![]() ![]() Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016 ✏️ Blogs de Canada
Relato de un viaje circular por Seattle, Vancouver, parques de las Rocosas de Canadá y Glacier National Park en los meses de agosto y septiembre de 2016.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (29 Votos) Índice del Diario: Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016
01: Introducción
02: Día 00: de Palma a Madrid
03: Día 0: De Madrid a Seattle con escala en Chicago
04: Día 1: Seattle
05: Día 2: Cruzando a Canadá, North Vancouver y Stanley Park.
06: Día 3: Vancouver: Capilano Suspension Bridge, Lynn Canyon y Grouse Mountain
07: Día 4: Wells Gray Provincial Park y sus Moul Falls
08: Día 5: Wells Gray: Helmcken Falls, Dawson Falls y pasando por Mount Robson
09: Día 6: Jasper: Patricia, Pyramid, Maligne, Medicine... y Robson otra vez
10: Día 7: Jasper: Patricia, Pyramid, Angel Glacier, Valley of the Five Lake y SkyTr
11: Día 8: Icefields Parkway: Athabasca Falls, Tangle Creek Falls y Parker Ridge
12: Día 9: Athabasca Glacier, Waterfowl Lakes, Field y Golden
13: Día 10: Lake Louise y el Plain of Six Glaciers
14: Día 11: Lake O'Hara & Oesa, Peyto Lake y Takakkaw Falls
15: Día 12: Emerald y Moraine Lake, ¿cómo elegir?
16: Día 13: La fallida excursión de Sunshine Meadows.
17: Día 14: Johnston Canyon, Vermilion Lakes y un baño caliente
18: Día 15: Tunnel Mountain, Minnewanka Lake y rumbo a Nanton
19: Día 16: Waterton Lakes y sus Bertha Falls
20: Día 17: Osos y jorobas en Waterton Lakes
21: Día 18: Llegamos a Glacier National Park... bajo la lluvia
22: Día 19: El impresionante Grinnell Glacier Trail
23: Día 20: Hidden Lake Overlook
24: Día 21: Regreso a Washington desde Montana
25: Día 22: Día de compras
26: Día 23: Gas Works Park, descanso en Londres y a casa que ya es hora
27: Presupuesto
28: Vídeos
29: Making of
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Etapas 19 a 21, total 29
9 de septiembre de 2016
![]() Mapa de la etapa 16 La mañana en Nanton empieza más temprano que nunca para mí. Son las 5:00 cuando abro los ojos y, siendo incapaz de conciliar el sueño de nuevo, consulto la predicción meteorológica. Verifico primero el buen tiempo que vamos a encontrar en el Waterton Lakes National Park para luego consultar en tiempo real qué está ocurriendo sobre nosotros. Y lo que está ocurriendo es que las nubes del anochecer han desaparecido y tenemos un cielo totalmente despejado. Me asomo tras la cortina y efectivamente, ahí está lo que me imaginaba: un negro techo invadido por las estrellas gracias a la escasa contaminación lumínica. Sé por experiencia que estas escapadas improvisadas nunca resultan tan productivas como una salida planificada y orientada a la fotografía, pero no puedo quedarme en la cama sin intentarlo. Como prevención ante los cuatro grados del exterior me abrigo todo lo que puedo sin armar un escándalo, me equipo con el trípode y la cámara y salgo al exterior. El resultado, no obstante, es bastante pobre. Si apunto hacia el este las primeras luces del amanecer ya dificultan las largas exposiciones, y si apunto al oeste tengo que separarme mucho de la casa para conseguir un buen ángulo. Como no tengo ni idea de qué tipo de fauna frecuenta la zona a estas horas, prefiero ser prudente y no avanzar con mi linterna más allá de unos pocos metros. Saco un par de fotografías tirando de intuición –ISO alta pero no exagerada, diafragma abierto, la velocidad más lenta posible que me permite la fórmula a partir de la distancia focal- y, aunque algo obtengo, mis imágenes para nada pueden considerarse dignas rivales de las impresionantes fotos de cielos estrellados que circulan por la red. A las 5:30 regreso al confort del salón donde ya me quedo acompañado del ordenador portátil a que L aparezca por las escaleras. ![]() Las estrellas sobre Nanton Hemos dormido bien, aunque con un pequeño problema alrededor de las cuatro de la mañana. En ese momento la calefacción, que hasta entonces había permanecido en silencio, ha empezado a sonar con fuerza. El ruido similar a un ventilador no era problema, pero los conductos deben ser bastante viejos y provocaban unos irregulares crujidos que hacían complicado volver a caer dormido. Pero no hay problema sin solución: la hemos apagado y las múltiples capas de ropa de cama han sido suficientes para mantenernos calientes. A las 7:30 y con el horizonte ya iluminado en tonos que van desde el naranja suave hasta el azul pálido bajamos a la planta baja donde Pam ya está lista para servirnos el desayuno. Empezamos con unos yogures aderezados con trozos de fruta y granola para luego pasar al plato fuerte de la mañana: salchichas, tomate al horno y algo que consiste en un pimiento rojo asado relleno de queso y huevo cocido. Ponen la guinda unas tostadas pasadas por sartén y unas magdalenas. Lo probamos todo hasta acabar hinchados y le felicitamos tanto por el desayuno como, por enésima vez, la maravillosa y cuidada casa en la que convive con sus huéspedes. ![]() Llegan las nubes para ver el amanecer ![]() Pero no tarda en despejarse de nuevo ![]() El desayuno está servido Intercambiamos un poco de nuestras historias, ella explicando que no se mudaron aquí hasta jubilarse y nosotros contestando sus dudas sobre cómo es la vida en Mallorca. Entregamos en mano los 120 dólares que ha costado la estancia de esta noche y en el recibo artesano que nos entrega nos desea lo mejor en nuestro próximo paso por Waterton y Glacier. Firmamos el libro de visitas y volvemos a bajar todo el pesado equipaje dispuestos a marcharnos. Según estamos sacando nuestras cosas de la nevera reaparece Len, el marido de Pam, y nos obsequia con un pequeño adorno de Navidad consistente en un árbol que, al verlo en horizontal, descubre la palabra “Nanton”. Se lo agradecemos y, a lo largo de la amigable conversación sobre la casa, nos ofrece un recorrido por la nueva construcción en la que viven ellos. Con solo las formas que apunta su morada desde la puerta que conecta su cocina y la nuestra, quién puede negarse. Alucinamos. El recorrido empieza por la mencionada cocina que ya es más grande y mejor equipada que todo nuestro salón. Pasamos a la coladuría, un larguísimo pasillo donde podrían montar su propio negocio de lavandería autoservicio. Nos asomamos a la terraza anexa, igualmente enorme. Y pasamos al salón y ahí la cosa ya se va de madre. Un sofá que dibuja una semicircunferencia apuntando a una chimenea. Nos invita a subir a la planta superior y el asombro continúa, con un dormitorio que ocupa todo el ancho de la casa. Terminamos con un cuarto de costura en el que Pam crea mantas para una iniciativa contra el cáncer infantil. Todo el recorrido va acompañado de las completas, concisas y apasionadas explicaciones de Len. La casa la ha construido él mismo durante tres años y medio –antes de retirarse se dedicaba a la construcción- y en cada palabra se le nota lo apasionado y orgulloso que está por su trabajo. El tiempo pasa volando de nuevo en la planta baja, conversando sobre los distintos estilos de vida de los que hemos sido testigos, las diferencias culturales y la toma decisiones vitales a lo largo de una vida. Llegados a un punto de la conversación vuelve a ofrecerse a abrirnos las puertas de su patrimonio, esta vez para ver el interior de esa monstruosa casa móvil que tiene aparcada junto al garaje. Lo último que nos preocupa en estos momentos es demorar la hora de salida, así que aceptamos la invitación encantados. La “motorhome” tampoco se queda atrás en el impresionante currículum: entre 12 y 13 metros de largo cuyo interior alojan un salón completo, baño, cocina, ¡lavadora y secadora! y todas las comodidades imaginables –televisión, Internet...- con las que no quedar aislado gracias a una conexión vía satélite. Nos cuenta la historia de cómo un golpe de suerte le dio la posibilidad de comprar este vehículo, con solo 5.000 kilómetros y uso cuyo precio de mercado supera los 300.000 dólares, por poco más de una cuarta parte de su valor original. No podemos agradecer lo suficiente la exquisita y acogedora amabilidad de Len. Antes de despedirnos definitivamente todavía le queda tiempo para primero sacar un paño y aclarar las ventanas de nuestro coche cubiertas de escarcha y posteriormente señalarnos un pequeño ciervo y su madre que llevan unos días merodeando la zona. Arrancamos lamentando muchísimo no poder quedarnos más a hacernos mutua compañía y los dos ciervos parecen querer despedirse de nosotros recorriendo varios metros en paralelo hasta dar con un pequeño estanque en el que los dejamos atrás. Lo que ayer nos parecía un páramo en medio de la nada ahora a plena luz del día y tras la experiencia vivida nos parece un paraíso en forma de granja en el que nos quedaríamos a vivir. Configuramos el navegador GPS para que este nos dirija durante los 170 kilómetros rumbo al sur que nos separan del área de Waterton. ![]() Pam y Len quieren que los huéspedes se vayan como amigos, y lo consiguen ![]() Hasta siempre, Rendezvous Ranch... ![]() Comenzamos la ruta hacia el sur Tras acercarnos gradualmente a las montañas que marcan la frontera entre Canadá y Estados Unidos y ya que nuestra ruta nos lleva junto a él, decidimos hacer una parada antes en el Drywood Creek de Twin Butte que nos acogerá durante las dos próximas noches. Con un poco de suerte y si nuestra cabaña ya está lista podremos aligerar la carga del maletero y evitar pasearla durante lo que queda de día. Antes de llegar conducimos eternas rectas con monótonos paisajes a lado y lado solo interrumpidas por vacas, caballos, más vacas, más caballos disfrutando de los infinitos verdes prados. Llegamos a las cabañas a las 11:00 y nos recibe desde el porche de la construcción principal nuestra nueva anfitriona, que precisamente acababa de enviarnos un correo para saber nuestra hora de llegada ya que estaba a punto de salir a hacer unos recados hasta las 15:00. Nuestra cabaña, la pequeña Randy’s Roost, está lista para acogernos y junto a ella tendremos como vecinos en otra cabaña un poco más grande a una joven pareja de Edmonton que viaja con cuatro perros. Charlamos con ellos un rato mientras acariciamos a las mascotas –sobre todo a la más joven pero más grande, los “perros penalty” no son lo nuestro- y accedemos al interior de la Randy’s. ![]() La Randy's Roost de Drywood Creek Es de dimensiones muy reducidas, tal y como ya sabíamos y habíamos decidido expresamente para abaratar costes. Tenemos una estancia principal que hace de dormitorio y sala de estar con una pequeña nevera y al fondo un cuarto de baño con ducha justo después de pasar el pequeño sobrante donde descansa un microondas. No tiene ningún exceso pero nos bastará para descansar las próximas noches en, si nuestros peludos vecinos lo permiten, absoluto silencio gracias a lo apartadas que las instalaciones se encuentran de toda carretera. Entramos nuestras cosas y salimos rumbo al sur para aprovechar el fantástico día de cielos totalmente despejados y temperaturas por encima de los 15 grados que nos aguarda. La aproximación final al Parque Nacional de Waterton es de las buenas, viendo con cada vez más detalle la altura y textura de las incontables montañas frente a nosotros. Pasamos las garitas en las que usaremos por última vez nuestro pase bianual para toda la red de parques y tras algo más de 20 kilómetros desde la cabaña aparcamos frente al Prince of Wales Hotel. Waterton National Park no es uno de los parques más populares de Canadá, lejos de la alta ocupación que registran otros como Banff o Jasper gracias al reclamo de las Montañas Rocosas. Si lo miramos en un mapa, se podría considerar el hermano menor al norte del estadounidense Parque Nacional de Glacier. Tan evidente es su convivencia que ambos parque están hermanados bajo el nombre de Waterton-Glacier International Peace Park. Delimitan uno con el otro y comparten las aguas de un lago que arranca aquí bajo el nombre de Waterton Lake. A los pies del lago el pueblo de Waterton Village ejerce de campamento base para la mayoría de sus en esta época escasos visitantes. Y erigiéndose como una de las estrellas del lugar el muy vistoso por su forma y colores Prince of Wales Hotel preside la escena desde una colina junto al lago ofreciendo el perfecto primer mirador para familiarizarse con el escenario. ![]() El Prince of Wales Hotel Pero hay un enemigo con el que no contábamos. No es la temperatura, que sigue siendo agradable. No son las nubes, que de momento no han hecho acto de presencia. Es el viento, cuyo primer golpe cuando salimos del coche traslada mentalmente por unos segundos a Hverjfall –un cráter islandés en el que la fuerza del viento nos arrastraba los pies-. El fuerte vendaval, que parece ser habitual en este pasillo natural que conforman las paredes del lago, pone serias trabas para disfrutar el mirador al cien por cien. Luchamos contra él de todos modos para rodear el hotel y pasear por la superficie frente a él que ofrece las vistas -hay que reconocer que impresionante- y acto seguido accedemos al interior para ser testigos de ese aire de lujo que venden y con el que probablemente justifiquen su elevado precio por noche. El salón principal está decorado de forma simple pero atractiva y por él pasean los empleados del establecimiento, todos ataviados con ropas típicas de gales –camisa blanca, falda, calcetines altos, gorro a juego con la falda…-. Sorprendentemente los precios de la tienda de regalos están bastante contenidos. ![]() Las tremendas vistas a Waterton Lake desde el hotel... ![]() ... y el tremendo viento que las acompaña ![]() Un detalle a Waterton Town desde las alturas ![]() El interior del Prince of Wales Al volver a salir al exterior echamos una mirada al Bear’s Hump. Se trata de una colina a mano izquierda del lago desde la cual, según hemos podido saber por nuestra investigación, las vistas son insuperables gracias a la altura que gana respecto al altiplano del hotel. Desde su cima puede verse todo el área del Parque Nacional, pero presenta un inconveniente: su ascenso es bastante duro. En apenas 1,4 kilómetros debe ganar una elevación de 200 metros, cifras que se parecen alarmantemente a las de ese Big Beehive junto a Lake Louise que casi acaba con mis piernas. Para L subirlo está totalmente fuera de la ecuación y yo tengo mis dudas, pero el temor a que arriba el vendaval sea todavía peor me hace inclinarme a desestimarlo... por ahora. Son las 15:55 y tenemos que pensar en qué invertir este primero de los dos días que tenemos reservados para Waterton. Tras ver que por desgracia Cameron Lake, un lago al que planeábamos llegar y rodear, está cerrado durante todo 2016 mientras levantan la nueva zona de recreación, nos decidimos por otro hito de nuestra agenda: las Bertha Falls. Hacemos antes una parada en las calles del pueblo de Waterton junto al lago. Nos aguardan prácticamente sin salir del coche Cameron Falls, un salto de agua del que esperábamos mucho menos precisamente por estar tan cerca de las viviendas del pueblo. En cambio lo que encontramos en un conveniente y bonito apartadero con mirador es una pared donde el agua dibuja una suerte de letra hache en cursiva gracias al modo en el que las rocas se acumulan. Es un lugar agradable en el que nos acompañan en su mayoría parejas de ancianos a excepción de dos chicas que parecen estar aprendiendo a utilizar su cámara de fotos. ![]() La coqueta Cameron Falls Solo 500 metros después alcanzamos el aparcamiento de Bertha. Sale de aquí un sendero que puede ser tan largo como uno quiera: 5,2 kilómetros entre ida y vuelta ganando 175 metros de altura para llegar a las Bertha Falls o 10,4 kilómetros y una elevación total de 460 para alcanzar el Bertha Lake. Nosotros nos conformamos con lo primero y empezamos a llevarlo a cabo atravesando un muy estrecho camino de tierra tras atender a las señales que exigen precaución por encontrarnos en “Berry season”, esa época del año en el que las bayas esperan colgando de los arbustos y pueden así atraer la atención de los no necesariamente ofensivos pero poco fiables osos. Las recomendaciones son las habituales: ser especialmente prudentes y hacer ruido a lo largo del recorrido, especialmente si el viento nos da en la espalda. ![]() Comenzando el camino a Bertha Falls El sendero va ensanchándose a nuestro avance hasta que aparecen las primeras vistas a Waterton Lake desde este lateral. Podemos verlo como antesala a una gran cordillera que se levanta tras ella e intentamos adivinar cuál de las paredes que las montañas forman debe corresponderse con la meta de la excursión a Crypt Lake. Dicha excursión es una de las más exigentes de Waterton y requiere primero un traslado en barco, pero tiene como premio darse de bruces con una alta pared helada que hace las veces de frontera natural entre Canadá y Estados Unidos. Sin embargo, según nos ha explicado la dueña de Drywood Creek, hoy está totalmente cerrado el acceso por la alta afluencia de osos en la zona. ![]() El Prince of Wales, a nuestra espalda ![]() ¿Canadá o Estados Unidos? Continuamos por el camino, que al ser apto tanto para ir a pie como a caballo presenta bastantes “sorpresas” en forma de orgánicos obsequios equinos. En otras palabras, que debemos ir esquivando no solo los charcos si no también abundantes cagadas de caballo. Por lo menos, prácticamente desde que hemos bajado hasta Waterton Town el fuerte viento que nos ha dado la bienvenida ha desaparecido y podemos avanzar sin tener que combatir golpes que nos lleven a lado y lado. Llegamos a la meta poco después de empezar a escuchar el sonido del agua... y el camino ha merecido la pena. Precedida por un puente que sin embargo es peor mirador que la pequeña cuesta de rocas que queda a su derecha Bertha Falls es grande, alta, lleva mucha agua y dibuja bonitas formas gracias a los escalones que forman las rocas tras ella. Pasamos aquí un merecido rato de descanso, equipándonos gradualmente de capas de ropa que hemos ido quitando durante el camino como consecuencia del fuerte sol y la falta de viento. ![]() Las recomendables Bertha Falls ![]() Buen caudal, buena altura, bonito dibujo... ![]() ... y algunos bichos Completamos el camino de vuelta, como suele ocurrir en los descensos, en mucho menos tiempo que el de ida. Enseguida estamos de nuevo en el coche y conduciendo hasta el Prince of Wales para un segundo intento de disfrutar las vistas panorámicas sin la molestia del viento, pero este no cede. Sigue dando con tanta fuerza que L decide quedarse en el coche mientras yo hago vanos esfuerzos de sacar fotos panorámicas. Gente que llega en compañía de sus perros termina cargando con ellos en brazos por miedo a que se vayan colina abajo. Vuelvo a mirar con una mezcla de testarudez y tristeza al Bear’s Hump... pero no, subirlo hoy es una locura. ![]() Otra vez frente al Prince of Wales ![]() El Bear's Hump, observando a mano izquierda ![]() Un último vistazo a la izquierda del hotel Antes de abandonar Waterton por hoy hacemos un último paseo cuesta abajo hacia Waterton Village para localizar un buen mirador hacia el hotel desde esta altura y distancia. Lo encontramos junto al embarcadero del que parten las excursiones marítimas y nos esperan allí dos nuevas sillas rojas a modo de “mirador relajante”. El viento sigue creando un fuerte oleaje en el lago, que alcanza hasta donde se alcanza la vista en dirección a Estados Unidos. ![]() Los locales de Waterton, echando la tarde ![]() Más sillas rojas frente al Prince of Wales ![]() Otro punto de vista para disfrutar de Waterton Lake ![]() Desde abajo el lago parece tan grande como desde arriba ![]() Que no, que hoy no subo Damos por finalizada la visita de hoy, esperando mañana poder disfrutar de la zona norte del parque y, solo quizás, alguna de las asequibles excursiones que nacen de Cameron Lake y que debido a su cierre solo pueden iniciarse tras un traslado en el autobús lanzadera gratuito que ha habilitado la dirección del parque. Decidimos, antes de volver a casa, deshacer otros 20 kilómetros más hacia el norte para saldar un par de cuentas pendientes en un Walmart que hemos pasado de largo unas horas antes. Paramos primero en un edificio a pocos metros de Drywood Creek que aloja una tienda de regalos, un colmado y, lo que más nos interesa, un restaurante mejicano. Tras echar un vistazo a la carta y sus precios decidimos disfrutarlo y esta noche y reservamos ya una mesa por recomendación expresa de la camarera que nos atiende. Alcanzamos el citado Walmart del extraño pueblo de Pincher Creek en el que el ambiente parece enrarecido, más propio de un barrio marginal de una gran ciudad. El interior del hipermercado nos convence relativamente, a sabiendas ya desde fuera de que sus dimensiones no son tan exageradamente grandes como las de otros locales de la franquicia. Nos llevamos unas galletas, unos caramelos y un par de guantes impermeables y de mucho abrigo en previsión contra las temperaturas extremas que se anuncian para nuestras futuras fechas en Glacier National Park. Al salir y antes de emprender el camino a casa repostamos en una gasolinera de la cadena de supermercados Co-Op 30 dólares más de gasolina a razón de 96,4 centávos por litro. A las 19:00 estamos de nuevo en nuestra coqueta cabaña Randy’s Roost, con una hora por delante para descansar antes de lanzarnos a por la cena. Llega el momento y nos dirigimos al Twin Butte General Store en lo que iba a ser el broche perfecto para el día. Hemos accedido a cenar en el restaurante mejicano de la zona por tres motivos. El primero, que los precios de la carta eran más que aceptables, teniendo en cuenta antecedentes sobre lo caro que había resultado comer incluso comidas calientes de un supermercado. El segundo, que a L le apetecía y como en toda pareja mixta, lo que ella quiere es ley. Y el tercero, que desde que se inició el viaje llevo arrastrando un fuerte antojo de un burrito, recordando una bestia que no dejaba pasar la luz del sol en Boston hace ya tres años. Pues bien, aquí estamos, y obviamente yo voy a pedir el burrito. L se decide por un wrap de pollo con patatas rústicas. Pero claro, si vienes a un restaurante mejicano con al parecer muy buena fama no puedes marcharte sin probar los nachos. Y claro, si media ración cuesta 15 dólares y la ración completa solo sube a 17, parece absurdo conformarse con medias tintas. Y evidentemente, esto es Norteamérica y una ración completa de nachos podría alimentar durante varias noches a toda una familia europea. Y así acabamos con un tremendo y exquisito festín que termina con casi dos tercios de la ración de nachos y medio plato de L en cajas para llevar, prometiéndonos que no dejaremos que la comida se malogre. Yo, por cabezón y por antojo, me termino con apuros al más estilo “Crónicas Carnívoras” el denso burrito con “black beans and spanish rice”, una pequeña bomba de las que hacen bola en el estómago y prometen requerir mucha agua durante la noche. Las dos cervezas tradicionales con las que lo acompaño ayudan a superar el trago. ![]() Muerte... ![]() ... a la mejicana El local por otro lado nos parece auténtico, siendo esto lo mejor que podemos decir cuando llegamos a un sitio durante el viaje y notamos que no está descaradamente enfocado a los turistas. Alguna opinión en TripAdvisor mencionaba como algo negativo que era un “lugar frecuentado por rednecks” a lo que nosotros respondemos... ¿y eso es malo? Por lo que hemos podido observar esta parte del sur de Canadá tiene una población bastante alta que se ajusta a ese estereotipo –a la que juraría que no les gusta esa denominación- así que encontrarse un local lleno de ellos significa que estás viviendo la verdadera experiencia de residir en la zona. ¿Cuándo ha sido eso peor que ir a un lugar artificial que crea una atmósfera con poco o nada que ver respecto a la zona en la que se encuentra? El tremendo banquete que nos hemos dado, incluyendo el refresco de L y mis cervezas –que no eran baratas- ascienden la cuenta a 50 dólares, que se quedan en 58 tras añadir la propina de rigor del 15%. Estamos hablando de unos 40 euros al cambio por una cena copiosa que ha dejado sobras para una y probablemente dos comidas más. Sí, definitivamente estaba muy bien de precio. Regresamos a nuestra cabaña a las 21:30, sin rastro de nuestros vecinos ni su coche aunque vemos una tenue luz encendida en el interior de su hogar, quizás dejada así a propósito para poder orientarse cuando regresen durante la oscura noche. Solo nos queda acomodarnos, hacer un poco de zapping en el pequeño televisor casi a la altura del techo y esperar a que la digestión haga su efecto y nos obligue a cerrar los ojos. Mañana nos espera otro despejado y cálido día, pero desgraciadamente acompañado de un viento incluso mucho más violento que el de hoy. Así que confiamos en que el norte de Waterton esté mejor protegido del vendaval y nos permita disfrutar de la segunda tanda de un parque discreto pero encantador. Etapas 19 a 21, total 29
10 de septiembre de 2016
![]() Mapa de la etapa 17 Tenemos un despertar dulce en la cabaña de Twin Butte tras más de ocho horas recuperando fuerzas. Los excesos del restaurante mejicano solo han requerido echar mano a las botellas de agua de vez en cuando y el absoluto silencio no se ha visto interrumpido siquiera por la llegada de nuestros vecinos de Edmonton, cuyo coche está aparcado frente al nuestro pero no tenemos idea de a qué hora ni cuánto ruido provocaron al regresar. Son las 7:30 y, sorprendentemente sabiendo que el hábito en Norteamérica es cenar muy pronto, el desayuno de Drywood Creek no se sirve hasta las 8:30. Así que pasamos una hora esperando en la cómoda cama de la Randy’s Roost resguardados del a buen seguro fresco del exterior del que nos protege la calefacción de la cabaña. Con las persianas bajadas la única luz natural es la que entra por la pequeña vidriera de la puerta, dando la sensación de estar más en una capilla que en una cabaña. ![]() Como despertar en una capilla ![]() El edificio principal de Drywood Creek ![]() Un detalle de nuestro hogar Puntuales como un reloj, a las 8:30 entramos en casa de Dallas, nuestra anfitriona. Ya esperan allí sentados Shawn y Jane, nuestros vecinos de Edmonton con los que ya tuvimos una primera toma de contacto a nuestra llegada el día anterior. Empieza aquí un desayuno que se alarga durante una hora gracias a la estupenda conversación en la que participamos todos, siendo la mejor práctica posible para perfeccionar nuestro inglés. Hablamos de todo: diferencias culturales, situación política en uno y otro país, anécdotas del idioma, etc. Aprendemos, por ejemplo, que pese a ser cooficial en todo Canadá el idioma francés solo se enseña en las escuelas de la zona francófona, en el este del país. El desayuno, por su parte, es excelente: al zumo y café le añadimos un plato de fruta fresca y, como manjar estrella, una suerte de tortilla con queso, jamón, pimientos y más cosas envuelta en pan tostado. Incluso sin demasiada hambre por el atracón de la noche anterior nos sabe a gloria. Son las 9:30 cuando regresamos a la cabaña tras despedirnos de nuestros vecinos y sus mascotas con la única misión de coger nuestras cosas y echar a andar. Antes de seguir el curso, nos paramos tras cuatro kilómetros junto a la General Store y restaurante mejicano, que va a estar cerrado todo el fin de semana debido a una competición anual de golf para los locales. Sin embargo su conexión a Internet sigue activa, así que aparcados junto al edificio podemos conectar nuestros móviles para ponernos al día con la familia. La mala noticia nos la trae la predicción del tiempo: no solo nos confirma que el temporal de viento de hoy en Waterton será todavía más violento que el de la jornada anterior, si no que añade la previsión de un temporal todavía más virulento en Glacier National Park para las tres etapas próximas que pasaremos allí. Lo que hasta ayer se vaticinaba como un día de aguanieve y dos soleados se ha convertido ahora en uno de aguanieve, otro de nieve y solo un último día soleado. Mejor no sacar conclusiones todavía, pero parece muy probable que debamos replantear nuestra agenda para el último National Park del viaje. ![]() Ayer comimos nachos, hoy comemos wifi Poco después de las 10:00 nos ponemos otra vez en marcha para, ahora sí, comenzar a visitar más bondades de Waterton Lakes National Park bajo los 16 grados que marca ya el termómetro a estas horas. Empezaremos con la esperanza de que el viento no sea tan violento en su mitad norte, más alejada de los lagos. Nos espera allí un recorrido que combina un cañón rojizo y unas nuevas cataratas, previo paso nuevamente por las taquillas de entrada al Waterton Lakes National Park donde en esta ocasión nos ahorramos la cola pasando por el carril donde un lector de código de barras levanta la barrera tras escanear con él nuestro pase anual. ![]() Aviso de zona frecuentada por osos de camino a Red Rock Canyon ![]() Parada improvisada para admirar los paisajes de Waterton Alcanzamos el aparcamiento P1 de Red Rock Canyon, el más cercano al inicio del recorrido que rodea este cañón que se caracteriza por el color rojizo de las rocas que el río va moldeando. Ya hay varios coches, aunque pocos para tratarse de un sábado a las 11:00. El puente superior que cruza el cañón está cerrado así que la corta cuesta que ascendemos a mano derecha es en vano porque debemos deshacerla. Descendemos toda la longitud del cañón a su izquierda, cruzándonos con un poblado grupo de turistas asiáticos por los cuales decidimos pasar de largo los miradores del cañón y seguir nuestro camino para visitarlo a la vuelta. ![]() La invasión de Red Rock Canyon Entonces empezamos a encontrar algunos problemas. Continuando este sendero, debería iniciarse la ruta que tras un escaso kilómetro lleva a unas cataratas, las Blakiston Falls. Sin embargo encontramos el puente de acceso cerrado hasta previo aviso debido a obras en la zona. Regresamos por el lado opuesto del cañón y en el punto de inicio de otras excursiones mucho más largas y exigentes vemos que hay gente regresando sin aspecto de haber hecho demasiado esfuerzo. Preguntamos a uno de ellos si podemos alcanzar las susodichas cascadas y nos responde afirmativamente. Echamos a andar y el camino es vistoso, rodeado de vegetación en unos tramos y con miradores que se abren a nuestra izquierda hacia las atractivas montañas del Blakiston Valley. La pendiente es nula por momentos pero cambia intermitente dando paso a pequeñas pendientes o descensos. Llevamos ya 20 minutos caminando a paso ligero cuando intuimos que algo no va bien. A estas alturas deberíamos estar ya en las cataratas o, por lo menos, intuirlas. Y entonces, con ayuda de unos mapas descargados en el móvil, caemos en la cuenta. Por supuesto que por aquí podemos alcanzar las cataratas, pero no antes de recorrer los más de 20 kilómetros necesarios para rodear todo el valle. Por mucho que el paseo sea agradable, no estamos tan ansiosos por ver esa cascada así que damos media vuelta. ![]() Los caminos embarrados de Blakiston Valley ![]() Una panorámica de postal antes de dar media vuelta Regresamos al Red Rock Canyon, donde ya no hay rastro del grupo numeroso y podemos acercarnos hasta la orilla del cañón con mucha más tranquilidad. De todos modos se nota que es fin de semana por la presencia de muchos más niños que en otros días y la proporción de gente con aspecto de “salida al campo” más que excursionista. Saltamos la valla como todos los presentes y llegamos a centímetros del agua, siempre prudentes siguiendo las recomendaciones de las señales. Como la gente con la que coincidimos apenas pasa más de 10 minutos junto al cañón, tenemos intermitentes momentos en los que disfrutar del fluir del agua en relativa soledad. Ponemos fin a nuestra visita de la zona y deshacemos varios kilómetros para llegar a Crandell Lake, dirigiéndonos a su acceso por el norte e ignorando al GPS que nos intenta llevar por el sur en una vía ahora cerrada por las obras en Cameron Lake. La sensación es que Waterton está un poco desatendida, ya que los periodos de tiempo en los que se cierran las zonas se antojan exagerados para la naturaleza de la obra que está teniendo lugar y algunos avisos de caminos y accesos cerrados podrían estar mejor indicados a lo largo del parque. ![]() Red Rock Canyon, ahora más transitable ![]() Bajando hasta las aguas del cañón ![]() Aprovechando los puntuales momentos de soledad Aprovechando que son las 13:00 hacemos una pausa para comer en la perfecta plaza de aparcamiento que encontramos libre prácticamente junto al inicio de la excursión. Es hora de amortizar esa monstruosa bandeja de nachos que nos sobró de nuestra última cena, de la cual solo hemos traído parte dentro de un tupper. Completamos el banquete con las sobras del rollo de pollo con patatas del plato de L y un tubo a estrenar de Pringles “perrito caliente” que, como siempre, clavan el sabor que anuncian. Un plátano, mochila a la espalda y a por el lago. Solo dos kilómetros separan nuestro coche de Crandell Lake, distancia que gana 150 metros de altura gracias a una pendiente en su mayoría suave con solo algún tramo más pronunciado. Cuando alcanzamos el lago a mano izquierda encontramos bastante gente repartida entre la orilla y un pequeño refugio para ese molesto viento que aquí vuelve a aparecer. Un buen puñado de caballos esperan a que vuelvan a requerir sus servicios atados a un poste, y encontramos nuestro sitio en un largo tronco echado sobre el suelo a mano izquierda del lago. Tal y como esperábamos el viento hace imposible que el agua quede estática para provocar ese efecto espejo tan buscado, pero aun así el sitio es agradable y relajante cuando los momentos de brisa suave lo permiten. Iniciamos el camino de vuelta en el que adelantamos a una pareja anciana con la que hemos ido alternando la excursión hasta ver cómo el bueno de su perro se daba un baño en el lago primero y se rebozaba en la orilla después. No son todavía las 15:00 cuando ya hemos regresado al Chevrolet y decidimos hacer un alto en la agenda de naturaleza del día. Volvemos a Waterton para hacer un poco de turismo de tiendas. ![]() El camino a Crandell Lake ![]() Crandell Lake ![]() Nuestros vecinos de Crandell Lake iniciando el regreso Hacemos una parada en Waffleton siguiendo el olor de los gofres. L se lleva uno de plátano y nata y yo prefiero consumir mi segundo "frozen yogurt" del viaje, esta vez con sabor a yogur griego. Frente al local vemos una pequeña multitud alrededor de una casa, y el motivo es que los mismos pequeños ciervos que ayer vimos esparcidos por campos de fútbol del pueblo hoy están reunidos en un jardín particular, refugiándose a la sombra de la casa de un sol que ya ha subido el mercurio hasta los 20 grados. No se inmutan ni lo más mínimo ante el ir y venir de gente. ![]() Hoy los residentes de Waterton prefieren la sombra ![]() Impasibles ante los turistas Son las 16:00 y ha llegado el momento de hacer otra de las mías. L me suelta en el aparcamiento del Visitor Center del parque, al otro lado del desvío que lleva al Prince of Wales Hotel, y se marcha de nuevo al pueblo donde tomará un café aprovechando la conexión gratuita a Internet de un local. Mientras tanto en mi cabeza solo cabe una cosa: Bear’s Hump. Ese es el nombre que recibe la colina que gana 200 metros de altura sobre la superficie en la que se encuentran tanto hotel como centro de visitantes, ofreciendo así las posiblemente mejores vistas a toda la extensión del Parque Nacional. El precio a pagar es una notable pendiente en la que por cada siete metros avanzados hacia adelante se sube uno hacia arriba, ya que el camino desde el pie hasta la cima es de solo 1,4km. L tiene claro que esa elevación supera su umbral de tolerancia y yo ayer me achiqué debido al fuerte viento, pero tras haber disfrutado de partes parciales de Waterton Lakes por separado no puedo abandonarlo sin ser testigo de esa vista que lo incluye todo. Así que dibujamos un plan con el que L podrá relajarse mientras yo me quedo sin aire, y no será hasta que yo le avise mediante una llamada perdida cuando volverá a la base de la excursión para recogerme. Dejo en el maletero todo lo que no es indispensable para subir -por ejemplo, un trípode que no me imagino utilizando ante tal viento- e inicio el ascenso. ![]() La subida al Bear's Hump El saber a lo que me enfrentaba y la técnica de aligerar peso consiguen que no sea tan duro como ese ascenso al Big Beehive que casi puede conmigo hace ya unos días, pero eso no quita que no haya un esfuerzo de por medio. Evitando paradas –ya haré fotos arriba- y manteniendo un ritmo no exagerado pero constante consigo alcanzar la meta en 20 minutos. Y, por supuesto, ahí está la madre de todos los vendavales para recibirme. ![]() Las vistas del Bear's Hump no decepcionan ![]() Upper Waterton Lake en todo su esplendor Es el único aspecto negativo de la experiencia pero no uno cualquiera. Los súbitos golpes de viento me impiden mantener la vertical sobre las rocas que ofrecen la mayor vista panorámica de Waterton Lakes, con el horizonte mucho más allá del Prince of Wales Hotel y perdiéndose en dirección al Glacier National Park. Es, y no exagero, una de las mejores vistas panorámicas de todo el viaje. A la derecha del lago puedo distinguir perfectamente las pocas casas de Waterton Village entre las cuales esa chica de pelo castaño oscuro debe estar navegando a costa del wifi de una cafetería como si no hubiera un mañana. Consigo que un grupo de cierta edad aquí presente me haga una foto como prueba y tras 20 minutos en la cima empiezo a bajar. ![]() El Prince of Wales desde las alturas ![]() Luchando por retratarse pese al viento ![]() Un último vistazo a las preciosa postal desde la joroba del oso Alcanzar la base no me hubiera llevado más de 10 o 12 minutos pero en el camino adelanto a ese mismo grupo con el que había coincidido en la cima y charlamos durante algo más de cinco. Resulta ser un grupo de amigos de los cuales varios proceden de Utah y otros viven en el propio Waterton. Tenemos una agradable conversación y, cuando ya me despido para seguir bajando a mi ritmo, uno se despide diciendo “You speak a perfect English” –Hablas un perfecto inglés-. En ese momento se me hincha el pecho de orgullo y me prometo enviar en algún momento un correo a mis profesoras de la Escuela Oficial de Idiomas para agredecerles los servicios prestados. Son las 17:00 cuando llego de nuevo a la casilla de salida y tal y como hemos acordado hago una llamada perdida a L para que recorra los escasos cinco minutos en coche que le separan de mi posición. Intento hacer tiempo entrando al Visitor Center pero acaba de cerrar. Reviso fotos, tomo notas, y el Chevrolet no aparece. Hago una segunda llamada. Nada. Envío un SMS a sabiendas de que me va a costar 1,20€ por las tarifas en el extranjero de Pepephone. L aparece a las 17:35, 30 minutos más tarde de lo esperado. Resulta que las llamadas jamás sonaron en su extremo aunque yo obtenía tono desde mi lado, y hasta que no ha visto el SMS no ha sabido que estaba listo para la recogida. Bueno, peores cosas podrían haber pasado. ![]() Como me aburría esperando, hice fotos patrióticas Aprovechando la cercanía nos volvemos a acercar al amplio mirador frente al Prince of Wales Hotel con la esperanza de que el viento sea benevolente y L pueda disfrutar también de esas impresionantes vistas. Tenemos una tregua... a ratos, ya que algún fuerte empujón seguimos recibiendo. Y no importa acabar de descender del Bear’s Hump: la vista desde aquí sigue siendo espectacular como la primera vez. No terminamos nunca de asombrarnos ante lo inmenso y bonito de este conjunto de lagos. ![]() Por última vez, las vistas desde el Prince of Wales ![]() Alaska, donde siempre hace calor y sale el sol ![]() Regresamos al pueblo de Waterton en el que tras hacer una parada para comprar cerveza en la tienda de bebidas alcohólicas nos espera a la salida un cachorro de pastor alemán hembra de tan solo cinco meses que agota nuestras reservas de babas. Es nuestra raza favorita de perro, esa que queremos tener con nosotros el día que consigamos vivir en un lugar adecuado para ello, y el primer perro de este tipo que vemos tras casi tres semanas de viaje. La dueña parece encantada con la atención que le prestamos a su nueva mejor amiga. Antes de abandonar Waterton Village aparcamos frente a la misma cafetería donde L estaba esperando mi llamada, que aunque haya cerrado a las 17:30 deja activa su conexión a Internet por lo que podemos aprovecharla desde el asiento del vehículo. La previsión de Glacier National Park se pone más y más interesante cada vez que la consultamos: ahora la alerta hasta el lunes a mediodía es de “tiempo invernal”, lo cual en un parque que se hace llamar “De los Glaciares” promete emociones fuertes a partir de mañana. Son las 19:30 cuando, casi 10 horas después de salir de allí, ponemos rumbo a Drywood Creek para nuestra segunda noche aquí. Pero, ¿sabéis qué ocurre? Que son las 19:30, hora en la que el cielo se empieza a teñir de naranja para empezar el espectáculo del atardecer. Y es precisamente en las primeras y últimas horas de sol cuando los animales salvajes se acercan a las carreteras en busca de hierba fresca para la cena. Sabiendo esto, decidimos correr el riesgo de perder unos minutos recorriendo el desvío que va hasta Red Rock Canyon, precisamente esa carretera en la que esta mañana hemos visto una zona delimitada como de “alta probabilidad de cruce de osos”. Comenzamos a conducir por ella a escasa velocidad, aprovechando que nadie nos sigue detrás y así poder hacer barridos a lado y lado de la carretera a la búsqueda de algo que se mueva. Pasan los minutos y parece que no tendremos suerte. Y justo cuando tras unos tres o cuatro kilómetros estoy esperando al próximo apartadero para dar media vuelta vemos a lo lejos un coche detenido prácticamente en medio de la carretera. En ese momento vemos lo que parece un coyote pastando entre dos pequeñas colinas, pero no tenemos tiempo de fotografiarlo antes de que desaparezca por el cambio de altitud. Nos acercamos al coche parado, que ya tiene varios vecinos igualmente detenidos tras él y... ¡premio! Ahí los tenemos, una “Black bear” hembra y sus retoños cenándose la hierba del arcén que queda a nuestra izquierda. ![]() ¡Premio! (I) ![]() ¡Premio! (II) ![]() ¡Premio! (III) ![]() ¡Premio! (y IV) Ni qué decir tiene que entre todos provocamos un caos circulatorio, pero uno que no parece importar a ninguno de los presentes. Nadie parece tener ninguna prisa por dejar de fotografiar a los osos, a escasos tres metros de distancia, desde la seguridad de las ventanillas solo bajadas lo mínimo para asomar la cámara. Nosotros ya venimos con la réflex preparada con una configuración lo más óptima posible y el mayor objetivo del que dispongo –un 80-200mm de prestado, gracias Andrés- así que conseguimos unas imágenes bastante decentes tanto de una madre que a L le parece más pequeña de lo esperado como de unos pequeños osos de color de pelo más claro que el de su madre. Son adorables, aunque como ya sabemos por las múltiples advertencias no hay que dejarse llevar por la ternura de su apariencia ya que pueden ser peligrosos e incluso letales si se sienten amenazados. No parece el caso viendo que prácticamente ni se inmutan ante los ya cinco o seis coches detenidos junto a ellos, y ni siquiera huyen cuando el más torpe de los conductores –no, no era yo- comete algún error con el freno de mano que provoca un ruido de los que apuntan a visita al mecánico. Tras un buen rato concentrados en la presa y con un buen puñado de fotos bajo el brazo damos media vuelta y regresamos a la carretera que sale de Waterton, no sin antes circular unos kilómetros más a velocidad reducida por si la suerte sonríe dos veces. No lo haría. Son las 20:30 cuando volvemos a Drywood Creek tras un paseo de 20 kilómetros en el que nos han acompañado los últimos y espectaculares colores del atardecer. Nuestra cabina vecina ya no presenta rastro de Shawn y Jane y, aunque no haya ningún otro vehículo aparcado además del nuestro, el cartel de “No Vacancy” indicando que ambas cabañas están ocupadas para esta noche sigue luciendo colgado del edificio principal. Solo queda invertir nuestras últimas fuerzas del día en ducharnos, hacer inventario de fotografías y notas y relajarnos con una cerveza bien fría y alguna de las comidas que podemos preparar con agua hirviendo o microondas, ya que son los únicos medios de los que disponemos en ausencia de una cocina. Nos despedimos de día viendo Saturday Night Live desde la cama, en esta noche de septiembre presentado por Ryan Gosling. Dicen que una jornada es tan buena como el sabor que deja y siguiendo esa máxima el día de hoy, que no se presentaba precisamente como una montaña rusa de emociones, ha resultado ser de los destacables. El quitarme la espina por mi parte de subir al Bear’s Hump y la guinda de haber visto varios de esos preciosos osos casi al alcance –ni se os ocurra- de nuestra mano han dejado el listón muy alto. Y mañana nos aguarda un nuevo cambio de escenario. Abandonaremos Canadá tras dos semanas conociendo por primera vez el país de los castores y regresaremos a Estados Unidos a través de un Glacier National Park que parece tener reservado para nosotros emociones muy fuertes. Esperemos que sean todas buenas. Etapas 19 a 21, total 29
11 de septiembre de 2016
![]() Mapa de la etapa 18 Empezamos a recobrar la conciencia a las 7:00 acompañados por el sonido de la lluvia golpeando el exterior de nuestra pequeña cabaña en Twin Butte. Con la perspectiva de un nuevo desayuno a las 8:30 y la casi total seguridad de que hoy no vamos a poder visitar prácticamente nada debido al fuerte temporal sobre Glacier, no tenemos ninguna prisa por levantarnos, ni siquiera para empezar a preparar nuestro equipaje. A través de las ventanas, además de las esperadas gotas de agua pegadas al cristal, vemos un coche desconocido que debe pertenecer a nuestros vecinos, aunque no hemos oído su llegada durante la noche. Nos desperezamos y revisamos fotografías y videos –con especial atencion a las de los osos de hace unas horas- mientras el interior de la cabaña se va iluminando poco a poco con luz natural. Para el desayuno de hoy Dallas nos tiene preparadas unas espectaculares “french toasts”, algo que podríamos definir como la versión internacional de las torrijas españolas. Con sirope de arce y, para el que lo tolere, un poco de bacon o mantequilla por encima, son un primer bocado del día exquisito. Nuestros nuevos vecinos y compañeros de mesa son un agradable matrimonio de Austin, Texas. Con motivo del fallecimiento de la madre de él, original de Montana, han aprovechado el desplazamiento para pasar una semana lejos de los niños visitando la zona. Se gana la vida como policía estatal, y cada cierto tiempo debe pasar nueve días al otro lado de la frontera con Mexico. Casi nada. Pasamos un agradable rato compartiendo anécdotas y planes de viaje hasta que nos despedimos y tramitamos el pago de 199,5 dólares por las dos noches que hemos permanecido en Drywood Creek, utilizando otra vez un lector de tarjetas de crédito acoplado al teléfono móvil de nuestra anfitriona. Solo queda hacer un poco de tiempo en el interior de la Randy’s Roost antes de despedirnos de ella, esperando desde la ventana a que un pequeño parón en el aguacero que no deja de caer nos permita llevar el equipaje hasta el coche sin quedar empapados. Pero lejos de amainar, cada vez aumenta más la cantidad de copos de nieve que aterrizan en el césped por segundo. Así que no queda más remedio que hacer acopio de capas impermeables y optimizar los viajes necesarios para llevar nuestras maletas, mochilas, bolsas isotérmicas y bolsas de la compra hasta el maletero del Chevrolet Cruze. Lo hacemos –bueno, lo hago yo mientras L se queda en el coche abriéndome el maletero- en cuatro viajes y nos ponemos en marcha para solo cuatro kilómetros después volver a detenernos en el excepcionalmente cerrado General Store de Twin Butte para aprovechar su conexión a Internet. ![]() Viendo el temporal desde la Randy's Roost ![]() La cosa no pinta bien... ![]() Nieve cayendo sobre Drywood Creek ![]() La distancia hasta el maletero se hace más y más larga Mientras ponemos al día a familia y redes sociales el tiempo parece violentarse todavía más. No nieva pero la lluvia es fuerte, de la que aconseja conducir con mucha precaución. Así lo hacemos, pasando de largo el desvío a Waterton Lakes y tomando la ruta que nos llevará, unos 40 kilómetros después, hasta el paso fronterizo de Chief Mountain. Afortunadamente parece que estamos adelantando a esa tormenta canadiense que promete hacer estragos en las próximas horas, ya que según las negras nubes van quedando en nuestros retrovisores la conducción se torna mucho más agradable. Eso sí, el encantador paisaje alpino que caracteriza esa unión del “Waterton-Glacier International Peace Park” queda oculto tras las espesas nubes. Alcanzamos el control por el que abandonar Canadá tras haberla descubierto y explorado durante dos semanas. Tras un mero trámite de pocos segundos con una robusta agente fronteriza nos encontramos ya de vuelta en los Estados Unidos de América, nada más y nada menos que en las primeras horas de un nuevo 11-S. Circulamos a 3.000 metros de altura, nada mal para un reencuentro con el país de las barras y estrellas. Y durante nuestros primeros kilómetros avanzando hacia el sur nos topamos con varios rebaños de vacas campando libremente por la carretera. ![]() Vacas de Montana ![]() Estábamos deseando volver a ver los paisajes estadounidenses.... A un mucho mejor ritmo gracias a una simple lluvia mucho menos peligrosa que el diluvio con el que arrancamos, alcanzamos las casas dispersas que forman el pueblo de Babb y tras pasarlo de largo alcanzamos el complejo de Glacier Trailhead Cabins. Encontramos la oficina cerrada y unas indicaciones algo vagas sobre cómo encontrar a la gerencia, pero tras un par de vueltas conseguimos dar con ella. La mujer encargada del complejo lamenta que nuestra habitación todavía no esté lista, ya que con un temporal como el de hoy aumentan las salidas tardías. Abonamos la mitad restante de la reserva y recibimos la llave de la cabaña de todos modos por si queremos dejar nuestro equipaje, pero decidimos no ir a echarle un vistazo hasta que esté lista. Sin gran cosa que hacer debido al temporal, vamos hasta el cercano pueblo de St. Mary donde se encuentra una de las dos entradas más cercanas al Parque Nacional. Alcanzamos, tras pagar los 30 dólares del pase para siete días –nada de pases anuales esta vez-, el centro de visitantes de este acceso al complejo. Junto al comprobante de nuestro pago nos entregan ya mapas y el “periódico del parque”, un buen compendio de información muy útil durante la visita y algo que hemos echado en falta en los accesos a parques canadienses. Y es que desde el minuto cero la diferencia con los Parques Nacionales de Canadá es abismal. El mimo por el detalle, la inversión del gobierno estadounidense y el orgullo por su red de “National Parks” es algo que jamás hemos visto en ningún otro lugar. Nos recibe un agradable salón con todo tipo de detalles como una gran pantalla con la previsión meteorológica, una maqueta detallada de toda la superficie del parque, un pequeño museo sobre la historia y fauna del lugar y, lo más sorprendente, un auditorio con capacidad para más de 200 personas donde cada 30 minutos se exhibe una película introductoria con las bondades del Parque Nacional de los Glaciares. ![]() El auditorio del Visitor Center de St. Mary ![]() Una maqueta del Waterton-Glacier Peace Park Aprovechamos la conexión a Internet –suficiente, pero no para tirar cohetes- para tranquilizar a la familia respecto al trance en carretera que hemos debido pasar. Cumplido el trámite, hacemos saber nuestros planes y preferencias a uno de los siempre voluntariosos Rangers antes de pedirle consejo acerca de cómo distribuir las horas que la meteorología nos permita disfrutar del parque. Por último buscamos lavanderías de autoservicio cercanas para de ese modo aprovechar las circunstancias de hoy y liberarnos de tareas y recados, intentando así que las dos próximas jornadas estén íntegramente destinadas a aprovechar el escenario. La previsiblemente encantadora Ranger que nos atiende en el mostrador confirma lo que creíamos que era nuestra mejor opción: reservar para un posible soleado martes aquello que más nos interese ver en su máximo esplendor –Hidden Lake Overlook-, confiar en que cuando mañana a mediodía pase lo peor del temporal podamos atender nuestra segunda opción más prioritaria –Grinnell Glacier o Iceberg Lake, con ella compartiendo nuestra opinión de que, si bien merece la pena recorrer los dos, en caso de elegir se quedaría con el primero-, y que para esta tarde, si no queremos dejar el día en blanco, nos acerquemos a las St. Mary Falls tras un paseo moderadamente corto bajo una lluvia que no va a desaparecer en las próximas horas. Seguiremos su consejo pero antes de eso hay que comer, que ya han pasado las 13:00. Tras un par de intentos fallidos parando junto a cafeterías que resultan estar cerradas probamos suerte en el “Johnston Café”. Se encuentra puerta con puerta con el Red Eagle, un hotel con precios similares a nuestra cabaña que en su día descartamos por las horribles críticas que ha recibido en Tripadvisor. Entramos en el local, que en realidad es más un restaurante familiar que una cafetería, y nos espera un interior rústico sin nada que parezca forzado o artificial pensando en los turistas. Están de servicio dos camareras, una que nos insta a tomar asiento y otra que nos toma el pedido. Ignoramos el especial de los domingos -un plato de pollo frito con sopa y salsas varias por 18 dólares- y nos decidimos por una hamburguesa con queso para L y una “Johnston Melt” para mí, siendo igualmente una hamburguesa pero acompañada de jamón, queso y lo que aquí conocen como “banana peppers”, que un tipo de pimiento bastante potente. L lo acompaña con la “sopa de cosas” incluida en el precio pero yo lo sustituyo por patatas fritas a cambio de un dólar y medio más. ![]() La carta del Johnston Cafe Acertamos con el pedido. Las hamburguesas están ricas –me arde la boca-, las patatas tienen buen sabor y la enigmática sopa efectivamente lleva de todo, incluida carne de ternera que le da aspecto de estofado. No queda más remedio que acompañarlo de refrescos y agua ya que no se sirve alcohol en local. Acabamos satisfechos y pagando, incluyendo la propina, 31 dólares que ojo, ahora ya son americanos y al cambio no resultan tan favorables como los canadienses. Volvemos al sistema en el que te hacen dos cargos en la tarjeta: uno por la cantidad original que jamás se llega a confirmar y el definitivo incluyendo la propina que dejas indicada en el ticket que te entregan al pagar. Firmamos en el libro de visitas con un “Ready for another hike!” –¡Listos para otra excursión!-, y no estamos mintiendo. ![]() El Johnston Melt Ahora sí, vamos a intentar sacarle algo de partido a esta descafeinada bienvenida a Glacier National Park con una excursión corta y accesible. Tras unas 10 millas al volante –con lo bonito que era pensar en kilómetros...- damos con el aparcamiento desde el que arranca el sendero que lleva a las St. Mary’s Falls, un trazado que atraviesa mayoritariamente cuesta abajo un bosque que el año pasado se quemó tras un incidente en un área de picnic. Sin embargo y tal y como sabríamos más adelante, al parecer el incidente tuvo consecuencias positivas para el ecosistema ya que de todos modos la naturaleza del bosque estaba muerta. Entre los árboles calcinados, la escasa visibilidad debido al temporal de lluvia y niebla y el aguanieve que a ratos aprieta con fuerza, es una de las excursiones más esperpénticas de nuestro viaje. Tapados hasta las cejas con supuesta ropa impermeable –algunas piezas más que otras- y tras alrededor de media hora esquivando charcos y piedras resbaladizas alcanzamos el puente y el mirador natural frente a las cataratas. Y no están nada mal, pero las circunstancias tampoco nos invitan a disfrutar de esta meta más que unos diez minutos. ![]() El lúgubre camino hasta St. Mary Falls ![]() Un paseo deprimente solo superado por Sunshine Meadows ![]() St. Mary Falls, nuestra única visita del día Desde este puente y añadiendo otro kilómetro y medio más el camino lleva hasta otras cataratas, pero como no sabemos nada sobre ellas -¿son bonitas? ¿hay mucho desnivel hasta alcanzarlas?- decidimos no correr el riesgo. Es hora de regresar al coche, muriéndonos de ganas por quitarnos una capa de ropa que está ya totalmente empapada y que no ha conseguido aislar completamente nuestra indumentaria interior de los destrozos de la lluvia. Son las 16:00 cuando estamos de nuevo en el interior del vehículo, y aprovechamos que falta una hora para que cierre el Visitor Center de St. Mary’s para hacer una nueva parada durante la cual volver a conectarnos a Internet y de paso pedir un folleto específico con información sobre todas las excursiones del parque. Algo antes de las 17:00 llega el momento de descubrir al fin qué tal es nuestra cabaña número 5 de Glacier Trailhead Cabins. No nos cuesta mucho encontrarla siguiendo las indicaciones que horas antes nos dio su dueña, y lo que nos espera allí es una construcción bastante más amplia que la de Drywood Creek con un sofá acompañando a la amplia cama, un baño con ducha prefabricada algo más pequeña de lo deseado y, primera vez en todo el viaje, sin televisor a la vista. El interior está algo frío, así que ponemos la calefacción con la doble función de calentarnos y ayudarnos a secar las empapadas chaquetas y botas. El truco funciona de maravilla y en apenas 10 minutos quedan listas para una nueva aventura. Todavía nos queda ducharnos para así añadir más ropa al saco que vamos a lavar en unos minutos y es entonces cuando descubrimos que la ducha es lo peor de las instalaciones: además de pequeña, la presión es la justa y necesaria y el mando está instalado al revés con la consecuente pérdida de tiempo esperando a un agua caliente que no parecía llegar nunca hasta que nos damos cuenta del equívoco. Es hora de ganar tiempo a futuros días lavando ya la ropa en algún servicio cercano, pese a que la intención inicial fuese hacer nuestra última colada dentro de dos días aprovechando la lavadora y secadora incluída en nuestro siguiente alojamiento. La mejor opción que hemos encontrado por Internet es la lavandería del KOA Campground, un camping a una escasa milla de la entrada al parque por St. Mary’s. No cuesta nada encontrarlo gracias a la buena señalización desde la carretera principal, y nos da la bienvenida con exactamente lo que necesitábamos: un cuarto con unas 15 lavadoras y casi las mismas secadoras, necesitando para todo el proceso un total de alrededor de cinco dólares en monedas. En una esquina con sofás y televisor unos pocos ancianos están disfrutando de Casablanca en su versión particular de “Cine de barrio” de todos los domingos. Anexa a la lavandería se encuentra la tienda de regalos y pequeño colmado del campamento, modesta pero suficiente para poder sacar de un apuro en casos de emergencia. ![]() Lavando la ropa con Humphrey En lo que esperamos a que los electrodomésticos cumplan su función, Casablanca se despide con sus títulos de crédito y la división veterana de la lavandería abandona el lugar. Unos minutos más tarde la cuenta atrás de nuestra secadora llega a cero y estamos listos para empaquetar nuestras cosas y salir del camping. Al hacerlo vemos como el tiempo ha mejorado levemente, deteniéndose al fin la lluvia y aumentando muy ligeramente la visibilidad en el horizonte, donde ya se intuyen los incontables montes helados que forman el Glacier National Park. La cosa promete y mucho, y hace que deseemos todavía con más fuerza que mañana el cielo se abra y nos deje ver esa maravilla que nos está rodeando sin ser conscientes de ello. ![]() Algo bueno asoma tras las nubes... Ya solo queda regresar de nuevo a nuestra cabaña número cinco y preparar la cena, que esta vez se apoyará principalmente en nuestro microondas particular ya que el frío, la humedad y el terreno embarrado no invitan a hacer viajes de ida y vuelta hasta la cabaña común con cocina completa y comedor. Solo paramos junto a ella para conseguir un abrelatas y un par de tazas y cucharas para el desayuno de mañana, y encontramos en su interior a una chica londinense que enseguida adivina nuestro origen, desconocemos si debido a nuestro acentazo castellano o porque ha reconocido el idioma mientras L y yo hablábamos entre nosotros. Cenamos pasta con atún y una “clam chowder” enlatada, esa crema de almejas típica en las dos costas y que puede consumirse en versión “low cost” en el resto del país gracias a las conservas de supermercado. Junto a un par de cervezas, un café con leche y una cookie para el postre cerramos el servicio de cenas, y son las 21:30 cuando ya estamos listos para ver uno o dos capítulos de Masterchef antes de apagar las luces. Mañana, si todo va como esperamos, al mediodía el cielo debería dar el pistoletazo de salida para poder disfrutar al fin de Glacier en todo su esplendor. No vemos el momento de que eso ocurra. Etapas 19 a 21, total 29
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