Tras haber llegado hasta Ambalavao y visitar la Reserva de Anja para ver lo lémures catta, el itinerario por la gran isla volvía a estar en el aire y otra vez teníamos que replantearnos hacia donde queríamos ir. El sur de Madagascar ya había quedado totalmente descartado, pues las carreteras estaban en demasiado mal estado y ya no disponíamos de mucho tiempo. Nuestras opciones eran por una parte subir hasta la isla de Sainte Marie y pasar unos días tranquilos en playas de arena cristalina, opción que me agradaba bastante, o ir a Andasibe y visitar un par de parques nacionales donde se podían ver diferentes especies de animales como el indri y el fossa, que también parecía muy tentador.
¿Cuál sería nuestro siguiente destino?
El primer día subimos hasta Ambositra, donde decidimos pasar un par de noches puesto que en el hotel Jonathan podíamos descansar después de varias jornadas con muchas horas de viaje y pensar con tranquilidad donde queríamos ir. Aquel par de días que escogimos para descansar hicimos poco más que comprar las cosas que habíamos visto en la anterior visita, tomar cerveza en los hotelys, disfrutar de verdura rebozada que preparaban en algunos puestos callejeros o de la exquisita comida y las raciones generosas que nos ponían en el hotel, siempre acompañadas de música y de un trato muy agradable. La propietaria del hotel, que había decidido desempeñar el rol de abuela, nos reñía si nos dejábamos comida en el plato y siempre nos preguntaba donde íbamos cada vez que salíamos.
Cerveza por aquí
Verdura rebozada, mmMmmmMMm
Cerveza por allá
Buena comida en el hotel-restaurante Jonathan
Aprovechamos también para hacer una escapadita por nuestra cuenta a Maharibo, el poblado de la falda de la montaña donde vivía el simpático hombre que tallaba las figuras de ébano, a quien le hicimos otro encargo para completar la lista de regalos y del que nos despedimos efusivamente. Por el camino encontramos a un grupo de niños que, como cabía esperar, disfrutaron de lo lindo haciendo tonterías frente a la cámara. Da lo mismo al lugar que viajes, siempre se repite la misma escena.
El simpático artesano
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Los niños y la cámara, esa bonita pareja
Los niños y la cámara, esa bonita pareja
Durante los días de relax y después de pensarlo un poco finalmente decidimos que nuestro siguiente destino sería Andasibe pues, aunque unos días de playa nos hubiesen sentado genial, sabía que me arrepentiría si no visitaba los parques de Analamazoaotra y Mantadia para intentar divisar indris, de los que había leído que eran preciosos y la especie de lemur más grande en la actualidad. Quién sabe -pensé-, quizás con un poco de suerte hasta conseguimos ver un fossa. Pero la distancia desde Ambositra era demasiada para recorrerla en un solo día así que, tras hacer escala en Tana y tras nueve horas más de viaje, por fin llegamos a Moramanga.
Camino de la estación de taxi-brousse de Ambositra
Menuda cara de sueño en el taxi-brousse hacia Tana
Menuda cara de cansancio en el taxi-brousse camino Moramanga
Aquel pueblo no era mucho más que una calle larga y destartalada con la mayoría de adoquines de las aceras levantadas, pero se encontraba de paso para la gente que se dirige al este de Madagascar y disponía de un par de estaciones de taxi-brousse y algunos confortables hoteles, con lo que todos los días se observaba cierto movimiento de gente.
Por las calles de Moramanga
Aquella noche, tras instalarnos en el hotel espace, fuimos a cenar a un restaurante chino llamado “La flore orientale” donde celebrar nuestra decisión. Estábamos contentos por haber elegido otra vez aventura: los enigmáticos indris con todas las leyendas que les rodeaban nos estaban esperando.
El restaurante chino “La flore orientale”