El día 17 después de dormir estupendamente en el hotel bajamos a desayunar, que fue lo peor del hotel pues era fuera del recinto en una cafetería anexa con quien tenían concertado y la verdad es que fue muy escaso. Acto seguido nos dirigimos con el coche a la gasolinera donde debíamos entregarlo, nos sorprendimos al ver que habíamos hecho 1.423 kilómetros. Y de nuevo a volar hasta Estambul con Pegasus airlines, todo perfecto y otra vez metro y tranvía hasta el Hotel Grand Peninsula, recordad dos jetones “por barba” es decir, 6 libras turcas.
Comimos por la zona de “nuestro barrio” en un restaurante llamado Şar, tanto el pescado como la carne estuvo muy bueno y a precio normalito. Esa tarde cogimos el tranvía para ir a Eminönü y un barco para ir hasta Eyüp, allí lo más importante es visitar la iglesia ortodoxa, que por cierto se celebraban funerales y estaba a reventar, con lo que no pudimos disfrutarla, nos dimos un paseo por los puestos de tiendas del lugar y tomamos el teleférico que sube al famoso Pierre Loti, con la cola que había y como sólo se monta de 6 en 6 tardamos unos veinte minutos, paseamos por el inmenso y curioso cementerio lleno de gatos como toda la ciudad.
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Eminönü y la mezquita de Eyüpsultan.
La bajada desde Pierre Loti hasta “nuestro barrio” a Sultanahmet nuevamente se convirtió en deporte de riesgo para cruzar las calles, pero fuimos “degustando” el vivir diario de sus pobladores y descubrimos tiendecitas de frutas, verduras y pasteles muy interesantes que hicieron las delicias y contribuyeron a nuestra reposición nutricional de aquel anochecer.
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Vistas desde la cima del teleférico y tumbas típicas de Pierre Loti.
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El sábado día 18 visitamos el Palacio de Topkapi, que seguía abarrotado y casi no se podía ver. Reconozco que tiene un valor incalculable arquitectónicamente hablando y en cuanto a lo que en él se conserva, (turquesas, diamantes, oro, plata,…), pero como no soy de joyas ni grandes tesoros y apenas podíamos acercarnos, además sonó la alarma en una de las dependencias porque alguien había tocado un cristal, el ruido era infernal. Donde pasé mejor rato fue en una sala de cartografía que casi no se visita y, que a mi me pareció el auténtico y verdadero tesoro de la evolución en la elaboración de mapas, a veces los pequeños detalles son los que se convierten en los más grandiosos.
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Entrada al palacio de Topkapi y una de sus fuentes.
Al mediodía como hacía mucho calor (28 grados) y estábamos cansados, mi pareja se fue a un Haman o Baño turco “autóctono” de los que no van los turistas, para ello cogió un tren, yo que para eso también soy atípica y no me gusta que me soben preferí darme una ducha en el hotel. Cuando regresó, venía tan contento como “un colegial con zapatos nuevos”, porque le había costado tan sólo 20 “talines” como nosotros llamamos a las libras turcas, le duró la risa todo el día y contaba y recontaba la experiencia vivida, y yo también me reí porque su pelo le olía a oveja o cabra y fue persistente en el tiempo, tanto como su risa.
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Gran Bazar y uno de los puestos de especias que más me gustó de como estaba de bonito.
Por la tarde, fuimos al Gran Bazar, que es inmenso, pero a mí me agobia el que te intenten vender de todo y todo el tiempo, así que terminamos callejeando, que es lo más interesante, (desde mi punto de vista), anduvimos tanto que otra vez llegamos hasta Eminönü y vimos las grandes ristras de pescadores y los carritos ambulantes de: churros, maíces, frutos secos, plastificados de documentos,…
*** Imagen borrada de Tinypic *** Observad que contaminador más exagerado.
El domingo 19, nos aventuramos a pasar a la parte asiática en barco también “autóctono”. Embarcamos previo jeton de 3 “talines” en Eminönü vapor iskalesi que nos llevó hasta Kadikoy vapor iskelesi. Al llegar, nuestra intención era pasar el día por algún bazar y comparar precios y/o comprar algo. Como no sabíamos dónde estaba, preguntamos a un chaval del lugar en inglés por el mercado, amablemente nos dijo que le siguiésemos porque él iba allí, después de andar más de media hora descubrimos que nos llevaba al Carrefour, así que nuestro plan quedó frustrado, pues nos agotamos por el gran paseo, el sortear del tráfico y la sofoquina, “gajes del oficio”. Finalmente, y ya casi al mediodía descubrimos el Bazar, (que por cierto estaba cerca del embarcadero), y pateamos lo indecible, compramos comida y algunas especias, nos dimos cuenta que los precios eran similares, es decir todo carísimo, y que había menos variedad. A mí me llamaron principalmente la atención los comercios de café, por el olor, por las máquinas antiguas que conservan y por la agilidad que se dan en vender.
También intentamos comer en un lugar que había cola para esperar mesa, lo que suele ser buen síntoma, pero después de esperar tres cuartos de hora y no ser servidos, nos tuvimos que marchar de mala manera porque encima pretendían traernos la cuenta. ¡UNA AUTÉNTICA VERGÜENZA!, así que comer no comimos nos tuvimos que contentar con picotear en puestos callejeros. Regresamos nuevamente a la parte europea otra vez en el barco, observar las costumbres del entorno de la mezquita nueva. Decidimos coger un tren desde Sultanahmet y fuimos a Koca Mustafa Paşa y Yusufpaşa donde encontramos pastelerías finas y compramos pastitas para traer a España, además de poder observar que las mariquitas se comen, como podéis ver en la foto, ¡ESTABA EXQUISITA!, regresamos andando y pudimos comprobar que los mercados de Yusufpaşa era interesante porque tenía mucha variedad de: legumbres, frutas, hortalizas, carnes, pescados, especias, comida para animales, arroces, pastas e infinidad de tipos de harinas diferentes (arroz, garbanzos, trigo, maíz, avena, mijo,…) yo que soy una enamorada de las materias primas para cocinar estaba alucinada, y aunque parezca increíble con los precios bien marcados y a un tercio de lo que estábamos acostumbrados por el Gran Bazar y el mercado de la parte asiática.
Como colofón vivimos el ambiente del pequeño Bazar de Arasta y despedirnos de las vistas del Estambul nocturno en Sultanahmet, especialmente de la Mezquita Azul y Santa Sofía.
A la mañana siguiente cogimos el tranvía, (a las seis de la mañana, que es cuando comienza el tranvía a funcionar) y el metro hacia el Havalamani, (aeropuerto), para volver a Madrid vía Zurich. He de destacar que el desayuno que nos dieron en el avión de Turkish Airline fue lo mejor que he comido nunca en un avión, yo lo clasificaría con una nota de notable alto.
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Detalles del interior de Santa Sofía como despedida de esta etapa.