Descansamos bien, hasta las 9 o más. Nos asomamos a la ventana y ¡maldición! Todo está mojado, debió de llover toda la noche y el cielo barrunta agua y más agua. Desde la habitación nos conectamos por wifi a internet (gratis) y vemos que la previsión para los próximos días en la zona es bastante horrible, lluvia todo el tiempo y temperaturas entre 14 y 18 ºC. Pues sí que empezamos bien el camping!
Nos tomamos unos cafés mientras decidimos el plan para hoy.
Primeramente nos dirigimos a llenar el depósito antes de entrar en Alemania (1.12€/l) Luego vimos que no era necesaria esta precaución ya que el precio del combustible es prácticamente igual.
Como dije la previsión del tiempo es mala, y es en este momento cuando tomamos la determinación de no preocuparnos más por él y hacer lo que queremos hacer, con sol, lluvia o como sea.
Nos dirigimos pues a Eguisheim, a tan sólo 5 km de Colmar. Típico pueblecito alsaciano del que habíamos leído buenas reseñas. Para lo pequeño que es el pueblo es muy turístico y tiene varios parkings habilitados, pero como es temprano encontramos sitio para aparcar en la calle sin pagar.
Eguisheim es un pueblo medieval que tiene la peculiaridad de conservar la planta circular de los castrum romanos. Todas las calles del pueblo son concéntricas entorno a la plaza central. Aún se cuenta con el camino de ronda medieval y las puertas que daban acceso al pueblo en las antiguas murallas.
Es un pueblo de cuento, de casas entramadas, calles empedradas y rodeado de suaves colinas donde crecen los viñedos que dan lugar al renombrado vino clasificado como “Alsace Grand Cru”. Además se enorgullece de ser el lugar de nacimiento del papa León IX. El sitio es tan bonito como para pasarse allí todo el día, hay multitud de tiendas para degustar productos típicos de la región, como el pan de especias a la miel, o sus afamados vinos.
De manera intermitente cae una fina lluvia y ya empiezan a llegar autocares con excursiones que colapsan el pueblo y acaban con la tranquilidad y el ambiente idílico del lugar, así que decidimos que es el momento idóneo para cerrar los paraguas y dirigirnos al siguiente destino.
A 17 km nos encontramos con Riquewihr. Repetimos la maniobra de siempre, saliéndonos del centro y aparcando en una zona gratuita. Son pueblos tan pequeños que merece la pena alejarse un poco y evitar pagar por aparcar justo a la puerta. Ahora hay un momentáneo claro en el cielo y sale el sol, así que vamos rápido a realizar la visita antes de que la lluvia esté de vuelta.
Si Eguisheim es un pueblo de cuento, Riquewir lo es aún más, tan cuidado, tan perfecto que casi da la sensación de ser un decorado y no un lugar real. Pero que esto no lleve a equívocos, es un pueblo precioso que recrea totalmente la sensación de estar en una aldea medieval (pero en limpio), me recordaba un montón al pueblo de la Bella y la Bestia. Sólo las riadas de turistas cámaras y móviles en ristre nos devuelven al tiempo presente.
Aquí probamos el primer Pretzel del viaje, una especie de pan, dulce o salado, con forma de corazón que me encanta. Caminamos por sus calles arriba y abajo, haciendo una foto tras otra, cada rincón es más fotogénico que el anterior. Destaca la casa Zimmer con su fachada azul añil que fue construida en el S.XVI y hoy en día alberga un restaurante de comida alsaciana.
En la parte alta de la ciudad se encuentra la torre Dolder con una altura de 25 metros, fue utilizada para defensa y vigilancia de la población y también como vivienda del centinela encargado y cerrar las puertas de la ciudad por las noches.
Parece que el tiempo sigue dándonos una tregua, volvemos al coche para buscar el camping en el que nos quedaremos las próximas noches.
Nos decidimos por el Campingplatz Schuttern en Friesenheim, Alemania, por estar situado a las puertas de la Selva Negra, pero no en medio de ella, pues con la previsión de temperaturas tememos que si nos quedamos en el boscoso corazón de la selva Negra, lo que normalmente son zonas más húmedas y umbrías, podamos pasar mucho frío por las noches.
El camping está bastante apartado, pero bien señalizado. Se encuentra en una zona de maizales alrededor de un pequeño lago artificial de recreo. Por lo visto es un lugar más que popular en verano, nos atienden muy amablemente y nos dicen que esta semana no hay problema para darnos plaza pero que a partir del 1 de agosto tienen todo completo hasta final de mes, ups!
Nos disponemos a montar la tienda después de dos años, hacemos gala de una destreza sin igual y nos queda perfecta a la primera, proeza que no volveremos a conseguir en todo el viaje. Después de comer estudiamos concienzudamente el mapa para organizar la tarde.
En primer lugar visitamos Gengenbach. Tardamos más de la cuenta en llegar por que el GPS se empeña en que atravesemos las vías del tren por un lugar en el que no hay paso. Aparcamos junto al río y accedemos al pueblo por la torre de la puerta superior rematada con un campanario, recorremos la calle principal, que desemboca en la plaza del mercado, donde podemos ver el Rathaus y dos hileras de encantadoras casitas de entramado.
A los cinéfilos puede que algún rincón de este pueblo les resulte familiar ya que fue el escenario de la película de Tim Burton “Charlie y la fábrica de chocolate".
Después de dar una vuelta por las calles adoquinadas, entramos en alguna que otra tienda y damos por finalizada la vista. Gengenbach es bonito, pero para mí no tiene comparación con los pueblos alsacianos en los que estuvimos esta mañana.
Lo siguiente que queremos ver son las ruinas de la Abadía de Allerheiligen. Aquí empezamos a atravesar paisajes preciosos, de praderas verdes, bosques de pinos y granjas de madera con floridos balcones.
De nuevo retención en la carretera, esta vez un camión que volcó parte de la carga cortando el paso en ambos sentidos, ufff. La abadía está en un lugar bastante remoto, fue fundada en el SXII y abandonada en el S XIX. Durante este mes está teniendo lugar un ciclo de conciertos dentro de las ruinas, por lo que hay montado un escenario que le resta un poco de encanto a la visita.
El entorno es precioso, en medio de bosques de vegetación espesísima que le confieren el halo misterioso con el que toda ruina debe contar. De allí mismo parte el camino para hacer la ruta de las cascadas, que no realizamos.
De vuelta paramos en un último pueblo, Oberkirch. De nuevo casas tradicionales en el centro y una pequeña zona de canales con poca animación a esta hora, pues no hay nada abierto y ni un alma en las calles.
Cenamos en el camping (salchichas!) pero nos retiramos pronto porque en cuanto oscurece la rasca es considerable.
Nos tomamos unos cafés mientras decidimos el plan para hoy.
Primeramente nos dirigimos a llenar el depósito antes de entrar en Alemania (1.12€/l) Luego vimos que no era necesaria esta precaución ya que el precio del combustible es prácticamente igual.
Como dije la previsión del tiempo es mala, y es en este momento cuando tomamos la determinación de no preocuparnos más por él y hacer lo que queremos hacer, con sol, lluvia o como sea.
Nos dirigimos pues a Eguisheim, a tan sólo 5 km de Colmar. Típico pueblecito alsaciano del que habíamos leído buenas reseñas. Para lo pequeño que es el pueblo es muy turístico y tiene varios parkings habilitados, pero como es temprano encontramos sitio para aparcar en la calle sin pagar.
Eguisheim es un pueblo medieval que tiene la peculiaridad de conservar la planta circular de los castrum romanos. Todas las calles del pueblo son concéntricas entorno a la plaza central. Aún se cuenta con el camino de ronda medieval y las puertas que daban acceso al pueblo en las antiguas murallas.
Es un pueblo de cuento, de casas entramadas, calles empedradas y rodeado de suaves colinas donde crecen los viñedos que dan lugar al renombrado vino clasificado como “Alsace Grand Cru”. Además se enorgullece de ser el lugar de nacimiento del papa León IX. El sitio es tan bonito como para pasarse allí todo el día, hay multitud de tiendas para degustar productos típicos de la región, como el pan de especias a la miel, o sus afamados vinos.
De manera intermitente cae una fina lluvia y ya empiezan a llegar autocares con excursiones que colapsan el pueblo y acaban con la tranquilidad y el ambiente idílico del lugar, así que decidimos que es el momento idóneo para cerrar los paraguas y dirigirnos al siguiente destino.
A 17 km nos encontramos con Riquewihr. Repetimos la maniobra de siempre, saliéndonos del centro y aparcando en una zona gratuita. Son pueblos tan pequeños que merece la pena alejarse un poco y evitar pagar por aparcar justo a la puerta. Ahora hay un momentáneo claro en el cielo y sale el sol, así que vamos rápido a realizar la visita antes de que la lluvia esté de vuelta.
Si Eguisheim es un pueblo de cuento, Riquewir lo es aún más, tan cuidado, tan perfecto que casi da la sensación de ser un decorado y no un lugar real. Pero que esto no lleve a equívocos, es un pueblo precioso que recrea totalmente la sensación de estar en una aldea medieval (pero en limpio), me recordaba un montón al pueblo de la Bella y la Bestia. Sólo las riadas de turistas cámaras y móviles en ristre nos devuelven al tiempo presente.
Aquí probamos el primer Pretzel del viaje, una especie de pan, dulce o salado, con forma de corazón que me encanta. Caminamos por sus calles arriba y abajo, haciendo una foto tras otra, cada rincón es más fotogénico que el anterior. Destaca la casa Zimmer con su fachada azul añil que fue construida en el S.XVI y hoy en día alberga un restaurante de comida alsaciana.
En la parte alta de la ciudad se encuentra la torre Dolder con una altura de 25 metros, fue utilizada para defensa y vigilancia de la población y también como vivienda del centinela encargado y cerrar las puertas de la ciudad por las noches.
Parece que el tiempo sigue dándonos una tregua, volvemos al coche para buscar el camping en el que nos quedaremos las próximas noches.
Nos decidimos por el Campingplatz Schuttern en Friesenheim, Alemania, por estar situado a las puertas de la Selva Negra, pero no en medio de ella, pues con la previsión de temperaturas tememos que si nos quedamos en el boscoso corazón de la selva Negra, lo que normalmente son zonas más húmedas y umbrías, podamos pasar mucho frío por las noches.
El camping está bastante apartado, pero bien señalizado. Se encuentra en una zona de maizales alrededor de un pequeño lago artificial de recreo. Por lo visto es un lugar más que popular en verano, nos atienden muy amablemente y nos dicen que esta semana no hay problema para darnos plaza pero que a partir del 1 de agosto tienen todo completo hasta final de mes, ups!
Nos disponemos a montar la tienda después de dos años, hacemos gala de una destreza sin igual y nos queda perfecta a la primera, proeza que no volveremos a conseguir en todo el viaje. Después de comer estudiamos concienzudamente el mapa para organizar la tarde.
En primer lugar visitamos Gengenbach. Tardamos más de la cuenta en llegar por que el GPS se empeña en que atravesemos las vías del tren por un lugar en el que no hay paso. Aparcamos junto al río y accedemos al pueblo por la torre de la puerta superior rematada con un campanario, recorremos la calle principal, que desemboca en la plaza del mercado, donde podemos ver el Rathaus y dos hileras de encantadoras casitas de entramado.
A los cinéfilos puede que algún rincón de este pueblo les resulte familiar ya que fue el escenario de la película de Tim Burton “Charlie y la fábrica de chocolate".
Después de dar una vuelta por las calles adoquinadas, entramos en alguna que otra tienda y damos por finalizada la vista. Gengenbach es bonito, pero para mí no tiene comparación con los pueblos alsacianos en los que estuvimos esta mañana.
Lo siguiente que queremos ver son las ruinas de la Abadía de Allerheiligen. Aquí empezamos a atravesar paisajes preciosos, de praderas verdes, bosques de pinos y granjas de madera con floridos balcones.
De nuevo retención en la carretera, esta vez un camión que volcó parte de la carga cortando el paso en ambos sentidos, ufff. La abadía está en un lugar bastante remoto, fue fundada en el SXII y abandonada en el S XIX. Durante este mes está teniendo lugar un ciclo de conciertos dentro de las ruinas, por lo que hay montado un escenario que le resta un poco de encanto a la visita.
El entorno es precioso, en medio de bosques de vegetación espesísima que le confieren el halo misterioso con el que toda ruina debe contar. De allí mismo parte el camino para hacer la ruta de las cascadas, que no realizamos.
De vuelta paramos en un último pueblo, Oberkirch. De nuevo casas tradicionales en el centro y una pequeña zona de canales con poca animación a esta hora, pues no hay nada abierto y ni un alma en las calles.
Cenamos en el camping (salchichas!) pero nos retiramos pronto porque en cuanto oscurece la rasca es considerable.