El día no se presentaba demasiado atractivo: viaje desde Bergn hasta Oslo vía Lillehamer. Además, me levanté con un derrame tremendo una pierna, no sé si de tanto andar o qué, aunque era extraño porque estoy muy habituada. Menos mal que podía estirarme bien en el autocar y tampoco era una jornada excesivamente movida de piernas aunque sí de kilómetros por carretera. A poco de salir vimos la cascada de Staindal, que cuenta con el aliciente de que se puede pasar por detrás y ver la tumultuosa caída del agua.


Después de cruzar en ferry el Eidfjord, llegamos a Brimnes para la cascada de Voringfossen, donde el río Bjoreta cae 145 metros (en algunas guías pone que son 300 metros, no sé) en vertical al valle de Molbodalen.

Hay que darse una vuelta por los senderos del parque para verla en todo su esplendor.

Y seguir un poco más adelante para contemplar el río corriendo por el valle. Impresionante.

A partir de ahí, el viaje se hizo largo y muy pesado. Atravesamos el parque de Hardangervidda, el altiplano más extenso de Europa, entre 1.100 y 1.400 metros, por encima de la cota de los árboles.
A esas alturas del viaje, parece que ya nada sorprende: después de ver tantas, las cascadas ya no te llaman tanto la atención y miras con cierta indiferencia los campos verdes y los montículos coronados de blanco. Claro que este paisaje con ser bello no es tan impactante como el de los fiordos que hemos dejado atrás, y eso se nota tanto como el cansancio acumulado.
La zona de Lillehamer, que albergó los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994, con tener un paisaje hermoso, nos resultó casi indiferente. Estaciones de esquí en verano, sin más; puede ser una barbaridad, pero eso era lo que pensábamos en aquellos momentos después de todo lo que habíamos visto. Comimos en la zona, pero no quisimos hacer ninguna caminata, vamos, es que ni fotos. Estábamos muy cansados y queríamos llegar a Oslo cuanto antes, aunque antes paramos a tomar café en un bar con el tejado de hierba tan típico en Noruega:

A media tarde estábamos en Oslo. Fuimos al hotel, hicimos el check in y un rato después salimos a dar nuestros primeros pasos por la capital. Llegamos hasta el puerto, caminamos un poco y cenamos en una hamburguesería. Nada especial. Yo estaba un poco tocada por el derrame en la pierna y prefería reservarme para el día siguiente, que se presentaba muy movidito.