Seguimos en Canadá. Menos de dos horitas en coche y llegamos a Toronto.
Nuestra primera impresión queda un poco deslucida por una tremenda tormenta, así que para resguardarnos de la lluvia decidimos empezar por la Casa Loma. Es un bonito castillo/mansión que un millonario se construyó a principios del siglo XX y que ahora se conserva como museo.


Fuimos después para el hotel pero nos dicen que no podemos hacer el check in hasta las 4, así que dejamos las maletas en consigna y el coche en el parking y nos vamos a recorrer la ciudad.
No es que tuviesemos apuntadas muchas cosas concretas para visitar en Toronto, pero es una ciudad muy agradable para pasear. La zona de negocios y el centro es de grandes rascacielos, pero a la vez hay más sensación de “espacio” que en, por ejemplo, Nueva York. Fuimos básicamente por la calle Yonge y alrededores. Esa calle fue una vez la más larga del mundo, ya que la autopista 11 se consideraba la continuación de la misma calle y tenía casi 2000 km, pero ahora parece que ya se consideran calles diferentes y ha perdido el récord Guinness.


Curioso como todas las estaciones de metro, centros comerciales y algunos edificios están conectados por túneles. Los inviernos son tan fríos que supongo que se agradece poder ir de un sitio a otro sin salir a la calle.
Para comer, siguiendo las recomendaciones de una amiga que pasó allí una temporada, fuimos a Eggspectations un sitio basado en el huevo, en el que puedes hacer un brunch a prácticamente cualquier hora del día. Me tomé un buen batido de frutas lleno de energía y un bagel con queso, huevo, bacon y no sé qué más. ¡Buenísimo! Está en el 220 Yonge St.
Cómo había abierto un poco el día decidimos ver los contrastes que ofrece esta ciudad y nos fuimos a coger el ferry para la Toronto Island. Una isla a 10 minutos de la ciudad que es un agradable parque, además de playa y parque de atracciones. No sé si fue casualidad, pero mientras en Toronto hacía un día bastante gris, en la isla hacía un sol de justicia. De hecho la gente estaba tranquilamente en la playa. Como no habíamos llevado bañador, cogimos un quadriciclo de dos plazas para recorrer la isla. No puedes recorrerla entera porque las bicis hay zonas por las que no pueden pasar, pero así hacíamos algo diferente. Hay puntos en el parque con vistas estupendas del skyline de la ciudad.



A las seis cogimos el ferry de vuelta, ya que teníamos entrada para la Toronto Tower a las 7. Habíamos comprado las entradas online, pero la verdad es que no encontramos nada de cola. Teníamos la entrada observation plus (30 $CAN), que da acceso al mirador, el suelo de cristal y sky pod (la parte más alta). Aunque yo el suelo de cristal ni lo mire ¡me moría de vértigo!




Parada rápida en el hotel para por fin hacer el check in y cambiarnos de ropa, y nos fuimos en metro al barrio italiano dónde nos habían dicho que había un montón de restaurantes recomendables. Al final cenamos una pizza en Café Diplomatico (594 College Street). Habíamos estado a punto de sentarnos en la terraza, pero menos mal que no lo hicimos porque a media cena empezó otra vez una tormenta de las que no ves de un lado a otro de la calle por la cortina de agua.
Ese día nos había llamado la familia para avisarnos de que el Huracán Irene estaba amenazando a Washington y Nueva York

Esta es la vista que teníamos desde la habitación (aunque no es la de la tormenta de rayos, que nuestra cámara no fue capaz de captar)

¡Y así acababa nuestra estancia en Canadá!