Nos despertábamos un poco más tarde de lo habitual, pero aún así a las 9:30 ya estábamos en marcha, tras un desayuno bastante completo en hotel, con croissant, crepes, pan... El sol en su sitio, preparado para hacernos pasar un día caluroso (Francia en general estaba en plena ola de calor). El primer destino del día lo teníamos cerquita, así que a las 10 ya estábamos allí: Locronan. Llegamos al parking donde nos hicieron pagar 3 euros y nos dieron un mapita con explicaciones en español en el que te dibujan dos rutas diferentes, una por el pueblo y otra que sube un poco por la colina para ver el pueblo desde arriba. Como era temprano aún no había mucha gente, lo que hacía que el pueblo ganase más magia. También se ha hablado mucho en el foro de Locronan, y bueno, evidentemente es un imprescindible. Preciosa su plaza central, su iglesia, sus pequeñas tiendecitas con productos típicos bretones... Te sientes transportado a otra época. En muchos momentos del viaje me sentía Aliena en Los Pilares de la Tierra, jejeje. Subimos la colina y desde arriba las vistas del pueblo son espectaculares... Tras una hora y pico recorriéndolo (es pequeño, se ve rápido), emprendimos marcha hacia nuestro siguiente destino: el bosque de Huelgoat.
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Como íbamos por carreteras secundarias, íbamos pasando por pueblos pequeños con inmensos conjuntos parroquiales y calvarios del siglo XVI y gran importancia histórica, como por ejemplo, Pleyben. Es alucinante como pueblos tan pequeñitos, con apenas 300 habitantes tienen esas iglesias tan enormes presidiendo sus plazas.
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Este día teníamos que elegir entre Crozon o Huelgoat, pero como ya vimos el día anterior la Pointe du Raz y al día siguiente nos tocaba la costa de granito rosa, nos apetecía algo más de naturaleza boscosa, por cambiar. Así que fuimos al bosque de Huelgoat, con sus leyendas sobre el rey Arturo y preciosos paisajes de cuentos de hadas. Pasando el pueblo de Huelgoat, se llega a una especie de merendero en el que hay un mapa con varias rutas a seguir. Comimos allí unos sándwiches y luego nos calzamos las botas y nos adentramos a hacer una ruta. Caminamos durante casi dos horas alucinando con los frondosos bosques, los árboles caídos llenos de musgo, el río con un agua color dorado... Vimos algunas de las rocas famosas (como en la Ciudad Encantada de Cuenca). Fue una bonita excursión. Una vez de vuelta al coche, que por cierto habíamos dejado al sol y estaba a más de 40º, nos encaminamos hacia nuestro hotel de ese día, con la idea de pasar el resto de la tarde en alguna playa, pues el calor era cada vez mayor.
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Llegamos a Paimpol sobre las 17:30, al hotel La Marne. Por fuera es precioso y por dentro de los más lujosos de los que estuvimos (y lo valía, creo que fueron 80 euros los dos con desayuno). Nos pusimos el bañador y con la ayuda del GPS buscamos una playa cercana. La teníamos a solo 5 minutos en coche del hotel, llegamos y nos instalamos. Como allí sufren las mareas, muchas playas tienen como una especie de piscina natural, que se llena cuando las mareas están altas y mantienen el agua cuando éstas están bajas (como era el caso). El agua estaba fría, propia del Atlántico, pero el baño era obligado y nos refrescamos la mar de a gusto. Después de un buen rato en la playa, volvimos al hotel, nos duchamos y fuimos a visitar Paimpol. También nos gustó mucho, pero no tiene nada especial, su puerto, su iglesia... Cenamos en el puerto, en una terracita, nuestros primeros Moules frites (el entorno lo pedía a gritos), un plato de marisco variado al centro y un rape en salsa, todo riquísimo, regado de un vino blanco Muscadet. Nos quedamos como reyes, y de vuelta al hotel a descansar.
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Como íbamos por carreteras secundarias, íbamos pasando por pueblos pequeños con inmensos conjuntos parroquiales y calvarios del siglo XVI y gran importancia histórica, como por ejemplo, Pleyben. Es alucinante como pueblos tan pequeñitos, con apenas 300 habitantes tienen esas iglesias tan enormes presidiendo sus plazas.
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Este día teníamos que elegir entre Crozon o Huelgoat, pero como ya vimos el día anterior la Pointe du Raz y al día siguiente nos tocaba la costa de granito rosa, nos apetecía algo más de naturaleza boscosa, por cambiar. Así que fuimos al bosque de Huelgoat, con sus leyendas sobre el rey Arturo y preciosos paisajes de cuentos de hadas. Pasando el pueblo de Huelgoat, se llega a una especie de merendero en el que hay un mapa con varias rutas a seguir. Comimos allí unos sándwiches y luego nos calzamos las botas y nos adentramos a hacer una ruta. Caminamos durante casi dos horas alucinando con los frondosos bosques, los árboles caídos llenos de musgo, el río con un agua color dorado... Vimos algunas de las rocas famosas (como en la Ciudad Encantada de Cuenca). Fue una bonita excursión. Una vez de vuelta al coche, que por cierto habíamos dejado al sol y estaba a más de 40º, nos encaminamos hacia nuestro hotel de ese día, con la idea de pasar el resto de la tarde en alguna playa, pues el calor era cada vez mayor.
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Llegamos a Paimpol sobre las 17:30, al hotel La Marne. Por fuera es precioso y por dentro de los más lujosos de los que estuvimos (y lo valía, creo que fueron 80 euros los dos con desayuno). Nos pusimos el bañador y con la ayuda del GPS buscamos una playa cercana. La teníamos a solo 5 minutos en coche del hotel, llegamos y nos instalamos. Como allí sufren las mareas, muchas playas tienen como una especie de piscina natural, que se llena cuando las mareas están altas y mantienen el agua cuando éstas están bajas (como era el caso). El agua estaba fría, propia del Atlántico, pero el baño era obligado y nos refrescamos la mar de a gusto. Después de un buen rato en la playa, volvimos al hotel, nos duchamos y fuimos a visitar Paimpol. También nos gustó mucho, pero no tiene nada especial, su puerto, su iglesia... Cenamos en el puerto, en una terracita, nuestros primeros Moules frites (el entorno lo pedía a gritos), un plato de marisco variado al centro y un rape en salsa, todo riquísimo, regado de un vino blanco Muscadet. Nos quedamos como reyes, y de vuelta al hotel a descansar.
