Esto de las bajadas siempre es un palo, y más con las combinaciones que hay por esta zona. La combi de 15 plazas de Ibera Bus va atiborrada, y tras las 2 horas y media de masaje de glúteos, en esta ocasión de madrugada, Mercedes nos vuelve a recibir a las 6'30 de la mañana. Los gauchos siguen saliendo a la calle con su atuendo con colonia de testosterona, y rezando al Gauchito Gil, el cristo gaucho que los protege de romperse las costillas en una caida del caballo, y que anda impreso en camisetas, pegatinas, o se vende hecho estatuilla en las tiendas de souvenirs.
En esta ocasión, para no ser malinterpretado y no herir susceptibilidades, me abstendré de hacer broma sobre el aspecto de esta figura religiosa, basada en la persona del gaucho Antonio Mamerto Gil Nuñez, adorador del Señor de la Buena Muerte, y personaje del siglo XIX de biografía incierta, pero que por uno de esos misterios del alma humana, se convirtió en objeto de culto y veneración popular en la Argentina, hasta conseguir que su tumba, a unos 8 kms de Mercedes, reciba cada año a cientos de miles de peregrinos de todo el país.
Aunque Emilio nos había dejado un termo repleto de café y unos bizcochos, para poder tomar algo al levantarnos a las 3 de la madrugada, nos volvemos a tomar un café urgente en la estación, que nos impulse a la calle a aprovechar el magnífico día. Mercedes son apenas unas cuantas cuadras, pero el regusto neoclásico-colonial que se plasma con colorido en las fachadas, o en la arquitectura de edificios históricos o emblemáticos como la iglesia de las Mercedes, el hotel Plaza o el Teatro Cervantes, hace al pueblo encantador. Las arterias principales, son la avenida del libertador San Martin, que parte la ciudad en dos, y la paralela calle Juan Pujol.
Tras la compra en una tienda especializada de la avenida, de algún aderezo gaucho y cuero, regresamos a la terminal, y tras barajar las posibilidades de combinación para alcanzar uno de los pasos fronterizos para cruzar a Uruguay, Gualeguaychú o Concordia, nos decidimos por esta última, sacando billete para la una de la tarde en Flecha bus con la Cía Nuevo expreso, por 79 pesos cada billete (15 euros). Al llegar a las 17'15 horas a Concordia, en la orilla argentina del río Uruguay, sacamos por 15 pesos, billete para el bus internacional que cruza a Salto, al otro lado de la frontera. En este paso, la aduana está unificada, y el bus hace como hacen los autobuses internacionales, parar antes de los controles para que bajemos y vayan sellando en un único mostrador compartido, la salida los gendarmes argentinos, y la entrada los aduaneros uruguayos sentados a continuación.
Al salir, el micro nos está esperando un poco más adelante, y antes de volver a subir, un funcionario a su criterio o sospecha, va pidiendo abrir y mostrar los equipajes del maletero o los de mano que va indicando. Como en estos pasos fronterizos de mercosur, entre Paraguay, Uruguay, Brasil y Argentina, la actividad comercial es intensa, y en este caso los precios argentinos con respecto a Uruguay, en productos como el tabaco, el licor o los alimentos, son sensiblemente más baratos, busca sobre todo contrabando. Sin embargo, a pesar de haber solicitado que le abran practicamente todos los equipajes del maletero, los nuestros no son objeto de su interés, supongo que por nuestra flagrante pinta de turistas. Al respecto de los precios de ciertas mercancías, nosotros por ejemplo llevábamos 4 cartones de Marlboro comprados por unos 14 euros cada uno en un supermercado de Mercedes, porque en Uruguay cuestan bastante más del doble.
Ya en la estación de Salto, soltamos los pesos argentinos que nos quedan, al cambio aproximado de 5 pesos uruguayos por 1 argentino, compramos billetes a Montevideo en los mostradores de la cía Agencia Central, por 635 pesos (25 euros) boleto, precio unificado de ruta con las otras dos compañías que la realizan, Núñez y Chadre, y preguntamos en la oficina de información por indicaciones sobre un par de hoteles que hemos mirado. A pesar de que los equipajes, nos pesan en ese momento el doble de lo real, nos da tiempo de agarrar por 2 pesos el bus número 1 a la vuelta de la esquina, que recorre toda la céntrica calle Artigas, bajarnos en la plaza treinta y tres, y tomar algo en la animada calle Uruguay.
Mientras Sandra se toma la Quilmes, y se queda guardando los bultos, me acerco a investigar el “Gran Hotel Concordia”, uno de los escasos cuatro o cinco hoteles de Salto, y que se vende como Monumento Histórico Nacional, Patrimonio Histórico Arquitectónico y Cultural, y hotel más antiguo de Uruguay. Al final del pasillo tenebroso de unas galerías de la misma calle, por el que se accede al establecimiento, me encuentro su patio monumental, al que con la intención de mantener su categoría de histórico, ni le han quitado el polvo ni le han hecho una reforma desde que Carlos Gardel se alojara en 1933 en una de sus habitaciones. No creo que lo hubiera hecho, estando en las condiciones como las que tenía la que me enseñaron. La habitación que daba al patio, se caía a pedazos, olía a rancio intenso, tenía ronchas de humedad en las paredes, y tenía un catre doble que dudo hubiera podido aguantar nuestro peso. Aunque la decisión hacía rato que estaba más que tomada, me informo por curiosidad del precio, que resulta ser de unos descabellados 1500 pesos uruguayos (unos 60 euros), cinco veces más de lo que pone la guía que llevamos.
La humedad vuelve a asaltarnos en Uruguay, más en este pueblo de la ribera del río Uruguay, junto a la represa de Salto grande, que sin embargo, tiene encanto y está animado por las calles del centro.
La región a uno y otro lado de la frontera, es zona termal, por lo que desde Concordia, en la que ya nos cruzamos con varios complejos de spas de buen nivel, hasta los balnearios más o menos conocidos de Uruguay en Salto, Paysandú y alrededores, tratan de aprovechar esa riqueza natural, promoviendo ese tipo de turismo. Tras volver a cargar a la espalda el cada vez más desmesurado peso de los bultos, llegamos tres o cuatro cuadras más allá al hostal “El jardín” en la calle Colón, del que nos habían informado y contactado en la oficina de turismo de la terminal. Allí nos quedamos en una habitación doble, con una bombilla sobrevolada por escuadrillas de mosquitos y polillas, una cama, una nevera desenchufada, una televisión de container de 7 pulgadas, por la que pagamos 900 pesos (36 euros). He de decir sin embargo, que excepto la nevera, todo funcionaba, que dormimos profundamente, y que los dueños son amables.
En Salto no hay nada abierto para tomar un café hasta las 8 y media o 9 de la mañana, por lo que al preguntar a las 7 y algo por un sitio para tal fin, los interpelados dirigen la mirada al cielo. Preguntamos al recepcionista del hotel “El Dorado”, pero nos responde que estoooo.., buenoooo.., sabeees queeee, sólo servimos desayuno a los clientessss. A 100 metros, utilizamos la misma táctica en el hotel “Los cedros”, donde la señora nos dice que -buenooo, sí-, bajo pago de 150 pesos (6 euros) por cabeza, el buffet libre que se sirve en el restaurante del 4º piso. Las instalaciones son decentes y están bien cuidadas, y compartimos desayuno con un montón de clientes con cara de satisfechos. El precio de la habitación que había consultado por defecto Sandra a la recepcionista, son unos 3000 y pico pesos (125-150 euros), lo que nos lleva a pensar que aquí alojarse en un hotel se considera una cuestión de lujo y por tanto se tasa como tal. Eso y la escasa oferta, hace que las tarifas estén desfasadamente por encima del nivel hotelero real.
Hasta la 1 del mediodía en que sale el autobús de la compañía Nuñez en dirección a Montevideo, visitamos el muelle aduanero de la orilla del río Uruguay, cubierto de neblina, desde donde sale la lancha que cruza a Argentina; pagamos el hostal, y agarramos el micro al Gran Shooping donde está la terminal de las líneas que parten a otros puntos del país. Aunque nuestra primera intención era dirigirnos a Colonia del Sacramento, punto de entrada a Uruguay, con los ferrys que cruzan el río de la Plata desde Buenos Aires, nos disuaden las insólitas 9-10 horas de viaje que hay por carretera para hacer los 490 kms de distancia, suponemos que por una cuestión del estado de red viaria uruguaya, y del servicio de línea que realiza, que va parando en todos los pueblos de esa ruta costera. La ruta directa a Montevideo que agarramos, son unas 6 horas de paisaje rural hasta poco antes de la llegada a la capital. Planicie deshabitada de hectáreas de terreno, con reses pastando. Los núcleos poblados por los que pasamos, son mínimos y rurales.
A las 6 y media nos recoge Nelson en la parada de Plaza de Cuba, descargamos, compramos cuatro cosas y cerveza en el almacen de Ruben, y celebramos la vuelta de la excursión con una cena, charla, risa, vino, y mate, Ale, Silvia, Leo, Sandra y yo.
En esta ocasión, para no ser malinterpretado y no herir susceptibilidades, me abstendré de hacer broma sobre el aspecto de esta figura religiosa, basada en la persona del gaucho Antonio Mamerto Gil Nuñez, adorador del Señor de la Buena Muerte, y personaje del siglo XIX de biografía incierta, pero que por uno de esos misterios del alma humana, se convirtió en objeto de culto y veneración popular en la Argentina, hasta conseguir que su tumba, a unos 8 kms de Mercedes, reciba cada año a cientos de miles de peregrinos de todo el país.
Aunque Emilio nos había dejado un termo repleto de café y unos bizcochos, para poder tomar algo al levantarnos a las 3 de la madrugada, nos volvemos a tomar un café urgente en la estación, que nos impulse a la calle a aprovechar el magnífico día. Mercedes son apenas unas cuantas cuadras, pero el regusto neoclásico-colonial que se plasma con colorido en las fachadas, o en la arquitectura de edificios históricos o emblemáticos como la iglesia de las Mercedes, el hotel Plaza o el Teatro Cervantes, hace al pueblo encantador. Las arterias principales, son la avenida del libertador San Martin, que parte la ciudad en dos, y la paralela calle Juan Pujol.
Tras la compra en una tienda especializada de la avenida, de algún aderezo gaucho y cuero, regresamos a la terminal, y tras barajar las posibilidades de combinación para alcanzar uno de los pasos fronterizos para cruzar a Uruguay, Gualeguaychú o Concordia, nos decidimos por esta última, sacando billete para la una de la tarde en Flecha bus con la Cía Nuevo expreso, por 79 pesos cada billete (15 euros). Al llegar a las 17'15 horas a Concordia, en la orilla argentina del río Uruguay, sacamos por 15 pesos, billete para el bus internacional que cruza a Salto, al otro lado de la frontera. En este paso, la aduana está unificada, y el bus hace como hacen los autobuses internacionales, parar antes de los controles para que bajemos y vayan sellando en un único mostrador compartido, la salida los gendarmes argentinos, y la entrada los aduaneros uruguayos sentados a continuación.
Al salir, el micro nos está esperando un poco más adelante, y antes de volver a subir, un funcionario a su criterio o sospecha, va pidiendo abrir y mostrar los equipajes del maletero o los de mano que va indicando. Como en estos pasos fronterizos de mercosur, entre Paraguay, Uruguay, Brasil y Argentina, la actividad comercial es intensa, y en este caso los precios argentinos con respecto a Uruguay, en productos como el tabaco, el licor o los alimentos, son sensiblemente más baratos, busca sobre todo contrabando. Sin embargo, a pesar de haber solicitado que le abran practicamente todos los equipajes del maletero, los nuestros no son objeto de su interés, supongo que por nuestra flagrante pinta de turistas. Al respecto de los precios de ciertas mercancías, nosotros por ejemplo llevábamos 4 cartones de Marlboro comprados por unos 14 euros cada uno en un supermercado de Mercedes, porque en Uruguay cuestan bastante más del doble.
Ya en la estación de Salto, soltamos los pesos argentinos que nos quedan, al cambio aproximado de 5 pesos uruguayos por 1 argentino, compramos billetes a Montevideo en los mostradores de la cía Agencia Central, por 635 pesos (25 euros) boleto, precio unificado de ruta con las otras dos compañías que la realizan, Núñez y Chadre, y preguntamos en la oficina de información por indicaciones sobre un par de hoteles que hemos mirado. A pesar de que los equipajes, nos pesan en ese momento el doble de lo real, nos da tiempo de agarrar por 2 pesos el bus número 1 a la vuelta de la esquina, que recorre toda la céntrica calle Artigas, bajarnos en la plaza treinta y tres, y tomar algo en la animada calle Uruguay.
Mientras Sandra se toma la Quilmes, y se queda guardando los bultos, me acerco a investigar el “Gran Hotel Concordia”, uno de los escasos cuatro o cinco hoteles de Salto, y que se vende como Monumento Histórico Nacional, Patrimonio Histórico Arquitectónico y Cultural, y hotel más antiguo de Uruguay. Al final del pasillo tenebroso de unas galerías de la misma calle, por el que se accede al establecimiento, me encuentro su patio monumental, al que con la intención de mantener su categoría de histórico, ni le han quitado el polvo ni le han hecho una reforma desde que Carlos Gardel se alojara en 1933 en una de sus habitaciones. No creo que lo hubiera hecho, estando en las condiciones como las que tenía la que me enseñaron. La habitación que daba al patio, se caía a pedazos, olía a rancio intenso, tenía ronchas de humedad en las paredes, y tenía un catre doble que dudo hubiera podido aguantar nuestro peso. Aunque la decisión hacía rato que estaba más que tomada, me informo por curiosidad del precio, que resulta ser de unos descabellados 1500 pesos uruguayos (unos 60 euros), cinco veces más de lo que pone la guía que llevamos.
La humedad vuelve a asaltarnos en Uruguay, más en este pueblo de la ribera del río Uruguay, junto a la represa de Salto grande, que sin embargo, tiene encanto y está animado por las calles del centro.
La región a uno y otro lado de la frontera, es zona termal, por lo que desde Concordia, en la que ya nos cruzamos con varios complejos de spas de buen nivel, hasta los balnearios más o menos conocidos de Uruguay en Salto, Paysandú y alrededores, tratan de aprovechar esa riqueza natural, promoviendo ese tipo de turismo. Tras volver a cargar a la espalda el cada vez más desmesurado peso de los bultos, llegamos tres o cuatro cuadras más allá al hostal “El jardín” en la calle Colón, del que nos habían informado y contactado en la oficina de turismo de la terminal. Allí nos quedamos en una habitación doble, con una bombilla sobrevolada por escuadrillas de mosquitos y polillas, una cama, una nevera desenchufada, una televisión de container de 7 pulgadas, por la que pagamos 900 pesos (36 euros). He de decir sin embargo, que excepto la nevera, todo funcionaba, que dormimos profundamente, y que los dueños son amables.
En Salto no hay nada abierto para tomar un café hasta las 8 y media o 9 de la mañana, por lo que al preguntar a las 7 y algo por un sitio para tal fin, los interpelados dirigen la mirada al cielo. Preguntamos al recepcionista del hotel “El Dorado”, pero nos responde que estoooo.., buenoooo.., sabeees queeee, sólo servimos desayuno a los clientessss. A 100 metros, utilizamos la misma táctica en el hotel “Los cedros”, donde la señora nos dice que -buenooo, sí-, bajo pago de 150 pesos (6 euros) por cabeza, el buffet libre que se sirve en el restaurante del 4º piso. Las instalaciones son decentes y están bien cuidadas, y compartimos desayuno con un montón de clientes con cara de satisfechos. El precio de la habitación que había consultado por defecto Sandra a la recepcionista, son unos 3000 y pico pesos (125-150 euros), lo que nos lleva a pensar que aquí alojarse en un hotel se considera una cuestión de lujo y por tanto se tasa como tal. Eso y la escasa oferta, hace que las tarifas estén desfasadamente por encima del nivel hotelero real.
Hasta la 1 del mediodía en que sale el autobús de la compañía Nuñez en dirección a Montevideo, visitamos el muelle aduanero de la orilla del río Uruguay, cubierto de neblina, desde donde sale la lancha que cruza a Argentina; pagamos el hostal, y agarramos el micro al Gran Shooping donde está la terminal de las líneas que parten a otros puntos del país. Aunque nuestra primera intención era dirigirnos a Colonia del Sacramento, punto de entrada a Uruguay, con los ferrys que cruzan el río de la Plata desde Buenos Aires, nos disuaden las insólitas 9-10 horas de viaje que hay por carretera para hacer los 490 kms de distancia, suponemos que por una cuestión del estado de red viaria uruguaya, y del servicio de línea que realiza, que va parando en todos los pueblos de esa ruta costera. La ruta directa a Montevideo que agarramos, son unas 6 horas de paisaje rural hasta poco antes de la llegada a la capital. Planicie deshabitada de hectáreas de terreno, con reses pastando. Los núcleos poblados por los que pasamos, son mínimos y rurales.
A las 6 y media nos recoge Nelson en la parada de Plaza de Cuba, descargamos, compramos cuatro cosas y cerveza en el almacen de Ruben, y celebramos la vuelta de la excursión con una cena, charla, risa, vino, y mate, Ale, Silvia, Leo, Sandra y yo.