![]() ![]() Madagascar con mochila, descubriendo la isla africana ✏️ Blogs of Madagascar
Nuestra aventura durante un mes en Madagascar por nuestra cuenta. Lemures, parques nacionales, taxi-brousses... ¿a qué esperas para descubrirlo?Author: Tonirodenas Input Date: ⭐ Points: 5 (37 Votes) Index for Blog: Madagascar con mochila, descubriendo la isla africana
01: Madagascar, en busca de la rana tomate
02: Antananarivo, primer contacto
03: Caos en la estación, pousse pousse y llegada a Antsirabe
04: Descubriendo Antsirabe
05: Miandrivazo, la llama de Madagascar
06: Tour Tsiribihina – Tsingy (I): Vazahar a bordo
07: Tour Tsiribihina – Tsingy (II): Unas cascadas, un cocodrilo y un largo río
08: Tour Tsiribihina – Tsingy (III): Duro final de la travesía
09: Tour Tsiribihina – Tsingy (IV): Llegada a Bekopaka con escapada nocturna
10: Tour Tsiribihina – Tsingy (V): El Grand Tsingy
11: Tour Tsiribihina – Tsingy (VI): Fin de trayecto en la Avenida del baobab
12: Día de relax en Morondava
13: Excursión a la playa de Betania
14: Último día y paseo por el mercado de Morondava
15: Retorno a Antsirabe
16: Ambositra, llegada a las tierras altas de Madagascar
17: Final de semana en Ambalavao, más cerca de los lémures de cola anillada
18: Visita a los encantadores lemures de cola anillada
19: Descanso en Ambositra y subida a Moramanga
20: Andasibe, un pueblo de cuento
21: ¡Mira ahí! Los indris de la reserva de Analamazaotra y una visita inesperada
22: El Parque Nacional de Mantadia y el carnívoro más grande de Madagascar: el fossa
23: Ruta por el centro de Madagascar y llegada a Tsiroanomandidy
24: Visita a la ONG Fami Bongolava
25: Veloma Madagascar. Punto y final de la gran aventura africana
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A las cinco de la mañana empezaba el ajetreo en Bekopaka. Teníamos que desayunar, coger todo lo necesario para la excursión y antes de las 6 salir con el 4 x 4, el Grand Tsingy nos esperaba.
En uno de los pueblos vecinos que encontramos de camino, subió al todoterreno otro guía y Leonard bajó. En esos momentos yo todavía me preguntaba por qué no prefería acompañarnos a quedarse ahí 3 o 4 horas, pero más tarde lo entendí perfectamente. El trayecto no era precisamente corto, tardamos casi una hora en llegar al punto de partida de la caminata-escalada por un terreno peor del que habíamos visto antes, con socavones, subidas y bajadas, donde Jack tuvo que esforzarse al máximo con las marchas reductoras del 4×4. ![]() Preparados para atacar el Gran Tsingy Una vez allí y con todos los huesos desencajados se me ocurrió hacer una visita al lavabo, toda una exposición de dejadez y mugre, lástima no llevar encima la cámara de fotos porque el “servicio” era digno de retratar (abrí la puerta y me quede con ella en la mano, así que para entrar la quité y luego la volví a poner). Cuando todos tuvimos puestos los arneses, medida de seguridad obligatoria, empezamos la visita. Solamente teníamos que tener claro cuales eran los faddys (prohibiciones) de aquel lugar: fumar, orinar y señalar con el dedo. ![]() Comienza la caminata!! Nada más empezar pudimos ver un poco de la esencia del Tsingy; unas cuantas rocas puntiagudas empezaban a enseñarnos lo que íbamos a encontrar allí arriba. El primer tramo fue bastante sencillo, un poco de jungla con alguna pendiente para ponernos a prueba y alguna que otra raíz mal colocada con la que engancharte el pie y llevarte un susto, pero poco mas. Y justo cuando nos empezábamos a confiar pensando que la visita iba a ser coser y cantar aparecieron las rocas. Habíamos bordeado todo el Tsingy y había llegado el momento de adentrarnos en él para llegar a lo más alto donde los diferentes tonos de verde de la vegetación desaparecían y daban paso a un gris uniforme. ![]() Los cambios en el paisaje empezaban a notarse Pronto empezó a complicarse la cosa. Empinadas escaleras que subían obligaban a uno a tener que sujetarse con los arneses, pues una caída desde tal altura hubiese sido fatal. Íbamos con cuidado de no molestarnos lo unos a los otros, respetando la distancia de seguridad pero eso sí, parando en cada tramo a hacer fotos y grabar. ![]() Algunos tramos haciendo uso del arnés Nuestro equipo fotográfico nos molestaba especialmente ese día: la cámara de video, colgada en mi espalda junto con el monopié, golpeaba el suelo cada vez que yo tenía que agacharme para llegar a algún sitio, y la tapadera del objetivo que la perdía infinitas veces terminaba siendo encontrada cada vez por alguno de mis compañeros. Peor situación la de Toni, que cargaba los más de 3 kilos de la Nikon y el teleobjetivo. Ese peso en la mano más unas cuantos más del resto de objetivos y aparatos que llevaba en la mochila de la cámara. ![]() ¿Cómo va Toni? Tras un largo rato escalando la difícil pendiente, y sin estar aun al 100% de mis posibilidades por no haber podido comer tanto como me hubiese gustado, llegamos a la parte más alta y tras subir un par de escaleras empinadísimas llegamos a la cima. ![]() El último esfuerzo de la subida La parte alta del Tsingy era tal y como lo recordaba de los documentales: una enorme colección de afiladas rocas amenazantes, como si de miles de estalagmitas se tratase. Solamente faltaban unos cuantos lemurs catta danzando allí arriba para que la estampa fuese idéntica a la de mi memoria, pero no tuvimos tanta suerte. ![]() Impresionantes las vistas del Grand Tsingy Tras las fotos obligatorias y después de descansar, coger aire y respirar empezó el descenso, que aunque no tan duro como la subida sí que empezaba algo complicado, pues la única forma de salir de allí arriba era desde una plataforma artificial que se había colocado sobre estas peculiares estructuras moldeadas por el viento tras infinidad de años. Debíamos pasar al otro lado y comenzar a bajar. ![]() El tramo del puente colgante Como era de esperar, uno tras otro cruzamos todos el puente y nos hicimos las típicas fotos del momento. ![]() A mitad de camino del puente ![]() Vista cenital desde el puente Superado este tramo nos pusimos manos a la obra con el descenso. Los arneses seguían siendo necesarios, pues la posibilidad de caer de cabeza seguía existiendo, y las escaleras eran igual de empinadas. En algunos tramos los pasillos se estrechaban tanto que teníamos que pasar de lado y sin el equipo fotográfico, así que sigo sin entender cómo los señores panzudos del grupo de delante habían conseguido pasar sin tener que moldear su tripa como si de gelatina se tratase. ![]() Damos paso a los pasadizos subterráneos Por fin, después de un campo escabroso, dejamos las rocas y volvimos a rodear el Tsingy acompañados de vegetación. Atrás quedaban empinadas escaleras y un paisaje monótono y volvía a aparecer la vegetación. ![]() Y vuelve a llegar la selva a nuestro camino De repente, mientras íbamos andando relajadamente fruto del reciente estrés, el guía grito: Sifakka!!! todo el grupo paró y miró hacia donde nos apuntaba éste, y entonces todo el mundo olvidó el tercero de los faddys y todos empezamos a a señalarlo. ¡¡¡Tras una semana en Madagascar veíamos nuestro primer lemur!!! ![]() Lemurs sifaka!!! El esfuerzo había merecido la pena. Mientras nos entreteníamos retratando y filmando al animal apareció el resto de su familia y cual fue nuestra sorpresa cuando vimos que también había bebes. El entretenimiento estaba asegurado y como si fuésemos el equipo de Nat Geo Wild nos dedicamos a perseguir a los sifakas con las cámaras. ![]() Los sifaka con sus crías El sifakka es unos de los lémures más bellos que existe, y damos fe de ello. Son generalmente diurnos y se reúnen en familias de 8 o 10 grupos. Son grandes saltadores y viven encaramados en los árboles. ![]() La preciosidad del sifaka salta a la vista Tras interminables, calurosas y agotadoras horas para subir al Tsingy que ahora viendo las fotos bien merecieron la pena, sin duda este es un lugar irrepetible y único para visitar. Nada más terminar el reportaje fotográfico y todos alegres por el bonito final seguimos la marcha hasta llegar a los 4×4. Era tal el cansancio y las ganas de terminar la caminata que bendecimos la última señalización del trayecto que incitaba los metros recorridos. Nunca 3 km nos habían costado tanto de recorrer… ![]() Bieeeeeeeeeen!!!! ![]() Habemus papa La vuelta fue de lo más silenciosa, estábamos exhaustos. Ni siquiera Leonard con su alegre “salama” fue capaz de reanimarnos. Empapados en sudor como estábamos tan solo deseábamos que llegase la hora de la ducha, pero la comida estaba ya preparada para cuando llegamos al campamento, así que nos tuvimos que conformar refrescándonos con el poco viento que llegaba al chiringuito a mediodía y nos pusimos a comer. La comida estaba deliciosa y mi estómago empezaba a tolerar más alimentos, por fin podía volver a saborear la deliciosa salsa de de coco que tanto me gustaba. ¿A quien le quedaban fuerzas para ir a ver el petit Tsingy? desde luego que a mí no, pues había agotado mi último cartucho de energía en el grande. Una ducha en compañía de toda la fauna y una coca-cola muy fresca tumbada delante de la tienda de campaña era algo que me apetecía muchísimo más. A eso mi cuerpo no podía decir que no. ![]() Algunos preferían cerveza y tumbarse “a la bartola” Y así pasamos la tarde holgazaneando mientras Selva nadaba en la piscina de un hotel cercano a la que había decidido ir. Al rato llegaron Florence y Françoise para contarnos todo lo que nos habíamos perdido en el petit Tsingy. Como el día siguiente no teníamos que hacer nada que requiriese esfuerzo esa noche la cena se alargó todo lo que quisimos con algunas cervezas y algún ron, mientras hablamos y hablamos de mil y un temas. Yo sin embargo, debido a mi guerra con mi estómago, seguía conformándome con mi “eau vive”, aunque ya no por mucho más tiempo… Journeys 10 to 12, Total 25
Después de la larga travesía por el Tsiribihina y la agotadora visita al Grand Tsingy había llegado el momento de dirigirnos a Morondava, teníamos bien merecido un descanso en la playa de arena blanca, aunque el camino que nos quedara por recorrer fuera largo.
La salida con el 4×4 fue muy temprana, debíamos coger un par de ferrys por el camino y dependíamos de la profundidad de los ríos para poder atravesarlos con la plataforma. Así que una vez desayunados subimos al vehículo y nos acomodamos; sabíamos que aun tardaríamos unas 4 horas hasta llegar a Belo-sur-Tsiribihina. El viaje fue largo y aburrido, el paisaje escarpado y la tierra roja seguían esperándonos en el mismo sitio donde lo habíamos dejado durante el viaje de ida. Tan solo los niños que llegaban corriendo con su alegre sonrisa para saludar y de paso pedir botellas amenizaban el trayecto. Vazahar, bombon y plástic eran las tres palabras que más se repitieron durante toda la mañana. A mediodía la comida estaba servida en Belo. Hacía casi una semana que no comía tan bien y tan a gusto como lo hice ese día en el restaurante del hotel Karibo, aunque estuviese repleto de turistas. Eran las últimas horas del tour y teníamos la sensación de estar volviendo a la civilización. Mientras saboreaba la comida me entretuve pensando en como serían la playa de Morondava y aquella famosa avenida llena de centenarios baobabs, presentes en tantas fotos, libros y postales. ![]() El gordo de Toni devorando El trayecto de la tarde nada tuvo que envidiarle al de la mañana. Otra vez los socavones y la escasez de vegetación y tan solo, de vez en cuando, algún baobab y algún que otro sifaka hacían acto de presencia. ![]() Avistando más sifakas Unas horas más tarde el paisaje se puso interesante puesto unos originales baobabs nos avisaron de que habíamos llegado a la avenida. El primero era un viejo baobab solitario pero con uno de los troncos más anchos de los existentes en Madagascar (si no el que más). ![]() Con el gran baobab ![]() Enooooorme El segundo en cuestión eran dos enredados (o enamorados) baobabs y por parejas, como no podía ser de otra forma, nos hicimos unas cuantas fotos delante de la extraña pareja. ![]() La foto de rigor ![]() Terminado este parón pronto vislumbramos lo que nos esperaba. El 4×4 aparcó al principio de la avenida y nos dieron total libertad para campar a nuestras anchas por aquel mágico lugar. Los enigmáticos baobabs parecía que sufrían boca abajo con las raíces al aire a ambos lados de la avenida mientras nosotros, ajenos a su dolor, disfrutábamos del bellísimo paisaje. Turistas, viajeros, niños haciendo volteretas, patos o cebús, no importaba, todo el mundo disfrutaba de un paseo por la susodicha avenida y, minutos más tarde, de aquel bonito atardecer al lado del lago. ![]() La avenida del baobab ![]() Baobab y Carme. ¿Me veis? ![]() El equipo al completo Terminada la larga visita y subidos de nuevo en el 4×4 llegábamos a Morondava y Leonard, como todo buen guía, decidió por nosotros donde nos teníamos que quedar, y eran tantas las ganas de darnos una buena ducha que solo peleamos con él dos minutos. Al menos conseguimos que nos dejaran una habitación enorme por el precio de un doble normal, porque nuestra idea principal era buscar en Morondava nuestro propio alojamiento. Después de quitarnos todo el barro que llevábamos acumulado en nuestro cuerpo tras dos días sin darnos una ducha decente salimos a cenar a un restaurante muy cerquita de nuestro hostal. El pub/restastaurante l’Oasis era también guesthouse en la que uno podía disfrutar de una bonito jardín acompañado de un grupo de reagge tocando toda la noche y en el que la pareja de franceses, Leonard, su mujer, Selva, Toni y yo cenamos para celebrar el final del duro tour. ![]() Deliciosa cena en L’Oasis ![]() Jean el Rasta y su grupo de reagge De la mesa pasamos a la barra, donde nos invitaron a degustar el buenísimo ron malgache de la mano de Jean el Rasta, quien con su sonrisa perenne contagiaba el ambiente del lugar. Pudimos comprobar entonces la pedazo de rasta que tenía en la parte trasera de su cabeza; era espectacular. ![]() Con Jean el Rasta La guinda del día estaba por llegar. Cuando la mayoría de la gente se hubo ido (solamente quedábamos nosotros tres, tres rastafaris y Jean el Rasta) la música dejó de sonar y nosotros apuramos las últimas cervezas preparados para marcharnos. Pero el propietario de aquel exótico lugar nos indicó que esperásemos en la barra. Cogió su guitarra, se sentó encima de un congelador y nos deleitó con un precioso concierto acústico en directo, haciéndonos partícipes de aquella fiesta en “petit comité” (que se alargaría media hora más) y enseñándonos la letra de una canción. Así que, al ritmo de “mafana be a Morondava” (hace mucho calor en Morondava), nos dieron la mejor bienvenida que hubiésemos imaginado a este bonito pueblo costero que nos serviría de descanso durante los próximos días. Journeys 10 to 12, Total 25
Desperté con una extraña sensación de comodidad que hacía días que no sentía; debajo de mi cuerpo había un colchón y no solo piedras y arena como en los últimos días. Cuando abrí los ojos y me di cuenta de que ya no estaba durmiendo en la tienda de campaña suspiré aliviada, la semana de tour había sido lo suficientemente intensa como para quedar más que satisfecha. Ahora estábamos en Morondava, en la costa oeste de Madagascar y anhelábamos unos días de tranquilidad en los que recuperar energía y reorganizar nuestro viaje, cuya ruta había quedado en el aire tras saber que el acceso por tierra a Tulear era casi una misión imposible.
Nuestro siguiente objetivo era encontrar un hostal barato y cerca de la playa en el que pasar los próximos días, así que tras el buen sabor de boca de la cena del día anterior, fuimos con Selva directos al hotel Oasis. Lástima que solo quedara una bungalow libre, pues nos apetecía mucho estar allí, así que nos tuvimos que conformar con tomar el desayuno en el jardín. Con el estómago lleno seguimos la búsqueda por la zona de la playa de Nosy Kely, una avenida larga en la que había decenas de hostales preciosos con vistas al mar, algunos de ellos muy glamurosos, pero no había manera de encontrar una habitación libre y barata. Estuvimos casi 40 minutos andando y preguntando mientras poco a poco el sol nos iba chupando la energía del desayuno y el calor aletargaba nuestros reflejos. ![]() El paseo de Nosy Kely Finalmente encontramos “La Chaise de bambu”, una casa de madera enorme y con decenas de habitaciones para alquilar. Tras preguntar a la mujer de la recepción y echar un vistazo al interior decidimos alquilar allí mismo un par de habitaciones, pues aunque la casa no era nada del otro mundo, tenía buenas vistas al mar y estaba bien situada. ![]() Nuestra casita de madera en la playa Una vez cumplido el objetivo salimos a dar una vuelta por la zona, no sin antes conectarnos un rato a internet y dar señales de vida a nuestra familia. Siete días de tour sin poder mandar ni un mensaje era bastante como para intuir que mi madre estaría deseando saber cómo y dónde estaba en ese momento. ![]() Dando señales de vida Decidimos ir a pasear por la playa y me sorprendió no ver a nadie. Tras comprobar la ocupación hotelera había imaginado una playa abarrotada de gente como las de la costa de Valencia, y en vez de eso me encontré con una playa preciosa pero sin gente. Tan solo alguna joven vendiendo sarongs y algún que otro propietario de piragua buscando algún turista para llevarlo a la zona sur. Ese era el caso de Fara, un joven que se acercó para vendernos una piragua de madera en miniatura y cuando se dio cuenta de nuestro poco interés cambió de estrategia y se ofreció a llevarnos el día siguiente a la playa de Betania. Esa idea nos convenció más así que quedamos para la mañana siguiente con él en la puerta de nuestra guesthouse. El tremendo calor que hacía en Morondava hacía que todo en este costero pueblo funcionara muy lento, incluso la gente parecía que caminaba despacio por la calle intentando no malgastar sus fuerzas. Tanto era nuestro cansancio a mediodía que decidimos volver a la casa a hacer una siestecilla, y cuando llegamos al jardín nos encontramos con toda la ropa que le habíamos dado a la recepcionista par lavar colgada por donde le había parecido bien a la mujer, y mi coloreada ropa interior se encontraba ahora decorando la palmera de la entrada. ![]() El tendedero de ropa Mientras Toni aprovechó para hacer alarde de su poco equilibrio haciendo el pino en la arena. La arena blanca junto a las palmeras le animó a jugar como un niño pero no, lo suyo no era el circo, pero al menos nos reímos un rato viendo su poca traza. ![]() Haciendo prácticas para el circo del sol El terrible calor de Morondava terminó dejándome k.o y la canción que había aprendido el día anterior no desaparecía de mi cabeza “mafana be a Morondava” (hace mucho calor en Morondava), así que sin muchos más planes, la idea de la siesta se hizo realidad y me fui a dormir a nuestra nueva habitación desde la que podía sentir la brisa del mar. ![]() Preparando la mosquitera por si acaso Un rato más tarde me despertaron Toni y Selva hablando con una pareja en catalán. Eran Edgar y Raquel, acompañados por Bobby (como se hacía llamar su compañero chino), que acababan de llegar de hacer el mismo tour que nosotros pero la fiebre y un guía demasiado listo les había impedido disfrutar de éste. Habían alquilado un par de habitaciones en nuestra nueva vivienda así que ahora éramos oficialmente todos compañeros de casa, y para celebrarlo, como no podía ser de otra manera, nos fuimos juntos a tomar algo otra vez al Oasis Restaurant, donde contando batallas del tour se nos hizo de noche y terminamos cenando al son del reagge del grupo de Jean. ![]() Selva, Edgar, Raquel y Carme (y el que nos liaba) Ya de vuelta a la casa nos encontramos otra vez con Fara, quién deseoso de sacar más provecho de nosotros nos propuso prepararnos también la comida del día siguiente en la playa. Sin pensarlo dos veces dijimos que sí, pues así dispondríamos de más tiempo y podríamos hacer la visita sin prisas, y cuando tuvimos todo claro, la hora, el menú y el número de personas, seguimos andando por la oscura avenida hasta nuestra acogedora casita de madera en la playa. Journeys 10 to 12, Total 25
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