Último despertar en Amsterdam. Escucho las campanas de la Westerkerk y vuelvo a pensar en Anna.
Desayunamos y hacemos el check out. En realidad, podemos hacerlo hasta las 11:00, pero de esta manera dejamos las maletas en la consigna que de modo gratuito nos ofrece el hotel y tenemos la mañana a nuestra disposición hasta la hora de partir hacia el aeropuerto.
Esa mañana es posiblemente la más soleada de toda nuestra estancia (ya sabeis, Murphy y sus leyes…).
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Caminamos un poco sin rumbo fijo, pero sin alejarnos demasiado ni del centro de la ciudad ni de nuestro hotel, ya que alrededor de las 12:00 hemos de salir hacia la estación central. Nuestros pasos nos llevan hacia una parte del barrio Jordan que hemos transitado poco. Damos con la Noorderkerk, una iglesia en la que empiezan a entrar los fieles muy temprano esa mañana de domingo.
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Entramos a ver el interior y nos llama la atención la disposición de las bancadas, formando una especie de círculo. Resulta ser una iglesia protestante y el oficio está a punto de comenzar así que optamos por salir del templo para no molestar.
Al pasar por la plaza Spui nos encontramos con el mercadillo de arte, basicamente cuadros. No vemos nada interesante y no nos entrenemos demasiado.
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En ese momento mi mujer repara en que hemos comprado ropa, hemos comprado queso, hemos comprado genever, hemos comprado zuecos, el uniforme del Ajax… pero no hemos comprado tulipanes (entiéndase, los bulbos para plantarlos), así que ponemos rumbo al mercado de flores flotante donde por 10 euros compra cuatro bolsas de bulbos que prometen tulipanes de distintos y determinados colores. Mientras ella selecciona bulbos, aún me da tiempo a adquirir una camiseta en una tienda cercana. ¿cabrá todo lo que hemos comprado en las maletas? La gran cuestión del viaje!
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Pisamos por última vez la plaza Dam y vamos hacia el interior de la Nieuwe Kerk o Iglesia Nueva (aunque en realidad es la 2ª más vieja de la ciudad). Se construyo a finales del s. XV pero un incendio la destruyó en el XVII y hubo de ser reconstruida. Hoy en día no alberga ya actos religiosos y se utiliza como museo y sala de exposiciones. Apenas traspasamos el umbral de la puerta, tratamos de internarnos algo más pero dos vigilantes casi se avalanzaron sobre nosotros comentándonos que es un museo y que hay que pasar por taquilla. En esos momentos la exposición versaba sobre la cultura judía. No teníamos mucho tiempo y la exposición no nos interesaba en demasía, así que abandonamos la iglesia para salir de nuevo a la plaza.
Interior de la Nieuwe Kerk
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Yo os he dicho que la mañana era espléndida, la plaza se empezaba a llenar de gente y cada vez había más estatuas vivientes que se ofrecían para posar con la gente (la mayoría de las estatuas de un cutre subido, ínfima calidad, vulgares disfraces).
El reloj avanzaba inmisericorde y nos daba una pena tremenda tener que abandonar la ciudad. Nos hubiesen venido de perlas un par de días más para emplearlos a fondo en “perder el tiempo”, para no movernos ya de Amsterdam y dejar pasar las horas entre terrazas, bares, parques y tiendas, y quien sabe si hacer el crucero por los canales para el que no encontramos nunca el momento adecuado.
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Teníamos que ir al hotel, recoger las maletas y tomar el tranvía hasta la estación de trenes pero yo quería alargar nuestra estancia como fuese, aunque se tratase tan sólo de una prórroga de minutos. Le dije a mi mujer que le iba a hacer una propuesta y ella adivinó mi intención: en vez de tomar el tranvía, marchar caminando desde el hotel hasta la estación y así dar un último paseo. Pero cuando llegamos al hotel, las dimensiones de las maletas y su poca manejabilidad, unidas al irregular pavimento de la capital holandesa hizo que retomásemos el plan original del tranvía. No era muy sensato cubrir el kilómetro y pico que había entre nuestro hotel y la estación con aquellos maletones y las calles llenas de gente.
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Así que, con gran dolor de corazón , tuvimos que despedirnos de Amsterdam. En torno a las 12:30 bajamos del tranvía y entramos en la estación de tren donde tomaríamos el tren que en unos 20 minutos nos llevaría hasta el aeropuerto.
Nos tragó la oscura estación y fuera, tras de nosotros, quedó toda la luz, todo el color y toda la vida de Amsterdam. Durante el viaje en tren y más tarde en el aeropuerto, la pena de dejar la ciudad se entremezclaba con los recuerdos que nos llevábamos de nuestros días en Amsterdam.
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El reencuentro con Amsterdam muchos años después de aquella primera vez ha resultado plenamente satisfactorio.
Su serena belleza nos cautivó desde el primer segundo. En Amsterdam no hay ningún monumento o edificio que impresione especialmente como en otras ciudade europeas (léase Torre Eiffel, Coliseo, Big Ben….), no hay nada que destaque sobremanera y por ello da la impresión de que la belleza está casi equitativamente repartida por toda ella. Cualquier discreto canal con un pequeño puente puede resultar precioso. Las fachadas de sus casas, todas iguales, todas distintas, impregnan de una armoniosa estética a toda la ciudad.
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Si buscas un sitio para el reposo y la tertulia, los bruines cafés ofrecen ese ambiente perfecto que permite disfrutar de la charla y la cerveza a la vez que escuchas buena música.
Las dimensiones de la ciudad la hacen muy fácil de abarcar, incluso se puede prescindir del transporte publico para recorrerla caminando casi por entero.
Ciudad tranquila y en muchas zonas diríamos que hasta silenciosa, aunque calles como las del barrio rojo o alrededores de Plaza Dam aportan ese punto de locura y bullicio necesario en toda gran ciudad. Y la gente de Amsterdam, con su afable carácter, da una tremenda sensación de de tranquilidad y de simpatía.
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No descarto que algún día nos volvamos a encontrar. Es más, me encantaría. Estos días han sido casi perfectos a su lado, pero cada uno tenemos nuestro camino y debemos seguirlo.
¿quíen sabe si ésta habrá sido nuestra última vez? Sinceramente espero que no sea así y volvamos a encontrarnos en un futuro seguramente lejano, yo bastante más viejo y ella igual de guapa que siempre. Hasta entonces… ¡un beso, Amsterdam!
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