VIERNES-SÁBADO-DOMINGO: Bye bye desierto. Hello Marrakech. Enfermita.
Se suponía que quedaba mucho viaje por delante, muchas aventuras por descubrir, pero como os he dicho, desgraciadamente no fue así. El viernes por la mañana, después de desayunar y de montar un ratito en camello (al menos quería probarlo y llevarme otra foto-turista) nos fuimos a despedir del guía, que estaba durmiendo al lado de la piscina. Habían sido 4 días intensos y llenos de buenos momentos juntos así que intentamos no alargar mucho la despedida, pero yo es que soy muy sentida...
A la vuelta nos iba a llevar un conocido suyo, que nos esperaba ya al lado del 4x4 porque el guía tenía que seguir supervisando la casa rural que estaba construyendo. Y dejar el desierto atrás fue muy doloroso, en serio, yo no sé qué tienen esas montañitas de arena naranjas, rosas, marrones… yo no sé qué tienen los bereber, los olores, los sabores, la música… pero dejar atrás el desierto fue como abandonar el paraíso, por muchos 45 grados y muchos escarabajos y muchas moscas pesadas que no te dejan comer. Así que después de llorar y calmarme empezamos el viaje de vuelta, sin muchas paradas, por el Valle del Draa.

Álex y la despedida del desierto

Haciendo amigos


Mi camello, el más guapo de todos
Empecé a hablar con nuestro nuevo chófer (y mira que al principio parecía tímido pero yo saco conversación hasta de las piedras) y acabó explicándonos todos los pasos a seguir cuando un bereber quiere casarse. Los líos de familia, los problemas, los momentos antes de la pedida, el comer juntos queso fresco con miel, los trajes de la novia, la comida, la música, el papel de la mujer… Fue realmente interesante, entre los que nos contó el guía sobre la sociedad marroquí actual y lo que habían vivido los bereberes antes del actual rey (la prohibición de su propia lengua, las persecuciones por los árabes) y lo que nos contó Barak sobre la cultura de su pueblo, sentí que realmente estaba volviendo a casa con algo más que 500 fotos.
Como de camino íbamos por el Valle del Draa viendo el pequeño Atlas le pregunté a Barak a quién pertenecían todos aquellos palmerales y nos contó que al propio pueblo, que cada familia tenía sus propias palmeras que sus antepasados habían plantado, así como su propio huerto. Y así se conformaban cientos de kilómetros de palmeral. Precioso. También nos contó otras historias, como que las piedrecitas que hay a los lados de los caminos marcan y delimitan los cementerios. Desde luego entre el guía y nuestro nuevo chófer, ambos se convirtieron en unos guías impresionantes.
Ya a la altura de la Cooperativa de aceite de Argán (a la ida no habíamos querido parar pero a la vuelta hicimos un descanso y compramos algo para la familia) empecé a notar escalofríos… imaginad, escalofríos con ese calor infernal. Empecé a taparme con todo lo que encontré y continuamos el camino hacia Marrakech. Yo, aunque hecha polvo, estaba contentísima porque sabía que en la ciudad empezaba el festival de músicas del mundo… Que obviamente no vi. Nada más llegar y despedirnos de Barak tuvimos que cruzar la abarrotada y llena de policías (por el festival) plaza de Jemna El Fna. Sabía perfectamente el camino hacia el ryad porque era el mismo que el primer día así que tan tranquila empecé a andar y a mitad de la última calle comenzó a hablarme un chico de unos 14 años. No le hice mucho caso y seguí adelante pero él seguía hablando y hablando y yo me sentía cada vez más mareada. De pronto desapareció y cuando yo estaba a punto de llamar al timbre del ryad apareció y cogió las maletas para meterlas dentro. El dueño del ryad se quedó peleando con el chico y yo me eché a llorar nada más entrar… y es que a los pocos minutos descubrimos que tenía más de 40 de fiebre. Y si tener a un desconocido cogiéndoos del brazo y hablando todo el rato es molesto imaginaos con la cabeza a punto de explotar.
Y aquí mi pareja debería continuar el diario de ese fin de semana que yo pasé en cama con vómitos, fiebre, descomposición y calambres sin poder levantarme, porque él se aventuró a comprar medicinas varias veces y vivió alguna que otra anécdota. Él hizo vídeos de la plaza para mí, para que yo no estuviera triste, porque aunque me hubiera quejado tanto de Marrakech el primer día, me moría de ganas de pasarme el fin de semana descubriéndola. Ya no me importaban los hombres pesados que me llamaban Bella María, ni los mercaderes que me perseguían zoco abajo zoco arriba, solo quería pasear y vivir la ciudad. Pero en fin, menos mal que el ryad era tranquilo y limpio, sino hubiese muerto… El dueño preguntó varias veces por mí y el lunes por la mañana llamó a un taxi para que viniera a buscarnos a la puerta. Yo llevaba dos días sin comer apenas y la vuelta fue dura, los 30 minutos en la aduana se convirtieron en un infierno para mí, no me tenía en pie.
Pero lo más difícil fue despedirme de una ciudad que me había sabido a poco cuando sabía que tenía tanto que ofrecerme…
De todos modos le miro la parte positiva: gracias a eso sé que volveré, que de nuevo me perderé en el zoco buscando las babuchas de mis sueños y comeré brochetas al caer la noche tras huir de serpientes viejas y aguadores desdentados.
Porque eso es Marrakech. Y en el fondo... a mí me encanta.




