Habíamos decidido hacer el viaje a Washington en coche con una parada, ya que eran más de 9 horas en coche. Y eso fue una excusa perfecta para pasar un día en el centro de Pennsylvania y retroceder unos siglos en el tiempo de la mano de la comunidad Amish.
Aconsejada por relatos de los foreros, cogimos el hotel en Lancaster. El viaje en coche desde Toronto es de unas 8 horas. No encontramos casi tráfico y antes de las 5 estábamos en el Comfort Suites Amish Country . El hotel sencillo, quizás el peor en el que estuvimos en este viaje, pero perfecto para una noche de paso. En plena carretera principal, no esperéis gran cosa del servicio y la recepción, que intentamos nos ayudaran con un problemilla en la caja fuerte y no nos hicieron ni caso. Al menos nos dieron un mapa de la zona para guiarnos, ya que el Visitor Center cierra muy pronto y no nos dio tiempo de pasar.
Yo llevaba unas indicaciones recogidas en el foro para encontrar alguno de los famosos puentes de madera y con la ayuda del mapa conseguimos encontrar uno antes de ir a cenar, aunque, como la mayoría, está cerrado y ya no se puede transitar por él. No consigo encontrar el mapa, pero seguiré buscando entre los papeles del viaje e intentaré poner alguna dirección exacta.

Después fuimos a cenar el Banquete Amish a la Plain & Fancy Farm. 3121 Old Philadelphia Pike (Rt 340). Es un restaurante de comida tradicional de la zona. No necesariamente Amish, pero sí muy influenciada. No habíamos reservado, pero nos apuntamos en la lista de espera y en media hora estábamos dentro. Hay que tener cuidado con el horario, ya que nosotros llegamos a las 8 y entramos a las 8:30, y ya fuimos de los últimos en entrar. Te ponen en una mesa grande junto con otras familias y empieza el festín: ensaladas, “mashpotatos” (¡el mejor puré de patatas que he comido nunca!
Y con la barriga bien llena, nos fuimos a dormir.
En el hotel estaba incluido un desayuno bastante completo: cafés, fruta, bollería y gofres que te hacías al momento en la máquina. Después decidimos pasarnos a primera hora (abren a las 9:00) por la Granja Museo de los Amish (2395 Lincoln Highway East) a ver si era interesante. Allí nos explicaron en qué consistía los tours y, como no teníamos previsto irnos hasta el mediodía, cogimos el Premium package (25$), que consistía en una excursión de 90’ en minibús por el condado, una visita guiada a la casa y visita por libre a la granja.
Hasta la hora que salía el bus, pasamos el rato en la visita a la granja, muy recomendable si vas con niños. Dimos de comer a las cabritas y nos fuimos al bus que salió puntual a las 10:00. El guía era un simpático abuelito que nos fue contando como era la vida en la comunidad amish mientras pasábamos por las granjas y nos contaba quien vivía en cada una y a que se dedicaban. ¡Se notaba que el señor llevaba toda la vida allí! No hicimos muchas fotos porque nos avisó que los amish son contrarios a ellas y nosotros somos muy respetuosos con esas cosas e hicimos tan solo alguna de lejos.


Paras en un par de negocios de los pocos que tienen los amish para los turistas ¡ellos también lo aprovechan! Primero en un puesto de galletas y limonada que llevan los más pequeños de una de las granjas y luego una tienda de artesanía que además tiene un establo de ponys para los niños.
A la vuelta a la granja seguimos adentrándonos en la cultura y la historia de los amish con la visita a la casa tradicional, donde puedes ver trajes e instrumentos que aún hoy utilizan porque rehúyen de todo lo que tenga que ver con la modernidad.

Sin meterme en juicios morales, diré que por supuesto respeto su religión, como todas, pero hay cosas que veo muy injustas y no me gustan nada. En especial el trato a los niños, que no permiten que vayan a la escuela más allá de los 14 años y hacen trabajar desde muy pequeños. Digan lo que digan, hay cosas en la sociedad que han evolucionado para bien a lo largo de los siglos.
Para seguir con nuestra visita al pasado, antes de la una estábamos de camino hacia Gettysburg para una corta visita. Está aproximadamente a 1h 20’ de Lancaster y no te desvías demasiado de la ruta hacia Washington.
Nada más llegar paramos en un dinner a comernos uno de los sándwiches enooormes a los que ya nos estábamos habituando y dimos un paseo por este pueblo tan histórico, en el que en cada esquina tienes referencias sobre la guerra civil norteamericana y la famosa batalla que allí tuvo lugar.

Tiendas de antigüedades, de souvenirs y librerías donde puedes encontrar pistolas de la época, trajes originales de soldados tanto confederados como unionistas o vajilla de latón utilizada en la guerra. Nosotros nos quedamos con un pequeño librito de cartas originales de soldados desde el campo de batalla a sus familiares. Para el que esté especialmente interesado en temas bélicos y quiera pasar más tiempo allí, se organizan visitas y recreaciones en el campo de batalla.
Regresamos otra vez al coche y en menos de dos horas estábamos en la capital del imperio.
Nuestra estancia en Washington DC iba a estar marcada por nuestra “amiga” Irene
Llegamos al hotel, que cumplía de sobras nuestras expectativas, dejamos las maletas y nos fuimos a devolver el coche al aeropuerto Kennedy. Como íbamos bien de tiempo, seguimos el consejo de vvb75 del foro de Washington (¡gracias!) e hicimos todo el trayecto en coche por la avenida de las embajadas hasta la catedral. Paramos y la vimos por fuera, porque a causa del terremoto de hacía unos días, se había cerrado el acceso por precaución.

Una vez devuelto el coche fuimos a coger el metro. Estábamos estudiando las máquinas para familiarizarnos con el sistema cuando un amable trabajador del metro debió ver nuestra pinta de turistas y se nos acercó y nos enseñó cómo funcionaba. Luego vimos que en muchas estaciones había trabajadores sólo para ayudarte con los billetes. Se agradece, pero la verdad es que en seguida le coges el tranquillo y no es nada difícil.
A diferencia de otras ciudades, no existe un billete único que te permita viajar en metro, si no que cada vez que lo coges eliges estación de salida y llegada, así como la zona horaria en la que lo vas a coger. Es muy importante la zona horaria porque funciona como Londres, el mismo trayecto vale diferente precio si lo coges en hora punta de trabajo, en hora “normal” o en hora baja. Está todo explicado en las pegatinas de las máquinas expendedoras. Existe una tarjeta recargable que compras por 5$ y ya no tienes que comprar billete cada vez que entras, si no que la pasas por los lectores de la estación de entrada y salida y te descuenta el precio del saldo (he oído que van a poner una tarjeta similar en Madrid el próximo año). Como íbamos a estar tan poco tiempo decidimos ahorrarnos los 10 dólares y comprar los billetes con tarjeta de crédito cada vez que los necesitásemos.
Cogimos la línea del aeropuerto hasta Foggy Bottom, para ir a cenar a la calle M de Georgetown. Hay un montón de oferta de restaurantes y al final nos decidimos por el Serendipity (imaginamos que es la misma cadena del de Nueva York) donde nos comimos este “pequeño” hotdog que veis en la foto.

Habíamos entrado al Serendipity porque nos apetecía probar una de las espectaculares tartas, los inacabables sundaes, o el batido especial de la casa: el frozen hot chocolate. Pero visto el tamaño del hotdog, no llegamos al postre. Cuando le preguntamos al camarero si abrían los domingos por la noche, volvió el tema: “Sí, pero no sabemos si el huracán nos hará cerrar. Tenemos los sacos de arena preparados”