Tuvimos buena experiencia con la moto y quisimos repetir. Aun no teníamos muy claro que hacer el último día en Kampot, así que en un principio decidimos ir a la estación de autobuses y compramos un par de billetes para volver a Phnom Penh. Comenzamos la mañana yendo a desayunar a uno de los restaurantes al lado del río y allí miramos en la Lonely planet las opciones que teníamos. Una de ellas era ir a ver los famosos campos de pimienta, pero 37 kilómetros de distancia eran demasiados para la moto que llevábamos y más aun por las carreteras tan precarias que ya habíamos empezado a conocer. Otra opción, más cómoda y cercana, era ir a ver la isla que quedaba justo en frente de Kampot, dentro del río. Sin tener muy claro que era lo que nos íbamos a encontrar y sin más información que el trozo de mapa en el que se intuía la isla nos fuimos hacia allí. Cruzamos el puente viejo con la moto y cogimos la primera salida a la izquierda, era lo único que teníamos claro y a partir de ahí seguimos un poco a ciegas hacia donde nos decía la intuición.

El impresionante paisaje se aprovechaba de estar rodeado de agua por todos los lados, prueba de ello eran las magníficas vistas que ofrecía y los casi fluorescentes arrozales que siempre nos acompañaban a ambos lados del camino. Íbamos grabando y parábamos a hacer fotos de vez en cuando y la gente, ajena a nuestra presencia, seguía con lo suyo. Unos trabajaban, otros, los más jóvenes, paseaban con la bici o con la moto, y otros simplemente holgazaneaban encima de una hamaca colgada de la manera más insólita. Pero como siempre ocurría cuando nos alejábamos de los sitios mas frecuentados, cuanto más nos adentrábamos en el camino, más gente levantaba la cabeza y nos saludaba: ¡¡¡¡¡¡¡¡sua s’dei!!!!!!!

El estado de la carretera, que se iba convirtiendo en camino, empeoraba, y al final terminó siendo un sendero de tierra. Entre las miles de acrobacias una fue atravesar con la moto un charco que ocupaba todo lo ancho del camino; suerte que no era demasiado profundo y lo pudimos sortear sin mucho problema. Cuando ya parecía que estábamos dando vueltas a la isla sin llegar a ningún sitio llegamos a la costa, en concreto la que llegaba al mar. El color del agua era marrón ya que justo estábamos en la desembocadura del río, así que ya os podéis imaginar lo poco apetecible que era nadar en ese sitio. A sí que una vez concluida la breve exploración de la isla volvimos por el camino hecho para volver a Kampot.

Llegada la tarde, nos dedicamos a darnos otra vuelta por el mercado y comprar más regalos para casa, entre ellos, más pimienta de Kampot. Lo demás consistió en vaguear, una cervecita aquí y otra allí y dejar las maletas hechas para la mañana siguiente que nos íbamos a Phnom Penh. Finalmente terminamos en las hamacas de la guesthouse preparando la jornada del día siguiente.

El día siguiente volveríamos a la capital. Llegábamos al punto de partida y donde terminaría nuestro viaje. Así lo habíamos decidido hacía días, pues Toni había conseguido contactar con una ONG franco-española (Por la sonrisa de un niño) y quería hacer un reportaje fotográfico sobre la montaña de humo, el vertedero de Phnom Penh, uno de los más grandes de Asia y donde la gente (en especial niños) rebuscan entre la basura todo lo que pueda ser reciclado para ganar con ello lo mínimo para sobrevivir.
A mediodía, y todavía en Kampot, nos recogió un tuk-tuk a la puerta de Blissful Guesthouse, cargamos las maletas y fuimos a la estación. El autobús no tardó mucho en salir lo justo para que le diese tiempo a Toni a conocer a un americano, un chaval que viajaba solo por Camboya y llevaba ya unas semanas de viaje. Una vez arrancó, nos sentamos por detrás y vimos que el chico, que se había sentado en la zona delantera, se levantaba y nos señalaba diciéndole algo a otro que estaba sentado con él. Era Víctor Luengo, un fotógrafo de Zaragoza afincado en Madrid que llevaba algo más de tiempo que nosotros por Camboya. Empezó hablando a gritos desde delante (por lo que dedujimos que sería español…) y terminó sentándose al lado de nosotros el resto del trayecto. El tema de la fotografía hizo que Toni y él estuviesen hablando las seis horas que duró el camino. Unas cuantas semanas ya por Camboya daban mucho de que hablar. Víctor, que también viajaba solo con su cámara, se había adentrado mucho en la sociedad camboyana. Vi algunas de las fotos que había hecho, algunas hechas en psiquiátricos y otras en bares con prostitutas, en las que vi reflejados aspectos de los que hablaba Javier Nart en su libro. Nos hizo una foto dentro del autobús en la que solo viéndonos las caras se ve reflejado nuestro estado de ánimo por aquellas tierras.

El mal tiempo volvía a hacer acto de presencia, las tormentas que parecía que nunca abandonaban Phnom Penh nos avisaban de que el sol ya no nos iba a hacer más compañía y cuanto más nos acercábamos a la ciudad más llovía. Cuando finalmente llegamos a la capital de Camboya nos despedímos de Víctor y nos fuimos a OK Guesthouse, una guesthouse provisional donde alojarnos ya que teníamos pensado cambiar a otra para pasar los últimos días de nuestro viaje. La verdad es que no nos gustó demasiado el ambiente, demasiados turistas-guiris que nos alejaban de la realidad de la ciudad. Nada más entrar se notaba: un extenso comedor lleno de gente joven cenando y mirando una peli en inglés.

Nos pegamos una ducha y fuimos a dar una vuelta por el paseo fluvial. La presencia de un restaurante español en la primera planta de un edificio colonial en frente del río nos llamó la atención: “Pacharán”. Subimos a echar un vistazo por ver si se ajustaba a nuestro bolsillo y gustos pero cuando nos vieron los camareros y nos ofrecieron una silla ya fue demasiado tarde para decir que no. Y al leer la carta supimos que íbamos a pasar hambre: tortillas y patatas a precio de caviar… así que pedimos poca comida y a beber cerveza.

Al terminar de cenar nos enteramos de que había una promoción para las cenas: a la hora de pagar te sacaban un dado y dependiendo del número que sacaras te hacían de 10% a 60% de descuento. Sabedora de la suerte de Toni, dejé el dado en sus manos, y con la cámara de testigo sacó un 5, osea, un 50% de descuento, y nosotros rateando…