![]() ![]() Camboya, más allá de los Templos de Angkor ✏️ Blogs de Camboya
Viaje a Camboya de mochileros que realizamos en septiembre de 2009. Durante un mes lluvioso recorrimos este país de este a oeste y de norte a sur tratando de mostrar la auténtica Camboya, la que existe al margen de los templos de Angkor. En http://www.conmochila.com podréis ver más fotos y videos del viaje.Autor: Tonirodenas Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (56 Votos) Índice del Diario: Camboya, más allá de los Templos de Angkor
01: Capítulo 1 - Viaje a Camboya
02: Capítulo 2 - Camino a Bangkok
03: Capítulo 3 - Bienvenidos al reino de Camboya
04: Capítulo 4 - Phnom Penh y el genocidio de los jemeres rojos
05: Capítulo 5 - Los campos de exterminio de Choeung Ek y el palacio real
06: Capítulo 6 - Kompong Cham, entrando en la Camboya más profunda
07: Capítulo 7 - Kratie, más Mekong y los delfines Irrawaddy
08: Capítulo 8 - Excursión en bicicleta por Koh Trong
09: Capítulo 9 – Camino a Siem Reap y las tarántulas fritas
10: Capítulo 10 – Primer día en los templos de Angkor
11: Capítulo 11 – Grandes paseos por los templos de Angkor
12: Capítulo 12 – De la jungla a la república de los monos
13: Capítulo 13 – La playa de Serendipity
14: Capítulo 14 - La playa de Otres
15: Capítulo 15 - Kampot
16: Capítulo 16- El Parque Nacional de Bokor y la fantasmagórica Estación de Montaña
17: Capítulo 17 - Escapada en moto por los alrededores de Kampot
18: Capítulo 18 - Despedida de Kampot y vuelta a Phnom Penh
19: Capítulo 19 - Paseando por Phnom Penh
20: Capítulo 20 - Visita al centro escolar de la ONG “Por la sonrisa de un niño”
21: Capítulo 21 – Les paillotes y las casas del vertedero de Phnom Penh
22: Capítulo 22 - Adiós Camboya
23: Capítulo 23 - La noche de Bangkok
24: Capítulo 24 - Bangkok express
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Etapas 13 a 15, total 24
Me levanté con unas ganas de playa inmensas, imaginaba una costa paradisíaca tailandesa como la de la película “La playa”: el agua azul, la arena blanca, poca gente, un sol radiante y yo durmiendo en una hamaca colgada entre dos cocoteros altísimos. Lo malo de la Lonely Planet es que no hay fotos… El primer objeto en esfumarse del cuadro pintado en mi mente fue el sol, el tiempo amenazaba con lluvias y la idea de tostarme en la arena toda la mañana se desvanecía. Así que cruzamos los dedos y dejamos pasar un rato desayunando. Mientras me comía un supertazón de leche con banana y medio kilo de muesli miraba al cielo casi suplicando un rayo de sol, Toni, tan optimista como siempre pensaba que al final terminaría saliendo, no sin razón ya que al final se hizo la luz. Y como si de un tren se tratara cogimos la toalla y el protector y nos fuimos corriendo antes de que partiera otra vez.
![]() Serendipity beach fue la primera playa que visitamos. Solo teníamos que bajar la avenida del Monkey Republic y atravesar una calle maltrecha de tierra y socavones para llegar a la playa. O al menos algo que pretendía serlo, porque nada mas asomarme, el lienzo imaginado finalmente se esfumó. Ante mi apareció una playa que poco se diferenciaba de la de Cullera, ya que ni el agua era azul, ni la arena era blanca y apenas había sitio para caminar. En realidad se trataba de un tramo de arena de unos 4 metros de ancho repleto de tumbonas y con los chiringuitos pegados. Ni ley de costas ni espacio para respirar, pero eso si, todo muy rústico, sin ladrillos y muchísima menos gente. Empezamos a andar recorriendo un chiringuito tras otro y cuando nos dimos cuenta de que todos eran igual cambiando el color de las sombrillas decidimos echarnos en un par de tumbonas, pedimos unas cervecitas fresquitas y justo cuando ya estábamos acomodados Toni se dio cuenta de que se había dejado la guía en la mesa del restaurante. Así que como yo ya tenía el culo pegado decidí que fuese él quien volviese a la guesthouse a cogerla si es que aun seguía allí, yo iba a quedarme disfrutando del solecito… ![]() “Aun te pasa poco” debió pensar Toni cuando volvió de recuperar nuestra guía y me vió rodeada de niñas atosigándome con sus pulseritas. En los 15 minutos que tardó en llegar, cada persona que pasó por delante de mi tumbona se paró a venderme algo. Las mujeres me ofrecían una depilación de piernas tan peculiar que hacían la demostración. Primero se sentaban a mi lado y me preguntaban si quería depilarme, cuando les decía que no empezaban a buscarme algún pelo para demostrarme que si, que me hacía falta. Primero me cogían las piernas y siempre encontraban algún pelo que quitar. La verdad es que el método muy práctico no era, pero si curioso: con un hilo de coser que cogían con ambas manos por los extremos lo iban enrollando y los pelos quedaban atrapados en medio. Aun así les decía que no, que para 2 pelos ya me los quitaba yo en casa, pero no contentas con mi respuesta seguían buscando pelos por los brazos, las cejas, las axilas; eso si, sin cortarse ni un pelo en sobarme de arriba abajo. ![]() Visto el poco éxito de la depilación seguían examinándome deseosas de encontrar algo con que poderme engatusar y cuando vieron la pintura de las uñas de los pies comidas por el repelente de mosquitos volvieron a recuperar la esperanza y me mostraron toda la gama de colores de pintauñas que llevaban en la cesta. Cuando ya no supe de que manera decirles que no quería nada les dije que quería dormir y cerré los ojos. Cuando los volví a abrir vi que se iban y suspiré, con tan mala suerte que dos niñas vieron que estaba despierta y pensaron que había llegado su momento. Empezaron saludándome y preguntándome que de donde era, siguieron mirándome las pulseras que llevaba puestas y terminaron tocándome el pelo sentadas conmigo en la hamaca. Que si que bikini mas chulo, que qué pelo tan bonito, que te regalo una pulsera, que si cómprame una, que si cómprame 2 por la mitad de precio. Total que cuando vino Toni ya eran 4 las niñas que estaban allí y ya no me servía la escusa de mi “novio tiene el dinero”. Así que les compré una pulsera y se fueron de lo mas contentas. Con Toni ya sentado a mi lado pudimos comprobar que todo el mundo tenía algo que vender, y a la medio hora de estar allí ya conocíamos todas las caras: el niño de las piñas, el chaval de las pulseras del color de la bandera de Camboya, la mujer con el marisco, la chica de los masajes y la niña de las gambas echas con hilo de colores. Me da rabia no acordarme del nombre de la chiquilla porque fue la que mas rato estuvo hablando conmigo y le cogí cariño ya que la vi también los otros días. Vestía un pijama (de esos que no entiendo porque están tan de moda en Camboya), no debía tener más de 8 años, aunque seguramente aparentaba menos de lo que tenía. Me pareció una niña muy dulce, era bonita, tenía el pelo largo y brillante y unos ojos que desprendían inocencia e integridad a la vez. Había aprendido a hacer gambas, peces y tiburones con el hilo y los días que no tenía colegio venía a venderlas a la playa. Decía que lo poco que conseguía lo invertía en las clases de inglés. Porque eso sí, todos los niños tenían un nivel elevado de inglés. Me sentía ridícula a veces cuando me daba cuenta de que la que estaba haciendo esfuerzo por entenderla era yo. De repente empezó a soplar el viento y llegó un nubarrón que nos hizo coger todo rápidamente y entrar al chiringuito. Llovió nada, 5 minutos y volvió a salir el sol, rápidamente los empleados volvieron a abrir las sombrillas (ahora entendía porque estaban todas tan oxidadas) y a poner las fundas a las tumbonas, y aprovechando el caos alguien cogió las chanclas de Toni. ![]() Así que de camino a la guesthouse paramos en una tienda y se compró otras chanclas, esta vez unas “Comverse” (si, con M) amarillas por 10000 riels. Estuvimos mirando bañadores porque también se le había olvidado, pero eran todos demasiado floreados para Toni. El resto de la tarde nos la pasamos en el Monkey Republic tumbados en el sofá y haciendo el perro a más no poder. Y de la pereza pasamos a la gula. Nos pedimos unos rollitos de primavera que aun anhelo a veces. ¡mMmMMmmMm que sabor! Esa noche fuimos a cenar a un restaurante que había en las esquina de la calle, el “Bayon restaurant”. Se trataba de una terraza cubierta por un techo de madera donde nos pedimos una barbacoa de pescado con calamar, gamba y barracuda y un plato de carne con una salsa exquisita. Para rematar la cena pedimos un pankake de banana y chocolate. ![]() De vuelta nos acosaron los “relaciones públicas” dándonos hojas de propaganda de varios garitos que había abiertos cerca de la playa. Nos ofertaban tuk-tuk y consumiciones pero preferimos hacernos alguna cosa en la guesthouse. Nos pedimos un par de copas y subimos a nuestra querida buhardilla donde estuvimos charlando tumbados en las hamacas hasta que nos entró el sueño. ![]() El día siguiente pintaba idéntico, con el tiempo amenazando con seguir igual, nubes y claros. Por esa razón decidimos quedarnos otra vez en Serendipity y no ir a la otra playa que quedaba demasiado lejos para arriesgarse. Así que sabiendo que si caía algún chubasco teníamos sitio para resguardarnos volvimos a los chiringuitos del día anterior. Y como si no recordasen que el día anterior habíamos rechazado todas las ofertas todo el mundo siguió sin dejarnos tomar el poco sol que había tranquilos. Y volvió a aparecer la niña de las gambas de hilo. Pasó 2 ó 3 veces por delante y al final volvió a quedarse un rato charlando conmigo. Ese día se había soltado el pelo y se había puesto ropa de calle, no el pijama que llevaba el día anterior. Comentaba con el mismo entusiasmo que el que lleva unos pantalones de marca carísimos que los vaqueros cortos que llevaba puestos se los había comprado en el mercado y les habían costado 10 dólares. Cuando empezó a llover entramos dentro del chiringuito y se sentó conmigo en el sofá. Cogió una guía que llevábamos de Sihanoukville y empezó a comentar todas las fotos. Señalaba las calles y las nombraba, me decía los nombres de las playas, incluso vio un anuncio de un hotel con la foto de un niño y me dijo que iba a su clase. Hojeando la guía me fijé en unos pasatiempos que había en la última página. Eran unos pasatiempos educativos dirigidos a los niños para concienciarles de que no debían dejar que nadie abusara sexualmente de ellos. Uno de ellos era un turista dentro de un laberinto sin escapatoria, otro la foto de un turista rodeado de puntos en el que si los unías en orden dibujabas unas rejas que simulaban las rejas de una celda, otro trataba de encontrar diferencias entre dos dibujos en los que en una estaba un hombre tocando la cabeza a una niña entristecida y en la siguiente llevaba puestas unas esposas y la niña sonreía y otro dibujo con 2 columnas en las que tenías que unir cada cosa en el sitio que debería estar: el mono en la selva, el avión en el cielo, los niños en el colegio y los pederastas en la cárcel. Por si a alguien le cabía alguna duda abajo estaban escritas las soluciones. ![]() No se que le importa mas al gobierno de Camboya, porque sabiendo el panorama de Phnom Penh a quien están cuidando realmente es a los turistas, quedando bien a sus ojos, que son los que dejan el dinero. Antes de irnos le compré un par de gambas a la niña, una que quedó colgada en mi mochila el resto del viaje y otra para que jugase India, nuestra gata. Esa tarde fue más aburrida si cabe que la anterior, estuvimos horas viendo caer la lluvia, comiendo spring rolls y cotilleando por la guesthouse. Tanto sedentarismo es normal que no pudiese dormir luego. Me desperté a media noche sudando porque se había ido la luz y se había apagado el ventilador. Encima no podía pegar ojo oyendo todo el rato el clic clic de una termita. Para rematarlo cuando ya parecía que me volvía a dormir llegó un grupo de borrachos y estuvieron en el jardín un par de horas gritando y sin dejarme pegar ojo. Y no paraba de llover… Etapas 13 a 15, total 24
El tercer día en Sihanoukville llegamos a la conclusión de que la estación húmeda no es la mejor para disfrutar de la playa, y aunque sea una evidencia yo prometo que tenía la esperanza de que el tiempo en Camboya iba a ser tan bueno como el que nos hizo en Laos en septiembre del año anterior. Hicimos de tripas corazón y asumimos que el agua nos iba a fastidiar si o si, así que íbamos a ver la otra playa y a disfrutar de los pequeños ratos de sol, que era lo único que podíamos hacer.
![]() La playa de Otres está a 7 kilómetros del centro del pueblo, así que ir andando era una idea que descartamos de antemano. En la puerta de Monkey Republic como siempre, un par de conductores de tuk-tuk aguardaban a la caza del turista, así que fuimos una presa fácil y no nos resultó difícil negociar con uno para que nos llevase. El viaje fue toda una odisea y no por la lluvia, que se había tomado un respiro, sino por el camino que llevaba hasta allí. Cuando terminaba la carretera había que entrar en un camino destrozado que conducía hasta la playa. Éste, aparte de lo deteriorado que estaba con la mitad del asfalto levantado, no tenía más de 2 metros enteros y para complicarlo más aun estaba inundado por todos los sitios. El conductor, sabedor de que un tuk-tuk en el sudeste asiático puede recorrer más que un todoterreno (doy fe) miró fijamente el camino y tras examinarlo detenidamente de principio a fin emprendió el desafío. Iba rodeando cada charco, bordeando los obstáculos, tirando de motor y de imaginación. Cuando parecía que quedábamos atrapados en algún agujero siempre encontraba la manera de hacer salir el vehículo. Tal fue la hazaña que quedé boquiabierta; todo un conductor de rally. Al llegar al destino acordamos una hora para que volviese a recogernos, ya que con lo solitario que se estaba aquello no íbamos a encontrar ningún otro vehículo para la vuelta. Otres era una playa más tranquila, al menos cuando estuvimos nosotros. Desde el punto en el que nos dejó el conductor hasta que encontramos otra vez vida anduvimos cerca de un kilómetro. Aquí la arena ocupaba bastante más espacio que en Serendipity y lo único que había encima de ésta eran restos de árboles. ![]() Cuando por fin vimos que había chiringuitos nos tumbamos en una tumbona. Allí el ambiente que se respiraba era mas tranquilo, había menos vendedores y menos agobio. Desde allí las vistas de las islas cercanas eran mejores. Para llegar a éstas podías contratar una excursión de un día o dos y realizar algunas actividades. Algunos de los niños de la playa de Serendipity se encargaban de captar gente para estas excursiones. El paisaje en ellas debería ser espectacular, imagino, porque evidentemente al final no fuimos. Ni barco, ni tranquilidad, ni snorkel… todo por la dichosa lluvia. ![]() En Otres nos pudimos relajar, nos tomamos un par de cervezas, dormimos y nadamos. Estuvimos toda la mañana y justo cuando parecía que las nubes se iban definitivamente ya era la hora de volver para coger el tuk-tuk. Como ya habíamos quedado y nos supo mal plantar al conductor nos fuimos y cuando nos dejó en la guesthouse volvimos a ir a Serendipity un rato. Fue solo hasta media tarde, porque después ya fue imposible quedarse en la playa. ![]() Otra vez volvimos a repetir la tarde de holgazanería. Al menos ahora sabíamos que había algunas películas en inglés con subtítulos en castellano y eso nos entretuvo bastante. Hartos de no hacer nada decidimos ir a la guesthouse de enfrente, Utopia, a tomarnos la cerveza en otra silla distinta y ver otras caras. Aquello estaba desierto, pero al llegar vimos que tenían un billar desocupado y nos pusimos a jugar. Jugué fatal, soy consciente de ello, y además porque Toni me lo repitió hasta la saciedad, pero terminé ganando porque como dicen en mi pueblo “al que se burla el dimoni li furga” y el experto metió la negra. Jajajaj!!! Cenamos en el restaurante Monorom una pizza de 30 cm (los propietarios consideraban importante escribir este detalle en la carta del menú) aunque tampoco pude comprobarlo. Junto a nosotros había un perro y un gato que sabían que a mi lado les iba a caer algo seguro, un caracol tan grande como mi puño, una rana escondida en una esquina y una cucaracha que me no me dejó ir tranquila al servicio ni una sola vez. Vamos, ni en el Bioparc de Valencia. ![]() ![]() La mañana siguiente me desperté oyendo el maullido incesante de un gatito que pedía la ayuda de su madre. Atrapado entre trastos abandonados detrás de nuestro bungalow y con la persistente lluvia, el pequeño se mojaba y no podía salir. Angustiada de oírlo salí a ayudarlo justo en el momento que vi aliviada que la madre conseguía sacarlo de allí del pescuezo y se lo llevaba en su boca hacia un refugio. Los dos últimos días en Sihanoukville no merecerían ni un renglón de este diario sino fuera para contar que fuimos a dar los últimos regalos que llevábamos en la mochila. En la contraportada de la carta del restaurante de la guesthouse vimos que desde el Monkey Republic colaboraban con algunas causas benéficas, una de ellas M’Lop Tapang, una ONG que trabaja con niños recogiendo cosas necesarias para ellos. Cerca de allí tenían una tienda con objetos hechos por ellos mismos con material reciclado: collares, bolsos, carteras, posavasos… Alguna vez al pasar por delante vimos a niños haciendo taller de dibujo. Cogimos la bolsa con libretas, bolis, pinturas, cepillos y pasta de dientes y nos dirigimos a la tienda. Se lo dimos todo a la chica que estaba de dependienta que nos lo agradeció con una sonrisa, no dijo más. Mi último recuerdo de Sihanoukville no es ni la playa, ni la lluvia sino la sesión de cine que, resignados a no poder hacer otra cosa, nos pegamos durante un día y medio enteros. Nos dio tiempo de ver Training Day, Amélie, Lost in translation y Scarface. ![]() Y como no estábamos en Camboya para ver películas decidimos no perder ni un día más. Nos despedimos de Sihanoukville y del Monkey Republic pegando nuestras fotos en un mural de la pared del restaurante en el que había decenas de comentarios de gente que por allí había pasado y nos compramos un billete en dirección a Kampot donde por fin pudimos reanudar la aventura. Etapas 13 a 15, total 24
El sol se burló de nosotros y esa mañana salió puntual para reirse en nuestra cara. Abandonábamos la playa por su ausencia y ahora brillaba como no lo había hecho durante toda la semana. Pasó a recogernos a la puerta de la guesthouse una minivan que ya llevaba en su interior a una pareja de franceses y a las ocho aparcó en la estación de autobuses de Sihanoukville. Durante una hora entera estuvimos asándonos allí dentro viendo como cada vez se llenaba más de gente y de trastos. Estábamos al lado del mercado y veíamos como cada vez subían más cosas: mochilas, maletas, ropa, ruedas, comida y fruta del mercado. De todo cabía en aquel maletero, y si no le buscaban sitio por donde fuese.
![]() A las nueve salimos todos en dirección a Kampot: doce adultos, cuatro niños, un perro y una moto atada a la parte trasera del vehículo con una cuerda, aprovechamiento del espacio hasta el último milímetro. ![]() ![]() A Toni y a mi nos movieron y nos pusieron en el asiento del copiloto. “Menos mal” pensé en un principio, detrás no tenia sitio para mis piernas. ![]() Lo que no sabía es que iba a terminar rezándole a la virgen para no estamparnos contra algún camión. Y es que el conductor era de la misma escuela que la del resto de conductores de Camboya. Se pasó las 3 horas adelantando obsesivamente a todo el que se ponía delante. A eso se le añadía la tortuosidad de la carretera y su mal estado, la falta absoluta de señales y líneas para separar los carriles y la ausencia de cinturón de seguridad que hacía que sintiese que en cualquier momento íbamos a salir catapultados ambos llegando más rápido a Kampot. No es de extrañar que una chica que iba en la parte de atrás abriese la puerta cada vez que el coche paraba para sacar la cabeza y vomitar. ![]() Y es que si algo si hicimos fue parar mil veces. La policía hacía acto de presencia en cualquier curva obligando a los vehículos a parar cada dos por tres. Éstos les daban un importe de dinero cada vez, que no debía de tratarse precisamente de un peaje… ![]() A mediodía llegamos a Kampot, y a diferencia de la mayoría de sitios aquí la gente no nos atosigó. Nos preguntaron si queríamos una moto o un tuk-tuk y nada mas decir que no dejaron de insistir. Cogimos el mapa de la Lonely Planet y fuimos en busca de Blissful Guesthouse. Kampot es un pueblo bastante pequeño y las distancias son cortas, la minivan nos dejó justo en la calle paralela y encontramos la guesthouse rápidamente. Blissful guesthouse, una casa de dos plantas: la de arriba una sala de descanso con algunos sofás y butacas y en la de abajo las habitaciones y el restaurante. ![]() Una vez establecidos salimos a desayunar-comer y pudimos hablar con la dueña de la guesthouse, una mujer danesa que llevaba ya unos cuantos años por aquel pueblo y no tuvo ningún inconveniente en aconsejarnos que ver y hacer por allí y darnos un mapa. Durante la comida tuvimos la oportunidad de probar la pimienta de Kampot, afamada entre los restaurantes parisinos, en una salsa, y tal fue el buen sabor de boca que nos dejó que decidimos que íbamos a comprar por lo menos un kilo. Salimos fuera donde la guesthouse gozaba de un precioso jardín rebosante de vegetación en el que habían levantado unas cabañas de madera que hacían sombra a las hamacas y la mesa que había debajo. Sin duda alguna el lugar perfecto para hacer la digestión a cobijo del sol que, para nuestra sorpresa, todavía no se había escondido ni un minuto. Cuando conseguimos vencer a la pereza salimos a explorar Kampot. Kampot es un destino popular del sur de Camboya tanto por sus alrededores como por la paz que allí se puede llegar a respirar. Construida al lado del rio Kampong Bay, el legado francés se aprecia en sus calles repletas de antiguos edificios coloniales que alojan ahora a los habitantes del pueblo. Las afueras son sin duda otro de sus grandes atractivos, ya que en apenas unos quilómetros alrededor hay numerosas cosas que visitar: el parque nacional de Bokor, la estación abandonada, las cataratas Popokvil y las cuevas de Kompong Trach. ![]() Con nuestro mapa dibujado en mano cruzamos el pueblo entero y llegamos finalmente al mercado Psar Leu. Por primera vez, vimos un mercado que no parecía una copia de los anteriores. No era solo de comida, había de todo y separado por secciones, más parecido a un supermercado. Había ropa, telas, droguería, comida envasada y sobretodo pimienta, tanta pimienta que algunas zonas del mercado quedaban sumergidas en el olor. Y color, muchísimo color. ![]() En sus pasillos largos y estrechos nos perdíamos, como si fuese un laberinto, e íbamos grabando cada uno con lo suyo y dándonos la vuelta cada minuto para no perdernos de vista el uno al otro. ![]() Una vez en el centro del inmenso mercado se nos ocurrió que podríamos comprar unas hamacas (si, de esas que tanto me gustan y en las que siempre salgo tumbada en las fotos…!). El problema era que no las veíamos a simple vista en sus escaparates y teníamos que preguntarlo a los vendedores, que no tenían ni pizca de idea de hablar inglés, si tenían de ellas en su puesto. Fuimos a preguntarle a una chica joven con la esperanza de que ésta nos entendiese, pero como no hubo manera al final tuvimos que llevarla hacia donde había un hombre balanceándose en la hamaca y se la señalamos. “Aaaaaaaaahhhhh” dijo, y asintió con la cabeza. En menos de 5 minutos teníamos delante nuestro 4 o 5 hamacas para elegir. Para acabar de enredar un poco a la pobre chavala y como no nos terminaban de gustar, le pedimos entre gestos y palabras que nos enseñase otros colores diferentes. Al final tanto esfuerzo tuvo su fruto: ella contenta porque le compramos 3 hamacas y nosotros más aun porque solo nos habían costado 10 dólares. ![]() A la vuelta, ya de noche, fuimos en busca de algo para cenar. Las calles vacías estaban casi completamente oscuras, apenas iluminadas con alguna farola dándole a éste pueblo un aspecto más tranquilo si cabe. Paseando por delante del río descubrimos unos cuantos restaurantes entre ellos Moliden Restaurant. Construido en madera y con un jardín delante con mesas en las que nos sentamos a cenar. Y allí mismo, esquivando los regalitos que nos enviaban los pájaros, nos comimos un plato de nuddles y una deliciosa pizza. ![]() Estábamos deseosos de hacer la excursión contratada el día siguiente para ver Bokor, que sin duda nos impresionó, pero eso os lo dejo para el próximo capítulo… Etapas 13 a 15, total 24
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