LUNES 28 HOTEL HERITANCE KANDALLAMA
Llevaba muchas expectativas con este viaje. Había mirado un poco por encima el destino pero tampoco había querido indagar demasiado para que esta vez me sorprendiera poco a poco. Solo esperaba que todo lo que me habían contado fuera de ese modo, pero después fue mejor.
Al salir del aeropuerto teníamos a un guía de Walkers Tours esperándonos. Al final habíamos tenido suerte y nuestro guía hablaba castellano y no solo eso, el circuito lo haríamos de forma privada los dos solos junto a Janaka (el guía) y Rani (el conductor), sin nadie más.
Eran las ocho y poco de la mañana, a nuestras espaldas llevábamos muchas horas de vuelo y todavía faltaba el recorrido en autobús hasta el hotel Kandallama, cerca de Dambulla. Eso suponía unas tres horas o cuatro en bus, así que le dijimos al guía que parara en algún sitio a medio camino para tomar algo fresquito y estirar las piernas. Al mismo tiempo nos llevó a un banco donde pudimos cambiar a rupias algo del dinero que traíamos. (1$ equivalía a 105 rupias, aproximadamente, eso en bancos porque en la calle lo hacían al redondeo de 100). Le preguntamos al guía como funcionaba lo de las propinas y nos dijo que a los maleteros se le solía dar 100 rupias y a los señores que te cuidan los zapatos en los templos unas 50. O sea 1 dólar o medio según el caso, y en euros ya casi nada.
Pudimos comprobar que había mucha vigilancia militar, hay zonas en las carreteras en las que se pasan controles y te ves ahí en medio unas barreras y unas casetas donde la gente de los pueblos tiene que enseñar el documento de identidad para pasar de una zona a otra. Normalmente los militares cuando veían que éramos unos turistas dejaban pasar sin más el vehículo pero en varias ocasiones les pidieron los papeles al guía y al conductor. Era curioso y al principio me llamaba la atención pero luego te acostumbras y lo ves tan normal, te sientes más segura. Aunque inseguridad es lo último que pude sentir allí, todos los miedos que llevaba en torno a ese tema quedaron en nada.
Los primeros paisajes que empecé a ver de Sri Lanka ya me fueron cautivando. Era más natural y más salvaje de lo que imaginaba. Así como también era todo más sencillo y humilde. Había muchos animales sueltos, sobre todo vacas, bueyes, monos…


Con forme nos acercábamos más al interior las ciudades eran más bien aldeas, así las llamaba el guía. No tenían agua potable, ni luz, ni asfalto salvo en la carretera que la atravesaba, todo lo demás era de tierra e incluso habían casa hechas de barro.

Todos los días las mujeres salían a los pozos para traer agua y por las tardes les podías ver a todos en torno a los ríos lavando la ropa, afeitándose y aseándose. Era como volver un poco al pasado.
Pescadores:

Allí casi toda la gente trabaja en el campo, tienen sus huertos y luego lo venden en los mercados. Daba gusto ir por las carreteras y verlas todas bordeadas por puestecitos de fruta. También vendían maíz cocido y cocos de agua.
Y lo que más me sorprendió fue ver tantos niños y niñas. Los había grandes, pequeños…todos uniformados, de un blanco impoluto. Algo que contrastaba muchísimo ya que allí todo era de tierra, los caminos, las aldeas, etc…pero ellos iban blanquitos, todos limpitos. Y las niñas con esas trenzas de pelo negro tan brillante. Era una maravilla verlos en los miles de colegios que hay por todas partes.
Allí el colegio, los uniformes, la sanidad,… es subvencionado por el estado. Y tienen tantos niños porque les ayudan con el trabajo del campo.
Todo lo que iba viendo me estaba gustando mucho.
Sobre las doce y media llegamos al hotel. Primero pasas por Dambulla, la ciudad más próxima, y para acceder a él tienes que hacerlo a través de un camino de tierra, que piensas: ¡ufff que barbaridad!, pero es que luego se desvía y se mete por otro peor ¡¡jejejeejje!! Estaba genial, cada vez te adentrabas más en la “selva” como yo la llamaba. Y ya empezabas a ver los monitos que tan característicos estaban por el hotel. Había los de cara negra y unos con flequillito.

Nos hicieron la recepción al lado de la Infinity pool, que era una maravilla. Nos dieron unos zumos, rellenamos unos papeles y nos llevaron a la habitación. El hotel está todo abierto, los pasillos son al aire libre y vas caminado entre medias de la montaña, todo con árboles, rocas, etc…

Cuando entramos en la habitación me encantó la vista que teníamos desde el balcón ya que podíamos ver todo el lago que teníamos enfrente que se llenaba de animalitos.

Por fin nos podíamos tumbar después de tanto viaje. Descansamos un poquito nos aseamos y nos fuimos a comer. Tengo que decir que en este hotel es el mejor sitio donde comimos durante todo el viaje, estaba todo buenísimo y tenían una variedad alucinante.
Este día lo teníamos libre, así que después de comer aprovechamos a descansar y ver el hotel, el cual está genial.
Es muy bonito y está totalmente integrado con el entorno, a mí me pareció fabuloso por esa sensación de estar en la selva. Lo recomiendo al 100%


