En cosa de una hora llegamos desde Bamberg a Nuremberg. Ciudad desgraciadamente unida a la historia del nazismo, ya que aquí se celebraban los congresos del partido. Pero más conocida es aun por los famosos juicios de Nürnberg, donde se procesó a los dirigentes nazis tras la Segunda Guerra Mundial, lugar que hoy día puede ser visitado.
Pero la ciudad en si ofrece mucho más que eso. A pesar de que fue destruida en un 90% durante los bombardeos, toda la zona histórica está reconstruida, por lo que podemos admirar una ciudad medieval con mucha historia.
El centro histórico está rodeado por una muralla con foso del que cuentan que estaba habitado por cocodrilos, historia que no parece muy real, ya que es difícil imaginarse a estos animales viviendo en Alemania. El río Pegnitz la divide en dos barrios, el de artesanos en la orilla sur y el de la nobleza en la parte norte, comunicados por varios puentes medievales.
Entramos desde la zona sur del río y fuimos paseando entre una mezcla de casas modernas y antiguas, algunas de piedra y muchas de entramados de madera. Pero entre todos los edificios el que más destaca es la iglesia románica de San Lorenzo, con una impresionante portada con dos torres y un enorme rosetón.
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Cruzamos el puente hacia la zona alta y lo primero que nos encontramos es una llamativa escultura dedicada a La nave de los necios, una famosa sátira alemana del siglo XV que yo desde luego desconocía totalmente. La ciudad está llena de esculturas y fuentes, algunas bastante curiosas.
Continuamos hasta la plaza del mercado, hauptmarkt, donde ponen el típico mercado alemán al aire libre con frutas y verduras, quesos, vinos… se suelen encontrar productos de la zona y de buena calidad. Durante la época navideña el mercado cambia por el típico mercadillo navideño, siendo el de Núremberg uno de los más conocidos, en el que venden adornos, comida y el famoso glüwine, o vino caliente con especias.
A un lado de la plaza encontramos la Frauenkirche, o iglesia de nuestra señora, con una preciosa fachada gótica. Fue construida en el siglo XIV por el emperador Carlos IV, aunque fue gravemente dañada durante los bombardeos en la guerra y posteriormente reconstruida.
En su fachada destaca el carrillón que suena todos los días a las 12:00, representando la figura del emperador y los príncipes electores que se mueven alrededor.
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Al otro lado de la plaza está la fuente hermosa o Schöner Brunnen, también de estilo gótico, de hecho recuerda mucho a un pináculo o un chapitel de las iglesias góticas. Cuenta con unas 40 esculturas que representan el mundo del Sacro Imperio Romano: abajo la filosofía y las siete artes liberales, sobre ellas, los 4 evangelistas y los 4 padres de la iglesia, en el medio los siete príncipes electores y los nueve héroes. Arriba del todo, Moisés y los siete profetas.
La fuente está rodeada por una verja en la que hay dos anillos, uno dorado y otro negro. La leyenda dice que girando tres veces el negro las mujeres se quedarán embarazadas y girando el dorado se cumplirán nuestros deseos. Es bastante fácil encontrarlos, ya que siempre había cola para hacerlos girar.
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Seguimos paseando por el barrio, pasando por la iglesia de San Sebaldo, más sobria tanto en el interior como el exterior, al ser protestante, pero igualmente bonita.
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Finalmente llegamos al castillo, construido sobre una roca, por lo que desde allí tenemos unas vistas estupendas de toda la ciudad.
Éste se convirtió en residencia imperial tras su construcción en el siglo XI y durante los siglos se ha ido ampliando hasta que quedó en deshuso en el siglo XIX. Los nazis volvieron a darle vida y por supuesto fue destruido durante la guerra, tras la que ha vuelto a reconstruirse.
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Para comer en Nuremberg, lo hicimos en uno de los muchos restaurantes italianos que hay a cada paso, del cual no recuerdo el nombre, pero supongo que la mayoría ofrecen cartas y servicios similares. Si puedo decir que de precio fue muy barato, que ya es decir en una ciudad tan turística.
Por la tarde nos dirigimos a Rothenburg ob der Tauber, una preciosa ciudad medieval conocida por casi todos por ese aspecto de pueblo de cuento de hadas, además de ser probablemente el más famoso de la ruta romántica. Nosotros ya la habíamos visitado anteriormente, por lo que dedicamos la tarde a pasear un poco, sin entrar en los monumentos, y a relajarnos en una de sus cafeterías con riquísimos pasteles.
Al entrar en la ciudad vemos multitud de indicaciones de aparcamientos, generalmente gratuitos y junto a la muralla, por lo que dejar el coche es fácil y rápido. Las calles suelen llevarte a los alrededores de la plaza del mercado, por lo que perderse no es fácil, aunque es la mejor manera de disfrutar de cada uno de sus rincones.
Históricamente la zona más antigua de la ciudad son los jardines de su antiguo castillo, que datan del siglo XII. Fue ciudad imperial libre y fue creciendo como una de las más importantes de la región. Durante la etapa nazi fue declarada la ciudad donde mejor se cumplía el ideal nazi y más tarde, en su liberación, como todas las demás quedó gravemente destruida, aunque en este caso los ejércitos aliados tuvieron la consideración de no usar artillería, por lo que fue mucho lo que pudo salvarse y poco tiempo después reconstruirse.
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Nos dirigimos hacia la plaza del mercado, en la que al igual que en Nürnberg por las mañanas hay un mercado local y en invierno el típico mercado navideño.
Aquí encontramos el imponente edificio del ayuntamiento, con fachada renacentista y gótica, y junto a éste la oficina de turismo, en la que destacan sus distintos relojes de horas y días del mes. A las horas en punto, a cada lado del reloj se abren dos ventanas en las que aparecen dos figuras, una de ellas bebiendo una gran jarra de vino, representando la leyenda de un alcalde que para salvar al pueblo de la destrucción por parte de un conde, aceptó el reto de beberse un barril de más de tres litros de vino de un solo trago.
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Al otro lado de la plaza hay otro bonito edificio de entramados, la Marienaphoteke, una farmacia que lleva en activo desde 1.812, y junto a ésta la casa de baile y carnicería, nombre un poco raro que le viene de que en la primera planta solía haber una sala de baile y en la calle, bajo la arcada, se ponían los carniceros a vender su carne.
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Tomando la calle que sale a la derecha del ayuntamiento, llegamos al Burggarten, el jardín del castillo, éste destruido por un terremoto en el siglo XIV.
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Desde el jardín las vistas son fantásticas, podemos observar como la ciudad está construida en una plataforma que sobresale junto al río Tauber, de ahí su nombre, además de buena parte de la multitud de torres que forman parte de la muralla y algunas iglesias.
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En esta misma calle encontramos la tienda de Kate Wöhlfahrt. Si bien tienen más tiendas en otros pueblos, sobre todo en zonas turísticas, es aquí donde está la más grande y la que merece la pena visitar. Nada más entrar llegamos a un balcón desde donde podemos ver la tienda desde arriba, decorada como un pueblecito alemán con un árbol de navidad gigante en el medio. La tienda te transporta automáticamente a las fiestas, aun no siendo muy aficionada a ellas.
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Otro de los puntos clave es Plönlein, un cruce entre dos calles que es seguramente el lugar más fotografiado y conocido de la ciudad y parte de Alemania, ya que desde aquí tenemos vistas a dos torres con una preciosa casa de entramados entre ellas. Por cierto que si en el momento de hacer la foto miramos a nuestra derecha seguramente veamos una casa encantadora, con la puerta llena de plantas y montones de figuritas.
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Siguiendo por esta calle llegamos al Spital Bastion, una fortaleza del siglo XVI en la que también encontramos algunos edificios interesantes. Este es un buen punto para subir a la muralla y tener una buena panorámica de la ciudad.
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Otra calle con mucho encanto es la Rödergasse, que también sale de la plaza del mercado y se dirige a la Rödertor, una de las puertas más bonitas, pasando por otras puertas intermedias.
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A parte de sus calles, Rothenburg cuenta con varios lugares interesantes como son el museo de la tortura y otro dedicado a juguetes y muñecas. Es un pueblo pequeño, pero aquí se puede echar fácilmente un día entero.
Tras un rato de descanso en una buena pastelería y sin caer en la trampa de las Schneebälle, ese dulce típico de la zona que tiene forma de bola y está en todos los escaparates llamándonos para comprarlas, pero tiene mucha mejor pinta de lo que sabe, nos dirigimos a Wörnitz, a unos 20 Km. de Rothenburg.
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Allí teníamos reserva en una pequeña casa de campo, toda de madera y con una decoración bastante curiosa. Heidi, la dueña, fue muy agradable, nos recibió con globos en la puerta y nos invitó a unos riquísimos muffins caseros, aunque como estaban cenando no quisimos molestarles mucho; además ella y su marido hablan poco inglés y nuestro alemán no daba para conversaciones muy profundas, pero aun así conseguimos entendernos bastante bien y charlamos un rato.
La habitación estaba genial, mucho mejor de lo que se presenta en su anuncio, grande, limpia y cómoda, con incluso una sauna que no llegamos a utilizar. La única pena fue que era demasiado tarde para dar un paseo por el pueblo, sólo salimos para hacer algunas compras en el supermercado, aunque como estábamos muy casadas no echamos de menos el que allí no hubiera mucho más que hacer, ya que caímos fritas en seguida.
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