Confieso que poco había oído comentar de los atractivos turísticos esta población y que no fue sino por casualidad que buscando alojamiento para hacer una excursión a Xátiva vi un hostal interesante en Bocairent, a poco más de una treintena de kilómetros de la ciudad de los Papas Borgia. Así que decidí investigar según mi costumbre, poniendo “Bocairent” en imágenes de Google, y me quedé sorprendida: la rotunda imagen de sus casas de piedra encaramadas coronando un monte me atrajo sin remedio
Situación: a 95 Km. al sur de Valencia y a 90 Km. de Alicante. A los pies de la Sierra Mariola, con una altitud de 660 metros sobre el nivel del mar (muy similar a Madrid). Cuenta con unos 5.000 habitantes. Su actividad económica estuvo tradicionalmente ligada con la confección de paños, tanto es así que era conocido como “el pueblo de las mantas”, incluso hay una escultura dedicada al “hombre de la manta”, a la entrada de la población.
Habíamos salido de Xátiva a última hora de la tarde y nos dirigimos a Bocairent por la carretera que pasa por Ontinyent (Onteniente). A unos tres kilómetros pasada esta ciudad, nos encontramos con varios coches aparcados en una especie de mirador. Vimos que se trataba de un paraje natural, con unas bonitas gargantas, a las que se accedía por unas pasarelas de madera. Como era de noche y no se veía bien, decidimos volver al día siguiente ya que estábamos apenas a seis kilómetros de Bocairent.
Esta es la imagen que vimos desde la carretera. El lugar se llama "El Pou Clar".
Panel informativo.
Desde la carretera, Bocairent nos saludó con una de esas imágenes que te impacta, y es que la visión al caer la tarde del pueblo de piedra encaramado en lo alto es de las que no deja indiferente.
Esta foto está hecha ya a la mañana siguiente.
Tenía reservado alojamiento en el Hostal Rural Baretta, situado en la Plaza de San Vicent, 12, en pleno centro medieval. Había obras en la entrada del pueblo y el GPS se volvió un poco loco, así que, como llevábamos solo una bolsa de viaje, preferimos dejar el coche en un aparcamiento fuera del casco antiguo y acercarnos caminando, lo que apenas nos llevó cinco minutos. Nos costó 40 euros una noche: habitación doble no muy grande, con decoración rústica y la televisión bastante antigua; pero el cuarto de baño era enorme, estaba muy bien decorado y tenía ducha con hidromasaje (aunque yo no termino de exprimir demasiado jugo a esos artilugios, la verdad). A destacar, la terraza comunitaria con tumbonas y unas vistas estupendas, y un salón de lectura con abundante material; la casona rezuma encanto por todas partes. Creo que también tienen apartamentos de varios tamaños, cuya fachada da a una de las callejuelas más bonitas de toda la población. Aparte de la falta de ascensor, el único inconveniente es, precisamente, una de sus ventajas, ya que al encontrarse en pleno centro medieval, el acceso con vehículo privado está restringido y puede resultar complicado llegar, aunque me pareció entender que ofrecen parking privado (de pago) para los clientes. Como he mencionado, nosotros preferimos dejar el coche en un aparcamiento público, junto al mirador, a unos pocos minutos caminando. En resumen, un buen alojamiento a precio bastante ajustado.
Ya era de noche cuando salimos a dar una vuelta por el pueblo. El miércoles de Semana Santa había poca gente en la calle. Cenamos de tapas en uno de los bares de la Plaza del Ayuntamiento puesto que no vimos demasiado ambiente en otros sitios. Luego hicimos un recorrido nocturno por el casco antiguo. Sólo tengo una palabra: encantador. Ya nos había comentado la dueña del hostal que el trazado de las calles, al más puro estilo árabe, con subidas, bajadas, plazuelas, vueltas y revueltas, luce especialmente bonito con la iluminación nocturna: y tenía razón. El pueblo es muy bonito de día, pero de noche adquiere un encanto especial. Lo recomiendo.
Por la mañana, fuimos a desayunar nuevamente a la Plaza del Ayuntamiento, donde también está la Oficina de Turismo, en la que pedí información. Me entregaron unos mapas bastante detallados de Bocairent y alrededores, con diversos itinerarios. Había mucho que ver (considerando, además, nuestros gustos senderistas), demasiado para la única jornada que teníamos disponible. Con la brillante luz del día, repetimos el itinerario del barrio medieval que habíamos hecho la noche anterior. El sol nos proporcionó unas perspectivas diferentes de las estrechas callejuelas plagadas de cestos y macetas con flores, de las numerosas fuentes y las casas de piedra, aunque las vistas nocturnas, en mi opinión, tienen más encanto.
Claro que la luz del día permite apreciar otro de los atractivos de Bocairent: las vistas panorámicas, ya que su ubicación es espectacular. Seguimos el itinerario llamado “ruta mágica”, que da la vuelta al pueblo por la parte exterior. Vimos el mirador de las Covetes dels Moros, desde donde también se distingue la Ermita del Santo Cristo, con su empinado calvario. Arriba debe observarse un panorama estupendo, pero no nos dio tiempo a subir. Llegamos hasta el puente medieval y ascendimos por el camino que lleva al antiguo lavadero, hoy restaurado. Desde aquí, se contempla la maravillosa postal que ofrecen todos los folletos turísticos de Bocairent. A quien le gusten los pueblos medievales, como a mi, creo que éste se convertirá en uno de sus favoritos.
Aparte de varias ermitas, el edificio religioso más destacado es la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Otros lugares de interés (que no visitamos) son el Museo Arqueológico, el Museo Festero y el Monasterio Rupestre (antiguo convento del siglo XVI que fue excavado en la roca, al que se le superponen dos conventos de construcción posterior. También descartamos la Plaza de Toros, puesto que no somos muy aficionados a la fiesta taurina. Sin embargo, lo lamentamos cuando después supimos que se trata de un coso único en su género por estar totalmente excavado en la roca, incluidos gradas, burladeros, chiqueros y corral para el ganado, además de ser la más antigua de la Comunidad Valenciana, ya que data de 1843.
Lo que no nos perdimos fueron las Covetes dels Moros. Tienen un horario un tanto incómodo, que condicionó la jornada matutina. De martes a viernes, de 11:00 a 14:00 horas. Fines de semana y festivos, de 11:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00 h. (invierno) y de 17:00 a 19:00 h en verano. Como el Jueves Santo en Valencia es laborable, teníamos que ajustarnos al horario de mañana, y antes de las once nos dirigimos hasta el camino que sube a las Covetes, sin saber muy bien qué nos íbamos a encontrar. Por cinco euros, nos vendieron un bono combinado (valido para más de una persona) que daba para cinco visitas a lugares turísticos del pueblo (un euro cada visita). Cuando llegamos, todavía no habían quitado la cadena del camino que lleva a las Covetes. El guía nos abrió y nos dijo que fuésemos delante y que le esperásemos junto a la entrada de las bocas abiertas en la gran roca, a las que se accede por unas escalerillas metálicas. Por entonces, éramos los primeros y únicos visitantes.
Ya con el guía (seguíamos estando nosotros dos solos) subimos las escaleras que llevan a un agujero del lado derecho (en el lado izquierdo, hay otro juego de escaleras metálicas). Antes de entrar, hay que dejar cazadoras, bolsos, gafas de sol, gorras, chaquetas, mochilas… Dado el panorama, nos quedamos un poco “mosqueados”. Pregunté tímidamente si podía llevar la cámara de fotos y el guía me dijo: ¡por supuesto, es imprescindible!. Bueno, ¡menos mal! En el interior, nos dio una explicación del lugar. Son cuevas artificiales con orificios en forma de ventanas que dan acceso a unas 50 cámaras comunicadas entre sí, que se disponen en tres o cuatro niveles, aunque sin formar pisos regulares. La interpretación más admitida es que en los siglos X y XI los moriscos utilizaban estos habitáculos para esconder el grano de los ojos y la codicia de los enemigos cristianos.
Terminada la explicación, el guía nos propuso un juego: nos dejaría solos y tendríamos que apañarnos para pasar de una cámara a otra hasta encontrar la salida a las escaleras que habíamos dejado a nuestra izquierda. Empezamos un recorrido divertidísimo, en el que había que trepar, deslizarse por huecos, encaramarse, agacharse, reptar… Nos lo pasamos de vicio y nos reímos de lo lindo, pese a que nos llevamos algún que otro coscorrón. Pudimos disfrutar mucho más porque estuvimos solos, a nuestras anchas por las cuevas. Cuando salimos, se aproximaba un desfile de personas (colegio incluido) para hacer la visita, qué suerte tuvimos. Realmente es muy divertido, aunque requiere algo de agilidad (tampoco demasiada), ganas de pasarlo bien y un calzado adecuado con suela que no resbale (por supuesto, nada de tacones).
Como se encuentra junto al camino que sube a las Covetes, al salir, aprovechamos para ver la Cava de Sant Blai, una galería subterránea que se utilizó antaño como depósito de nieve. En el interior hay unos paneles explicativos.
Fuimos a comer a un restaurante de la Plaza del Ayuntamiento (según se pasa el arco, a la izquierda), pero no recuerdo su nombre. Como parte del menú de 15 euros, pedimos un arroz con verduras que estaba muy rico. Tras dar un último paseo por las callejuelas del casco viejo, dejamos Bocairent con un poquito de nostalgia porque nos había gustado mucho y se nos quedaron bastantes cosas por ver. Sin duda, volveremos.