Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016 ✏️ Blogs de CanadaRelato de un viaje circular por Seattle, Vancouver, parques de las Rocosas de Canadá y Glacier National Park en los meses de agosto y septiembre de 2016.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (29 Votos) Índice del Diario: Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016
01: Introducción
02: Día 00: de Palma a Madrid
03: Día 0: De Madrid a Seattle con escala en Chicago
04: Día 1: Seattle
05: Día 2: Cruzando a Canadá, North Vancouver y Stanley Park.
06: Día 3: Vancouver: Capilano Suspension Bridge, Lynn Canyon y Grouse Mountain
07: Día 4: Wells Gray Provincial Park y sus Moul Falls
08: Día 5: Wells Gray: Helmcken Falls, Dawson Falls y pasando por Mount Robson
09: Día 6: Jasper: Patricia, Pyramid, Maligne, Medicine... y Robson otra vez
10: Día 7: Jasper: Patricia, Pyramid, Angel Glacier, Valley of the Five Lake y SkyTr
11: Día 8: Icefields Parkway: Athabasca Falls, Tangle Creek Falls y Parker Ridge
12: Día 9: Athabasca Glacier, Waterfowl Lakes, Field y Golden
13: Día 10: Lake Louise y el Plain of Six Glaciers
14: Día 11: Lake O'Hara & Oesa, Peyto Lake y Takakkaw Falls
15: Día 12: Emerald y Moraine Lake, ¿cómo elegir?
16: Día 13: La fallida excursión de Sunshine Meadows.
17: Día 14: Johnston Canyon, Vermilion Lakes y un baño caliente
18: Día 15: Tunnel Mountain, Minnewanka Lake y rumbo a Nanton
19: Día 16: Waterton Lakes y sus Bertha Falls
20: Día 17: Osos y jorobas en Waterton Lakes
21: Día 18: Llegamos a Glacier National Park... bajo la lluvia
22: Día 19: El impresionante Grinnell Glacier Trail
23: Día 20: Hidden Lake Overlook
24: Día 21: Regreso a Washington desde Montana
25: Día 22: Día de compras
26: Día 23: Gas Works Park, descanso en Londres y a casa que ya es hora
27: Presupuesto
28: Vídeos
29: Making of
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Etapas 7 a 9, total 29
28 de agosto de 2016
Mapa de la etapa 4 Cinco de la mañana y ya no hay forma de volver a conciliar el sueño. Mejoran nuestros horarios, pero no todo lo rápido que se podría desear. Todavía con ayuda de luz artificial recogemos el escaso equipaje que faltaba por guardar y preparamos nuestro desayuno de despedida en North Vancouver. Debemos apañarnos con los restos de la mañana anterior, ya que de Susan y su marido seguimos sin tener noticias desde hace ya más de 36 horas. La bandeja con platos y cubiertos sucios para limpiar sigue fuera esperando a que algún gato –ya hemos visto varios- decida darse un festín a costa de nuestros desperdicios. El banquete consiste en tostadas con mermelada y mantequilla de cacahuete, otro yogur con granola y el poco zumo de naranja que no consumimos la mañana anterior. Falta un elemento clave: el café, así que probablemente hagamos un alto en el camino para nuestra dosis obligatoria de cafeína. Realizamos un último barrido visual a la habitación para asegurar que no olvidamos nada, miramos con tristeza por última vez el jacuzzi, firmamos el libro de visitas y cerramos tras nosotros la puerta. Ojalá pudiéramos llevarnos esta casa en miniatura con nosotros para el resto del viaje, aunque quién sabe las sorpresas –buenas y no tan buenas- que nos reservan los futuros alojamientos. Son las 7:00 cuando el Chevrolet echa a rodar. Tras un pequeño rodeo nos incorporamos a la Carretera transcanadiense, una vía de infinitos carriles que atraviesa el sur del país de costa a costa. En este primer tramo desciende en dirección sureste hasta prácticamente rozar la frontera con los Estados Unidos, y no es hasta entonces cuando corrige el curso y comienza a engullir kilómetros hacia el noreste, ya con rumbo primero a la población de Kamloops y finalmente hacia Clearwater, nuestro destino para esta noche. Los límites de velocidad van en ascenso. Empezamos con unos discretos 80 km/h que no tardan en subir hasta los 100 km/h. Cuando estamos ya en terreno completamente abierto rodeado de llanuras el límite se sitúa en 110 km/h, e irónicamente cuando la autopista comienza a subir y bajar montañas por carreteras escénicas es cuando alcanzamos el máximo de 120 km/h. Todo kilómetro de más que podamos recorrer por minuto se agradece cuando nos quedan por delante más de cinco horas de coche hasta nuestro destino. El termómetro que durante las jornadas anteriores superaba los 27º ahora se resiste a superar los 15º y cuando el paisaje se torna montañoso baja hasta los 12º. Los 15 grados de diferencia según avanza la jornada se notan a través de las ventanillas. Kilómetros... ... y más kilómetros... Cuando alcanzamos el pueblo de Hope una señal junto a la carretera nos recomienda que revisemos el nivel de nuestro depósito ya que no habrá más estaciones de servicio durante los próximos 100 kilómetros. Nuestra aguja se sitúa todavía por encima de la marca de un cuarto de capacidad y según nuestros cálculos debería ser suficiente para recorrer 100 e incluso 200, así que decidimos proseguir la marcha. Esto nos lleva hasta la población de Merritt, ubicada en un valle y en la que ahora sí nos detenemos para repostar por primera vez en el viaje tras el buen puñado de kilómetros recorridos desde Seattle. De entre todas las gasolineras disponibles una junto a la otra nos decidimos por la de la franquicia Chevron. El proceso es sencillo: introducimos la tarjeta de crédito en el surtidor, indicamos que queremos llenar el depósito, seleccionamos tipo de combustible y repostamos hasta que la manguera dice basta. El problema es que esto provoca dos cargos en la tarjeta de crédito: uno inicial de 120€ como "fianza" para poder llenar y el cargo real de 36€ por los 48 litros de gasolina que hemos consumido. Aunque el primero de los cargos eventualmente desaparecerá al no confirmarse jamás, siempre asusta ver esas cantidades retenidas al consultar el extracto. El precio del combustible se sitúa en 111 centavos de dólar por litro -¡hurra, nada de medir en galones!- por lo que estamos hablando de que la gasolina en la Columbia Británica está a 0,76 euros por litro. La comparación duele, ¿verdad? Repostando en Chevron Junto a las gasolineras un local de Starbucks se nos aparece como música celestial para surtirnos de café cuando el reloj marca las 10:00. Pasamos aquí una agradable –pero fría, maldito aire acondicionado- media hora en compañía de la conexión a Internet del local con la que poner al día a la familia y, ya que estamos, relajarme escribiendo en el primer borrador del diario lo transcurrido en el día hasta el momento. A las 10:30 regresamos al volante frente al que por primera vez se pone L, más confiada para familiarizarse con los controles y sensaciones del vehículo en carreteras que en calles urbanas. El sol se abre paso entre las nubes, el paisaje es perfecto y montamos nuestro karaoke sobre ruedas particular cantando Uptown Funk a grito pelado. Café, bocatas y alcohol, ¿quién necesita más? Cómo se disfruta el paisaje desde el asiento de copiloto Llegamos a Kamloops, el pueblo con nombre de marca de cereales. El termómetro, que al fin hemos conseguido cambiar al sistema Celsius, marca 16 grados cuando son las 11:22 de la mañana y llueve tímidamente. El cielo continúa cubierto en su mayoría con nubes que, o bien son cada vez más bajas, o se están acercando según ganamos altura. Nos paramos aquí para intentar por segunda vez encandilarnos con un Walmart pero definitivamente la versión canadiense de la cadena de hipermercados está por debajo de las expectativas. Seguimos echando en falta la oferta de comidas preparadas de la que quedamos prendados en viajes anteriores a Estados Unidos, por lo que pasamos al “Plan B” que consiste en recorrer los dos kilómetros que separan un Walmart de un Save-on-foods, nuestro nueva cadena fetiche en la que aprovisionarnos. Esto apunta a la cena Sin ser perfecto, esto ya es otra cosa. Invertimos fácilmente 45 minutos en recorrer todos sus pasillos y llenar el carro con provisiones para el corto y medio plazo hasta conseguir que el ticket de caja supere los 200 dólares canadienses. Nos descuentan siete dólares tras pasar por el lector el código de barras de una tarjeta de fidelidad de la que obviamente no disponemos, y la única mala noticia es que no les quedan esas neveras de porexpan tan necesarias durante un viaje de carretera de varios días. Como no podía ser de otra manera gran parte de nuestra compra consiste en paquetes y raciones grandes que pretendemos dosificar a lo largo de varios días. Algunos artículos que deben conservarse en frío pueden ser un problema en el medio plazo si no encontramos una de las dichosas neveras para mantener la despensa fresca. Comemos dentro del coche con vistas al aparcamiento del supermercado. L se encarga de hacer desaparecer un sándwich de ensalada de huevo, yo meto mano a una bandeja de makis de California y ambos completamos el menú comenzando una ensalada de patata y sacando de su caja la primera cookie de nueces de macadamia como postre. Tras tirar la basura y con todas las compras colocadas en el maletero tras mover parte de nuestro equipaje al asiento trasero iniciamos a las 13:15 los 135 kilómetros que nos separan del distrito de Clearwater. Siguen acompañándonos gruesas nubes que por ahora no alcanzan el quórum necesario para romper a llover. La clásica comida con vistas al supermercado Había olvidado una de las ventajas de viajar como copiloto: poder echarte esporádicas siestas cuando las condiciones lo permiten. El sol en la ventanilla y las largas rectas lo permiten, y caigo redondo durante unos 30 kilómetros. Cuando despierto apenas quedan otros 30 que recorrer antes de descubrir nuestro tercer alojamiento reservado a través de Airbnb. Bienvenidos a Clearwater Otra vez nos quedamos sin palabras. El económico hogar que encontramos para esta noche consiste en una señora casa independiente construida en madera, cuyo interior da la bienvenida con un monstruoso salón con chimenea y una especie de alfombra bajo el nivel del suelo en la que ponerse cómodo al calor de la chimenea durante los meses de más frío. Cocina completa –no, completísima-, cuarto de lavadoras y en la planta superior sendos dormitorios –uno con cama de matrimonio y otro con dos camas individuales- que comparten un baño completo con bañera de hidromasaje. Dicho de otro modo: nos sentimos los reyes del mambo. En el exterior, una caravana aparcada en la que supuestamente viven los propietarios del lugar cuando la casa está ocupada por huéspedes, aunque parece que no están presentes en este momento. Los mensajes de bienvenida para los inquilinos advierten de que estamos en territorio de osos y la mejor precaución es dejar puertas y ventanas cerradas a todas horas para evitar que el olor a comida les atraiga. No sé si recibiría con ilusión o terror la visita de uno de esos bichos desde la aparente seguridad de las ventanas de la casa. Resistiendo la tentación de quedarnos a disfrutar de la vivienda nos ponemos en marcha para empezar a visitar el Wells Gray Provincial Park que ha servido de pretexto para que esta noche nos instalemos en Clearwater. Salimos de nuevo a la carretera y, apenas recorridos 200 metros, verificamos en nuestro “dossier de viaje” que el lugar que vamos a visitar requiere ir algo mejor equipados contra el agua. Damos media vuelta y regresamos a toda velocidad a nuestro nuevo hogar para equiparnos rápidamente con ropa impermeable. Ahora sí, ponemos rumbo hacia nuestra primera parada en Wells Gray. Este parque provincial no es en absoluto tan popular como el resto de paradas de nuestro viaje, pero su estratégica ubicación a medio camino entre Vancouver y la zona de Jasper lo hacían perfecto para una parada intermedia que partiera en dos lo que de otro modo sería una interminable etapa de carretera. Además, nuestras experiencias previas con parques supuestamente “menores” fueron tremendamente satisfactorias, recordando con especial cariño el White Mountain National Forest en el estado de New Hampshire del que solo lamentamos no haber pasado más tiempo disfrutando. La carretera principal que recorre Wells Gray de norte a sur está perfectamente señalizada, con carteles señalando los desvíos a los aparcamientos habilitados para cada punto de interés. En esta primera experiencia lo que andamos buscando es la señal para visitar las Moul Falls y lo encontramos a las 15:30 tras unos 15 minutos conduciendo hacia el norte. El aparcamiento está casi completo pero todavía quedan dos o tres rincones en los que poder estacionar. Hacemos los últimos ajustes a nuestra indumentaria y ahora sí, por fin, comenzamos el tipo de viaje que más nos gusta. Eso mismo, vamos allá La excursión hasta Moul Falls es de apenas 2,9 kilómetros en cada sentido, la mayoría de los cuales transcurren sobre terreno mullido y llano rodeado de frondosos bosques. Los recorremos haciendo ruido en forma de conversación y palmas para provocar que cualquier posible animal peludo de más de dos metros de altura se aleje de nuestro itinerario. Todo está perfectamente señalizado, con carteles indicando el sentido correcto cuando el camino deja de estar tan definido y puede confundir a los senderistas más despistados. Alcanzamos primero la barandilla del mirador superior hacia el salto de agua, pero las vistas no merecen mucho la pena sabiendo lo que espera a continuación. Comienza entonces un descenso tan pronunciado como corto, ayudado además de un tramo de escaleras que sortea la parte más complicada del terreno. Llegamos al cauce del río con la catarata a escasos metros de nuestra posición y verificamos que no podríamos haber escogido mejor lugar para iniciar nuestro periplo por la naturaleza canadiense. Caminos que no tienen pérdida Ahora empieza el viaje de verdad... Moul Falls, desde arriba La escalera que lleva a la orilla Moul Falls es una catarata de dimensiones más que dignas cuya agua continúa el curso del río tras caer con fuerza y que puede cruzarse por detrás gracias a un pequeño camino que se abre hueco entre las rocas. Sin embargo el acceso por nuestra orilla a dicho camino no parece ser muy seguro, por lo que permanecemos en esta orilla del río para presenciar la catarata desde una distancia segura y atractiva. Moul Falls (I) Moul Falls (II) Moul Falls (y III) Cuando llevamos ya varios minutos y fotografías disfrutando del lugar, llega un grupo acompañado de niños y perros que se dirige directamente al paso interior de la catarata por el lado derecho. Después de todo, parece que no era tan peligroso. No obstante miramos el reloj, evaluamos la situación y decidimos que preferimos no mojarnos por esta vez, por muy bien equipados que vayamos con cazadora impermeable y cubrepantalón. Vecinos más osados que nosotros Iniciamos el camino de vuelta, que al ser exactamente el mismo que el de ida pero en sentido inverso empieza fuerte remontando la altura perdida y luego pasa a ser muy suave, de nuevo rodeado por verdes bosques. Regresamos al aparcamiento tras entre 30 y 40 minutos a un ritmo decente, y tras observar como el amenazante cielo promete echar por tierra las pocas horas de luz natural que nos quedan decidimos dejar la siguiente atracción turística para la mañana siguiente. En su lugar regresaremos al núcleo urbano de Clearwater para buscar la ansiada nevera desechable. No tenemos éxito. Ni el supermercado principal, ni la gasolinera cercana ni la tienda de licores tienen el deseado artículo, si bien los primeros creen haber tenido stock durante el día. Aprovechamos la visita a la Liquor Store para llevarnos un par de cervezas ante la imposibilidad de encontrarla en otro establecimiento. Deducimos que, al igual que ocurría en Islandia, en Canadá la venta de bebidas alcohólicas está fuertemente regulada y los supermercados tienen vetada su venta más allá de cervezas sin alcohol o de graduación despreciable. Se acercan las 20:00 cuando volvemos a nuestro hogar por esta noche y es el momento de enfrentarse a algunas tareas domésticas. Mientras la lavadora va a lo suyo durante 45 minutos alternamos los distintos pasos que requieren los múltiples platos que queremos preparar tanto para esta noche como para días siguientes. Cocemos una pasta que acompañaremos de salsa boloñesa para llevar con nosotros durante un par de días, horneamos una pizza congelada y, por último, cocinamos unos entrecots de ternera con champiñones que teniendo en cuenta lo que nos han costado esperamos que estén a la altura de las expectativas. Lo están. Son las 21:30 cuando la secadora ha finalizado su turno de 40 minutos tras el lavado y tenemos nuestra ropa usada durante el viaje lista para una nueva ronda. Solo queda fregar los platos y cazuelas utilizados y subir a la planta superior para, por este orden, colocar de nuevo nuestra ropa en el equipaje, relajarnos en la bañera de hidromasaje e irnos a dormir pronto con la mente puesta en exprimir al máximo Wells Gray durante la mañana siguiente. En algún momento del día deberemos poner rumbo a Jasper, pero la belleza del entorno bien merece que no tengamos prisa por abandonar este lugar. Etapas 7 a 9, total 29
29 de agosto de 2016
Mapa de la etapa 5 Son las seis de la mañana cuando encendemos una lámpara en el amplio dormitorio de nuestra casa de alquiler de Clearwater. La noche ha sido tranquila, sin más ruido que el de la calefacción saltando intermitentemente y alguna tubería en el baño contiguo que debe estar acusando ya la edad. Retiramos las cortinas durante un segundo para verificar que la luz natural está a punto de aparecer mientras una discreta lluvia está bañando la parcela. Según la aplicación del Weather Channel no es algo que deba preocuparnos ya que en algún momento entre las 8:00 y las 9:00 el sol se abrirá paso. Dedicamos la primera hora del día a, mientras nos quitamos las legañas, reestructurar nuestro equipaje ya que tras unos días de temperaturas cálidas hoy empezaremos a requerir ropa de más abrigo, por lo menos en cuanto a capas que llevar encima se refiere. A las 7:00 estamos ya en la planta baja donde revisitar la cocina en la que desayunar cosas de nuestro arsenal adquirido el día anterior con la compra en Save-on-Foods. Compra para la que, según comprobamos nuestro extracto, la tarjeta de crédito ha traducido 200 dólares canadienses a 140 euros. Así duele menos. Clearwater, el dormitorio Clearwater, el baño Clearwater, la cocina Clearwater, el salón Clearwater, las normas Mientras hacemos algunas fotos del interior de la casa para el recuerdo aparece en el jardín el marido de Sandra, nuestra anfitriona. Es un hombre encantador que a tenor de los libros y manuales que hemos visto esparcidos por el salón debe ser aficionado a la ornitología. Nos desea que disfrutemos del Wells Gray Provincial Park y tengamos un buen viaje en los días futuros, y que enseguida le preguntará a Sandra si es posible que dejemos nuestra compra de nevera en la casa hasta un poco más tarde cuando pasemos a recogerla al mediodía. A los pocos minutos vuelve para confirmarnos que no hay problema, pero finalmente decidiríamos correr el riesgo de que la comida aguante varias horas en el maletero ya que de todos modos no podíamos garantizar pasar a recogerla antes de que lleguen los siguientes huéspedes que, por cierto, al parecer también serán españoles. Sandra aparece paseando por la finca justo cuando estamos terminando de cargar el maletero y es tan amable como su marido. Le parece fantástico que a las 7:00 de la mañana estemos decidiendo aprovechar ya la luz del sol para visitar los alrededores. Lamenta que solo vayamos a quedarnos una noche y se despide con una taza de café en la mano. Abandonamos la finca con ese sentimiento ya recurrente de que nos gustaría permanecer alguna noche adicional en ella. Clearwater, el exterior A conducir toca... Nos esperan algo más de 40 kilómetros rumbo al norte hasta llegar a los alrededores de Helmcken Falls, la atracción estrella de Wells Gray. A seis kilómetros del desvío nos topamos con un apartadero cuyo único fin es permitir a los visitantes bajar del coche y hacerse la fotografía de rigor con el cartel del parque. No dejamos pasar la oportunidad de añadir una muesca más en la colección que hemos venido engordando en los últimos años. Por el camino, una espesísima niebla provoca que el paisaje sea tétrico, propio de los escenarios de la saga Silent Hill. La niebla comienza escampar... Media vuelta, que toca hacerse la foto Carreteras de Wells Gray Tras detenernos unos minutos en un pequeño puente que permite cruzar un río bravo y superar unos últimos cuatro kilómetros de terreno más irregular –hasta entonces todo había sido asfalto- alcanzamos el aparcamiento de Helmcken Falls. Esta catarata es el símbolo de Wells Gray y su conservación el motivo principal por el que se fundó el parque, pero para disfrutarla como se merece vamos a tener que esperar un poco por dos motivos. El primero, que el lugar al que hemos llegado es solo el mirador “oficial”, cuando lo que andábamos buscando es el punto de salida de una excursión que lleva hasta cerca del salto de agua. El segundo, que ni siquiera desde aquí podemos verla cuando a las 9:33 de la mañana la espesa niebla siguen sin disiparse en el cañón que separa el mirador y la catarata, por lo que solo podemos escuchar e intuir vagamente dónde está cayendo el chaparrón. Un puente cualquiera Mirador a las Helmcken, primer intento Dadas las circunstancias, decidimos deshacer cinco kilómetros de nuestro recorrido para visitar primero las Dawson Falls. Como ya se puede deducir, Wells Gray es pródigo en cascadas y aunque Helmcken se lleve la fama el resto bien merecen un vistazo. Las de Dawson, cuyo mirador se alcanza en pocos minutos a pie desde el aparcamiento, justifican la más de una hora que pasamos por sus alrededores. Con una forma que nos recuerda a una de las primeras cataratas en la excursión por Skoga del año pasado en Islandia –pero con una vegetación muy distinta- no nos privamos de acercarnos hasta un saliente junto a su nacimiento que nos permite disfrutar de la fuerza del agua lanzándose al vacío en primerísimo plano. Dawson's Duck Dawson Falls Las Dawson, ahora desde cerca Un último vistazo a las Dawson A las 10:30 y con la casi total seguridad de que la niebla se ha disipado por completo tras mirar al cielo, procedemos al segundo intento de vislumbrar Helmcken Falls desde el norte. Ahora sí podemos asegurar que lo tenemos delante pero todavía con sabor agridulce. La posición del sol es todo lo contrario a la ideal y el fuerte resol hace que incluso a ojo desnudo sea complicado apreciar todos los tramos del salto de agua. No digamos ya retratarlo dignamente a través del sensor de una cámara. Con las idas y venidas casi nos han dado las 11:00 y llega el momento en el que tomar una difícil decisión que dejará fuera uno de los dos platos estrella de la jornada. Mirador a las Helmcken, segundo intento Como íbamos diciendo, nuestros planes de visitar Helmcken Falls no se limitaban a retratarla desde su mirador oficial ya que queríamos disfrutar la experiencia completa mediante la excursión de ocho kilómetros y alrededor de tres horas entre ida y vuelta que alcanza su lateral sur. La agenda del día nos llevará esta noche hasta Jasper y, a medio camino, se encuentra el imponente Monte Robson junto al cual una excursión de otras tres horas nos permitiría disfrutar de la colosal montaña reflejada sobre el lago de Kinney Lake. La distancia en coche desde Wells Gray hasta Jasper es de cuatro horas, y el atardecer está programado para alrededor de las 20:00. No hace falta ser un genio matemático para ver que números no cuadran si queremos hacerlo todo. 11:00 de la mañana, tres horas de excursión, un mínimo de tres horas de carretera y otras tres más de excursión... estaríamos arriesgándonos demasiado a que la oscuridad nos alcance en plena expedición. Así que es cuestión de elegir entre Helmcken Falls o Kinney Lake, y acabamos decidiendo quedarnos con lo que tenemos más cerca por varios motivos. El primero, que ya sabemos que el entorno de Wells Gray en general y Helmcken en concreto está a la altura de nuestras expectativas. El segundo, que sabemos el soleado día que tenemos aquí, pero no podemos asegurar que corramos la misma suerte en Monte Robson. Sería muy frustrante salir apresuradamente de Wells Gray para luego ver que no es posible visitar nada más por el mal tiempo. Por último, la previsión es que las futuras etapas del viaje ofrezcan mucha variedad en lagos pero escasa en cataratas. Así que a por el “South Rim” de Helmcken Falls nos vamos. El aparcamiento que marca el punto de salida de esta excursión no es precisamente uno de los más fáciles de encontrar en un parque que por lo demás resulta perfectamente señalizado. Este desvío, situado pocos metros antes del descenso que acaba en el puente que hemos cruzado a primera hora, está señalizado como “Helmcken Falls Rim” pero el cartel con dicha leyenda solo se puede distinguir en uno de los dos sentidos de la conducción. Una vez encontrado, no tenemos problemas para aparcar en una extensión preparada para acoger decenas de coches pero en la que en estos momentos solo somos el quinto vehículo que detiene el motor. Tras verificar que vamos equipados con lo necesario –esencial: antimosquitos, pizza del día anterior y chocolate por si necesitamos un chute de energía- nos ponemos en marcha. Nos esperan alrededor de 75 minutos hasta alcanzar el saliente desprotegido –varias señales desaconsejan traer niños y mascotas- desde el que ver a la altura de su nacimiento como las aguas de Helmcken se precipitan por el cañón. El terreno es mullido casi desde el instante cero y rodeado de húmeda vegetación permanentemente. La compañía, escasa. Apenas nos cruzamos cada cinco o diez minutos con alguna pareja o grupo reducido que ya regresa de la meta. Como es costumbre, la media de edad de dichos grupos roza más los 60 que los 30 salvo alguna excepción. Vamos allá Caminando hacia el South Rim (I) Caminando hacia el South Rim (II) Casi con puntualidad inglesa finalizamos los cuatro kilómetros de ida en los 75 minutos prometidos. Se aparece ante nosotros un claro entre los arbustos del lateral derecho desde el que hasta ahora solo podíamos intuir como varios metros más allá el curso del río se iba acelerando. Y ahí la tenemos: la Helmcken Falls en su máximo esplendor, con su cima brillando por la luz del sol y los cientos de litros de agua haciendo el santo del ángel. Echamos mano de los trozos de la bendita pizza congelada que ayer cocinamos en casa de Sandra y entablamos conversación durante varios minutos con el matrimonio que nos precedía. Son una pareja de Edmonton que ronda los 50 años y se interesa por saber cómo nos ganamos la vida en una pequeña isla del Mediterráneo. Se despiden no sin antes prometer seguir adelante con sus planes de visitar Europa por primera vez el próximo año. Y finalmente, el South Rim El fotógrafo y la falta de ángulo... Primera vez que vemos las Helmcken como merece El mirador oficial, al otro lado Tras dejar pasar entre 30 y 45 minutos en esta ventana al vacío y detectando tras forzar la vista el mirador oficial al otro lado del cañón iniciamos el camino de vuelta sabiendo que se hará más pesado que el de ida. Ayuda a hacerlo más llevadero una parada improvisada a medio trayecto, en la que un pequeño desvío nos permite alcanzar hasta la orilla del río y observar el curso del agua. Volvemos a encontrarnos aquí al matrimonio de Edmonton, del que nos despedimos definitivamente. Un alto en el regreso Sufrimos durante la segunda mitad de regreso, en parte por la ausencia de alicientes y en parte por el calor creciente fruto de un sol que aprieta con fuerza a estas horas. Los mosquitos empiezan a tornarse agresivos, y prueba de ello son varias picaduras que llevamos minutos acumulando. Sufrimos por la comida de nuestro maletero, que ya debe haber pasado un par de horas soportando temperaturas superiores a los 20 grados. Lo único que nos anima mientras nos concentramos en descontar metros es el olor recurrente a orégano que desprenden todos los bosques de Wells Gray. Este parque huele a pizza. Alcanzamos nuestro coche a las 14:22 con la espalda empapada en sudor y varias heridas de bala fruto de los persistentes mosquitos que no cejan en su empeño por atacar en cuanto el repelente deja de surtir efecto. Abrimos con miedo el maletero para encontrarnos la agradable sorpresa de que la comida permanece fresca. Hay esperanza para varias de nuestras provisiones si tenemos más suerte que ayer buscando una nevera portátil. Por ahora comemos un poco de melón naranja a la sombra de una autocaravana para rehidratarnos antes de volver a ponernos en marcha. A las 14:30 llega nuestro tercer intento para disfrutar del mirador oficial de Helmcken Falls. En los escasos 15 minutos que separan un aparcamiento del otro el termómetro del coche pasa de 30 a 22 grados. Alcanzamos la barandilla y, sin llegar a ser el momento del día perfecto, al fin podemos dar por bueno el resultado. El sol todavía no ha caído lo suficiente para iluminar por completo la cascada pero servirá. En el saliente oficial y tras ver al otro lado el brillo de varias camisetas en el que ha sido nuestro comedor hace solo un par de horas, una visitante local –tan local como que vive en una parcela dentro del parque- nos recomienda parar unos minutos en Green Mountain, un punto de interés en el que no habíamos reparado consultando las guías. Bastante convencidos de no seguir su consejo porque nos el tiempo apremia iniciamos el camino hacia el sur para abandonar Wells Gray. Mirador de las Helmcken, tercer y definitivo intento La fotografía más repetida de la catarata El saliente del South Rim, ahora desde aquí Con lo que ha costado, explotémosla... Al poco de reemprender la marcha nos encontramos ante nosotros una autocaravana que, tras hacer caso omiso del ceda al paso cuando se incorporaba a la carretera y obligarnos a dar un frenazo para dejarle entrar, mantiene un ritmo cansino a lo largo de un tramo en el que va a ser complicado adelantarle. Justo en ese preciso instante se anuncia el desvío a la dichosa Green Mountain y decidimos que, puestos a desesperarnos tras el lento vehículo, mejor invertir el tiempo en improvisar un poco. Tomamos el giro a la derecha y empezamos un ascenso de cuatro kilómetros por una cuesta anunciada como irregular –esto es verdad- y estrecha... estrecha para los estándares de vehículo descomunal norteamericano, claro, ya que caben sobradamente un par de turismos convencionales en paralelo si fuese necesario. Llegamos a la cima de la “Montaña Verde”, donde encontramos junto al aparcamiento una construcción de madera con varios tramos de escaleras. Alcanzamos su punto más alto y… caramba. Desde luego era un buen consejo. Se extiende ante nosotros una panorámica de algo más de 180 grados desde la cual poder otear las principales cumbres de Wells Gray, destacando sobre todas ellas una Pyramid Mountain cuya forma justifica el nombre y una parcialmente nevada Trophy Mountain casi donde termina el horizonte. Cuando descendemos las escaleras nos reencontramos con la causante de que estemos aquí y le agradecemos el consejo. Charlamos durante unos minutos y el dato más relevante que comparte con nosotros es que una casa como la suya, con un amplio terreno y seis cabañas repartidas por él, tiene un precio de 750.000 dólares canadienses. Ya tengo plan. La torre de Green Mountain Vistas a Trophy Mountain Las amplias vistas de Green Mountain Tras la sesión de improvisación descendemos Green Mountain y continuamos la marcha hacia el sur rumbo a la salida de Wells Gray. Pero todavía queda una última parada antes de dar por zanjada nuestra experiencia de 36 horas en el Provincial Park. Dudando hasta el último kilómetro ya que el tiempo pasa implacable y vamos contrarreloj, decidimos tomar el giro hacia el estacionamiento de las Spahats Falls, las últimas cataratas que veremos en la Columbia Británica. Son las 16:40 cuando detenemos por enésima vez el motor del Chevrolet. En el aparcamiento, con espacio para 20 o 30 veces la cantidad de coches actual, el único kiosko de comida que hemos visto en todo el parque ofrece gofres de varios sabores por cinco dólares canadienses. Tardamos cinco minutos de reloj en alcanzar el mirador a la catarata, que es tan esbelta como preveíamos pero más alta de lo que esperábamos. Sin embargo la lejana distancia desde la que se puede disfrutar juega un poco en su contra, ya que se pierde el efecto de poder apreciar la longitud de su caída y el fuerte sonido del caudal cayendo a plomo. Lo que llevamos acumulado a lo largo del día en forma de cansancio, algo de estrés y sobre todo haber visto desde ángulos varios la más fotogénica Helmcken tampoco juega a su favor. Spahats Falls Ahora sí que sí. Pasan ligeramente las 17:00 cuando alcanzamos la ciudad –si es que se le puede llamar así- de Clearwater y dejamos atrás definitivamente el Wells Gray Provincial Park. Nacido inicialmente como una parada de conveniencia gracias a su localización a medio camino entre Vancouver y Jasper, ya desde ayer intuimos que lo que tenía que ofrecer nos iba a gustar más de lo esperado. Sus atractivos podrían justificar una estancia más larga de la que hemos tenido a fin de cubrir algunos puntos de interés que no nos hemos siquiera planteado. Sin ir más lejos, el matrimonio de Alberta con los que hemos intercambiado impresiones durante un par de ocasiones nos ha contado que sus vacaciones consisten en alojarse en los alrededores durante toda una semana. En resumen, Wells Gray, es un sí rotundo. Solo una parada más antes de dejar atrás el distrito de Clearwater. La comida de nuestro maletero ha sobrevivido milagrosamente hasta ahora, pero no podemos seguir tentando a la suerte. De vuelta a la zona comercial de la ciudad –traducción: un supermercado y cuatro tiendas contadas- paseamos brevemente por los pasillos de un local especializado en caza y pesca. Tienen neveras portátiles pero de construcción bastante más robusta y duradera -y un precio acorde a ello- de lo que necesitamos. Volvemos al supermercado de ayer con vagas esperanzas de que hayan repuesto las neveras de porexpan. Esperanzas que saltan por los aires en cuanto vemos el hueco vacío en el pasillo cinco que ya nos resulta familiar. Pero una bombilla que ayer debía estar fundida se nos enciende sobre la cabeza. Las bolsas isotérmicas que todo supermercado que se precie ofrece para conservar el pescado fresco podrían sacarnos del apuro. Las encontramos dos estantes por encima de donde debería estar nuestra nevera e inmediatamente nos damos unos azotes por no haberlo pensado como alternativa la tarde anterior. Dos bolsas isotérmicas, dos bloques para mantener el frío y una bolsa de hielo nos cuestan 16 dólares. Regresamos al coche y jugamos al tetris con nuestras 10 o 12 bolsas de provisiones, colocando durante el proceso todo lo susceptible de deteriorarse por el calor en nuestros rudimentarios frigoríficos. Por fin, unos minutos después, cogemos la autopista número 5 en dirección norte para abandonar definitivamente Clearwater y enfilar los 230 kilómetros que nos llevarán hasta una parada que iba a ser protagonista del día pero finalmente quedará como anecdótica. Antes nos detenemos en una gasolinera marca Husky a la altura del pueblo de Blue River para rellenar con 30 dólares un depósito que ya volvía a situarse por debajo de la mitad de su capacidad. El largo camino de algo más de dos horas no está exento de sus momentos para recordar como esos en el que empezamos a atravesar cordilleras, viendo cómo van creciendo al otro lado del cristal las formas picudas que hace unos minutos estaban en el horizonte y, sobre todo, asombrándonos cuando en el retrovisor aparece un tremendo glaciar que no tenemos claro de dónde ha salido. Por desgracia la única recta que nos brinda esta vista trasera no presenta ningún apartadero en el que poder detenernos para apreciarlo sin un ojo puesto en la carretera. En otro orden de cosas, debemos aprovechar los tramos con carril de vehículos lentos para ir superando algunos camiones y autocaravanas que sufren apuros en las pendientes de fuerte subida, aunque ninguno llama tanto la atención como una “clásica cabina de camión americana” con la peculiaridad de que cada vez que pisa el acelerador escupe dos densas columnas de humo que emanan del techo. Un macabro espectáculo que debemos soportar durante varios minutos hasta que podemos dejarlo atrás. A las 19:40 alcanzamos el Centro de Visitantes de Mount Robson. El techo de la Columbia Británica se levanta la friolera de 3.954 metros sobre el nivel del mar haciendo empequeñecer a las cumbres vecinas. Por desgracia un persistente banco de nubes está cortando su meteórico ascenso, dejándonos solo imaginar lo impresionante que debe resultar la vista en un día con cielo despejado a partir de las proporciones de su base. Avanzando unos pocos kilómetros desde aquí hubiéramos iniciado la excursión hasta el Lago Kinney que a buen seguro hubiera brindado momentos de postal. Pero tomamos una decisión de forma meditada hace unas horas y ahora solo nos queda lamentar las inevitables consecuencias. Mount Robson y su archienemigo: las nubes Poniéndonos artísticos... Según el navegador GPS quedan 83 kilómetros para llegar a nuestro destino final del día. Teniendo en cuenta nuestra velocidad promedio, eso significaría alcanzar el nuevo hogar a las 21:00 siendo pesimistas. Sin embargo hay un pequeño detalle a tener en cuenta: durante este último tramo vamos a cruzar la frontera que delimita las provincias de la Columbia Británica y de Alberta o, lo que es lo mismo, pasar de la zona horaria del Pacífico a la zona horaria de las Montañas Rocosas. Así que tras unos pocos kilómetros perdemos una hora de reloj y la llegada estimada a nuestro alojamiento se sitúa cerca de las 22:00. Antes de alcanzar el pueblo de Jasper aparece la garita que delimita el acceso al homónimo Parque Nacional. Al ser nuestro primer National Park canadiense del viaje es el momento de obtener el Pase Anual que nos permitirá acceder tanto a este como a otros tantos parques de la misma red. El precio por día es de 18 dólares, mientras que el citado pase cuesta 136 dólares. Tras hacer cuentas, comprobamos que nos interesaba más la segunda opción. Recibimos junto al pase –que se cuelga del retrovisor- una serie de guías y mapas tanto de este Jasper National Park como de toda la red de parques del país. Un dato curioso: con motivo del 150 aniversario de la red de Parques Nacional de Canadá en 2017, el próximo año el acceso será gratuito por lo que nuestro pase en realidad se convierte en "bi-anual", dándonos acceso a los recintos hasta septiembre de 2018. Por fin llegamos a Jasper. Tras un par de giros aparcamos frente a una casa que desde fuera no se distingue de ninguna otra vivienda particular salvo por el sospechoso letrero de “No vacancy” sobre su puerta. Según nos asomamos a la valla una mujer que debe superar los 40 años asoma y nos pregunta si había ocurrido algo para que llegáramos tan tarde. Tras explicarle que sencillamente hemos querido hacer demasiadas cosas le quita importancia al asunto y nos acompaña a la parte trasera de la vivienda, donde una puerta independiente da acceso a las tres salas que compondrán nuestro hogar durante las siguientes tres noches. Una cocina con nevera, microondas y una pequeña mesa, el dormitorio principal, y un baño equipado con una ducha prefabricada como la que podríamos encontrar en el interior de una autocaravana. En eso consiste el Blue Jay’s Guesthouse, el mejor alojamiento que pudimos encontrar sin disparar el presupuesto gracias a la página web oficial de lugares donde dormir en Canadá. Es muy tarde y nuestro plan de mañana implica un importante madrugón así que optimizamos el tiempo duchándonos, calentando una de las raciones de pasta boloñesa que cocinamos durante la noche de ayer y haciendo las consultas mínimas en Internet. L ya está durmiendo cuando es medianoche y yo termino de escribir estas líneas quedando la única tarea pendiente de hacer una copia de seguridad de las fotografías y videos del día. Evitar riesgos de perder dicho material bien merece perder unos minutos más de sueño ya que ha sido un día, además de estresante, lleno de momentos de los que justifican el viaje. Y mañana, que empiecen los lagos. Etapas 7 a 9, total 29
30 de agosto de 2016
Mapa de la etapa 6 Tiene narices. Tiene narices que el primer día en el que dormimos como troncos sea en el que más nos interesa estar preparados para la acción muy temprano. Son las 6:30 cuando abro tímidamente los ojos y, tras ver el reloj despertador de la mesita, juro en hebreo contra los fabricantes de la pulsera que llevo puesta y que a las 6:00 debería haber vibrado para despertarme. El amanecer está previsto para las 7:00 y a diez minutos de aquí existe un lugar que parece diseñado a propósito para disfrutarlo. En apenas cinco minutos estamos saliendo por la puerta bien abrigados a sabiendas de que hoy comienza una nueva tendencia con temperaturas mucho más frías que hasta ahora. Pero no son los seis grados del exterior lo que nos asombra. Ese privilegio lo tiene el descomunal ciervo que nos encontramos pastando en el jardín vecino y al que parece importarle cero los dos humanos que salen disparados hacia el interior de su vehículo. Efectivamente y para fortuna nuestra, Patricia Lake está a apenas cinco kilómetros siguiendo una carretera en buen estado. Tras pasar de largo sus dos miradores y llegar por error a Pyramid Lake damos media vuelta y salimos trípode y cámara en mano hacia la orilla. Allí nos espera la majestuosa cordillera al fondo de un gran lago con aguas tan tranquilas que podrían pasar por un gigantesco espejo. Se acerca la hora señalada y, tal y como prometía la profecía, las cumbres de las montañas empiezan a iluminarse fruto del sol que está emergiendo tras nosotros. Pero entonces una nube rebelde se sitúa entre nosotros y el astro rey y trunca de un plumazo el espectáculo del amanecer, dejando las montañas nuevamente en sombra y evaporando todo rastro de esos tonos anaranjados que estaban surgiendo. Pasan varios minutos y la nube, que no podemos contemplar desde nuestra posición ya que queda tras el denso bosque que observa a nuestra espalda, no parece tener intención de disiparse. Según contemplamos a unos pequeños patos que están despertando entre los juncos decidimos que, casi con total seguridad, deberemos unirnos al club de “Repetidores de Patricia Lake” y volver a intentarlo mañana. Barcas dándonos la bienvenida a Patricia Lake Ya sale el sol, ya sale... ... no, no sale Más barcas y algunos vecinos Ya que estamos aquí recorremos esta vez a propósito los escasos 200 o 300 metros hasta el aparcamiento junto al Pyramid Lake Resort. Tenemos aquí otro ángulo hacia la misma superficie de agua, esta vez dando mayor relevancia al pequeño embarcadero cercano que a la cordillera del horizonte, que queda algo disimulada a nuestra derecha. La niebla ascendente que desde Patricia Lake tenía la densidad justa para acompañar la escena, aquí es demasiadogruesa y prácticamente no deja ver nada más allá de los amarres. Pasamos aquí unos minutos más, con L ni siquiera bajando del coche ante la escasa esperanza de que el sol reaparezca, y decidimos dar por zanjada nuestra primera incursión en los lagos Patricia y Pyramid y regresar a las calles de Jasper. Tras la puesta en marcha apresurada empieza el hambre, y la idea de encontrar un clásico sitio de desayunos ofensivamente grandes en el pueblo coge fuerza. Encontramos un tal Lou Lou's Pizzeria & Breakfast en el navegador GPS y lo interpretamos como una señal. Niebla sobre Pyramid Lake El Pyramid Lake Resort a nuestra espalda Durante el regreso de esos cinco kilómetros nos topamos con un par de coches parados en el arcén. En esta zona eso solo puede significar una cosa: hay un bicho cerca. Y vaya bicho: nada más y nada menos que un oso negro que está desayunando hierba a unos 300 metros tierra adentro, distancia perfecta para observarlo sin que ninguna de las dos partes se sienta amenazada. Cuando ya solo quedamos nosotros otro coche se acerca y nos pregunta qué estamos mirando. Cuando le respondemos le resta importancia asegurando que hay muchos de esos en la zona y seguro que tendremos ocasión de ver alguno desde mucho más cerca. No sé si alegrarme o preocuparme. Un Black Bear escurridizo Despedido el oso, llegamos a las calles de Jasper para poder disfrutarlas a plena luz del día por primera vez. Es tal y como cabía esperar: calles muy anchas, casas prefabricadas con jardines vallados y gente por aquí y por allá en su paseo matutino en compañía de su perro. Llegamos a la calle “comercial” y aparcamos a las 8:02 junto a Lou Lou’s exactamente dos minutos después de que abra el local. Tras un rápido vistazo a la carta sabemos que hemos acertado: L sigue el instinto de una tortilla con tostadas y patatas y a mí se me nublan los ojos ante la perspectiva de unos gofres belgas. Junto a un único café con leche la cuenta sube hasta casi 30 dólares tras añadir el 15% de propina. 20 euros al cambio, pero vaya un desayuno. Como esperábamos, anula la necesidad de volver a comer nada hasta dentro de un buen puñado de horas. Te quiero, Lou Lou's Regresamos a casa para hacer un poco de tiempo y dejar que los estómagos se asienten tras el puñetazo que ha supuesto el atracón matutino. Son las 9:30 cuando nos volvemos a poner en marcha, esta vez de forma mucho más tranquila y los ojos mucho más abiertos que tres horas antes. Siguiente parada… iba a ser Medicine Lake, pero tras consultar nuestras notas recordamos que es recomendable visitar tanto este como Maligne Lake a partir del mediodía para evitar el resol así que hacemos un cambio en la agenda y ponemos rumbo hacia Maligne Canyon, que no hay que confundir con el lago homónimo. Durante el camino, un nuevo momentazo aunque en esta ocasión demasiado efímero. A los pocos kilómetros, habiendo ya enfilado la carretera hacia Maligne Canyon, dos nuevos coches parados en el arcén nos alertan de que algo ocurre en los alrededores. Y ese algo es nada más y nada menos que un cachorro de oso negro junto a su madre. Podemos babear mientras los vemos a ojo desnudo durante apenas diez segundos, pero tras eso echan a correr para adentrarse en el bosque anulando toda posibilidad de retratarlos. Maligne Canyon es una zona en la que el agua cae con tanta fuerza en un tramo del río que su impacto sobre las rocas ha provocado unos rápidos en los que el caudal salta y acelera a lo largo de rocas pulidas por el efecto del propio agua tras el transcurso de los años. Sin embargo la visita a sus alrededores no incluye exclusivamente el cañón en sí, si no también uno, varios o todos los puentes que cruzan por aquí y por allá el río y que están convenientemente enumerados. Fruto de nuestra investigación previa, nuestro plan es aparcar junto al puente número 6 ya que su ubicación apartada nos asegura un aparcamiento menos saturado. Desde allí recorreremos a pie primero los dos kilómetros bordeando el río que lo separan del puente número 5 y luego la distancia que sea necesariar para alcanzar y bordear el cañón. La primera parte de plan se cumple a rajatabla, caminando en soledad con la única interrupción esporádica de alguna pareja o familia con la que coincidimos y creyendo ver osos en la distancia en cualquier sombra o tocón de árbol. Las ventanas que el bosque abre hacia el río a mano derecha nos dejan ya apreciar por primera vez el atractivo color turquesa del agua. El terreno es de tierra compacta y llano en su mayoría, con la única excepción de algún pequeño remonte no más exigente que una escalera cualquiera. Grandes vistas del sexto al quinto puente de Maligne Canyon Alcanzamos el quinto puente y entonces ocurren dos cosas. La primera, que sobre el árbol en el que nos detenemos una ardilla provoca que suframos un ataque de lo que parecen pequeñas piñas. Por lo cerca que caen de nuestras cabezas, si quisiera pensar mal juraría que la puñetera ardilla está apuntando antes de disparar. Lo segundo que ocurre es que, mientras a mano derecha queda el quinto puente, a mano izquierda aparece una cuesta empinada que según un mapa nos debería llevar al Maligne Canyon que tiene una elevación 100 metros superior a en la que estamos ahora. Sumando dos más dos, entendemos que la curva empinada es el camino correcto para llegar al cañón. El error lo cometemos cuando no echamos un segundo vistazo al mapa para comprobar que mientras que la ruta "7H" marcada en el desvío efectivamente llega a Maligne Canyon, la ruta "7" alcanza exactamente el mismo lugar pero por un sendero mucho más próximo al río y mucho más asequible que lo que estábamos a punto de afrontar. El quinto puente, desde las alturas Recordad niños, no cojáis el 7h En comparación a lo que hubiéramos tardado por la ruta llana, perdemos entre 30 y 45 minutos recorriendo un sendero de alrededor de dos kilómetros que esporádicamente nos exige caminar por cuestas muy empinadas. La única recompensa es algunas vistas al valle superpoblado de árboles a mano derecha. Cuando empezando a acusar el cansancio se empieza a cruzar gente que no parece especialmente preparada para subir ninguna cuesta, empezamos a sospechar. Cuando una pareja británica –deduzco por el acento- nos dice que “no han hecho el recorrido, si no que vienen del parking”, damos por hecho que hemos pagado la novatada. Poco después llegaríamos al puente número dos donde muchísima gente que no hemos visto durante nuestro camino se concentra para mirar la altura del cañón, que debido a su profundidad permanece casi íntegramente a oscuras. Las profundidades de Maligne Canyon Puentes y agua separados por varios metros El regreso hasta el puente número 5 lo hacemos por el camino que deberíamos haber tomado desde el principio, y es como ver amanecer tras una larga noche. El descenso desde el puente número 2 es a través de pasarelas y escaleras de madera, con miradores habilitados a cada pocos metros para apreciar un nuevo detalle del cañón, el río, la fuerza del agua o las tres cosas a la vez. Cuando el suelo vuelve a nivelarse nos espera un muy agradable paseo en paralelo al agua con la aparición estrella de una catarata de finos hilos de agua que se proclama de inmediato lo mejor de la excursión a nuestro juicio. Mientras tanto, nuestras chaquetas llevan ya tiempo atadas a la cintura tras pasar del fresco agradable a la sombra a un potente sol que ya ha puesto el termómetro por encima de los 20 grados. Varios salientes para asomarse durante el descenso El Maligne River se va aplanando según descendemos Se asoma algo bueno... ... muy, muy bueno Un detalle de lo mejor de Maligne River Alcanzamos el puente número 5 más cansados de lo que esperábamos a estas alturas a causa del error de la ida. Como sabemos perfectamente las diferencias de forma física y resistencia de cada uno, propongo a L que me espere en este aparcamiento mientras yo deshago, con el ritmo más fuerte que me permite ir solo, los dos kilómetros que nos separan del coche. Lo que antes nos costó más de 30 minutos de paseo llenos de bromas entre nosotros y paradas para hacer fotografías ahora me lleva 15 minutos gracias al paso ligero y algún sprint esporádico. Dos minutos después estoy recogiendo a L en su punto de descanso e iniciamos los 20 kilómetros que nos llevarán hasta Medicine Lake. Con mis pies agradeciendo el descanso y superando puntualmente el límite de velocidad de 60 km/h –una vez más, es raro el coche que parece respetar los límites- llegamos al mirador de Medicine Lake. Este lago, cuyo ángulo más retratado está a los mismos pies del aparcamiento, presenta la peculiaridad de desaparecer por completo desde que termina el verano hasta que se inicia el siguiente periodo estival. Descendemos a su orilla y nos preguntamos, con lo grande que nos parece, cómo debe ser ese Maligne Lake que viene a continuación y que a tenor de la escala del mapa deja este Medicine en anecdótico. Disfrutamos de la postal aunque no con la relajación que nos gustaría, ya que una familia estadounidense –son inconfundibles- no son capaces de mantener silencio durante tres segundos seguidos a escasos metros de nuestra posición. Medicine Lake... toda esa agua desaparece en verano No se puede decir que no sea fotogénico Pato, qué le estás haciendo a mi cám... olvídalo Los próximos 20 kilómetros siguiendo la carretera hasta alcanzar Maligne Lake son maravillosos, de esos que te hacen sentir en paz contigo mismo. Decenas de montes con todo tipo de texturas y siluetas aparecen sobre las copas de los árboles, algunos de ellos brillando por las manchas de nieve iluminadas por el sol. Y el termómetro del coche, mientras tanto, marcando 23 grados. Llegamos al aparcamiento más cercano a Maligne Lake y nos encontramos la mayor concentración de gente y coches hasta el momento. Afortunadamente la organización del parque ha tenido a bien habilitar varios aparcamientos escalonados y es en el P3 donde al fin encontramos sitio libre para detener el motor. Caminamos hasta el sendero que nos llevaría al Visitor Center, pero vemos entonces una señal que nos desvía hasta uno de los dos senderos que traemos apuntados y decidimos dejar el centro de visitantes para el final. Empezamos el Mary Schaffer Loop, una excursión de 3,2 kilómetros que debería brindarnos miradores al “lago maligno” desde su lateral izquierdo según lo vemos desde el centro de visitantes. No tarda en aparecer ante nosotros y, efectivamente, es descomunal. Quizás por ahora las vistas no sean tan atractivas como las de Medicine Lake a causa de las discretas montañas que quedan tras de él desde este lado, pero la impresión corre a cargo de su vasta superficie ahora ocupada por algunas canoas y kayaks de alquiler y el paso incesante de ferries correspondientes a la excursión a Spirit Island, un pequeño islote con árboles que representa una de las imágenes más populares de Maligne Lake. El coste de la excursión es de 68 dólares canadienses por persona y entre la ida, la vuelta y los minutos que se detiene frente al islote tiene una duración aproximada de 90 minutos. Nosotros coqueteamos con la posibilidad de comprar billetes para finalmente decidir descartarlo por un cambio de prioridades. Por ahora lo que hacemos es detenernos en uno de los múltiples merenderos junto al lago, ya que son las 14:00 y el impresionante desayuno de hace seis horas ya ha pasado a la historia. Nos comemos los dos trozos de pizza que nos quedan y una nueva cookie con nueces de Macadamia, sorprendidos por los fortísimos golpes de viento que sufrimos cada pocos minutos. Vistas con barcas mientras comemos junto a Maligne Lake Uno de los numerosos ferries a Spirit Island Según comenzamos a caminar por el Mary Schaffer Loop confirmamos nuestras teorías sobre él. Su coletilla de “loop” ya nos indica que se trata de un recorrido circular, pero si comparamos los 3,2 kilómetros de duración del sendero con la superficie del lago es físicamente imposible que lo rodee. Por ninguna parte se ve algún tipo de puente o pasarela que permita cruzar las aguas, así que la única posibilidad que queda es que la segunda mitad del camino, la que sería el camino de regreso, sea por los interiores del bosque que nos queda a mano izquierda. Como no queremos perder de vista el agua en ningún momento, decidimos recorrer la primera mitad del sendero tanto para la ida como para la vuelta, al igual que hacen muchos excursionistas con los que nos cruzamos. Durante el proceso seguimos contemplando las canoas deslizándose sobre el agua, una de ellas ocupada por japoneses que a tenor del escándalo de provocan deben creer que están en una Boat Party. La ruidosa familia americana de Medicine Lake nos alcanza cuando estamos sentados en un nuevo mirador que ahora sí combina el lago con una fantástica cordillera al fondo, y en ese momento la tranquilidad se va al garete. Seguimos la marcha y al poco el camino toma un giro a la izquierda y se adentra en el bosque, siendo nuestra señal para dar media vuelta. Mary Schaffer Loop, el cartel Mary Schaffer Loop, el sendero Maligne Lake panorámico El Lago Maligne y las montañas que lo vigilan Un detalle de las cumbres nevadas Hacemos el regreso felices pero acalorados. El viento ha cesado pero el sol sigue muy alto y apretando con fuerza por lo que notamos el calor en la piel ahora que ya vamos en manga corta desde hace un par de horas. Pasamos de largo el lugar por donde aparecimos desde el aparcamiento y continuamos avanzando por la orilla hasta alcanzar el centro de visitantes, no sin antes asomarnos por la pequeña caseta en la que se alquilan las barcas de paseo. El alquiler se sitúa entre los 40 y los 55 dólares por hora en función del tipo de embarcación y tamaño que elijas. Me gustaría, pero sabiendo del poco amor que L le tiene a navegar y que a ella le entusiasma mucho más nuestro plan alternativo lo dejo para otra ocasión. Eso sí, nadie nos priva de las fotos por excelencia de Maligne Lake: dejando a lado izquierdo de la imagen el rojo techo de la caseta de alquiler de barcas cuyo texto en el tejado deja claro dónde estamos. La inevitable foto de Maligne Lake Alquiler de barcas y cartel, dos en uno Venga, hazle la foto y que se calle ya... Curioseamos durante unos minutos en el Visitor Center pero lo más útil que hacemos aquí es aprovechar para hacer una visita a los baños. Son las 16:30 cuando nos despedimos de Maligne Lake tras remontar el camino hasta el alejado parking donde espera nuestro coche. Cada vez hace amigos más grandes Empieza aquí la operación “ni una sola espina clavada”. Nuestros últimos instantes de ayer en la Columbia Británica fueron agridulces porque, pese a que pudimos ver desde la distancia parte de los 4.000 metros de altura del Monte Robson, unas nubes aguafiestas nos impidieron divisar su blanca cima. Dicho monte queda a 85 kilómetros de Jasper, separados por un tramo de carretera que ayer se nos hizo muy pesado al recorrerlo en horas en las que la noche ya era cerrada. Sin embargo llevamos desde esta mañana con una idea en la cabeza: que si podíamos encontrar el tiempo, estaríamos dispuestos a recorrer de nuevo esos 170 kilómetros entre ida y vuelta con tal de poder ver el techo de la provincia en condiciones. Y dado que todavía quedan algo más de tres horas para que el cielo empiece a oscurecerse, se están cumpliendo los requisitos. Sin embargo antes de intentarlo debemos confirmar que el tiempo sobre Mount Robson garantiza su visibilidad. Se nos ocurre que un buen modo de garantizarlo es consultar la previsión del tiempo y, sobre todo, buscar una cámara web o fotografías recientes realizadas en el lugar. Ambas cosas requieren de conexión a Internet y, ya que las buenas gentes de Maligne Lake no han considerado necesario habilitar una red gratuita para sus visitantes, el primer paso es regresar a nuestra casa de alquiler en Jasper. Tenemos 40 kilómetros por delante volviendo a pasar por Medicine Lake y los desvíos de Maligne Canyon. Los recorremos apurando los límites de velocidad y siempre dentro de los límites razonables de la seguridad propia y la de los demás conductores. Las maniobras que vemos en el tráfico, tanto de coches de alquiler como de locales, nos sigue transmitiendo la sensación de que por lo menos en esta mitad de Canadá se conduce terriblemente mal. Iniciamos la entrada a Jasper y recibimos el primer revés en la cara: nos topamos con un paso a nivel cerrado cuyo kilométrico tren sobre la vía está completamente detenido. Tras dos minutos mirando al reloj tenemos la idea de que quizás haya otro acceso al pueblo que cruce las vías por debajo o, como mal menor, esté a una altura en la que el tren ya haya pasado. Encontramos un candidato y tras dar marcha atrás y girar por el siguiente desvío encontramos exactamente el paso inferior por un túnel que esperábamos. Primer obstáculo resuelto. Entramos en casa a toda prisa y hacemos las revisiones pertinentes. La meteorología no es un problema: el Weather Channel nos confirma que el día en Monte Robson es en su mayoría despejado. Lo segundo se complica un poco: encontramos la página web oficial de la red de parques de Canadá en la que deberíamos ver una imagen en tiempo real del monte, pero lleva ya una semana inactiva. Dudando entre salir corriendo el riesgo o no, se nos ocurre una solución: buscar fotos con la etiqueta #mountrobson en Instagram. Lo hacemos, descartamos aquellas que parecen demasiado profesionales para ser en tiempo real y... ¡bien! Fotos de hace 10, 25 y 40 minutos con toda la montaña perfectamente visible. ¿Oís eso? Es el sonido del Chevrolet Cruze poniéndose en marcha en dirección noroeste. Saliendo de Jasper... ... y regresando a la Columbia Británica Los 83 kilómetros pasan con menos dolor de lo esperado, quizás fruto de la ilusión por saber lo que se avecina. El monte no es visible hasta casi alcanzar su centro de visitantes y antes de pararnos en él nos acercamos hasta el punto desde el que saldría la excursión a Kinney Lake que descartamos ayer y, por desgracia, hoy tampoco íbamos a tener tiempo de realizar en ningún caso. El aparcamiento está lleno y, pese a acercarnos unos cuantos cientos de metros más hasta el monte, aquí el bosque ya está demasiado cerca y tapa la visibilidad. Volvemos al centro de visitantes y nos desquitamos. Vaya que si nos desquitamos. Hemos vuelto... ... por esto Por fin, Mount Robson como es debido Es una de las mejores vistas panorámicas que recordamos, compitiendo con palabras mayores como el Horseshoe Bend de Arizona, la montaña de Grand Teton o los Mittens de Monument Valley. Nos entregamos por completo a las vistas mirando, enfocando, disparando, volviendo a mirar, quedando atónitos. Cuando ya estamos empachados accedemos al interior del Visitor Center donde una proyección da instrucciones sobre cómo realizar el Berg Lake Trail, una excursión a dividir en varias etapas y que recorre un total 20 kilómetros de solo ida atravesando o bordeando varios valles, lagos, glaciares y cataratas. La zona recibe el nombre de “Valley of the thousand falls” -El valle de las mil cascadas-, y con eso está todo dicho. Exagerando a Robson con un poco de HDR... Detalle del monte (resultado de fusionar varias imágenes) Simpática señalización de las cumbres canadienses Empezamos el inevitable regreso y entramos de nuevo en la provincia de Alberta. Son alrededor de las 8:30 cuando alcanzamos la calle comercial de Jasper, con mucho más ambiente y locales abiertos de lo que esperábamos un martes a estas horas. Localizamos la tienda de bebidas alcohólicas donde por 11 dólares nos llevamos cuatro latas de cerveza para cenas futuras. Observamos fugazmente las múltiples tiendas de comestibles y supermercados que resultan perfectas para necesidades de última hora. Finalmente regresamos a Lou Lou’s Pizzeria, el culpable de nuestro desayuno. Lo que vimos esta mañana en la carta de comidas para llevar ha estado resonando en nuestra cabeza todo el día, y parece que ambos estábamos esperando el momento adecuado para proponer repetir por la noche. L se lleva una hamburguesa con queso y yo, que inicialmente iba a llevarme una hamburguesa especial de la casa, me animo en el último momento a probar el “Poutine”, algo que según Wikipedia es un plato típico canadiense que consiste en patatas fritas revueltas en queso, champiñones y un ingrediente a elegir. En mi caso el ingrediente será pollo. Pagamos los 18 dólares del pedido y en 15 minutos lo estamos dejando sobre la mesa de nuestro pequeño comedor durante estos tres días. El poutine sería el hijo bastardo de un restaurante americano y un restaurante chino. Queda como una pasta uniforme que de lejos pasaría por el clásico “pollo con almendras” asiático, pero con elementos y sabores típicos de los norteamericanos. Es fuerte y sabroso, quizás tanto que no llegas a saborearlo por la falta de matices. Pero a estas horas cualquier cosa apetece y más con las dos frías cervezas que lo acompañan. El premio de la noche se lo lleva la hamburguesa de L, que tal y como prometía el panfleto huele y tiene el aspecto de ser casera y cuyo sabor recuerda al de un filete ruso de sabrosa carne picada. Con ustedes, Poutine de champiñones y pollo Son las 22:20 cuando con todo recogido podemos preparar la etapa siguiente y ducharnos. Se acerca peligrosamente la medianoche cuando podemos dar por zanjado el día. Un día que nos ha presentado Jasper con su mejor cara, algún error de percepción por nuestra parte y una memorable improvisación con la revisita al Monte Robson. La loca idea de visitar Patricia Lake en plena noche para fotografiarlo con el cielo estrellado se antoja difícil, ya que tanto esta noche como la siguiente tendrán el cielo nublado y con alta probabilidad lluvias. Así que nos centraremos en el mañana, donde varias pequeñas excursiones deberían darnos una segunda ronda de Jasper que deje el pabellón bien alto. Crucemos los dedos. Etapas 7 a 9, total 29
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