Relato del viaje de ocho días (sin contar el de ida) por las islas de Ibiza y Formentera que hicimos a finales del mes de mayo. Fuimos con nuestro coche desde Madrid a Valencia, donde tomamos un ferry hasta Ibiza. Una vez allí, tomamos otro ferry hasta Formentera. Autor:Artemisa23Fecha creación:⭐ Puntos: 5 (8 Votos)
Nuestra última mañana en Formentera la pasamos haciendo una pequeña ruta de senderismo entre Can Marroig, Punta de la Gavina y Punta de Sa Pedrera, con unos acantilados que nos mostraron unos rincones agrestes con un color de agua maravilloso y muy poco concurridos. Almorzamos en Sant Francesc, la capital de la isla.
La mañana amaneció con el cielo casi despejado . Después de desayunar, nos asomamos por última vez a la playa de Es Pujols, con aguas de colores más intensos bajo el sol. También fotografié a las famosas lagartijas de tonos azules, que se han convertido en icono de la isla y su naturaleza.
De nuevo pasamos por Las Salinas y el Estany des Peix, contemplando unas estampas muy bonitas con las casas blancas reflejadas en el agua, cuyo color rosado le sentaba muy bien.
Can Marroig, Punta de la Gavina y Punta de Sa Pedrera.
El área protegida de Can Marroig y Punta de Sa Pedrera es una zona de tierras escarpadas entre el Puerto de la Sabina y Cala Saona. Nos dejamos llevar por el navegador, que nos metió por varias enrevesadas pistas hasta que llegamos a un aparcamiento y, a lo lejos, divisamos la silueta de la Torre de Sa Gavina, a primera vista muy similar a las otras dos torres defensivas que habíamos visitado ya.
Una vez allí, más que la torre, lo que atrapó nuestra atención fueron las imponentes panorámicas desde el acantilado sobre el que se ubica, que nos volvió a sorprender con sus colores rojizos y una erosión tan profunda que desgajaba las rocas, obligándonos a andar con cuidado, fijándonos bien dónde poníamos los pies. Desde luego, nada de chanclas para ir por aquí.
Sin embargo, todavía no habíamos alcanzado lo mejor. Continuando por el sendero, a veces inexistente, que, hacia el norte, recorre el litoral, dejamos atrás la torre de vigilancia y descubrimos cuevas y grietas, pequeñas ensenadas y playas diminutas escondidas entre las rocas.
Pero con ser agreste y bello, lo más llamativo era el color del mar, que combinaba la transparencia cristalina de las aguas con unos increíbles tonos azules y turquesas. De verdad, había que estar allí para verlo. Espectacular y solitario este sitio. Aunque no es la mejor cala para tomar un baño relajado, se puede hacer buen snorkel. Aunque el tubo y las gafas quedan para otra ocasión, el agua estaba tan clara que podíamos adivinar el fondo desde lo alto del acantilado. ¡Qué bonito!
Alcanzamos el punto geodésico y unas formaciones de colores rosáceos y marrones muy claros, casi blancos, supongo que por su composición mineral.
¿Eso se parece a un elefante o son imaginaciones mías?
Punta de Sa Pedrera en tiempos fue una cantera y debe su nombre a las piedras, grandes y pequeñas, que conforman mil formas caprichosas en una especie de desierto de siluetas y colores, con el fantástico fondo de un mar verde y azul.
Disfrutamos mucho de este lugar, quizás porque apenas nos encontramos con media docena de personas, algo que lo hacía muy especial.
Lo curioso es que mirando de espaldas al mar nos encontramos con una planicie y un terreno bronco y árido, azotado por el viento y con muy escasa vegetación.
Como contraste, en Can Marroig hay un bosque de pinos y sabinas y un área recreativa. Muy cerca queda la ensenada del Caló de S’Oli con sus playas.
Sant Francesc Xavier.
Como nos faltaba por conocer la capital, decidimos ir allí a comer y así, de paso, dábamos una vuelta. Es la principal población de la isla, donde se encuentra el Consell Insular (Ayuntamiento). Su población es de unos 3.000 habitantes.
Dejamos el coche en un aparcamiento a la afueras y fuimos caminando hasta el centro histórico, que es muy pequeño pero resultón para dar un paseo. Lo más interesante se centra en dos calles y la Plaza de la Constitución, con la Iglesia de San Francisco Javier del siglo XVIII y la Casa Consistorial.
El cielo se había puesto negro de repente y amenazaba tormenta. Al lado de la plaza, nos acomodamos en la terraza del restaurante Es Marés, donde comimos de maravilla a buen precio (no llegó a cuarenta euros), mientras veíamos caer un auténtico diluvio, que, por fortuna, no duró demasiado.
Ya nos quedaba poco tiempo disponible en la isla, así que, tras dar un paseo corto, volvimos al coche y nos dirigimos hacia al Puerto, para esperar la salida de nuestro ferry. Comprobamos el lugar exacto del embarque y estuvimos un rato dando vueltas por la Sabina para hacer tiempo. Muy complicado el aparcamiento allí. Tuvimos que hacer lo que no habíamos hecho en todo el resto de la isla: sacar un ticket de pago en el aparcamiento del puerto hasta que nos dejasen embarcar. Sin coste, solo permitían entrar a la zona de embarque sin con menos de media hora de antelación a la salida del barco.
El ferry de Trasmapi salió en hora y deshicimos la travesía que habíamos realizado dos días atrás, entretenidos en contemplar de nuevo el bonito panorama. Nuestra corta estancia en Formentera nos había gustado mucho, pero tocaba volver a Ibiza, donde entre otros muchos lugares nos esperaba el islote de Es Vedra, que acechaba poniendo fondo al faro que dejábamos atrás en la Savina..
Nada más desembarcar en Ibiza, nos dirigimos con el coche al Puerto de San Miguel, donde nos alojaríamos durante las cuatro noches restantes de nuestra estancia en las Pitiusas. Elegimos el Hotel Galeón (de la Cadena Barceló) porque fue el mejor precio que encontré, con diferencia, de sus características, prescindiendo de la zona de San Antonio, ya que solemos huir de las aglomeraciones tanto de gente como de tráfico. Cierto que es un cuatro estrellas que ha conocido mejores tiempos y que necesita una renovación más pronto que tarde, pero está situado en un lugar espectacular, dispone de aparcamiento gratuito y nos ofrecía media pensión por 523 euros las cuatro noches. No es que nos guste especialmente la manutención de los hoteles, al contrario, pero el precio con cena en este hotel nos salía bastante más barato que en otros sin desayuno. Y el lugar parecía bonito. Pues nada, allí mismo.
Itinerario desde el Puerto de Ibiza al Puerto de San Miguel en Google Maps.
Port de San Miquel.
Desde la capital hasta el Port de Sant Miquel solo hay 23 kilómetros, pero enseguida nos dimos cuenta de que transitar por las carreteras ibicencas no es ninguna bicoca, tanto por el intenso tráfico como por la propia orografía de la isla, mucho más ondulada y boscosa de lo que nos habíamos imaginado. Llegamos a nuestro destino en unos treinta minutos. Hicimos el registro y descubrimos la ubicación espectacular del hotel, como también era espectacular la vista que teníamos desde la terraza de nuestra habitación.
Sin duda, las panorámicas son lo mejor del complejo, al menos en la actualidad. De todas formas, tampoco nos quejamos del buffet de la cena, que nos pareció de buena calidad y variado, incluso de un día para otro. En las comidas, el agua era gratis, el resto de las bebidas había que pagarlas aparte. Por fortuna, en esa época no tuvimos que atenernos a un turno ni guardar colas para encontrar mesa en el comedor.
El Port de Sant Miquel fue en su día el puerto pesquero del pueblo de Sant Miquel de Balansant, si bien ahora el mayor vestigio de ese pasado ha desaparecido, dando paso a un lugar plenamente turístico, con hoteles, un par de restaurantes, bares y algún que otro supermercado, si bien de un modo tranquilo, pues nada tiene que ver con la “marcha” de otros puntos de Ibiza. Incluso con la barbaridad urbanística de unos hoteles y bloques de apartamentos que se han comido buena parte del acantilado, la cala no deja de ser preciosa, rodeada de bosques de pino y cerrada a medias por un islote con acceso por una lengua arenosa que también es playa. Además, presume de unas aguas de una gana de verdes tan variados e intensos que te dejan sin habla. En los alrededores, se puede hacer rutas de senderismo, subir hasta la Torre Des Molar y visitar la Cueva de Can Marça. Ya lo iré contando.
Después de cenar, bajamos caminando hasta la zona de la playa, a ver qué tal el ambiente. Y aquí reside otro de los inconvenientes del hotel, que se encuentra en un alto, por lo que para llegar a la playa hay que coger el coche, lo que ni apetece ni compensa, o bajar a pie una buena cuesta, que luego hay que subir a la vuelta, claro está. Eso sí, hay farolas y acera. Se pasa por otro enorme complejo hotelero que ahora está cerrado y en obras. Aunque traté de evitar en lo posible que los edificios de los hoteles del acantilado salieran en las fotos, en algunas, están. El Hotel Galeón es el que se ve ahí, desde la playa.
En la playa no había apenas ambiente, la discoteca de un hotel, un par de restaurantes y algún que otro bar abiertos. Por lo demás, calma absoluta. Y tampoco mucho sitio para pasear. Así que regresamos pronto. El hotel dispone de servicio de animación, pero no nos atrajo demasiado. Así que nos entretuvimos leyendo en la habitación y preparando las excursiones del día siguiente con ayuda de los mapas que me habían facilitado en la Oficina de Turismo de Ibiza.
En nuestro primer día completo recorriendo la isla, estuvimos en Cala Benirrás, Es Portitxol, Santa Agnès de Corona, San Antonio, el Mirador de Es Vedrá, Cala d'Hort y las Playas de Comte.
Por la noche hubo tormenta y cayó un buen chaparrón. Por la mañana, aunque estaba nublado, no parecía que fuese a llover. En cuanto acabamos de desayunar, iniciamos nuestra ruta en coche por la isla, cuyo itinerario fue más o menos el siguiente según Google Maps. En total, hicimos unos 120 kilómetros.
Cala de Benirrás.
Empezamos nuestro periplo visitando esta Cala, perteneciente al municipio de Sant Joan de Labritja, que casi todo el mundo recomienda y que estaba apenas a cinco kilómetros de nuestro hotel, pues supone prácticamente la continuación del litoral desde Port de Sant Miquel hacia el norte.
Como llegamos pronto, el aparcamiento estaba casi vacío y apenas había nadie. La cala es realmente bonita y merece la pena verla así, sin multitudes., recorriendo de punta a punta sus 150 metros de longitud, mientras se vislumbra casi enfrente la Illa Murada. La playa es de guijarros, con algo de arena dorada donde rompen las olas. Dispone de servicios: socorrista, tumbonas, chiringuito, restaurante… Y también se pueden ver los típicos varaderos de madera para cobijar las barcas. Está considerada una de las calas míticas en Ibiza para ver la puesta de sol.
Es Portitxol.
Giramos hacia el sur porque más al norte íbamos a ir en otro momento. No obstante, a esta zona llegamos casi por equivocación. Íbamos buscando un mirador que ahora no recuerdo, cuando aparecimos en la Urbanización Illa Blanca, donde terminaba la carretera. Vimos una vista bonita hacia un enorme peñasco y pensamos que por allí se iba al mirador. Ya a pie, empezamos a surcar una antigua pista de cemento totalmente rota, para abajo y para abajo… Aquello no parecía terminar nunca. Nos metimos en un bosque, cuya vegetación nos llamó mucho la atención. La pista seguía bajando y bajando… Dudamos. No llevábamos calzado de senderismo.
De pronto, divisamos una figura extraña, era una especie de tótem. No sé lo que significa, pero las vistas desde allí eran fantásticas, supongo que hacia S’Águila, porque no he conseguido localizarlo del todo.
Pero aún no habíamos terminado de bajar. No sabíamos qué hacer, el descenso no parecía acabar, hasta que, al fin, descubrimos la cala escondida de Es Portitxol. Bueno, parecía un sitio donde se puede tener cierta privacidad, pero hay que ganársela… Aun así, nos encontramos a varios senderistas por el camino.
Y es que por allí pasa una ruta que va precisamente hacia el Port de Sant Miquel. Ojalá lo hubiésemos sabido antes. Fue culpa nuestra, ya que luego vimos que lo ponía en unos indicadores junto a la playa y no nos habíamos fijado.
El caso es que entre subidas y bajadas, se nos fue mucho más tiempo del previsto allí y ya era casi la hora de almorzar.
Santa Agnes de Corona.
Lo intentamos sin éxito en este pueblecito diminuto, que apenas consta de una calle y una plazoleta, donde se asienta una iglesia blanca pequeñita pero que desborda encanto. Alrededor hay muchos cultivos de almendra, olivo y algarrobo. Incluso un árbol de porte enorme, seguramente emblemático en la isla, pues había gente mirándolo. No paramos a investigar. Ya eran casi las dos y los restaurantes del pueblo estaban a tope. En fin, ya se sabe que los extranjeros almuerzan pronto y por Ibiza se mueven muchos.
San Antoni de Portmany.
Pasamos por varios restaurantes en la carretera, todos llenos, así que pensamos que el mejor sitio donde era el que, precisamente, menos nos apetecía: la localidad superturística de San Antonio. Había muchísimo tráfico y ningún sitio en el que aparcar, así que se nos ocurrió la idea de ir a Mercadona, cuyo parking era gratuito. Casi a las cuatro de la tarde, tomamos unos bocatas y a correr.
Bueno, no a correr, sino a recorrer un poco San Antonio. Ya que estábamos allí… Dimos un paseo por el puerto y llegamos hasta el Mirador de Ses Variades. Desde luego, había restaurantes, bares, discotecas y terrazas de todo tipo para no aburrirse. Sin embargo, no es nuestro estilo. Así que confirmamos que habíamos acertado no habiendo escogido alojamiento allí. De todas formas, hay que reconocer que en cualquier parte de la isla, los colores del agua del mar son maravillosos.
El cielo casi se había despejado y el sol irrumpió con una fuerza inesperada. Empezó a hacer mucho calor. Como no sabíamos qué tiempo nos podíamos encontrar en los días siguientes, decidimos aprovechar para ir hasta el mirador de Es Vedrá, no fuera a ser que en otro momento lo envolviesen las nubes o la niebla.
Mirador des Vedrá.
En casi un visto y no visto, estábamos en el sur de la isla, el suroeste, más bien. Se notaba que había mucha más gente que en el norte. Para llegar al mirador hay que dejar el coche en un aparcamiento, que ya estaba muy concurrido. Luego, con algunas buenas panorámicas entre los árboles, se camina por un sendero, se supone que unos 500 metros, aunque a mí me parecieron algunos más.
Una vez en el mirador contemplamos unas vistas increíbles del peñasco que tan misterioso nos había parecido al verlo desde Formentera. Se trata de un islote en forma de pirámide, situado a un par de kilómetros de la costa, frente a Cala d'Hort. Por su gran valor ecológico se ha convertido en reserva natural junto con sus vecinos Es Vedranell y Es Illots de Ponent y no se permite desembarcar allí, aunque sí hay barcos que lo rodean. Lo más llamativo de Es Vedrá, además de su peculiar forma, es su altura, pues alcanza los 382 metros, lo que permite que sea divisado desde grandes distancias.
De propiedad privada, ha sido objeto de muchas leyendas, incluso se dice que tiene propiedades mágicas por acumulación de energía. En su suelo, existen subespecies endémicas de flora y fauna; igualmente, abundan las aves y las lagartijas y también es reserva marina. En tiempos, hubo incluso cabras.
Muy recomendable este mirador y no solo por los islotes y la obligada foto de recuerdo con Es Vedrá, sino también por los colores de los acantilados, cuyos tonos verdosos y rojizos se deben a su composición mineral. Y, desde allí, se puede subir hasta la Torre des Savinar. A quien le interese, también puede buscar un sendero secreto hacia una especie de balcón de piedra, en el que aparece Es Vedrá enmarcado por las rocas. Hacía mucho calor y, para nosotros, lo que vimos fue suficiente; además, aún nos quedaban otras cosas por visitar esa tarde.
Cala D’Hort.
Aquí empezaron nuestros problemas con el coche, bueno, no con el coche, sino con dónde dejarlo. Como he comentado, las nubes de por la mañana dieron paso a una tarde espléndida de sol, con calor casi veraniego. Y la gente se lanzó a la playa, copando los aparcamientos de las calas más conocidas, una de las más emblemáticas es Cala D’Hort, desde donde se puede contemplar el Islote Es Vedrá desde una perspectiva diferente a la del mirador anterior.
Muy chula si no estuviese masificada. Me costó encontrar un encuadre sin demasiados bañistas (no me gusta fotografiar a la gente en la playa muy de cerca). Viendo el panorama, es de agradecer que la presión popular consiguiese paralizar el proyecto que hubo a finales del siglo pasado para construir un hotel con más de cuatrocientas habitaciones. Otro de los lugares míticos para observar la puesta de sol en la isla.
Playas de Comte.
Situadas solo a un cuarto de hora de San Antonio, son una sucesión de calas de arena blanca, con aguas de color turquesa y vistas a las islas de Es Bosc, Sa Conillera, Ses Bledes y s’Espartar. Otra vez nos costó mucho trabajo encontrar un sitio para aparcar. Y, de nuevo, estaban a tope de gente, al igual que los quioscos de bebidas y un chiringuito que se ha puesto de moda entre los turistas.
Desde la última cala pude distinguir en la distancia la estampa inconfundible de una torre de vigilancia. En el mapa, vi que se trata de la Torre de Rovira.
Muy bonitas estas calas, sin duda. Sin embargo, vuelvo a lo mismo: demasiado concurridas para mi gusto. Claro que si vienes a Ibiza ya sabes lo que puedes esperar. Así que no se trata de una queja sino de un simple comentario. Sitios así en solitario serían un auténtico paraiso.
También intentamos asomarnos a Cala Bassa y luego a Cala Salada, pero no logramos aposentar el coche en ninguna parte potable; y mira que dimos vueltas... Todo a rebosar. Así que, cansados por el calor y el trasiego de la jornada, regresamos al hotel.
Ya en Port de Sant Miquel, antes de cenar, estuvimos dando una vuelta por los senderos de la cala, que tiene unas panorámicas preciosas si se evitan las moles de los hoteles en el acantilado oriental. La puesta de sol fue fantástica.
@Salodari muchas gracias, como siempre. Estás en todo y a todas horas. No sé cómo te las apañas, jajaja. Las Baleares son un mundo apasionante, te recomiendo todas las islas. Mi primer viaje en avión fue a Mallorca, en 1977. Imagínate la isla por entonces... Un paraíso. Bueno, ahora también, pero con mucha más gente y muchas más construcciones.
@jorlena muchas gracias por tu comentario y tus puntitos. Espero terminar el diario en un par de días. Me alegra que te guste.
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El Consell Insular ya ha aprobado el cupo máximo de 20.168 coches los que, además de los que tienen residencia fiscal en la isla de Ibiza, podrán circular entre el 1 de junio y el 30 de septiembre en la isla, de los que 16.000 serán de alquiler y 4.108 serán para turistas que quieran desembarcar con su coche en Ibiza desde los puertos de Barcelona, Denia, Valencia o Palma
thorbender Dr. Livingstone 21-10-2008 Mensajes: 6541
Pues la zona de la iglesia fortificada y mirador de Santa Eulalia es una preciosidad.
San Agustí des Vedrà, Sant Joan de Labritja, Balafia...
Luego es cierto que lo más destacable son iglesitas sueltas, como San Miquel de Balasant, San Mateu, Es Cubells...
Y por supuerto, Dalt Vila me parece lo más bonito de Baleares.
Ibiza es muchísimo más pequeño que Mallorca, y está salpicado de pequeños núcleos de casitas encaladas que son una monada.
Al igual que Menorca, la belleza de sus calas es casi lo más destacable.
Estuve viviendo en Mallorca hace 24 años, he vuelto este... Leer más ...
Ibiza está harta de las mareas de turistas de cada verano. Desde el 1 de Junio ha empezado a limitarlos dejándoles sin coche
La isla ha establecido un cupo de poco más de 20.000 coches en circulación para turistas. De esos 20.000 coches, 16.000 vehículos corresponden a flotas de alquiler
Bueno, igual tampoco es la manera de decirlo “harta” lo que pasa que la isla es Pequeña y de verdad no se puede circular ni aparcar de la cantidad de coches y lo han tenido que controlar un poco, como en Formentera hará unos 5 años, no lo recuerdo
El 25 de octubre, Sant Carles de Peralta acoge la Feria del Calamar 2025, una cita gastronómica imprescindible en Ibiza. Degustaciones, concurso culinario, música en vivo y actividades para toda la familia convierten al calamar en protagonista de un evento que celebra la tradición marinera, la pesca sostenible y los sabores más auténticos de Santa Eulària.