![]() ![]() INDIA: Siete días de ruta camino de Nepal ✏️ Blogs de India
Siete días para cruzar el subcontinente indio, parando en Bombay, Orchha, Kajuraho y Benarés para cruzar la frontera terrestre de Sunauli.Autor: Globaltrote Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (1 Votos) Índice del Diario: INDIA: Siete días de ruta camino de Nepal
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Etapas 7 a 9, total 9
Cuando comenté al taxista que me alojaba en el Hotel Harmony, éste comentó ‘very good’. Y la verdad es que está muy bien, por un precio razonable tienes una habitación amplia y limpia. El chico de la recepción, que hablaba un español aceptable después de estudiarlo por cinco meses en el Instituto Cervantes de Delhi, me recomendó cenar en el restaurante de al lado. Otro vegetariano, pero como era tarde no me apetecía vagar en busca de alternativas. Cené arroz con guisantes y queso y roti con queso. Excelente. Después de desayunar lassi de papaya, panqueques de plátano y café con leche, tranquilamente me dirijo al grupo oeste, que reúne la mayoría de los templos hinduistas de la región, famosos por sus esculturas en las que se representan no pocas escenas de contenido sexual. Uno a uno, los guías que dirigen los diferentes grupos iluminan con sus espejos las figuras más conocidas y comentan con distinta gracia los siliconados pechos de las bailarinas, la distancia controlada con la que un amante aleja a un mono de su amada que lo abraza con fuerza o el uso de estupefacientes para prolongar la práctica de las diferentes posturas. Lo más sorprendente no es ni el excelente estado de conservación del recinto, ni de la singularidad de las imágenes, sino de la fecha de ejecución, sino la fecha en la que fueron construidos los templos, 950 y el 1050. ¡Hace mil años! Había previsto pasar allí dos días y el recinto se puede visitar perfectamente en media jornada. Así que me sobra tiempo y decido alargar un poco la tarde. Hace calor, pero en el interior de los templos se está fresco. Dentro, sólo se aguanta un rato, el que se es capaz de soportar frente al hedor de los murciélagos. Sin embargo, en la antesala, la cubierta te protege del sol mientras contemplas el recinto ajardinado que enmarca los ocho templos destacados. También resulta entretenido el comportamiento de los turistas, entre los que abundan los españoles y, entre ellos, las parejas de recién casados. A medida que avanza la tarde el cielo se cubre y la luz no mejora la vista. Es hora de salir. Decido cenar en uno de los locales recomendados por la guía y esta vez no defrauda. Pollo tandoori con salsa de yogur con cerveza. Un festín fabuloso. Al día siguiente decido visitar el resto de templos que están diseminados por la región y que, si bien no están tan bien conservados, cuentan con el atractivo adicional de tener que explorar hasta encontrarlos, además de localizarse en un emplazamiento más auténtico. De camino al último grupo de ellos, paso por el ‘pueblo viejo’, que es el auténtico núcleo poblado más próximo a los restos arqueológicos en contraposición al moderno entramado urbano turístico. A la entrada, un anciano con gafas de gran aumento me reclama desde la puerta. Insiste en que vea su muestrario de antigüedades, bisutería y demás artículos de venta a turistas. Declino, pero el interior de la vivienda parece bonito y decido entrar. Me explica las maravillas de todos los artículos que expone ordenadamente sobre una mesa baja. No me interesa nada, salvo una caja de metal de la que no puedo apartar la mirada. Él, astuto, empieza a centrarse en el regateo de la caja que, por supuesto, acabo comprando. A la salida, Rajú, un chaval, se ofrece a enseñarme el pueblo. Le digo que no necesito un guía, pero él parece no tener nada mejor que hacer. Me explica como extienden el excremento de vaca en la puerta de las casas a modo de alfombra para evitar la entrada de los mosquitos y como ritual de buena suerte. También me muestra los límites donde vive cada casta y unas numeraciones que figuran en las esquinas y que indican la fecha de vacunación de la polio. En las calles nos sorprende varias comparsas formadas por furgones o tractores que llevan unos iconos hindús iluminados de mil colores y emiten estruendosa música que bailan sendos grupos de jóvenes, tirándose polvos de colores. Acabo la tarde contemplando la puesta de sol sobre un lago. Al lado, unos padres completan un muñeco de paja al que le insertan petardos. Es el festival de Durga y esa noche le prenderán fuego mientras yo tomo el tren a Benarés. Etapas 7 a 9, total 9
El tren inicia su marcha a la hora prevista, las 23:50h. Saludo a los vecinos de compartimento y enseguida me echo a dormir. A la mañana siguiente saludo a Marta, una chica de Barcelona que está viajando por unos tres meses y con la que había coincidido desayunando en un bar. Junto a ella viaja Roma, una chica muy resuelta de Delhi que no para de hablar, recordándome constantemente qué hace una chica de 30 años en la actualidad, vacilándome acto seguido si yo, con mi edad, también lo hago. Cortó el juego antes de que llegáramos a Benarés, a eso de las 11h. Ya había estado en esta ciudad, la más santa entre las santas para los hinduistas. Sabía que la estación está bastante alejada del centro y tomo un auto rickshaw para que me acerque. Hay una calle asfaltada que conduce hasta el gath de Dashaswamedh, pero el último tramo está colapsado de puestos de comida, ropa y gente. Mucha gente que va y viene. Mucho ruido. Nada nuevo bajo el sol. Una constante en India. Me deja en un cruce de calles algo alejado del destino. Pago y me introduzco en los angostos callejones de la ciudad antigua, cuyo trazado no sigue ningún patrón. Un hombre se dirige a mí y se ofrece a conducirme al albergue que he reservado, cerca de las escalinatas que protegen la ciudad del Ganges. Y menos mal, porque aun siguiendo el camino más directo, había una larga caminata por ese laberinto que es el centro de la ciudad. Después de acomodarme y de darme un homenaje con un buen thali, doy un paseo por la ribera del Ganges. Una vez llegas al rio es muy fácil orientarte. El ambiente es muy relajado con ese paisaje que resulta familiar de mil reportajes, barcas, santones, inmensos parasoles que protegen del sol a cientos de personas que se ganan la vida en la calle vendiendo te o afeitando barbas. El sol va descendiendo tras los edificios y en algunas escalinatas la gente va tomando asiento a la sombra para contemplar la ceremonia del Ganga Arti. Y yo con ellos. A las seis y media ya es de noche. A esa hora empieza la celebración con música e incienso para poco después empezar con el fuego. Los hindúes hacen ofrendas al dios rio con flores y velas sobre pequeñas embarcaciones. Al día siguiente me levanto a las cinco para contratar una barca que me dé una vuelta por el rio para contemplar el amanecer y el paisaje humano que se congrega en la orilla del Ganges. Es un tipismo que no conviene evitar, porque a esa hora es cuando entiendes la mística de la ciudad. Un encuentro con la tradición, las gentes y un día a día sinigual. Más santones, gente bañándose para purificar sus pecados, lavanderos, porteadores de madera para los crematorios… Después de un buen desayuno visito Vishwanath, el más venerado de los templos de la venerada Benarés. Los callejones que lo rodean estás atestadas de gente. La guía advierte de entrar con el pasaporte y desprovisto de bolígrafos, móviles o de cualquier otro aparato electrónico. Las medidas de seguridad son exageradas, arco de metales, tres puntos de control con sus cacheos correspondientes y registro con entrega del pasaporte, sólo para ver unos segundos un lingam cubierto de flores, caramelos y restos de las ofrendas que llevan los creyentes entre los empujones de los custodios que velan para evitar aglomeraciones. Y es que en la India la escala humana es inmensa. De vuelta al albergue hago el check out e intento sin fortuna sacar el billete de autobús a Katmandú. Decido ir a la estación de autobuses. Ya en la calle principal me reclama un chaval que lleva un ricksaw a pedales. Se llama Rajú y me acompaña hasta el interior de las taquillas de venta. Compro el billete de la última plaza disponible. Es hora de comer y propone llevarme a un sitio bueno, un McDonalds! En la zona pija de la ciudad. Come on, Rajú! No he venido a Benarés para ver esto. Le invito a comer conmigo, dos McChicken (es la única carne que ofrecen). Cuando acabamos le pido que me lleve a Assi Ghat. Assi Ghat se encuentra en el extremo sur de la ciudad y dispone de amplio espacio donde se desarrolla la vida. Ascendiendo, veo tranquilo el movimiento de los barcos, cómo limpian de sedimentos las escalones una vez superado los monzones, cómo ofician las incineraciones, … El atardecer me pilla en Kedar Ghat, donde se amontona bastante gente que cruza el rio en barca. A lo alto de la escalinata hay un templo de cuyas puertas sale una música singular, acorde con la singular ceremonia que ofician. A sus pies paso lo que queda de tarde viendo como unos muchachos juegan con sus cometas frente a la luna. Uno de ellos me recuerda a mí mismo de pequeño. Todo, mientras suenan la percusión que anuncia el inicio de un nuevo Ganga Arti en este místico rincón del mundo. Etapas 7 a 9, total 9
El autobús no debe ser un modo de transporte habitual en India. La estación no está tan abarrotada como suele estarlo las de tren y la mayoría de los viajeros que ponían rumbo a Katmandú eran mayoritariamente extranjeros. El autobús arranca a las diez en punto, como estaba previsto. Desde el parabrisas se ve la estrecha carretera secundaria, iluminada por los focos. El chófer avanza despacio sorteando los socavones. Dentro, los asientos son cómodos y se puede dormir bien. Me despierto alrededor de las cinco cuando hace una parada en Gorakhpur. De allí enseguida estamos en Sunauli, el puesto fronterizo con Nepal, donde el cruce de la linde resulta sencillo y el trámite de obtención del visado tan fácil como abonar los 100$ que cuestan los tres meses que voy a estar. Total, una hora. Son las ocho y media de la mañana y parece que Katmandú está cerca. Enseguida percibes que estás en otro país. La ropa de las mujeres, la comida, las botellas de alcohol que se exponen en las tiendas… A partir de este punto las carreteras pasan a ser una tortura, pasando del asfalto bacheado al pedregal. De las rectas infinitas a los desniveles. Algo me dice que no llegaremos a las 13h programadas. Desde el interior del autobús apenas se distingue un paisaje montañoso, con ríos de agua blanca en el fondo del valle, pero el traqueteo del autobús sumado a las horas de viaje no te dejan apreciarlo. Pero la tortura no es completa hasta que no incluyes una estruendosa película de Bollywood y un atasco en los accesos a tocar de la ciudad para llegar finalmente a las seis de la tarde, aunque realmente fuera de noche. Etapas 7 a 9, total 9
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