Por fin, por fin, por fin llega el día, nos levantamos a las 4.30h, desayunamos a las 5 y a las 5.30h ya estamos haciendo cola para coger el autobús que nos suba hasta el Machu.
Mientras esperamos pasan a vendernos todo tipo de cosas, compro un chubasquero de bolsillo que nos va a venir muy bien más tarde (5 soles). Empezamos a ascender por una pista polvorienta y no puedo más de la impaciencia por llegar.
Ya estamos arriba, tras una breve cola accedemos al recinto, no me lo puedo creer ¡estamos en Machu Picchu!!!, subimos a la casa del vigía para hacer unas fotos panorámicas ahora que aún no hay gente. La vista es increíble, lo inaccesible del emplazamiento, los jirones de niebla que aún flotan alrededor de las montañas, las ruinas, testimonio de una civilización resplandeciente…todo esto, unido a la magia y la quietud del lugar hacen que la primera impresión de Machu Picchu sea algo inolvidable.
Nuestra cámara de fotos está para jubilar y no da fe de las extraordinarias imagénes de las que disfrutamos en este viaje.
No podemos entretenernos mucho porque tenemos la entrada al Huayna Picchu a las 7 y no sabemos por donde se accede. Bajamos por las escaleras que comunican unos niveles de construcciones con otros por donde un día caminaron los incas… estoy soñando, no me lo puedo creer. Antes de empezar la ascensión al Huayna Picchu te apuntan en una lista junto con la hora de entrada y una vez hecho esto ya puedes comenzar a seguir el sendero. Al principio vamos bien, pero después el camino se vuelve más duro con escalones desiguales y empinándose cada vez más, a veces tenemos que agarrarnos a cuerdas que hay a los lados para poder seguir.
Al llegar a la cima recibimos la recompensa: rodeados de un impresionante circo de montañas, la panorámica que se domina desde allí arriba es alucinante. Nos recreamos un buen rato con el paisaje, correteamos entre las ruinas y con calma acometemos el descenso. El sendero es tan inclinado y resbaladizo y a menudo los escalones son inexistentes por lo que hay tramos en los tenemos que sentarnos e ir apoyándonos en los pies y las manos.
Al paso por la garita para apuntar la hora de nuestra salida aprovechamos para preguntar cuantos escalones hay: 1330, no nos extraña entonces estar deslomados (pero contentos). Continuamos la visita de la ciudadela, a esta hora ya hay mucha más gente, no dejamos ni un solo rincón por recorrer (y fotografiar!).
En un instante el día cambia radicalmente y empieza a llover fortísimo, además de refrescar bastante la temperatura, me compadezco de los que les haya pillado el aguacero subiendo o bajando al Huayna Picchu! Para comer salimos fuera del recinto, a la entrada hay una cafetería pero no tienen gran cosa y los precios son carísimos. Como ya estábamos sobre aviso, nos habíamos traído desde casa un paquete de cecina envasada al vacío, jeje. Volvemos a entrar y en ese momento estampamos en nuestros pasaportes el sello de Machu Picchu.
Por la tarde las ruinas están repletas de turistas, nosotros vamos hasta el puente del Inca, es un paseo comparado con la subida al Huayna! Durante toda la tarde se suceden los chaparrones con el cielo más despejado y el sol más brillante. La temperatura varía varios grados en cuestión de minutos.
Hacia las 3, con gran pena, emprendemos el regreso hacia Aguascalientes, después de 9 horas increíbles en Machu Picchu, la ciudad perdida de los Incas. La vuelta la hacemos a pie por una escalinata interminable, no se cuantos escalones bajamos, por lo menos 1000.
Al llegar al pueblo nos tiramos como locos al primer chiringuito que vemos, estamos muertos de sed y tienen bebidas frías: una rareza. Todavía nos sobra tiempo hasta la salida del tren así que damos una vuelta por Aguascalientes, no tiene nada bonito y no nos queda más remedio que metemos en un bar a saborear unos piscos con nachos.
Subimos al PerúRail que sale con retraso y llegamos a Ollantaytambo cuando ya es de noche cerrada. Están en fiestas y en la plaza de armas hay actuaciones y chiringuitos, pero estamos tan agotados que nos vamos directamente al hotel, y con los frutos secos que nos dieron en el tren nos damos por cenados.