![]() ![]() Madagascar con mochila, descubriendo la isla africana ✏️ Blogs de Madagascar
Nuestra aventura durante un mes en Madagascar por nuestra cuenta. Lemures, parques nacionales, taxi-brousses... ¿a qué esperas para descubrirlo?Autor: Tonirodenas Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (37 Votos) Índice del Diario: Madagascar con mochila, descubriendo la isla africana
01: Madagascar, en busca de la rana tomate
02: Antananarivo, primer contacto
03: Caos en la estación, pousse pousse y llegada a Antsirabe
04: Descubriendo Antsirabe
05: Miandrivazo, la llama de Madagascar
06: Tour Tsiribihina – Tsingy (I): Vazahar a bordo
07: Tour Tsiribihina – Tsingy (II): Unas cascadas, un cocodrilo y un largo río
08: Tour Tsiribihina – Tsingy (III): Duro final de la travesía
09: Tour Tsiribihina – Tsingy (IV): Llegada a Bekopaka con escapada nocturna
10: Tour Tsiribihina – Tsingy (V): El Grand Tsingy
11: Tour Tsiribihina – Tsingy (VI): Fin de trayecto en la Avenida del baobab
12: Día de relax en Morondava
13: Excursión a la playa de Betania
14: Último día y paseo por el mercado de Morondava
15: Retorno a Antsirabe
16: Ambositra, llegada a las tierras altas de Madagascar
17: Final de semana en Ambalavao, más cerca de los lémures de cola anillada
18: Visita a los encantadores lemures de cola anillada
19: Descanso en Ambositra y subida a Moramanga
20: Andasibe, un pueblo de cuento
21: ¡Mira ahí! Los indris de la reserva de Analamazaotra y una visita inesperada
22: El Parque Nacional de Mantadia y el carnívoro más grande de Madagascar: el fossa
23: Ruta por el centro de Madagascar y llegada a Tsiroanomandidy
24: Visita a la ONG Fami Bongolava
25: Veloma Madagascar. Punto y final de la gran aventura africana
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Etapas 7 a 9, total 25
A las cinco y media de la mañana Leonard ya andaba dando vueltas por nuestro campamento improvisado, y al grito de bonjour bonjour se puso a despertarnos a todos. A medida que iba abriendo los ojos me iba dando cuenta de que estaba sola en la tienda de campaña. Pensé que Toni se habría despertado antes y ya estaría con el guía, pero nada más abrir la cremallera lo encontré tumbado en la entrada sobre la arena. Estaba intentando salir de dentro de la mosquitera en la que se había enrollado a modo de capullo para protegerse de los mosquitos y la fauna terrestre. A medianoche no pudo aguantar más el calor que hacía allí dentro y, entre dormir con bichos o con el calor, decidió quedarse con lo primero –yo prefería volatilizarme allí dentro–. Cuando Leonard terminó de desmontar la tienda nos dijo que se le había olvidado quitar la funda de plástico superior y en la oscuridad de la noche nosotros no nos dimos ni cuenta. ¡¡Menuda sauna!!
![]() Nuestra tienda con la funda encima… Desperezados ya, nos pusimos a desayunar en una esterilla sobre la arena mientras veíamos salir el sol, momento en que los guías aprovecharon para ir recogiéndolo todo y en media hora más o menos ya estábamos otra vez en marcha: cinco vazahar, dos barqueros, un músico, un guía y dos gallinas. ![]() Leonard preparando las piraguas ![]() Desayunando a la salida del sol Sabiendo ya de qué iba la cosa el segundo día lo cogimos con filosofía: sombrero de paja, paraguas, protector solar, libro y a dejarse llevar. Cuando el sol apretaba demasiado metíamos las piernas dentro del agua y nos servía para refrescarnos. Esta sensación duraba poco, pero al rato volvíamos a meterlas en el agua y otra vez volver a empezar. En todas las inmersiones de nuestros pies en el agua nos acordábamos de las palabras de Leonard el día anterior advirtiéndonos que hoy podríamos ver cocodrilos. ![]() Segunda jornada por el río Tsiribihina La emoción del día anterior ya no estaba a flor de piel, y las numerosas cabezadas que nos hacíamos en la piragua demostraban que en ocasiones resultaba incluso aburrido. El paisaje seguía siendo el mismo, el agua del mismo color y los animales ausentes. Tan solo habíamos visto un camaleón a la orilla del río al que Alexander había robado su tranquilidad cogiéndolo con el remo y levantándolo para que lo pudiésemos ver. Cuando todos lo habíamos visto, Leonard pensó que quizás al pobre animal le apetecía volar, y mientras yo me ponía las manos en la cabeza el pobre salió catapultado hacia la vegetación que había a orilla del río. Seguramente el pobre siguió su camino con algo de mareo después de la experiencia… ![]() El camaleón en cuestión Durante el resto de la mañana lo único que vimos del reino animal fueron unos cuantos ejemplares del precioso Martín Pescador, y justo cuando empezaba a pensar que lo del cocodrilo era solo para mantener el suspense alguien lo vio. El remero nos avisó al grito de Toniiii, Toniiiii, fotoooo, mientras señalaba con el remo hacia un lugar en concreto que parecía una piedra encima de un islote de arena. Se trataba de una cría de cocodrilo que no tardó en meterse en el agua cuando se percató de nuestra presencia. Tardó el tiempo justo que tardé yo en sacar la cámara de la mochila, y en el momento que la enchufé desaparecía la punta de la cola debajo del agua. Cuando pensé que habíamos perdido la oportunidad de tener una imagen de aquello Toni me enseñó la pequeña pantalla de su cámara… ![]() Al final hicimos la foto al cocodrilo A las doce del mediodía hicimos la primera parada; por fin habíamos llegado a una cascada natural que desembocaba en el Tsiribihina llamada Anosiampela. Saltamos de la barca y subimos casi corriendo a la parte más alta llenos de emoción por ver aguas de color diferente y de paso estirar las piernas. La piscina superior era una balsa grande con agua clara que con el calor que estábamos pasando nos sedujo y nos arrastró inmediatamente hacia ella. Cuando nos dimos cuenta ya estábamos los cinco vazahars metidos en el agua y disfrutando de un baño relajante, refrescante y casi casi higienizante. Dos chorros transparentes y enormes bajaban a toda velocidad llenando la balsa para luego seguir su camino hacia los distintos niveles de la cascada y terminar mezclándose con el agua marrón del Tsiribihina. La visita fue como una bocanada de aire puro, un paréntesis entre aquellos paisajes secos y deprimentes que decoraban el río y en los que ver un lémur como aseguraba la guía, era prácticamente misión imposible. ![]() Sin palabras!! Una vez tuvimos los dedos de las manos y los pies arrugados como una pasa salimos del agua y bajamos a la orilla del río, lugar donde Leonard y los barqueros preparaban la mesa debajo de un techo de madera que nos refugiaba del sol. Después de este descanso, con una comida a base de pescado asado, unas verduras y fruta servida sobre platos hechos de 3 piñas cortada por la mitad, nadie tenía ganas de subir otra vez a la piragua, pero quedaban muchas horas de camino y no había tiempo que perder. ![]() Comida en familia ![]() El sabroso postre con piña Seguimos toda la tarde descendiendo por el Tsiribihina sin hacer ni ver nada especial, quitando del café que preparó Leonard para acompañar la tranquila travesía. Tan solo niños que vivían en poblados cercanos al río se acercaban de vez en cuando a la orilla y nos llamaban a gritos para saludar a los vazahars, rompiendo el sonido acompasado de los remos. ![]() Leonard preparando el café… ![]() … y Juan Valdés haciendo la cata Fue en uno de éstos donde hicimos una parada a recoger municiones. El acceso al poblado era una cuesta de barro de unos 10 metros casi vertical que había que escalar y que lo separaba del río. Mientras subíamos se acercaron todos los niños del pueblo que intentaban ayudarnos cogiéndonos de la mano cuando llegábamos a la parte más alta. Nada mas llegar, y sin soltarnos de las manos, los niños nos acompañaron a la “tienda” en la que pudimos comprar cosas tan necesarias como cervezas y tabaco. Por el camino nos pedían encarecidamente las botellas de agua casi vacías que llevábamos encima como si se tratase de un tesoro. Supimos que las utilizaban posteriormente de recipiente para todo tipo de bebidas, y supimos también que sería una “petición” que se repetiría durante todo el viaje por Madagascar, así que ya casi teníamos completo el diccionario básico de comunicación niño-extranjero: vazahar, bombon, plastic. ![]() Ladera del río con la subida Algunos de los niños que hablaban un poco de francés, que por muy poco que fuese siempre era más que el nuestro, nos preguntaban nuestro nombre y nuestra edad. Así que durante el camino de vuelta a la barca me dediqué a repetir “Carme” y “26” a cada niña que se acercaba. A Toni en cambio lo perseguía un hombre que parecía no estar muy bien y lo único que quería era que le diese cigarros… Subimos de nuevo a la piragua y continuó el camino hasta el atardecer. La bajada de las temperaturas y la bonita estampa del sol poniéndose hizo que disfrutásemos mucho de este momento y lo aprovechamos para hacer unas cuantas fotos y grabando un buen rato en vídeo. ![]() Menudas vistas al atardecer Cuando encontramos una zona en la que poder acampar la piragua se detuvo y volvimos a descargar todas las mochilas. El mismo ritual del día anterior se repitó: tomamos cerveza, ponche de ron malgache, algo para picar, y cenamos a la luz de la luna con la compañía de todos los insectos de la Región Fluvial del Tsiribihina que se concentraron alrededor de la antorcha que puso Leonard al lado de la esterilla. ![]() Montando el campamento al finalizar la segunda jornada Esta vez había espectáculo incluido y, mientras nosotros seguíamos con el ponche, el guía y los barqueros nos deleitaron con una sesión de baile tradicional al son de la música de la extraña guitarra y al compás de los saltamontes que nos iban cayendo encima. ![]() Música malgache en directo. Impresionante! Un rato más tarde ya estábamos todos dentro de las tiendas descansando, con la nuestra sin la funda superior que pronto se encargó Toni de no poner. Con tanto jolgorio nada me hacía presagiar que mi organismo empezaba a incubar alguna cosa y el día siguiente iba a ser muy duro para mí. ![]() A dormir a la luz de la luna, que mañana… Etapas 7 a 9, total 25
La última jornada de navegación por el río Tsiribihina auguraba tormentosa, y no por el tiempo, pues el sol ya había empezado a salir y en el cielo ninguna nube osaba asomarse, sino por culpa de mi sistema digestivo que tras una semana en Madagascar se había plantado y había dicho basta. Me había levantado en mitad de la noche a hacer una evacuación de urgencia creyendo que era algo puntual, pero cuando amaneció me di cuenta de que no era cuestión de minutos y pasé, todo el tiempo que estuvieron los demás desayunando, escondida detrás de las dunas. Intenté tomar algo antes de subir a la piragua, pero mi estomago no toleró ni un trago de agua. La jornada iba a ser eterna…
Cuando estuvo todo preparado volvimos a embarcar de nuevo: cinco vazahar, dos barqueros, un músico, un guía y una gallina decididos a terminar la travesía por un río que ya había empezado a hacerse interminable. ![]() Empieza la jornada en el Tsiribihina Intenté adoptar una postura intermedia con la que paliar mis dolores, una posición en que no me doliese el culo a punto de ulcerarse ni sintiera náuseas. Pero era demasiado complicado, así que la mañana fue una repetición contínua de los mismos movimientos. Cuando me movía para reactivar la circulación vascular de mis glúteos venían las arcadas, entonces tenía que avisar a Toni para que hiciese un poco de contrapeso mientras yo asomaba mi cabeza al río y echaba el resto, y entonces era el sol el que me atacaba y tenía que volver a refugiarme debajo del paraguas. Asi una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis horas horas. En vez de recuperarme cada vez me encontraba peor y me preguntaba porque era yo la única que se encontraba así e imaginaba a Leonard cocinando las verduras con el agua del río… Cada vez que nos acercábamos un poco a la orilla se me abrían los ojos como platos con la esperanza de que íbamos a parar ya, pero no fue hasta el mediodía, cuando llegamos al poblado donde terminaba el trayecto. Había notado una ligera mejoría pues en la última hora no había vomitado ni una vez, pero el pequeño esfuerzo de levantarme de la barca y subir la empinada pared que llegaba al poblado hizo que tuviese que ir corriendo otra vez a esconderme detrás del primer árbol que visualicé, esquivando a todos los niños que como siempre venían a recibirnos. ![]() Esperando que pasen las horas… No podía ni moverme, así que comer no era una opción viable. El resto de compañeros de viaje se sentaron en una mesa debajo de un techo de cañas, y yo me quedé acostada en medio del montón de mochilas que habían dejado en el suelo. Parecía que nuestra mera presencia ya era todo un espectáculo, teníamos a la mitad del poblado enfrente de nosotros observando con atención como no hacíamos nada. Pronto les empezamos a parecer aburridos, y cuando el músico se puso a tocar su instrumento hicieron alarde de sus dotes bailarinas y todos los niños se pusieron a bailar detrás de Leonard y los remadores. Yo observaba todo desde el suelo; los niños, con su ropa sucia, rota y con los mocos colgando, se lo pasaban pipa con la música. ![]() Los niños haciendo de las suyas Unos minutos más tarde vi que llegaban dos hombres con cuatro zebús y los ataron en dos carros donde a continuación subieron las mochilas, estaban preparando nuestro siguiente medio de transporte. Cuando terminaron de comer nos despedimos de los dos remadores y el músico que volvían a subir a la piragua para deshacer el camino hecho hasta Miandrivazo. Me agoté solamente de pensar la de horas que les quedaban todavía navegando por el Tsiribihina y mientras les vimos alejarse por el río subimos a los carros. ![]() Nuestro “piroguier” con Toni El espacio libre allí dentro era escaso, teníamos que encontrar sitio para nuestras posaderas entre los huecos que habían dejado las mochilas, así que como pudimos nos embutimos jugando al tetris con nuestras extremidades. Y con los paraguas abiertos para protegernos del sol completamos la jocosa escena. ![]() Preparándonos para el viaje en carro de cebús Entre el hueco del paraguas y las mochilas sufrí viendo como el hombrecito pequeño y fibrado daba órdenes a los Zebús doblándoles el rabo, dándole azotes con una rama y metiéndole ésta por el culo cuando le parecía que la velocidad no era suficientemente elevada. ¿Cómo podían los pobres bovinos ir más deprisa por aquel camino abrupto y con las ruedas que tenía aquello? ¡Si íbamos dando saltos! Tras 30 eternos minutos en carro con vadeo incluido, llegamos a un camino menos tormentoso donde ya podían acceder medios de transporte menos tradicionales, más modernos y más cómodos, y allí ya nos estaba esperando Jack con su vehículo. El apuesto malgache apareció en medio del camino con su 4×4 para recogernos y llevarnos hasta Belo-sur-Tsiribihina. Con la emoción bajé demasiado deprisa del carro y mi estómago se puso a temblar otra vez, así que tuve que esperar sentada en un rincón de la carretera mientras volvían a cambiar las mochilas de sitio, esta vez desde el carro de zebús hasta la baca del coche. Arriba del 4×4 creí que me iba a encontrar mejor, pero el camino seguía en muy mal estado y todos los saltos que dábamos allí dentro me retorcían las entrañas. ![]() En el interior del 4×4 con Jack y Leonard Llegamos a un río por el que había que cruzar con ferry, así que para subir el todoterreno a la estructura flotante, que no eran más que trozos de maderas grandes unidas, tuvimos que bajar todos. Y otra vez la misma canción, otra vez a correr en busca del primer árbol… Empezaba a sertirme realmente fatigada y estar en pie me costaba esfuerzo. Me iba sentando de piedra en piedra mientras esperábamos a que el ferry se llenase. Minutos más tarde mientras todo el mundo subía a bordo y buscaba un sitio donde sentarse, Toni me sujetaba para que no cayese al río mientras yo seguía vomitando por la borda… Me dolía todo y en el primer hueco que encontré en el suelo me dejé caer. ![]() No commnent El ferry arrancó y el ruido del motor y el aire que me daba en la cara impidieron que me quedase allí mismo dormida. El resto de los pasajeros parecían hipnotizados mientras el sol empezaba a ponerse; parecía que todas las mentes estaba ausentes hasta que de repente el ferry paró al cabo de unos minutos. La profundidad del río no era suficiente para que la plataforma avanzara y quedó encallado en la arena. La única solución era esperar a que el nivel del agua subiese y así llegar hasta la otra parte del río. Lo que me faltaba. Desesperada por llegar al hotel y sabiendo que la espera se iba hacer muy larga todavía levanté la cabeza en busca de algún sitio en el que refugiarme y lo encontré. En uno de los laterales habían amontonado una treintena de colchones que alguien transportaba y vi la luz. Viendo que había gente que lo estaba usando para sentarse no me lo pensé dos veces y me tiré encima. No se el rato que pasó hasta que subió la marea, yo cerré los ojos y dejé que pasara el tiempo. Finalmente oí cómo arrancaban los motores de los coches y empezaban a bajar del ferry. Habíamos llegado a la orilla y volvíamos a subir al 4×4 que nos llevaría finalmente a Belo-sur-Tsiribihina. ![]() Bonita puesta de sol encima de los colchones Era de noche cuando por fin el vehículo nos paró delante del hotel Karibo. No podía creer lo que veían mis ojos, después de 12 eternas y fatídicas horas de viaje llegábamos al hotel. Salí disparada a la habitación, ya me subiría alguien mis mochilas, necesitaba un poco de paz. Una suite presidencial no me alegraría tanto como lo hizo aquel día ver aquella habitacíon pequeña y simple. Se trataba de una habitación con una cama, una mosquitera y baño propio, pero en ese momento era todo lo que necesitaba y atraída por la ducha me metí tan rápido como pude. Con la suciedad que llevábamos acumulada tras tres días de navegación el agua salía casi negra tras el contacto con la piel… Cuando todo el mundo se hubo arreglado bajamos al restaurante del hotel en la planta baja a cenar. Yo bajé sujetándome en las paredes para no caer, me flojeaban las piernas y nececesitaba meterme algo en el estómago. Cuando llegué a la mesa y me senté, Florence me dijo que tratara de comer algo aunque solo fuese un plátano. A l escuchar la palabra plátano mi estómago se contrajo de golpe dándome tales arcadas que tuve que levantarme corriendo en dirección a la puerta de salida para no vomitar allí mismo. Nunca antes el nombre de una fruta me había causado tal efecto emético, fue más efectivo que un café con sal… Les dejé allí mismo disfrutando de la cena y volví a la habitación a descansar. Solo deseaba que fuese el día siguiente y encontrarme bien. “Mañana será otro día” pensé y cerré los ojos. Tenía que recuperar energía para llegar a Tsingy. Etapas 7 a 9, total 25
Cuando desperté en la habitación del hotel Karibo no podía creer lo bien que me encontraba. Atrás quedaban las nauseas y el malestar general y otra vez volvían las ganas de seguir descubriendo Madagascar. Pensar que no tenía que volver a subir a la piragua aun me animó más, así que con las energías renovadas bajamos al restaurante y empezamos con el desayuno. Después de un día entero sin tomar nada me hubiese comido todo lo que había en la mesa, pero sabía que mi estómago no estaba al cien por cien y no quería forzar la maquinaria.
El 4×4 vendría a por nosotros en una hora para salir rumbo a Bekopaka por lo que disponíamos tiempo de sobra para ir a comprar algo de comida para el viaje. Nos perdimos en el gran mercado de Belo que ocupaba varias calles del pueblo y que a esas horas de la mañana ya estaba repleto de gente. Los puestos de lambas invadían una amplia avenida y resistirse a la tentación de mirarlos era imposible, pues las telas de mil estampados y colores diferentes decoraban la calle acaparando toda mi atención. Tal es así que terminé comprando un par de ellos. ![]() Inevitable la compra de un lamba (o varios) Seguimos adentrándonos en el mercado hasta llegar a los puestos de comida, donde la calle desaparecía y el espacio entre ellos era el justo para que pasaran dos personas. Quizás por eso los los niños me tocaban el brazo cuando pasaban por mi lado. ![]() El mercado de Belo Sur Tsiribihina Cuando ya tuvimos todo, botellas de ron malgache incluidas, volvimos al hotel habiendo gastado más de lo previsto, pues en Belo los precios son caros por el transporte de las mercancías hasta allí. Una vez reunidos todos partimos alegres pensando que no había que subir más en piraguas ni en cebús, sin sospechar siquiera que el 4×4 también lo acabaríamos aborreciendo como al resto. ![]() Qué alegres íbamos en el 4×4… Dejamos atrás Belo-sur-Tsiribihina por una carretera que pronto también desaparecería para convertirse en un camino de tierra roja lleno de socavones y cuyo único paisaje, a parte de palmeras y árboles secos, eran los pequeños poblados que íbamos atravesando. Los niños celebraban nuestra fugaz visita persiguiendo el coche e incluso dando golpes en los cristales. Pronto nos dimos cuenta que querían que les diéramos las botellas de plástico, así que cuando nos veían de lejos bajando las ventanillas se apresuraban en llegar los primeros para ver si teníamos el tan valorado recipiente. Un par de horas más tarde paramos en medio del camino a comer y delante de un par de árboles que nos daban sombra sacamos el picnic. Con el hambre que llevaba acumulado me tuve que conformar con un bocadillo de plátano con el que tenía que luchar ingeriendo un litro de agua con cada bocado; de esta forma conseguía a duras penas empujarlo hasta el estómago. De la nada aparecieron un grupo de niños acompañados de un adulto que con todo el descaro del mundo y prestando mucha atención se entretenían mirando como comíamos. El viaje aún duró unas cuantas horas más sin más entretenimiento que saludar a los niños cuando pasábamos por delante de sus cabañas y sujetarnos para no rompernos la cabeza con el techo del coche. Había tramos en los que el suelo estaba tan destartalado y llenos de socavones que Jack tenía que usar su imaginación para ingeniárselas y averiguar el mejor modo de atravesarlos. No quería ni pensar como debía ser aquello en época de lluvias, cuanto menos intransitable. A mediodía llegamos a Bekopaka pero para variar, había que acceder al camping cruzando con otro ferry. Por suerte esta vez se trataba de un tramo muy estrecho de un minuto de duración. Aprovechamos para hacernos unas fotos y contemplar la escena. ![]() Llegamos al lugar donde cruzar el río ![]() Nos acercamos un poco… ![]() ¿Qué os parece la escena? ![]() Leonard y Toni posando para la foto La zona de acampada estaba justo al lado del río y no estaba demasiado repleta, tan solo había una decena de tiendas de campaña montadas y mientras nuestro guía volvía a poner las nuestras fuimos a tomarnos algo fresquito al restaurante-xiringuito. Era una cabaña un poco más grande de lo habitual con algunos adornos para hacerlo más exótico. ![]() Mirad que chiringuito!! De nuevo hacían acto de presencia los niños curiosos que más tarde nos acompañaron hasta las tiendas y se sentaron con nosotros en el suelo. Cuando me di cuenta tenía dos niñas sentadas encima, dos pulseras menos y la cabeza llena de trenzas. ![]() Trenzas por aquí, trenzas por allá Las duchas, de las que se habían apoderado los cerdos que nadaban en el barro de alrededor, eran toda una exposición de fauna autóctona. Lagartos, gallinas, cucarachas y arañas paseaban a sus anchas haciéndole a una tener que mirar dentro del cubo de agua cada vez que cogía un cazo para no terminar pescando algo. Después de la ducha más bien refrescante que otra cosa y cuando empezaba a anochecer fuimos a cenar al xiringuito, amenizado con la voz a tope de un culebrón que estaban viendo un grupo de malgaches. En cuestión de minutos se llenó la mesa de platos repletos con exquisitas salsas, pero mi estómago seguía pidiéndome un poco de tiempo para recuperarse y terminé comiendo arroz hervido y más plátanos. Esa noche por fin íbamos a hacer algo interesante. Leonard nos había convocado después de la cena para hacer una excursión en busca de fauna nocturna así que cogimos las cámaras y nos pusimos en marcha. ![]() Camino del avistamiento de animales nocturnos Tras diez minutos andando llegamos a un sitio suficientemente alejado del camping como para poder ver algún animal y unos minutos más tarde empezábamos a ver los primeros camaleones. Con la antorcha de la cámara que iluminaba todo a nuestro alrededor era imposible no verlos; la desventaja era que el resto de fauna también nos veía a nosotros y en breve la mitad de los insectos de la zona estaban en la antorcha y la otra mitad en mi cara. ![]() Uno de los camaleones que vimos Me convertí en un momento en la iluminadora de animales oficial y cada vez que alguien veía algo me llamaban rápidamente para que iluminara. No tardamos demasiado en ver el primer fémur nocturno, un animalillo pequeño y de ojos grandes escondido entre las ramas de un árbol, que abría tímidamente los ojos preguntándose quien venía a molestarle otra vez, como cada noche… ![]() El atemorizado lemur nocturno El resto de bichos que vimos durante el resto de la excursión fueron lagartijas y cucarachas enormes, y media hora mas tarde volvíamos al camping a dormir. Fue una noche tranquila, salvo por un grupo de jóvenes que quisieron amenizarla un rato con su música del coche a toda voz, hasta que Françoise salió sacando un genio que no veas y les gritó: ¿esto que es, un burdel? Desde ese momento lo único que se escuchó fue a algún que otro gallo… Etapas 7 a 9, total 25
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