San Cristóbal de las Casas parece una ciudad sacada de un cuento infantil. Con sus casas de colores, sus calles empedradas, sus gentes caminando sin prisas. San Cristóbal podría haber sido otro engendro turístico más y sin embargo ha sabido fusionar el sabor local y la afluencia turística de un modo fascinante. Pasear sin rumbo por San Cristóbal es terapéutico, relajante, narcótico.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Desde el Zócalo (plaza central), San Cristóbal se expande a modo de “Eixample” barcelonés. Una inmensa cuadrícula donde restaurantes turísticos y locales, tiendas de todo tipo, supermercados y mercadillos, bancos y casas de cambio, peluquerías, farmacias…conviven en armonía. Un grupo de militares pasó frente a mí (no olvidemos que estamos en Chiapas) caminando tranquilamente, perfectamente integrados en el “slow mode” de San Cristóbal. Parecía que todos los habitantes de la ciudad fueran al unísono al ralentí. Una auténtica gozada. Hasta la larga cola que se había formado para poder ver unas reliquias de Juan Pablo II en la catedral parecía moverse con suavidad, sin gritos, empujones, ni picaruelos colándose por la cara.
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A varias cuadras del Zócalo se encuentra el mercado José Castillo Telemans. A diferencia de otros mercados, donde las prisas, la estrechez, el gentío y el caos son denominadores comunes, el de San Cristóbal desprendía amplitud y una cierta tranquilidad. Me perdí entre las numerosas paradas de fruta sin buscar nada en concreto, sin prisas, dejándome llevar por la sinfonía de colores, olores y sonidos que me envolvían. Un estrecho corredor concentra la mayoría de “taquerías” del mercado. El ambiente local lo invadía todo de manera deliciosamente inexorable. Parada obligada cuando ruge la panza y quieres comer bien por cuatro duros. Un par de “quesadillas” (tortas rellenas de queso) con chorizo y champiñones para cargar baterías que entran como zanahoria en culo. San Cristóbal, te estoy empezando a querer de verdad.
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Desde el mercado salen los “colectivos” hacia San Juan de Chamula (10$MXC/0,8 euros), un pueblecito situado a unos diez kilómetros de San Cristóbal con un encanto muy particular. Aunque mantiene el carácter local en su máxima expresión, probablemente, sin su iglesia y el ritual tzotzil que se celebra dentro del santuario San Juan de Chamula sería un pueblecito más de los que se encuentran en las proximidades de San Cristóbal. La calle principal flanqueada por infinidad de tiendas de prendas locales multicolores te lleva hasta el Zócalo y su iglesia levantada en nombre de Juan “El Bautista” (a quien los chamulas veneran por encima de Cristo).
Llegamos en plena ceremonia, impresionante y difícil de describir para hacerse una idea (no se pueden hacer fotos). Hombres y mujeres vistiendo zamarras blancas y negras de lana de oveja (chujes) llevan imágenes de la virgen a sus hombros (a modo de paso en las procesiones de Semana Santa) mientras un intenso aroma a resina de madera de copal quemada invade el ambiente. Las campanas de la iglesia repican sin descanso mientras la procesión da la vuelta a la plaza sobre un lecho de agujas de pino. Grupos de fieles sentados en el suelo reciben “chupitos” de posh (bebida alcohólica sagrada elaborada con caña y maíz). Mientras la “procesión” da la vuelta a la plaza resuenan tracas y chupinazos, pura pólvora y un ruido ensordecedor. Desde el exterior se puede ver el interior del santuario a oscuras repleto de velas e imágenes mientras la procesión va entrando lentamente. El ritual se repite dos veces. Si con esta descripción alguien se puede hacer una idea de lo que significa San Juan Chamula y le parece atractiva, que pruebe a venir hasta aquí para sentirlo porque la sensación no se puede explicar, pura energía.
Ya de vuelta, en la Posada del Abuelito había fiestecita montada. Unos músicos tocaban canciones veracruceñas (de la localidad de Veracruz) con tan sólo una caja de percusión y una pequeña guitarra, una maravilla.
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Al son de la música volví a mirar el calendario, ocho de octubre. Me quedaban ocho días de viaje antes de volver a Miami. Un Skype con el socio. “¿Cómo lo ves?”, “Adelante” (gracias Monk). Delta Airlines: “Su vuelo no admite cambios” (ya me lo habían advertido los editores). Me quedé pensando……”A tomar polculo el vuelo”. Buscador de vuelos: “Ummm, vuelo directo Miami-Barcelona, precio imbatible”, “Click”, “Reserva confirmada”. En poco más de quince minutos había alargado mi viaje dos semanas más, hasta el 2 de noviembre. Envié un mail a los editores. Si accedían a pagar el nuevo vuelo habría hecho bingo sino me tocaría apoquinar a mí. De un modo u otro ahora me quedaban 22 días de viaje y los quería sí o sí por lo que el tema de los editores era secundario. Decidí no darle más vueltas al tema y me volví a la fiesta veracruceña. Todo está bien, baby (expresión de Catalina, la cordobesa del cuesco trompetero de Chacahua)
La noche de San Cristóbal estaba animada. Locales y turistas caminando por las calles en tranquila convivencia y numerosos bares y restaurantes con música en vivo a precios asequibles. Se estaba de maravilla paseando bajo el cielo estrellado de San Cristóbal. Una copa de vino tinto supuso el inicio de otra fantástica conversación con Laura sobre lo que consideramos que es el crecimiento personal, nuestros miedos y las barreras que nos ponemos para no tomar ciertas decisiones. Intercambio de ideas, debate sin necesidad de convencer al otro, diálogo divertido por encima de todo. Las ideas y las copas de vino se iban sucediendo sin prisas a medida que avanzaba la noche. Grande, grande. Gracias, Lau. Buenas noches.
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Desde el Zócalo (plaza central), San Cristóbal se expande a modo de “Eixample” barcelonés. Una inmensa cuadrícula donde restaurantes turísticos y locales, tiendas de todo tipo, supermercados y mercadillos, bancos y casas de cambio, peluquerías, farmacias…conviven en armonía. Un grupo de militares pasó frente a mí (no olvidemos que estamos en Chiapas) caminando tranquilamente, perfectamente integrados en el “slow mode” de San Cristóbal. Parecía que todos los habitantes de la ciudad fueran al unísono al ralentí. Una auténtica gozada. Hasta la larga cola que se había formado para poder ver unas reliquias de Juan Pablo II en la catedral parecía moverse con suavidad, sin gritos, empujones, ni picaruelos colándose por la cara.
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A varias cuadras del Zócalo se encuentra el mercado José Castillo Telemans. A diferencia de otros mercados, donde las prisas, la estrechez, el gentío y el caos son denominadores comunes, el de San Cristóbal desprendía amplitud y una cierta tranquilidad. Me perdí entre las numerosas paradas de fruta sin buscar nada en concreto, sin prisas, dejándome llevar por la sinfonía de colores, olores y sonidos que me envolvían. Un estrecho corredor concentra la mayoría de “taquerías” del mercado. El ambiente local lo invadía todo de manera deliciosamente inexorable. Parada obligada cuando ruge la panza y quieres comer bien por cuatro duros. Un par de “quesadillas” (tortas rellenas de queso) con chorizo y champiñones para cargar baterías que entran como zanahoria en culo. San Cristóbal, te estoy empezando a querer de verdad.
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Desde el mercado salen los “colectivos” hacia San Juan de Chamula (10$MXC/0,8 euros), un pueblecito situado a unos diez kilómetros de San Cristóbal con un encanto muy particular. Aunque mantiene el carácter local en su máxima expresión, probablemente, sin su iglesia y el ritual tzotzil que se celebra dentro del santuario San Juan de Chamula sería un pueblecito más de los que se encuentran en las proximidades de San Cristóbal. La calle principal flanqueada por infinidad de tiendas de prendas locales multicolores te lleva hasta el Zócalo y su iglesia levantada en nombre de Juan “El Bautista” (a quien los chamulas veneran por encima de Cristo).
Llegamos en plena ceremonia, impresionante y difícil de describir para hacerse una idea (no se pueden hacer fotos). Hombres y mujeres vistiendo zamarras blancas y negras de lana de oveja (chujes) llevan imágenes de la virgen a sus hombros (a modo de paso en las procesiones de Semana Santa) mientras un intenso aroma a resina de madera de copal quemada invade el ambiente. Las campanas de la iglesia repican sin descanso mientras la procesión da la vuelta a la plaza sobre un lecho de agujas de pino. Grupos de fieles sentados en el suelo reciben “chupitos” de posh (bebida alcohólica sagrada elaborada con caña y maíz). Mientras la “procesión” da la vuelta a la plaza resuenan tracas y chupinazos, pura pólvora y un ruido ensordecedor. Desde el exterior se puede ver el interior del santuario a oscuras repleto de velas e imágenes mientras la procesión va entrando lentamente. El ritual se repite dos veces. Si con esta descripción alguien se puede hacer una idea de lo que significa San Juan Chamula y le parece atractiva, que pruebe a venir hasta aquí para sentirlo porque la sensación no se puede explicar, pura energía.
Ya de vuelta, en la Posada del Abuelito había fiestecita montada. Unos músicos tocaban canciones veracruceñas (de la localidad de Veracruz) con tan sólo una caja de percusión y una pequeña guitarra, una maravilla.
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Al son de la música volví a mirar el calendario, ocho de octubre. Me quedaban ocho días de viaje antes de volver a Miami. Un Skype con el socio. “¿Cómo lo ves?”, “Adelante” (gracias Monk). Delta Airlines: “Su vuelo no admite cambios” (ya me lo habían advertido los editores). Me quedé pensando……”A tomar polculo el vuelo”. Buscador de vuelos: “Ummm, vuelo directo Miami-Barcelona, precio imbatible”, “Click”, “Reserva confirmada”. En poco más de quince minutos había alargado mi viaje dos semanas más, hasta el 2 de noviembre. Envié un mail a los editores. Si accedían a pagar el nuevo vuelo habría hecho bingo sino me tocaría apoquinar a mí. De un modo u otro ahora me quedaban 22 días de viaje y los quería sí o sí por lo que el tema de los editores era secundario. Decidí no darle más vueltas al tema y me volví a la fiesta veracruceña. Todo está bien, baby (expresión de Catalina, la cordobesa del cuesco trompetero de Chacahua)
La noche de San Cristóbal estaba animada. Locales y turistas caminando por las calles en tranquila convivencia y numerosos bares y restaurantes con música en vivo a precios asequibles. Se estaba de maravilla paseando bajo el cielo estrellado de San Cristóbal. Una copa de vino tinto supuso el inicio de otra fantástica conversación con Laura sobre lo que consideramos que es el crecimiento personal, nuestros miedos y las barreras que nos ponemos para no tomar ciertas decisiones. Intercambio de ideas, debate sin necesidad de convencer al otro, diálogo divertido por encima de todo. Las ideas y las copas de vino se iban sucediendo sin prisas a medida que avanzaba la noche. Grande, grande. Gracias, Lau. Buenas noches.