tradicionalmente Noruega había sido un país muy pobre e históricamente sometido primero a Dinamarca y después a Suecia. No obstante el descubrimiento de bolsas de petróleo y gas natural en sus aguas en los años 60 del siglo pasado hizo que pasaran de ser pobres a convertirse en uno de los países más ricos del mundo. Stavanger, la cuarta ciudad de Noruega, había tenido una gran importancia en la industria conservera pero con declive de la pesca hacia los años 60 estaba condenada a la decadencia. Sin embargo se vio enormemente beneficiada con el hallazgo del petróleo que hizo de ella la principal sede de refinado y de todas las petroleras. Y así, la sencilla ciudad pesquera se ha convertido en un importantísimo centro económico del país. Algunos dicen que la ciudad puede rivalizar en belleza con Bergen, que tiene el título de la ciudad más bella de Noruega. Sin ser fea, ni mucho menos, creo que le falta mucho para eso aunque tiene suficientes encantos como para pasar allí uno o dos días. Además, su cercanía al Lysefjord y al Preikestolen hacen de Stavanger un lugar de paso obligado. No obstante creo que el turismo de masas está poco explotado o la ciudad aún aprovecha poco su potencial porque, por ejemplo, apenas se ven tiendas de recuerdos. Los establecimientos que vi son animados restaurantes, tiendas de ropa y una de color amarillo en pleno puerto, llamada Skipshandel, dedicada a artículos de pesca.
Volviendo al Museo del Petróleo, dicen que se trata de uno de los más interesantes del país y sin duda el que aporta mejores y más novedosas tecnologías. Eso se refleja en el precio, 100 coronas. El edificio, que parece una plataforma petrolífera sobre el mar, contiene multitud de artilugios que se utilizan en esta industria y explica detalladamente la historia del petróleo, el hallazgo y la extracción, incluso con algunos documentales (uno en 3D). Había leído en algunas guías que aunque a priori la temática puede resultar aburrida el museo es muy entretenido. En primer lugar requiere un buen dominio del inglés para enterarse mínimamente de algo; luego tiene que interesarte un poquito lo de que hablan. Sinceramente a mí me pareció un poco aburrido. Vale, cierto que es que tocas por aquí, tocas por allí, subes a artilugios, ves películas, pero el petróleo no es algo que me entusiasme especialmente. De todos modos dicen que los visitantes se lo pasan genial, sobre todo los niños, para los que incluso han hecho una especie de parque de atracciones en el exterior con piezas de la plataforma.
El otro museo importante de la ciudad de Stavanger trata precisamente de aquella materia que fue el fundamento de su economía antes de hallar el petróleo, las conservas. El museo de la fábrica de conservas está situado en pleno Gamle Stavanger, en medio de las casitas blancas. Para mí resultó mucho más interesante que el del petróleo ya que está en una antigua fábrica de conservas y muestra todas las máquinas que se usaban. Un papelito que te dan a la entrada (también en castellano) permite seguir todo el proceso, desde la pesca hasta el envasado, en doce fases. Arriba se conservan las letrinas y las oficinas además de una colección de etiquetas de latas de sardinas. En la entrada puedes comprar algunas para llevarte a casa.
Es muy fácil comprender cómo se desarrollaba el proceso de enlatado. Primero pasamos a una sala para ver el departamento de producción de latas. Después vamos a la máquina que hacía bolas de pescado. Al parecer el producto se mezclaba con harina, leche y algunos aderezos y con una máquina especial que se conserva en el museo se le daba forma de bola, que se hervía y se enlataba. A mí me recordó un poco a la comida para perros. Más adelante explican el proceso de las conservas de sardinas que trataré de explicar brevemente. La pesca tenía lugar en los fiordos desde mayo/junio hasta octubre y se llevaba en cajas con hielo a las fábricas (igual que ahora vemos en los mercados). Es muy gracioso ver que para que se entienda mejor usan pececitos de goma. Una vez en la fábrica se lavaban los peces y después de ponían en salmuera. Después se ponían en barras de acero en las que cabían más de 20 pececitos, que se llevaban a una sala de ahumados y se colgaban (literalmente) en los hornos (todas estas máquinas aún se conservan y ciertos días al año se ponen de nuevo en funcionamiento para ofrecer una degustación a los visitantes). Los peces se ahumaban en dos etapas, primero en la parte de arriba y después en la de abajo. Ya ahumados se les quitaban las cabezas. En los inicios de la fábrica este proceso se hacía con tijeras pero en el año 1905 empezaron a usar máquinas “decapitadoras” que iban mucho más rápido que las manos humanas. Las cabezas se retiraban con una especie de tenedor gigante y se usaban para comida para los animales y como fertilizante. Las sardinas se clasificaban por tamaños y se envasaban (ahora puedes intentarlo con los pececitos de goma), se les ponía aceite de oliva (me hizo gracia ver la lata de Carbonell, español de pura cepa) y se ponía la tapa, primero a mano por un soldador y después con una máquina. Las latas se esterilizaban en una especie de olla gigante, se lavaban, etiquetaban y se ponían en cajas, listas para la exportación.
Como digo, el proceso es fácil y se entiende muy bien. Además, con las 60 coronas de la entrada puedes visitar otros dos museos (no lo hicimos por falta de tiempo), el Marítimo, que cubre 200 años de historia marinera de Stavanger, y el de la estampación. Sí que aprovechamos lo poco que nos quedaba en la ciudad para visitar Ledaal y Breidablikk, una frente a la otra y de camino al hotel. Ledaal es una casa de estilo imperial de finales del siglo XVIII y principios del XIX que se construyó para un armador muy rico. Su importancia actual es que sirve de residencia de los reyes cuando visitan Stavanger (es posible ver la cama del rey con dosel y un buen número de muebles antiguos). La casa tiene dos plantas y es muy interesante pero a mí me gustó más Breidablikk. Las 60 coronas de la entrada a una de las casas sirve para la otra. Breidablikk era la casa solariega de un armador y permite ver el opulento estilo de vida de los ricos de finales del siglo XIX. Puedes ir recorriendo la cocina (espectacular), el salón, las distintas habitaciones en el piso superior, la zona de habitaciones de las criadas…
A las 15:15 de la tarde nos pasaron a recoger por el hotel. Antes descubrimos nuestra metida de pata con el asunto de las maletas. Lo que nos sonó a “estor” era Tor, el nombre de la sala donde se dejaban los equipajes, enorme y justo enfrente del mostrador de recepción. Y yo me pregunto ¿por qué la chica se complicó tanto la vida en lugar de decir “ahí” cuando preguntamos?. En fin… Como nadie tocó las maletas de donde las dejamos no pasó nada.
Una vez en el aeropuerto de Stavanger sacamos las tarjetas de embarque de la máquina (imprescindible antes de hacer la cola para facturar las maletas) y esperamos “pacientemente” a que nos tocara (de nuevo lentitud). De pelos pudimos hacer el tax free. A las cuatro de la tarde cierran la ventanilla (muy listo el que ha puesto el horario).
El trayecto de Stavanger a Ámsterdam duró una hora y diez. Al final, llegando a nuestro destino, me dio la impresión que daba muchas vueltas y el aterrizaje no fue muy fino. No puede decirse lo mismo del piloto que nos llevó hasta Barcelona y que se ganó un aplauso por su buen hacer. Fue una hora y cincuenta minutos tranquilos, con una tripulación simpatiquísima. Tanto que hasta agradecieron por megafonía los aplausos. De comida nos dieron en el primer vuelo, corto, galletas dulces o saladas a elegir y bebida y en el segundo los sándwiches de rigor, la galleta y la bebida.

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