CASTILLOS DEL RIN (2ª PARTE)
Siguiendo por la orilla derecha del Rin dejamos atrás Wellmich para acercamos ahora a la población de Kamp-Bornhofen y visitar los famosos castillos hermanos y eternos enemigos, conocidos como Burg Sterrenberg y Burg Liebenstein, ambos en estado ruinoso si bien el segundo se haya mejor conservado que el primero. Según la leyenda había dos hermanos en estos castillos que siempre estaban discutiendo hasta que decidieron levantar un muro y separar sus caminos. Es el llamado muro de las disputas y que podéis ver abajo.
El castillo de Sterrenberg, Reichsburg en su origen, probablemente anterior al siglo XI, fue considerado ya feudo imperial en 1195 de los señores de Bolanden. En el siglo XIV fue adquirida por el Arzobispo de Tréveris y la familia Bolanden tuvo que huir a la torre de defensa de Liebenstein. Es en ese momento cuando se levanta el famoso muro de la separación y que aún hoy se conserva. En 1568, por desgracia, el castillo ya se había desmoronado. En 1968 pasa a manos del Organismo de Conservación de los Monumentos y fue parcialmente restaurado.
El castillo de Liebenstein, justo enfrente, se construyó hacia el 1284 por Albrecht von Lewenstein para proteger a los Bolanden. Esta fortificación estuvo habitada hasta 1587. Una de las torres residenciales se encuentra bien restaurada, en cambio la torre del homenaje, siglo XIII, apenas quedan unos restos en una roca solitaria.
Las vistas del Rin desde allí son incomparables y la energía telúrica transmitida puede llegar a ser tan fuerte que es casi inevitable sentir las ganas de ponerse a saltar en medio del patio de armas. Ambos castillos gozan de pequeños y coquetos restaurantes dignos de un banquete medieval siendo el de Liebenstein el más interesante por hallarse ubicado en la torre residencial del siglo XIV. Además podréis alquilar una romántica habitación en él por el módico precio de unos 100 euros la doble, con fantasma incluido.
Seguimos nuestro paseo por la orilla derecha del Rin dejándonos atrás pequeñas poblaciones como Filsen y Osterpai donde se puede entrever en medio del bosque otro castillo que actualmente se utiliza como escuela, el Liebeneck. Nuestra siguiente parada fue el pueblo de Braubach, de 4.000 habitantes, con sus callejuelas y las típicas, y pintorescas, casas de entramado. Los lugareños son gente colorista que les gusta atiborrar de detalles puertas y ventanas. Por aquí una mariposa, más arriba una flor, aquí cuelgan varios corazoncitos y más allá los inevitables duendes, setas y demás que entre flores naturales dan a la zona su estampa peculiar.
Destacan dos iglesias, la gótica de Santa Bárbara con su magnífica torre y su extraño reloj dorado y la de San Marcos de magníficas vidrieras. Si os decidís a entrar no esperéis gran cosa, generalmente suelen ser muy austeras en su interior. En nuestro paseo también pudimos disfrutar de hermosos torreones y los restos de los paños de las antiguas murallas. Un gran paseo.
Pero lo mejor del lugar es su magnífico castillo del siglo XIII aún intacto ya que nunca fue conquistado, el Burg Marksburg. En el restaurante del castillo, mientras nos refugiábamos de una tremenda tormenta, pudimos disfrutar de una típica comida alemana con su magnífica cerveza. Breve pero lo suficiente para reponer las fuerzas y conquistar, culturalmente hablando, nuestro siguiente reto: la visita al interior del castillo.
El castillo de Marksburg data del año 1100. Nada más entrar al castillo, habitado desde hace 700 años, nos sorprende un hermoso puente levadizo del siglo XV y un túnel abovedado del XVII. Tras pasar la “Puerta del Zorro” y la “Puerta de la Aspillera” desde donde se echaba el pez o el aceite hirviendo sobre los enemigos, nos encontramos con otra entrada donde se exponen los escudos de armas de los diferentes propietarios del castillo: en el año 1231 pertenecía al feudo palatino propiedad de la familia Eppstein que construyeron la parte románica, en 1283 pasó a ser residencia de los condes de Katzenelnbogen que hicieron la parte gótica, incluida la capilla dedicada a San Marcos y que da nombre al castillo, posteriormente fue heredado por los duques de Hessen y por último lo habitó el ducado de Nassau que lo perdió frente a Prusia. Finalmente, el emperador Guillermo II entregó el castillo en 1900 a la Asociación de Conservación de los Castillos Alemanes, de la que sigue siendo propiedad y sede central. Estos últimos guardan en él una gran biblioteca y multitud de documentos de la época.
Como pudimos ver durante nuestra visita, este castillo es un magnífico ejemplo de vida feudal: arquitectura defensiva, huerta, bodega, cocina, aposentos, sala de caballeros, sala de armas y hasta su propia colección de instrumentos de castigo y tortura, aunque nunca fueron utilizados en el castillo... o eso dicen.
Resulta curioso comprobar cómo en la zona de la entrada la piedra del suelo está labrada en forma de amplios escalones, con la finalidad de facilitar la entrada a los caballos. Justo al lado se yerguen la casa vigía y la residencia señorial, alojamiento más antiguo del castillo y que ahora sirve de oficina. Entre los espacios que más nos llamaron la atención se encuentra el herbario que se dedicaba especialmente a la siembra de plantas medicinales; ya en aquella época se cultivaban más de 160 especies distintas. A apenas unos metros las baterías de cañones, provenientes de la Guerra de los Treinta Años y que alcanzaban con sus disparos la otra orilla del Rin, lo que hacía el castillo casi inexpugnable al evitar los posibles ataques fluviales.
El castillo cuenta también con una amplia bodega y una mejor cocina que puede ser alquilada para banquetes medievales. Dentro de la cocina una sorprendente nevera medieval que funcionaba a base de nieve que traían de las montañas.
Desde allí se puede ascender a la cámara, compuesta por una sala de estar y una alcoba para el dueño del castillo y su familia, siendo la única sala que disponía de estufa.
A través de una pequeña puerta se tenía acceso a la sala señorial donde se celebraban las fiestas. Sus paredes están pintadas delicadamente al más puro estilo renacentista contrastando vivamente con la presencia de una letrina junto a la mesa donde se comía. Nos dejó sorprendidos comprobar que dicha letrina tenía un cerrojo por la parte exterior y según la explicación del guía era para mantenerlo cerrado mientras no se utilizaba ya que los enemigos podían aprovechar el hueco de la letrina para ascender por él. Curiosamente, durante las comidas permanecía abierto, para que el señor de la casa pudiera seguir las conversaciones de la mesa mientras hacía sus señoriales necesidades.
Desde esta sala se tiene acceso a la pequeña capilla del castillo dedicada a San Marcos el evangelista. Se encuentra ubicada en una de las torres de defensa y la bóveda es de la época gótica aunque la escultura de la virgen en piedra es mucho más antigua, probablemente de finales del románico, lo cual nos habla de una capilla anterior mucho más antigua. Por cierto, es esta capilla la que da nombre al castillo pues anteriormente se llamaba de Braubach. Ascendiendo por unas estrechísimas escaleras dentro de los muros del torreón llegamos a la sala del capellán de unas reducidísimas dimensiones.
Tras tan arduo paseo por todas las salas, calabozos y recovecos del lugar se imponía un tranquilo café en el mesón del castillo disfrutando de las vistas de Braubach y el Rin al fondo tras lo cual retomamos camino río arriba hasta Lahnstein .
Esta localidad se encuentra en la desembocadura del río Lahn, uno de los afluentes del Rin, y ya nos sorprende con el Castillo de Martinsburg con forma hexagonal como parte de una gran muralla de defensa que se construyó a orillas de la parte del Rin en el siglo XIII. Es aquí, en su Torre de las Brujas donde encontrareis el Museo del Carnaval y parte de la historia del municipio. También es famosa la Hostería de Lahn, de tres pisos, de bonitas paredes entramadas, donde el poeta Goethe acudía a comer todos los días durante el año de 1774. Otros edificios interesantes para visitar son la Corte Feudal, el Monasterio de San Juan y la Capilla de Todos los Santos, pero para nosotros el que se lleva la palma es sin duda su Burg Lahneck. Ya solo pasear por su entorno y acercarse a los miradores de la zona es toda una delicia.
Si espectaculares son los castillos os podemos asegurar que más espectaculares son los enclaves donde se encuentran y las vistas de las que se puede disfrutar de ellos. A más de uno nos gustaría poder refugiarnos en un rinconcito así, rodeados de hermosos y verdes bosques y con el valle del Rin y el estuario del río Lahn al fondo.
Este castillo fue construido en 1244 por el arzobispo y príncipe elector de Maguncia Siegfried von Eppenstein. El río Lahn servía de frontera entre el electorado de Tréveris, en el Norte, y el de Maguncia, en el Sur. La fortaleza estaba muy bien protegida por lo abrupto del paisaje con excepción de su parte Sur por lo que esa zona era conocida como Streitacker o campo de combate. De ahí que su torre principal, la Torre del Homenaje, esté construida de forma pentagonal y con su ángulo más agudo hacia el sur para desviar los proyectiles de piedra. El castillo está también rodeado por profundas fosas sin agua, ya que no había lagos cerca para llenarlas y se podía pasar al recinto gracias a un puente levadizo que con el tiempo fue sustituido por uno de piedra. Actualmente sigue habitado, aunque es posible visitar una gran parte.
Nada más entrar te encuentras con el Patio de Armas y algunos de los cañones utilizados para las salvas. Desde ahí se puede acceder a la Torre del Homenaje que originariamente solo disponía de una puerta para poder ser mejor defendida por los caballeros, y en el fondo de ella las mazmorras que no tenían escaleras y en las que eran deslizados los prisioneros mediante cuerdas. A la parte superior de la torre se puede ascender hoy en día por unas estrechísimas escaleras en caracol y os podemos asegurar que el recorrido no es apto para los que padecen vértigo, de claustrofobia o asma. Doorkeeper tuvo que hacer varias paradas en su ascensión ya que como ella misma reconoce las subidas no son lo suyo.
Para más desasosiego, la torre tiene su propia leyenda con fantasma incluido pues tal y como cuentan los lugareños una joven llamada Idilia Dubb quiso observar el paisaje, que por cierto es espectacular desde semejantes alturas, en la época en la que el castillo estaba deshabitado con la mala fortuna que la escalera se rompió impidiendo que pudiera bajar de nuevo. Al cabo de los diez años encontraron su esqueleto y el diario donde la desdichada explicaba sus últimos días de agonía y como intentó avisar a transeúntes para que la auxiliaran sin éxito alguno. Vamos, una historia muy animosa.
La capilla de estilo gótico tiene ahora un techo de madera que no le resta belleza. Aún hoy en día se utiliza para bendiciones nupciales y para algún que otro concierto por su excepcional acústica. Sus vidrieras siguen pareciéndonos hermosas. Nos llaman también la atención algunos cuadros y sobre todo un arca de hierro de la época de la Guerra de los 30 años con un sistema antirrobo realmente curioso y que el guía, muy amablemente, nos mostró para sorpresa de los presentes. El curioso arcón necesitaba de dos llaves para ser abierto, de esa ingeniosa forma eran dos personas las que debían reunirse para abrirlo y recoger la recaudación. Y os podemos asegurar que no era un cerrojo fácil de saltar como podréis ver en los artilugios que recorren la tapa en la fotografía de abajo.
Seguimos nuestra visita por la Sala de los Caballeros, donde se exhiben una selección de armas y armaduras de diferentes épocas. Preside la sala un enorme cuadro de Maximiliano III de principios del siglo XVIII, de esos que te pongas donde te pongas parece que siempre te mira y que la punta de su pie te está señalando… realmente parece que te vigila.
Lo más divertido de la visita fue sin duda pasar por las habitaciones de parquet, para lo que era necesario ponerse unas pantuflas especiales para no dañar el suelo. Aquello fue auténtico patinaje, y no precisamente del artístico. Una vez adaptados a la nueva situación un tanto chocante, pudimos reírnos a gusto de ver a tanta gente con pantuflas puestas, al tiempo que, dicho sea de paso, colaborábamos con el dueño a mantener sus suelos bien brillantes.
En una de esas salas nos encontramos con un retrato de la Reina Victoria de Inglaterra, madre de la emperadora alemana Victoria, pintado por Winterhalter. Este cuadro nos impacto profundamente porque cuando pasamos la imagen al ordenador nos lo encontramos plagado de orbes, circunstancia que solo se dio, aunque en menor medida, en la Sala de los Caballeros.
En esta misma sala, existe un curioso horno del año 1750 muy decorado y que servía para calentar el cuarto, pero que se abría y se llenaba desde el exterior para no tener que entrar en la sala ni ensuciarla. Escondida detrás de los muebles se encuentra un foso de 6 metros de profundidad que daba a un pasadizo hacia el río Lahn que era usado en caso de peligro para escapar de los asaltantes del castillo.
Nos llamó la atención una enorme casa de muñecas de tres plantas del año 1870 totalmente amueblada. La gente parecía muy asombrada ante tanto detalle extremo, pero sinceramente, a nosotros nos pareció un tanto tétrico. Solo nos faltaba que nos dijeran que era una réplica de las habitaciones del castillo para que comenzáramos a imaginarnos todo tipo de escenas de vudú al más estilo “sobrenatural”. Ver para creer.
Una vez terminada la visita y tras quitarnos las babuchas de fieltro no pudimos resistir la tentación de dar un nuevo paseo por la torre y el patio de armas. Y como es costumbre en nosotros nos despedimos del lugar con un café en la terraza del restaurante, disfrutando de unas bellísimas vistas del último de los meandros del Lahn antes de dembocar en el Rin, mientras poníamos nuestras notas al día e intercambiábamos impresiones sobre todo lo visto y nuestras próximas paradas.
Próxima parada: Desde Lahnstein hasta Boppard pasando por Koblenz.