Bajamos temprano a desayunar, y mientras esperamos a que nos vengan a recoger aprovechamos el ordenador que hay en la sala de espera para enviar unos correos electrónicos confirmando el hotel de Puno. Un cuarto de hora más tarde de lo previsto nos recoge la Spinter que nos lleva a Chivay, sólo viajamos nosotros dos y una madre y una hija limeñas, con las que hablaremos mucho durante el viaje.
A las afueras de Arequipa paran en una tienda para que quien lo desee compre agua y caramelos de coca para hacer frente al mal de altura, pues vamos a situarnos a casi 5000m durante el trayecto. Nosotros todo esto ya lo habíamos comprado el día anterior en el super, mucho más barato, claro.
Nos alejamos de Arequipa y tenemos una preciosa panorámica de la ciudad y los tres volcanes de más de 5000m de altura que la rodean: Chachani, Misti y Pichu-Pichu.
La carretera atraviesa la Reserva Nacional de Salinas y Aguadablanca, enseguida comenzamos a avistar numerosos grupos de vicuñas, llamas y alpacas. Nos detenemos en varias ocasiones para fotografiarlos.
La siguiente parada es en un bar para que quien quiera se tome un mate de coca (3s), también hay un mercadillo allí mismo y varias alpacas con las que nos hacemos unas fotos.
Más adelante nos volvemos a detener en el punto más elevado del viaje, el mirador de Patapampa a 4910 m de altura. La vista es espectacular, rodeados de altísimos picos nevados. Allí levantamos una “apacheta”, que es un montículo de piedra que los indios colocaban a lo largo de los andes como ofrenda a la “Pachamama” o madre tierra, y pedimos un deseo. A pesar de la altitud no sentimos ni rastro del soroche, sólo un excesivo cansancio al caminar, tal vez tenga que ver con las hojas de coca que nos dan a mascar durante el camino, con el mate de coca que tomamos por la mañana, o con un remedio casero que nos comentaron en Lima: poner papel de periódico dentro de los zapatos. No sé si esto tuvo algo que ver o no, pero desde luego nosotros nos libramos.
Al llegar a Chivay nos llevan a comer a un restaurante de buffet libre (tenedor libre, se llama allí), es todo comida típica, probamos los tamales y la carne de alpaca, no así el cuy, que nos da un poco de repelús (53 soles). Para el mal de altura nos habían advertido que evitáramos las comidas copiosas, no hicimos mucho caso, la verdad, estaba todo riquísimo. Después nos acercan hasta nuestro hotel, el “Suma Wasi”, y quedamos en que a las 17h pasan a recogernos para ir a los baños de la Calera.
El hotel no es gran cosa, pero ya sabíamos que en Chivay no podríamos exigir demasiado. Como no tenemos toallas para llevar, tenemos que coger prestadas las del hotel. La Calera (entrada 30 soles) nos encanta, la temperatura exterior es de 12ºC y la del agua 39ºC. Dentro del recinto también hay un pequeño museo etnográfico, pero no nos da tiempo a verlo porque no nos movemos de la piscina en 1h y 45 minutos, estamos en la gloria. En las duchas del vestuario el agua también sale a la misma temperatura.
Esta noche tenemos incluida una cena con bailes tradicionales, pero en la vuelta al hotel la guía nos cuenta una historia de la que no nos creemos nada y total, que al final nos quedamos sin cena. Nos cambiamos en el hotel y cuando vamos a salir a cenar vemos que se estropeó la cerradura y que no podemos cerrar la puerta de la habitación. Hablamos con el dueño, el hotel está lleno y no nos puede cambiar de habitación, pero según él no es para tanto, podemos marchar y dejar la puerta abierta, eso sí, él no se responsabiliza si cuando volvamos nos falta algo… sin comentarios. Por suerte Jenny, nuestra guía, está en ese momento en la recepción. Hablamos con ella y le decimos que de ninguna manera nos vamos a quedar en ese hotel. Hace unas cuantas llamadas y nos busca habitación en otro alojamiento parecido. Recogemos nuestras cosas y después de un rato aparece una sprinter que nos lleva al Hotel 3 Lunas, la habitación es mejor que la del Suma Wasi y Rosalía, la dueña, amabilísima.
Ya es de noche y hace bastante frío, salimos a dar una vuelta por la plaza de Armas y cenamos pollo y tallarines en uno de los carritos ambulantes que hay por allí (7soles), la gente que está a nuestro alrededor son todo habitantes de Chivay, la mayoría hablan quechua y no entendemos ni una palabra de lo que están diciendo. Como la temperatura no invita a pasear y mañana madrugamos bastante, volvemos al hotel a dormir debajo de una tonelada de mantas.
A las afueras de Arequipa paran en una tienda para que quien lo desee compre agua y caramelos de coca para hacer frente al mal de altura, pues vamos a situarnos a casi 5000m durante el trayecto. Nosotros todo esto ya lo habíamos comprado el día anterior en el super, mucho más barato, claro.
Nos alejamos de Arequipa y tenemos una preciosa panorámica de la ciudad y los tres volcanes de más de 5000m de altura que la rodean: Chachani, Misti y Pichu-Pichu.
La carretera atraviesa la Reserva Nacional de Salinas y Aguadablanca, enseguida comenzamos a avistar numerosos grupos de vicuñas, llamas y alpacas. Nos detenemos en varias ocasiones para fotografiarlos.
La siguiente parada es en un bar para que quien quiera se tome un mate de coca (3s), también hay un mercadillo allí mismo y varias alpacas con las que nos hacemos unas fotos.
Más adelante nos volvemos a detener en el punto más elevado del viaje, el mirador de Patapampa a 4910 m de altura. La vista es espectacular, rodeados de altísimos picos nevados. Allí levantamos una “apacheta”, que es un montículo de piedra que los indios colocaban a lo largo de los andes como ofrenda a la “Pachamama” o madre tierra, y pedimos un deseo. A pesar de la altitud no sentimos ni rastro del soroche, sólo un excesivo cansancio al caminar, tal vez tenga que ver con las hojas de coca que nos dan a mascar durante el camino, con el mate de coca que tomamos por la mañana, o con un remedio casero que nos comentaron en Lima: poner papel de periódico dentro de los zapatos. No sé si esto tuvo algo que ver o no, pero desde luego nosotros nos libramos.
Al llegar a Chivay nos llevan a comer a un restaurante de buffet libre (tenedor libre, se llama allí), es todo comida típica, probamos los tamales y la carne de alpaca, no así el cuy, que nos da un poco de repelús (53 soles). Para el mal de altura nos habían advertido que evitáramos las comidas copiosas, no hicimos mucho caso, la verdad, estaba todo riquísimo. Después nos acercan hasta nuestro hotel, el “Suma Wasi”, y quedamos en que a las 17h pasan a recogernos para ir a los baños de la Calera.
El hotel no es gran cosa, pero ya sabíamos que en Chivay no podríamos exigir demasiado. Como no tenemos toallas para llevar, tenemos que coger prestadas las del hotel. La Calera (entrada 30 soles) nos encanta, la temperatura exterior es de 12ºC y la del agua 39ºC. Dentro del recinto también hay un pequeño museo etnográfico, pero no nos da tiempo a verlo porque no nos movemos de la piscina en 1h y 45 minutos, estamos en la gloria. En las duchas del vestuario el agua también sale a la misma temperatura.
Esta noche tenemos incluida una cena con bailes tradicionales, pero en la vuelta al hotel la guía nos cuenta una historia de la que no nos creemos nada y total, que al final nos quedamos sin cena. Nos cambiamos en el hotel y cuando vamos a salir a cenar vemos que se estropeó la cerradura y que no podemos cerrar la puerta de la habitación. Hablamos con el dueño, el hotel está lleno y no nos puede cambiar de habitación, pero según él no es para tanto, podemos marchar y dejar la puerta abierta, eso sí, él no se responsabiliza si cuando volvamos nos falta algo… sin comentarios. Por suerte Jenny, nuestra guía, está en ese momento en la recepción. Hablamos con ella y le decimos que de ninguna manera nos vamos a quedar en ese hotel. Hace unas cuantas llamadas y nos busca habitación en otro alojamiento parecido. Recogemos nuestras cosas y después de un rato aparece una sprinter que nos lleva al Hotel 3 Lunas, la habitación es mejor que la del Suma Wasi y Rosalía, la dueña, amabilísima.
Ya es de noche y hace bastante frío, salimos a dar una vuelta por la plaza de Armas y cenamos pollo y tallarines en uno de los carritos ambulantes que hay por allí (7soles), la gente que está a nuestro alrededor son todo habitantes de Chivay, la mayoría hablan quechua y no entendemos ni una palabra de lo que están diciendo. Como la temperatura no invita a pasear y mañana madrugamos bastante, volvemos al hotel a dormir debajo de una tonelada de mantas.