Como me esperaba, la noche ha sido malísima. Cada dos por tres en el baño. Al final, después de levantarme por quinta vez, me he podido volver a dormir hasta las 9 pasadas. Como estaría de cansado para dormir hasta las 9 con toda la luz entrando en la habitación. He pasado la mañana tirado en la cama, no he sacado fuerzas ni para desayunar. Me he acercado a una farmacia a comprar más suero y unos plátanos, y me he vuelto a meter en la habitación.
A la hora de comer me he forzado a tomar arroz con pollo. Le he tenido que decir al del hotel que estoy regular de la barriga porque los animales me ponen un plato para 20 y yo me he comido cinco cucharadas si acaso. Después de un litro de suero y el arroz con pollo, he vuelto a caer dormido. Me he levantado a las 16 e increíblemente parece que el cuerpo me está dando una tregua y a la tarde me he visto bastante mejor, el antibiótico está haciendo su papel. El arroz ha caído bien y no he tenido que ir al baño desde que comí.
A las 17 me he animado, viendo que no tengo los retortijones mortales, a pillar la moto. La tenía que devolver y, antes de eso, me he pasado por un lago que hay cerca, Sadpara, y una zona de dunas, Katpana. Está bonito, pero lo de andar por la duna con la flojera que llevo, lo justo: foto y media vuelta.
Conducir por Skardu con tráfico es bastante estresante. Si esto fuera en España, habría peleas cada 10 metros, pero aquí no. Hay una especie de anarquía consentida en donde prima el sálvese quien pueda dentro del interés individual. Si un coche se para en un carril, los coches y motos que vienen en sentido contrario invaden el otro carril sin cortarse un pelo, funciona como una dinámica de fluidos, sin ningún tipo de norma o control externo. Solo pitan, y tú que vienes de frente o te apartas o te llevan por delante, les da exactamente igual, lo importante es fluir. En un punto en donde había un coche parado en el carril de al lado, yo iba por mi carril y un Toyota por narices quería pasar arrasándome, pero evidentemente yo no me podía echar a ningún lado porque había piedras enormes y una acequia. El tío pitándome, he puesto cara de guiri, las doscientas motos que había detrás de mí lo han sobrepasado por las piedras, y yo literalmente me he quedado clavado porque me veía cayendome acequia abajo a escasos minutos de devolver la moto. Al final el hombre se ha tenido que echar a un lado porque ya tenía detras tapón suficiente pidiendo paso. Conducir por ciudad es una locura por muy Dalai Lama que seas.
He llegado a donde la moto y la he dejado como si fuera una bomba. Qué peso me he quitado de encima. Ha sido una experiencia brutal estas dos semanas con la moto. Recorrer todo el valle de Hunza, llegar a China, pararme donde quisiera, moverme cuando quisiera… Incluso el pinchazo o la reparación del puño han tenido su gracia. Pero no puedo evitar el alivio al dejarla por fin. Quieras que no, siempre he llevado el runrún de que pudiera pasar algo: que me dejara tirado o que el típico pakistaní que va como un toro me diera un topetazo. Nunca he llevado moto, por lo que en dos semanas no voy a tener la confianza de Crivillé. La experiencia ha salido bien, que es lo importante: momentos épicos como la llegada a China o la salida el primer día de Skardu. Momentos cómicos con los doscientos selfies que se han echado conmigo con el casco puesto o cruzando el río en Hopar, y momentos de estrés absoluto como llegar a Karimabad con el puño roto. Esto es como mi pinito con el alpinismo en Gondogoro La: está muy bien, pero yo no voy a ser alpinista. Pues la moto igual: muy chula la experiencia, pero no voy a ser motero. Mi crisis de los cuarenta no la pienso sublimar con motos.
Para cenar me he comido otros dos huevos duros con un plátano, y aquí ha llegado un momento de agobio cuando me ha llamado Isaaq, el de la agencia, diciéndome que han cancelado el vuelo de mañana a Islamabad. El hombre ha venido al hotel y, como aquí no conocen el nerviosismo, antes de explicarme qué ha pasado me ha cascado una conversación de 10 minutos sobre lo contento que está de haberme conocido, para después organizarme un futuro viaje cuando venga con mi pareja. Yo por dentro queriendo matarlo y aguantando las ganas de preguntarle: "Qué narices pasa con mi vuelo!?". Me ha recordado muchísimo a Ecuador, en donde para pedir algo antes tienen que bailar la conversación dando mil vueltas. Finalmente me dice que lo han cancelado y se queda tan pancho mirándome. Esta tranquilidad tiene hasta un punto tierno. Le digo que si hay alternativa, me mira con media sonrisa, mira su móvil, hace una llamada y me dice que mañana salen dos aviones, uno a Karachi y otro a Lahore. Especial. Mi idea era ir a Lahore, el problema es que eso lo había decidido estando ya aquí. Cuando organicé el viaje hace meses el hombre me saco el villete de Islamabad Skardu ida y vuelta. Le he preguntado si puede cambiar el billete al de Lahore mañana a primera hora. Ha hablado con el de la agencia y listo, me lo han cambiado en un momento. Vaya suerte. Me ahorro volver a Islamabad y luego coger el bus de 5 horas a Lahore. A cruzar los dedos porque no se cancele mañana el vuelo. Con la tontería se me ha olvidado durante todo el rato que tengo el cuerpo escombro. Buena señal.
Mañana recta final del viaje echando tres días en Lahore. La ciudad del caos, el calor extremo y el monzón. De las ciudades más contaminadas del mundo. Eso sí, una ciudad que se ve que culturalmente es muy impactante, uno de los sitios más importantes del sufismo y desde donde se puede visitar la frontera con India, justo en el mismo punto donde la visité en 2023 pero en el lado indio. Tengo la sensación de que va a ser como volver a la India pero en Pakistán. Eso si, me he pillado un buen hotel con standares europeos, que al medio día se ve que no se puede estar en la calle y quiero reducir las probabilidades de penar yendo con el cuerpo a medio gas.