Alpes Japoneses ✏️ Diarios de Viajes de Japon

Cuando finalizamos la visita de este peculiar museo, tomamos el autobús de vuelta a la ciudad y buscamos un sitio para comer. Como era un poco tarde temíamos no encontrar nada abierto, pero tuvimos suerte y entramos en el primero que encontramos abierto, un restaurante regentado por unas personas mayores cuya edad hubiera sido muy difícil de precisar. Decidimos tomar ramen, y nos los sirvieron con una carne que le dio un sabor impresionante: no cabía duda, nos encontrábamos ante la segunda ternera más famosa del país, la ternera de Hida.
Tras rellenar el depósito, nos sentimos con fuerzas para continuar, o mejor dicho, comenzar nuestra visita a Takayama. Se trata de una pequeña población con una zona de casas antiguas en torno a un río que es una auténtica delicia. Todas esas casitas bajas de madera, con sus puertas correderas, todas muy bien decoradas… un gusto deambular por la zona. Pudimos observar cómo empezaban a montar distintos chiringuitos en la calle principal, en lo que debía tratarse las fiestas del pueblo.

El resto de las visitas decidimos dejarlas para el día siguiente. Ahora tocaba darle un poco de gusto al cuerpo, y para ello fuimos a un onsen de pies. A la entrada de un hotel habíamos localizado uno de estos baños de aguas termales, pero en este caso era solo para los pies. Y gratuito.
Cuando conseguimos relajar nuestros pies hasta el punto de no percibir que llevábamos una semana sin parar de caminar, nos fuimos al hotel a darnos una duchita porque queríamos estar limpios para la cena: nos esperaba la ternera de Hida en toda su extensión. En el restaurante, al que antes hacíamos alusión, disponían de unas de esas mesas con plancha incorporada, así que directamente pedimos un plato de ternera variada y un par de cervezas. Qué decir de la carne… baste con comentar que estábamos ante la carne más tierna que habíamos probado nunca: se hubiera podido comer sin dientes. En Japón la ternera es muy cara, por tanto en los restaurantes la sirven al peso, en trozos fácilmente comestibles con palillos y sin grasa. Tiene un color veteado muy sugerente, pero su sabor supera todas las expectativas. Y aquí lo dejaremos, no vaya a ser que penséis que nos llevamos comisión por la dichosa ternera.

Después estuvimos paseando por la calle principal, viendo lo que vendrían a ser unas fiestas locales, con grupos de música tradicional japonesa y otros de música un poco más actual.
A la mañana siguiente madrugamos un poco porque a mediodía queríamos tomar el autobús a Shirakawago, donde haríamos una parada antes de llegar a Kanazawa.
Comenzamos el día haciendo una ruta que venía marcada en un mapa de Takayama que nos dieron en la oficina de información turística, y que recorría una serie de templos y santuarios que se encontraban uno a continuación de otro. En general abrían a las nueve de la mañana, y como era un poco más temprano, la zona estaba completamente vacía, lo que hizo que se convirtiera en un paseo muy agradable.

Después nos acercamos a los dos mercados matutinos de la ciudad, donde pudimos ver unas verduras y hortalizas con formas bastantes curiosas. Entre las que más nos llamaron la atención estaban unas berenjenas mini o unos pepinos estrechos y alargados.
Volvimos al hotel a por las mochilas y decidimos que teníamos el tiempo justo para darnos otro onsen de pies antes de que saliera el autobús. Puro vicio.

Subimos una pequeña cuesta al final del pueblo para llegar a un punto en el que había una preciosa panorámica de la zona, y a nuestra bajada vimos una señora que aparentaba más años que Matusalén que tenía un puesto donde vendía tomates de la huerta de al lado. Los tomates se encontraban en una cuba con agua de la montaña y costaban 100 yenes cada uno. No pudimos resistir la tentación de darle un poco de vitaminas al cuerpo.
Volvimos a la parada del autobús y estuvimos esperando hasta que llegó el que nos llevaría a Kanazawa.

Cuando terminamos el recorrido por los jardines, atravesamos un puente y pasamos al castillo, que se encuentra frente a los jardines. El Castillo de Kanazawa nos pareció bastante decepcionante.

De ahí tomamos el bus hasta el barrio de las geishas. Encontramos este barrio mucho más simpático que el de los samuráis. El barrio de las geishas es, en realidad, unas pocas calles paralelas y perpendiculares llenas de las típicas casas de madera de dos pisos, algunas de las cuales se podían visitar y, por un precio no demasiado módico, te daban un té verde japonés. No sabemos si todavía vivirán geishas en ese barrio, el caso es que cuando nosotros estuvimos lo único que se veían eran turistas.

Volvimos a tomar el bus circular y nos fuimos al Omicho Market, con la idea de verlo con un poco más de ambiente que el día anterior, y aprovechar para comer allí. Efectivamente, a esas horas había un poco más de vidilla y, nuevamente, lo que más nos sorprendió fueron los puestos de pescado.

Al parecer Kanazawa, al igual que Tokio, es un sitio donde es típico el pescado en todas sus modalidades. Así que entramos en el típico restaurante consistente en una barra con una cinta transportadora en la que va pasando la comida, y nos alimentamos a base de sushi.
Tras esto, volvimos a tomar el bus circular hasta la estación, y nos subimos en el primer tren que nos llevaba a Kioto.