17 DIAS DE OCTUBRE Y NOVIEMBRE DE 2011 POR VIETNAM Y ANGKOR ✏️ Blogs de Vietnam

El desayuno no ofreció ninguna novedad. Poco variado. Menos mal que pudimos recurrir a los huevos y a las tortillas. No se que hubiéramos hecho sin ellos.
A las nueve y media salíamos por la puerta del hotel para iniciar la ruta del día. No teníamos prisa. Ni muchas cosas que ver. Por eso salimos caminando en dirección al Templo de la Literatura. Atravesamos el Old Quarter, con sus calles llenas de vida. Tiendas. Gente sentada en las aceras en los pequeños huecos que les dejaban las motos aparcadas en filas inacabables. De todas maneras parecía que había menos lío que dos semanas antes. Había menos tráfico, menos motos.
Pero lo más curioso era que las tiendas se agrupaban por productos. Pasamos por una calle donde sólo había mercerías. En otra botes de pintura. En otra trastos de hojalata. Los fabricaban en medio de la calle.
En cuanto al tiempo, era fantástico. Hacía una temperatura muy agradable para pasear. Sin demasiado calor y sobre todo sin la humedad asfixiante de HCMC.
Llegamos al Templo de la Literatura por un lateral. ¿A la derecha o a la izquierda?. Elegimos la derecha y como siempre la pifiamos. Tuvimos que dar la vuelta casi entera por fuera antes de encontrar la entrada. La entrada costaba 10.000 VND por persona, más 5.000 VND por un folleto explicativo en inglés.
Básicamente el templo consistía en cinco patios. En el primero no había nada. Era algo parecido a un jardín. En el segundo patio había dos estanques. En el tercero estaban las estelas de piedra grabadas con los nombre de los antiguos titulados. Se apoyaban sobre unas estatuas de piedra con forma de tortuga. En el cuatro había una pagoda. Y en el último un templo de dos plantas, con un altar en cada una de las plantas. Los más bonitos fueron los dos últimos, sobre todo el quinto. En los tres primeros apenas había nada que ver. Hay que tener mucho cuidado, ya que el acceso al último templo queda un poco escondido. Las puertas están en ambos laterales, y casi no se ven. Es muy fácil no verlas y pensar que el cuarto patio es el último y que allí se acaba la visita. De hecho en el último patio había bastante menos gente que el resto del recinto. Creo que bastante gente se lo pierde. Es una lástima, se pierden lo mejor. Para salir tuvimos que recorrer nuevamente todos los patios, pero esta vez en sentido contrario.
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No resultó demasiado interesante. Supongo que después de todo lo que habíamos visto los días anteriores, aquel templo ya no resultaba impresionante. A esas alturas hacía falta algo mucho más espectacular para dejarnos con la boca abierta. Quizás si lo hubiéramos visitado el primer día hubiera sido diferente. Pero a estas alturas, se convirtió en una visita de trámite.
Nada más salir nos dirigimos hacia el Museo de la Revolución. Como íbamos caminando, previamente tuvimos que atravesar la zona de embajadas. Se notaba que allí había nivel. Enormes caserones con policías uniformados en todas las puertas. Todo muy frío e impersonal. Nada que ver con el Hanoi que habíamos conocido anteriormente. Hasta el tráfico parecía más ordenado y menos caótico.
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Un poco antes de llegar al museo encontramos una pastelería. Puede que esto parezca algo vanal y sin importancia. Pero no lo es. Resulta prácticamente imposible encontrar pasteles en Vietnam. En algún momento llegué a pensar que no sabían lo que era el chocolate. No podíamos dejar pasar aquella oportunidad. Mejor dicho, yo no podía dejar pasar esa oportunidad. Me moría por un buen pastel de chocolate. ¡¡¡Mi reino por un trozo de tarta!!! Compramos dos pasteles. De chocolate por supuesto. Sólo nos cobraron 24.000 VND. Me pareció muy barato teniendo en cuenta que se trataba de artículos muy poco habituales por aquellos lares. Estaban riquísimos. Casi me muero de gusto. Ya necesita una ración con urgencia, empezaba a tener mono de chocolate. Y ese pastel lo calmó, se puede decir que cumplió una función terapéutica.
El Museo es un mamotreto de cemento y cristal. Horrible No lo visitamos por dentro. Este tipo de atracciones no nos suelen decir nada.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Justo al lado estaba la Pagoda del Pilar Único. Muy pequeñita, pero que muy pequeñita. La gracia radica en que está construida sobre un pilar de cemento. Si, es cuca; pero tampoco es para tanto. Si no fuera porque todas las guías dicen que hay que ir a verla, casi pasaría inadvertida. En el interior se puede observar un pequeño altar con numerosas ofrendas. Se podía subir a verlo sin pagar. Al menos el día que fuimos nosotros. Pero no se podía acceder al interior, por una razón muy básica, no había sitio. Sólo cabía el altar que ocupaba todo el interior.
No muy lejos se encontraba el Mausoleo de Ho Chi Minh. No pudimos visitarlo por dentro. No sé si estábamos fuera de horario o si simplemente estaba cerrado porque estaban restaurando la momia. La cuestión es que nos perdimos al líder supremo. ¡Qué disgusto tan grande! La verdad sea dicha, no teníamos ninguna intención de entrar. No le veo la gracia a eso de hacer una hora de cola para ver una momia a la carrera durante no más de cinco segundos. No dudo de que para esta gente tenga un simbolismo muy importante. Pero para nosotros no era más que una momia moderna. ¡Ya ves tú que interesante!
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El primer contacto lo tuvimos con la parte trasera del edificio. Esa zona se encuentra rodeada de jardines. Casi resultaban más interesantes los jardines que el mausoleo. Los rodeamos para poder ver la parte delantera. No esperábamos que fuera muy diferente, y acertamos de lleno.
Por fuera era el típico panteón a más gloria del líder supremo. Clavadito al de Mao en la plaza de Tiananmen en Pekín. La diferencia estaba en la plaza. La de Tiananmen era impresionante. Ésta era una simple explanada de asfalto un tanto desangelada, sin mucha gracia. Había soldados por todo el perímetro y no dejaban que nadie se acercase al mausoleo.
Al final de la plaza se encuentra el Palacio Presidencial. Tampoco se podía entrar. Nos tuvimos que conformar con verlo a través de la verja de la puerta. Una bonita fachada. Es lo único que podemos decir.
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Seguimos caminando hacia el Lago del Oeste. No estaba muy lejos por lo que llegamos enseguida. Se notaba que nos habíamos salido del circuito turístico habitual. Se veían muy pocos extranjeros.
Justo antes de llegar al lago, estaba la Pagoda Quan Thanh. El precio de la entrada era de 2.000 VND. A mi mujer no le apetecía entrar. Pero yo no podía pasar por delante sin más. Si no llego a entrar me hubiera dado algo. Pagué la entrada y para adentro. Me encontré en medio de un pequeño jardín. Muy agradable. Paz. Es lo primero que me viene a la cabeza cuando recuerdo ese lugar. Al fondo se encontraba el templo. Constaba de dos salas, con un altar en cada una. El segundo me sorprendió. La estatua central era un enorme buda de metal de cuatro metros de altura. Chiquitín, como para no verlo.
La pagoda era muy similar a todas las pagodas que ya habíamos visto. La peculiaridad, lo que le daba un toque diferente era la estatua del buda. Lo mejor era la tranquilidad que inspiraba. En unos pocos metros se pasaba del bullicio de las calle a la paz de la pagoda.
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No me entretuve mucho, ya que mi mujer me esperaba en el exterior. Pasemos por la calle que separaba los dos lagos. Que queréis que os diga. Bonitos, lo que se dice bonitos, no eran. El Lago del Oeste, que quedaba a la izquierda, era tan grande que casi no se veía la otra orilla. El otro, el Lago Truc Bach, era más recogido, pero las orillas estaban totalmente construidas, lo que le quitaba cualquier gracia al lugar. No teníamos nada mejor que hacer, por eso no me arrepiento de haber ido. Pero si se va justo de tiempo, se puede prescindir de esta zona. No aporta nada nuevo.
Era hora de comer. Se nos planteó un grave problema. Sólo vimos abiertas dos hamburgueserías poco atractivas. Una no tenía ni sillas. Los restaurantes que había en la orilla del lago estaban cerrados. Y volver al centro nos llevaría un buen rato. Difícil decisión. Por suerte mi mujer notó que en el otro lado del lago había un restaurante donde parecía que había movimiento. Nos dirigimos allí, no teníamos nada que perder. Preeeeemio. Estaba abierto. Y no sólo eso, estaba lleno. De vietnamitas, nada de guiris. Éramos los únicos. Por suerte quedaba una mesa vacía en la terraza justo en la orilla del lago. El restaurante se llamaba Banh Tom Ho Tay. Comimos una pizza de frutos del mar, un plato de calamares rebozados, una especie de pan frito con gambas ¿será esto el auténtico pan de gambas?, y una botella de agua grande. Pagamos 315.000 VND. La verdad es que todo estaba riquísimo. Además fue la primera vez que no nos pudimos acabar la comida. Y aunque el lago no era especialmente bonito, comer junto al agua siempre tiene algo de especial. Y si la comida es buena, ya no te cuento. Sin duda alguna repetiría en ese lugar.
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Descansados y con la barriga llena iniciamos el camino de regreso al hotel. Cruzamos la calle que separa los dos lagos y nos acercamos a la orilla del Lago del Oeste. En una pequeña isla junto a la orilla vimos una pagoda. Se accedía por un caminito. Ya que estábamos allí podíamos pasar a verla. La entrada estaba en obras. La pagoda ni fu ni fa. Lo mejor la situación en el lago.
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Dentro estaban celebrando una ceremonia. Habías unas 50 personas sentadas en el suelo, la mayoría vestidas con una túnica marrón, mirando hacia el altar. Delante de todos, dirigiendo la ceremonia había un monje con un traje dorado. Aquella fue la primera vez que pudimos presenciar una celebración de este tipo. La observamos unos minutos desde un lugar apartado para no molestar y nos retiramos. No queríamos molestar.
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Volvimos paseando hacia el centro. Primero recorrimos la orilla del lago. Después nos acercamos hasta la Catedral de Cua Bac. No había muchas iglesias en Vietnam. Y las que había no eran muy interesantes Algo lógico por otro lado.
A unos pocos metros estaba la puerta de la Ciudadela. Es lo único que queda. No era más que eso una puerta grandota. Un poco más adelante y ya justo antes de entrar en el Old Quarter nos encontramos con una torre de cemento redonda. Ponía que era una torre del agua. La guía no hacía ninguna mención de ella.
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Ya dentro del casco antiguo nos paramos en el Mercado Dong Xuan. Dimos una vuelta por las tres plantas, pero allí sólo había trastos. Era como el Mercado de la Seda de Pekín, pero más pequeño y más cutre. Tiendecitas pequeñas, casi todas llenas de souvenirs y ropa de imitación. Varias vendedoras en cada tienda, gente circulando por unos pasillos de menos de un metro de ancho, otros sentados en mini taburetes en medio de los pasillos dificultando el paso de la multitud; otros transportando bolsas llenas de un lado para otro. Y género, mucho género. Las tiendas estaban llenas a rebosar y seguían entrando más género. Lo más sorprendente es que apenas había turistas, casi todo eran vietnamitas. Eso si, movimiento si que había mucho.
No teníamos pensado comprar nada. Además el sitio tampoco invitaba mucho. Pero al final acabamos comprando unos salvamanteles a los que les habíamos echado el ojo por las tiendas de la calle. Inicialmente nos pidieron 180.000 VND por un paquete de 6. En la calle los habíamos visto a 5 $. Iniciamos el regateo. Les dijimos que por lo que nos pedían queríamos dos paquetes. Empezaron a bajar el precio. Nosotros nos mantuvimos firmes. No estábamos dispuestos a pagar más de los 5 $ que teníamos como referencia. No tardaron mucho en llegar a ese precio. Dos paquetes por 200.000 VND. Así me gusta, un precio justo para ambas partes. La negociación la realizamos con una chica muy joven. Pero al lado había un hombre que no nos quitaba el ojo de encima. Era el jefe. Para hacernos la oferta final, la chica esperó su aprobación. En cuanto la recibió se acabó la discusión.
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Con el objetivo cumplido abandonamos el mercado y pusimos rumbo al hotel. Antes, tuvimos tiempo de pasar junto a la Puerta Quan Chuong. Ya es que venía indicada en la guía y en el mapa turístico que llevábamos. Si no, ni me hubiera fijado en ella. Entre las casas y los cables de electricidad pasaba totalmente desapercibida. Siguiendo la línea de las visitas que habíamos realizado ese día me dejó totalmente indiferente. Tampoco esperaba nada.
Después de todo el día caminando, estábamos reventados. Nos fuimos al hotel a descansar un rato. A las seis salimos nuevamente. Dimos una vuelta por el casco antiguo y por los alrededores del lago Hoan Kiem. Recorrimos la zona de arriba a abajo. Más que nada para disfrutar del ambiente, de la ciudad, de su casco antiguo que para nosotros era lo mejor de Hanoi. El bullicio de las calles y el caos circulatorio son maravillosos. Lo mejor es mezclarse con la gente, con la multitud y dejarse llevar siguiendo el instinto.
Aprovechamos para contratar un taxi que nos llevase al aeropuerto el último día. En el hotel nos habían pedido 18 $. Paseando vimos numerosas agencias que ofrecían el servicio. Pero casi ninguna indicaba el precio. No teníamos ganas de entrar y empezar a regatear. ¡Vaya pereza!. Por eso cuando vimos una agencia que lo anunciaba por 11 $ no nos lo pensamos ni un segundo. Entramos y peguntamos al dependiente. No nos puso ningún problema y nos pidió 11 $. Todo un detalle por su parte no intentar subir el precio. Pagamos en dongs, 230.000 VND. Un poco más tarde vimos otra agencia que lo anunciaba por 9 $. Pero es lo de siempre. Si no hubiéramos contratado el de 11 $ seguro que no hubiéramos visto ningún otro. Y después, no hubiéramos sido capaces de volver a encontrar la primera agencia en aquel laberinto de calles.
Aquel día fue un poco de tránsito. Todas las visitas que habíamos realizado ese día fueron un poco de compromiso. Fuimos a ver lo típico, lo que había que ver según las guías. Pero no hubo nada que nos entusiasmara. Simplemente cumplimos con nuestra obligación de turistas.
Después del atracón del mediodía, no teníamos hambre. Pasamos de la cena. Nos sentamos en una terraza junto al lago Hoan Kiem y pedimos dos zumos de limón. Pagamos 70.000 VND. Nos quedamos un buen rato allí sentados disfrutando del ambiente. Y cuando la cosa empezó a decaer nos fuimos al hotel.
El centro de Hanoi, el Old Quarter, es un caos. Pero en cuanto se sale del centro el caos disminuye. Aumenta el número de coches y disminuye el de motos. Además las calles son más anchas y las aceras no están totalmente ocupadas por motos y gente sentada. Todo eso hace que la circulación resulte más ordenada. Hanoi se convierte en una ciudad casi normal, y pierde gran parte de su encanto.
De Hanoi me quedo sin ninguna duda, con su ambiente, ese revoltijo de motos, y bicicletas circulando por cualquier lado. Las aceras repletas de gente, sentada, cocinando, comiendo, o trabajando. Hay que verlo. Por muchas fotos que veáis, y por mucho que os cuenten, cuando lo disfrutéis o lo sufráis en persona, os sorprenderá.

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El desayuno sin sorpresas. Lo mismo de cada día.
A las ocho en punto estábamos esperando en la recepción del hotel para que nos viniesen a recoger. Tocaba visitar Trang An. La excursión la habíamos reservado el primer día que llegamos a Vietnam. ¡Qué tiempos aquellos! Desde ese día no habíamos vuelto a dar señales de vida en la agencia en la que contratamos la excursión. ¡A ver si se habrán olvidado de nosotros!. No a los diez minutos aparecía por la puerta un chico de la agencia para comprobar que estábamos vivos y que todavía teníamos intención de hacer la excursión. Se ve que ellos tampoco tenían muy claro que apareciésemos. Solventadas las dudas por ambas partes, hizo una llamada y nos tranquilizó diciéndonos que en diez minutos vendrían a buscarnos. No fueron diez. Más bien quince. Pero con la tranquilidad que da saber que vendrían a buscarnos, la espera no se hizo muy dura.
Con toda excursión viene incluido de regalo un tour por el casco antiguo de Hanoi, con paradas en varios hoteles para recoger a más gente. El tour no resulta muy interesante, ya que no se recorren los lugares más emblemáticos ni los más bonitos. El proceso puede resultar más o menos largo dependiendo del tráfico, de la cantidad de gente que tengan que recoger, y del orden en el que te recojan. En esta ocasión la cosa no fue muy rápida. Fuimos de los primeros en subir al autobús. Y cuando acabaron de recoger a las 12 personas que teníamos que hacer el trayecto, todavía faltaba un trámite. Se tuvieron que parar a repostar en una gasolinera. Entre una cosa y la otra, eran las nueve cuando conseguíamos salir de Hanoi.
En el autobús iba un grupo bastante heterogéneo. Una pareja sólo había comprado el transporte hasta Ninh Vinh, en principio no tenían que hacer la excursión. Nosotros éramos los únicos que íbamos a Trang An. Y los ocho que hacían la excursión a Tam Coc se tenían que dividir en dos grupos, ya que unos tenían que hacer un recorrido en bicicleta y los otros no. ¡Quién da más!
El guía explicó las visitas que se iban a hacer ese día. En nuestro caso la explicación se limitó a un incierto, “Vosotros vais a Trang An. Cuando lleguemos ya veremos como lo arreglamos” ¿…….?. Media hora antes de llegar, realizamos la inevitable parada en una tienda de souvenirs. Al menos fue rápido, sólo estuvimos quince minutos. El trayecto no nos pareció bonito. No se veían paisajes pintorescos. Más bien todo lo contrario.
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Primero nos llevaron a visitar Hoa Lu. Llegamos en torno a las once y cuarto. La visita se limitó a dos templos dedicados a los dos primeros emperadores de Vietnam. El guía explicó un poco la historia del lugar. Pero entre que lo hacía en inglés vietnamita y que no nos interesaba demasiado, no nos enteramos de nada. Una vez dentro, coincidimos con un grupo de españoles. Su guía hablaba español. Les soltó el mismo rollo que nos habían soltado a nosotros. Pero con una pequeña diferencia, lo hizo en español. Y lo entendimos todo a la primera. Mira que es fácil.
Los dos templos no tenían nada de especial. Eran dos pagodas más bien pequeñas, como otras tantas muchas que ya habíamos visto. Quizás desde el punto de vista histórico puedan resultar muy interesantes, pero para nosotros no pasó de ser una visita de relleno. Si lo ves bien, y sino pues también.
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El trámite se cumple rápidamente. Incluyendo la huida de la jauría de vendedoras ambulantes que esperaban en la puerta. A las doce ya estábamos de nuevo en el autobús. Pero nosotros no subimos. Los problemas logísticos ya se habían resuelto y ya sabían que harían con nosotros dos. En ese punto nos separábamos temporalmente del grupo. Ellos se irían a Tam Coc. Nosotros nos quedábamos allí. No sentaron en un restaurante y nos dijeron que comiésemos y que después el camarero, el dueño o lo que fuese, nos acompañaría a Trang An. Así que nos quedábamos solitos. Nos sirvieron dos platos de noodles con pollo, y un plato de arroz blanco. Poca variedad. Pero raciones generosas. Además estaban bastante buenos. La comida estaba incluida en el precio de la excursión, no así la bebida. Pagamos 20.000 VND por una botella de agua grande. Un precio razonable.
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Nos lo tomamos con calma. Pero el del restaurante empezó a meternos prisa. Que no nos iba a dar tiempo de hacer la excursión. En un principio nos tenía que acompañar en moto. Más concretamente en una moto para el conductor, mi mujer y servidor. A esas alturas no nos escandalizamos. Tampoco iba a ser la primera vez que nos montábamos tres en una moto. Sin embargo se produjo un cambio de última hora. Apareció un chico con un 4 x 4 nuevecito, nuestro conductor habló con él y acabamos los cuatro en el coche. Perdimos en exotismo y en aventura. Pero ganamos en comodidad. Que queréis que os diga, ¡Casi que me alegro!.
En cinco minutos ya estábamos en Trang An. Nos compraron las entradas y adiós muy buenas. La cosa era muy sencilla. Teníamos que dar una vuelta en barca, y después esperar a que vinieran a buscarnos.
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Nos dirigimos al embarcadero con los tickets. Estaba lleno de barcas y de barqueras. Todas mujeres. Todas vestidas de azul. Todas menos una que debía ser la jefa o al menos la que dirigía el chiringuito. Cogió las entradas y nos asignó una barquera.
Los primeros diez minutos los calificaríamos como agradables. El río transcurría paralelo a la carretera, por lo que sólo podíamos ver formaciones kársticas en una orilla. No tardamos mucho en llegar a un tramo más interesante. Dejamos atrás la carretera y el río quedó atrapado entre las montañas y la vegetación que las cubría. ¡Mucho mejor!.
El día era precioso. El sol brillaba con mucha intensidad y hacía calor. Pero no bochorno. El agua estaba muy limpia, era totalmente transparente. Y el silencio casi absoluto. Sólo se oía el chapoteo de los remos al golpear agua. Parecía que no había nadie más. Durante casi una hora sólo vimos una barca. Y el paisaje, que paisaje. Precioso. Las típicas formaciones karst a ambos lados, totalmente cubiertas de plantas desde el nivel del agua hasta su punto más alto. Daba igual hacia donde mirásemos. Hacia delante, hacia atrás, hacia un lado, hacia el otro. Todo resultaba espectacular.
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Estábamos tan embobados disfrutando de todo lo que veíamos, que no nos dimos cuenta de que la barquera se dirigía hacia una pared, hacia un punto que parecía no tener salida. ¿Se habrá vuelto loca?. Cuando estábamos a escasos metros de la pared, descubrimos la entrada de una cueva. Nos llevaba a ese agujero. ¡Perfecto!. La entrada era estrecha y muy baja, tuve que agachar la cabeza para no golpearme con la roca. Una vez dentro ya me rendí definitivamente a aquel lugar. Se trataba de una cueva bastante larga. Iluminada artificialmente con bombillas colgadas del techo que proyectaban una luz muy tenue. La recorrimos muy poco a poco, atravesando cámaras en las que la cueva se ensanchaba, para continuar, tras doblar un recodo, por un pasillo muy estrecho. Tan estrecho, que a duras penas pasaba la barca. Había tramos en los que la barquera ni siquiera podía remar. Avanzábamos un poco por la inercia y otro poco por el impulso que obteníamos al apoyar los remos sobre la pared. Y cuidado con la cabeza, las estalactitas amenazaban continuamente con golpearnos. Una experiencia fantástica, cuyo final adivinamos cuando al fondo apareció un punto de luz. La salida, que no el final del trayecto. Una vez fuera de la cueva, a la luz del día, volvía a aparecer el paisaje mágico del karst. Con el verde intenso de las plantas que cubrían las paredes, y el azul del agua brillando bajo el sol.
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Esto se repitió como seis o siete veces. Tantas como cuevas atravesamos. Unas eran pequeñitas, pero otras eran larguísimas. Parecía que no tenían fin.
A medio camino paramos en una pagoda que habían construido junto al río. Lo más bonito, un puente construido sobre la entrada de una pequeña cueva que las barqueras atravesaban para recogernos al otro lado. No es que la pagoda fuesa muy interesante. Pero merece la pena parar y disfrutar del paisaje desde una perspectiva distinta.
Por todo venden este lugar como el Halong interior. No negaré que pueden tener algunas similitudes. Pero son muy diferentes. Sería un error renunciar a este lugar con la excusa de que ya se ha visto Halong.
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Tras un recorrido circular, atravesando seis o siete cuevas (estaba tan embobado que ni las conté), volvíamos a estar en el punto inicial. Donde el río corría paralelo a la carretera, para en diez minutos más, llegar al embarcadero donde habíamos empezado la excursión
Las barqueras tienen una habilidad muy especial. Reman indistintamente con las manos y con los pies. Si, con los pies. Cogen un remo con cada pie y siguen remando como si nada, con toda la naturalidad del mundo. Y lo hacen con gracia, sin perder el ritmo en ningún momento. Me hizo tanta gracia que quise hacerle una foto a nuestra barquera remando con los pies. Pero no quiso. Como si le diera vergüenza. Me tuve que conformar con hacer la foto a otra barquera.
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Durante buena parte del recorrido fuimos solos. Como mucho veíamos otra barca. Sin embargo en la última media hora, se produjo un agrupamiento general. Se juntaron una veintena de barcas. Las barqueras iban hablando entre sí, comentando la jugada.
Nuestro guía nos había dicho que el recorrido duraba unas tres horas. Finalmente fueron unas dos horas peladas. Además la barquera, a mitad del recorrido se rompió la cara y nos pidió una propina. Le dimos 10.000 VND. Pero le pareció poco y nos dijo que le diésemos más. Vale, venga, toma 5.000 VND más. Que no, que quiero más, que me deis 50.000 VND. No hablaba ni una palabra de inglés, pero se las apañó muy bien para hacemos entender lo que quería. Estábamos generosos, y decidimos dárselos. Aprovechando la situación intenté preguntarle si estaríamos 3 horas. Se hizo la loca. Ese tema ya no le interesaba. Después me arrepentí de haberle dado la propina. Esperaba que a cambio ella nos diera una vueltecita más larga. Pero no, ya tenía el dinero y no pudimos sacarle ningún extra. Fuimos un poco pardillos. Quizás si lo hubiéramos negociado antes de darle el dinero hubiéramos conseguido algo.
No se como será Tam Coc, pero me alegro de haber elegido Trang An para hacer el paseo en barca. El recorrido es maravilloso, las cuevas mágicas y el haber realizado casi todo el trayecto en solitario no tiene precio. Y por último, no sufrimos el acoso de los vendedores ambulantes anfibios. Nadie intentó vendernos nada, Y cuando digo nadie, es nadie.
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Fue la primera excursión organizada en la que me quedé totalmente satisfecho. Tengo que reconocer que la organización fue algo chapucera. Pero cumplió con lo prometido. Y sobre todo no me tuvieron casi todo el día visitando tiendas y fábricas. El grueso de la excursión lo integraron las dos visitas previstas, Hoa Lu y Trang An..
El problema de que el paseo en barca sólo durara dos horas fue que habíamos terminado demasiado pronto. Nos tocaba esperar el bus. Para matar el rato dimos una vuelta. Pero a parte de los chiringuitos había poca cosa más. Volvimos a estar en la entrada sin nada que hacer. Y cuando uno se aburre ¿qué hace? ¡Comer! Nos comimos dos helados. 20.000 VND por los dos. Tenían un sabor extraño, incalificable. Penosos. Cuando los terminamos nos compramos una bolsa de unas barritas que en teoría tenían sabor a piña. Nos costaron 15.000 VND. Eran granos de arroz hinchado con azúcar. Duras como una piedra. Y el sabor a piña ni se notaba. Insípidas a más no poder. Entre los dos no fuimos capaces de acabarnos ni una sola barrita.
Cansados de comprar porquerías huimos de los chiringuitos. De no haberlo hecho hubiéramos acabado comprando Dios sabe qué. Lo que si que tengo claro es que hubiera estado malísimo.
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Nos sentamos junto a la carretera y esperamos a que llegara el autobús. A las cuatro y cuarto nos recogía y ponía rumbo a Hanoi. Tardamos dos horas y media en llegar a la capital. El viaje se nos hizo muy pesado.
Una cosa que nos resultó muy curiosa fue ver como extendían el arroz en las cunetas, invadiendo la carretera si era necesario. Por la mañana sacan el arroz y lo esparcen en los portales de las casas o en la cuneta de las carreteras. Pero no tienen complejos en utilizar un tramo del carril por el que circulan los coches. Éstos normalmente esquivan el arroz circulando invadiendo el carril contrario. Pero si viene de frente otro coche, no pueden esquivar el arroz y no dudan en pasar por encima. Por la tarde, antes de que se ponga el sol, vuelven a recoger el arroz.
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Cuando llegamos al hotel peguntamos si daban masajes. Nos dijeron que sí, pero que en ese momento todos los masajistas estaban ocupados. Que nos guardaban hora para las nueve. El precio de un masaje de 90 minutos era de 10 $ por persona (210.000 VND por persona). Faltaba una hora y media. Teníamos tiempo de ir a cenar. Fuimos a tiro seguro, al Thai Express. Pedimos dos platos de noodles con frutos del mar, unas empanadillas de gambas, y dos zumos de limón. 410.000 VND. Un poco caro, pero como todo estaba exquisito no nos importó pagar un poco más.
Volvimos al hotel. Eran las nueve, la hora del masaje. Nos hicieron entrar a las nueve y diez. A mi mujer empezaron a darle el masaje enseguida, pero a mi me dejaron esperando con los pies en remojo hasta las nueve y veinticinco. Con mi mujer acabaron a las diez y media. Conmigo cinco minutos más tarde. Al final el masaje había sido de 70 minutos. Me habían robado 20 minutos. Es lo que hay. La culpa es mía por darme en el masaje en el hotel. En los hoteles siempre pasa lo mismo, te cobran más caro y el servicio es peor.
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Además el masaje no fue nada del otro mundo. El chico estaba más pendiente de hablar con las chicas que de darme el masaje. Lo único que hacía era frotar y frotar. Pero masaje, lo que se dice masaje, más bien poco.
Al día siguiente el taxi vino a recogernos para llevarnos al aeropuerto a las ocho. Menos mal que llegó puntual. Si hubiéramos tenido que esperarlo nos hubiéramos puesto de los nervios pensando si vendría o no. Una cosa es que dejen tirado en una excursión, y otra muy distinta que lo hagan el último día para ir al aeropuerto. Tardamos 50 minutos en llegar al aeropuerto. Había bastante tráfico. El taxímetro marcaba 309.000 VND. Pero como ya habíamos pagado en la agencia de viajes no tuvimos que pagar nada. Esta vez si que nos salió un negocio redondo.
El avión salió con una hora de retraso, pero la recuperaron durante el vuelo a Moscú. Llegamos a las seis, hora de Moscú. Habían sido 10 horas de vuelo. Una verdadera paliza. Pasamos el control de pasaportes y toda la historia que tienen allí montada, y nos sentamos a esperar el vuelo a Madrid. Todavía faltaba una hora y media. El vuelo salió puntual a las ocho y media, y llegamos a Madrid a las diez y media hora local, tras cinco horas de vuelo

Y colorín colorado este viaje se ha acabado.

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