Empezamos el día disfrutando de otro de los lujos asiáticos que el camping te niega: una ducha para ti solo y nadie más. Desayunamos tranquilamente, nos despedimos del dueño en una mezcla de alemán-inglés-español-indi y cogemos el coche hasta la abadía. No hay ni rastro de las nubes del día anterior y hace muy buen día.
Es temprano, pero ya está lleno de autocares con montones y montones de visitantes. Sacamos las entradas (9€), con ella podemos visitar la abadía y los jardines, en los que destaca el Gartenpavillon, que aunque ha sido reconvertido en cafetería alberga en su interior extraordinarios frescos de temática oriental, muy exóticos en la época.
El edificio de la abadía es monumental, lleva en manos de los monjes benedictinos más de 900 años y que aún hoy en día continúan con su labor docente. Son de destacar el patio del prelado, la descomunal iglesia y sobre todo la impresionante biblioteca, con más de 85000 volúmenes en su haber y que es el lugar en el que Umberto Eco sitúa a un ya muy anciano Adso escribiendo el manuscrito que da lugar a su novela “El nombre de la rosa”. Intentamos hacer la visita por nuestra cuenta, pero resulta imposible, ya que está tan sumamente colapsada de grupos que tan pronto escapamos de uno, nos encontramos integrados en el siguiente, no resulta muy cómoda la visita en medio de tanto gentío.
Ya no nos queda nada más por ver, así que dejamos Melk y seguimos hacia Viena, con la intención de llegar antes de comer y aprovechar así toda la tarde.
Como era de esperar, por la autopista que nos lleva hasta viena circula muchísimo tráfico, aún así llegamos pronto y sin más contratiempos.
Tenemos varios cámpings apuntados, elegimos el Neue Donau. Buaff, es barato pero horrible, la zona de tiendas es un solar donde no hay ni una sombra, donde todo el mundo planta su tienda como y donde puede, sin importarle guardar una mínima distancia, digamos, de cortesía. (Así fue que una de las noches no pudimos pegar ojo por los ronquidos del tipo de la tienda de al lado). Otra cosa que tampoco nos gusta es que tienes que dejar el coche fuera del prado donde están las tiendas y no hay enganche de luz, si necesitas cargar la cámara, el móvil o cualquier otro aparato tienes que ir a la cocina o a los baños. Por cierto, la limpieza de estos últimos deja bastante que desear. Aún con todo esto, después de considerarlo un rato decidimos quedarnos, no nos apetece andar dando vueltas con el coche y los otros cámpings están más lejos del centro. Lo bueno que hay en este es la comunicación con el centro, a unos 10-15 minutos caminando hay una parada de metro que con solo un trasbordo nos lleva hasta el centro y como nada más pensamos ir al camping para dormir, pues tampoco es tanto el drama.
Preparamos cualquier cosa rápida para comer y marchar de allí lo más rápido posible. Llegamos a la estación de metro y compramos los abonos de transporte en la máquina expendedora. Pasamos un rato estudiando las diferentes opciones y al final nos decidimos por el ticket para una semana, cuesta 15,30€ y permite realizar viajes ilimitados en todas las líneas de metro, tranvía y autobús. Nos bajamos en la estación de metro del Dom, lo primero que vemos es la catedral de S. Stephans, impresionante por la altura de su aguja gótica y su tejado multicolor.
Esta tarde la dedicamos a recorrer el centro, pasamos casi 6 horas pateando, vemos el Graben, la Ópera, los numerosos teatros, la plaza Albertina, el burgganten con sus preciosos invernaderos construidos en hierro y cristal, al estilio de Les Halles, Sankt Peters Kirche, con una interesante fachada, los escasos vestigios de las antiguas murallas, la iglesia de los capuchinos, donde reposan los restos de la mayoría de los Habsburgo, damos un largo paseo por el Stat Park, y caminamos a lo largo del Ring admirando sus impresionantes edificios. También visitamos la iglesia de San Carlos Borromeo y las estaciones de metro diseñadas por Otto Wagner a finales del SXIX, que nos encantan. En toda la ciudad predomina el barroco, que junto con los numerosos palacios y edificios públicos le otorgan una marcada monumentalidad.
Empieza a oscurecer y volvemos al camping. Con resignación percibimos que además de las carencias que habíamos detectado al llegar, se le unen la cercanía del autopista y la vía férrea, por lo que nos despedimos de un descanso tranquilo. Además, una nube permanente de mosquitos nos acecha nada más poner un pie fuera de la tienda.
Es temprano, pero ya está lleno de autocares con montones y montones de visitantes. Sacamos las entradas (9€), con ella podemos visitar la abadía y los jardines, en los que destaca el Gartenpavillon, que aunque ha sido reconvertido en cafetería alberga en su interior extraordinarios frescos de temática oriental, muy exóticos en la época.
El edificio de la abadía es monumental, lleva en manos de los monjes benedictinos más de 900 años y que aún hoy en día continúan con su labor docente. Son de destacar el patio del prelado, la descomunal iglesia y sobre todo la impresionante biblioteca, con más de 85000 volúmenes en su haber y que es el lugar en el que Umberto Eco sitúa a un ya muy anciano Adso escribiendo el manuscrito que da lugar a su novela “El nombre de la rosa”. Intentamos hacer la visita por nuestra cuenta, pero resulta imposible, ya que está tan sumamente colapsada de grupos que tan pronto escapamos de uno, nos encontramos integrados en el siguiente, no resulta muy cómoda la visita en medio de tanto gentío.
Ya no nos queda nada más por ver, así que dejamos Melk y seguimos hacia Viena, con la intención de llegar antes de comer y aprovechar así toda la tarde.
Como era de esperar, por la autopista que nos lleva hasta viena circula muchísimo tráfico, aún así llegamos pronto y sin más contratiempos.
Tenemos varios cámpings apuntados, elegimos el Neue Donau. Buaff, es barato pero horrible, la zona de tiendas es un solar donde no hay ni una sombra, donde todo el mundo planta su tienda como y donde puede, sin importarle guardar una mínima distancia, digamos, de cortesía. (Así fue que una de las noches no pudimos pegar ojo por los ronquidos del tipo de la tienda de al lado). Otra cosa que tampoco nos gusta es que tienes que dejar el coche fuera del prado donde están las tiendas y no hay enganche de luz, si necesitas cargar la cámara, el móvil o cualquier otro aparato tienes que ir a la cocina o a los baños. Por cierto, la limpieza de estos últimos deja bastante que desear. Aún con todo esto, después de considerarlo un rato decidimos quedarnos, no nos apetece andar dando vueltas con el coche y los otros cámpings están más lejos del centro. Lo bueno que hay en este es la comunicación con el centro, a unos 10-15 minutos caminando hay una parada de metro que con solo un trasbordo nos lleva hasta el centro y como nada más pensamos ir al camping para dormir, pues tampoco es tanto el drama.
Preparamos cualquier cosa rápida para comer y marchar de allí lo más rápido posible. Llegamos a la estación de metro y compramos los abonos de transporte en la máquina expendedora. Pasamos un rato estudiando las diferentes opciones y al final nos decidimos por el ticket para una semana, cuesta 15,30€ y permite realizar viajes ilimitados en todas las líneas de metro, tranvía y autobús. Nos bajamos en la estación de metro del Dom, lo primero que vemos es la catedral de S. Stephans, impresionante por la altura de su aguja gótica y su tejado multicolor.
Esta tarde la dedicamos a recorrer el centro, pasamos casi 6 horas pateando, vemos el Graben, la Ópera, los numerosos teatros, la plaza Albertina, el burgganten con sus preciosos invernaderos construidos en hierro y cristal, al estilio de Les Halles, Sankt Peters Kirche, con una interesante fachada, los escasos vestigios de las antiguas murallas, la iglesia de los capuchinos, donde reposan los restos de la mayoría de los Habsburgo, damos un largo paseo por el Stat Park, y caminamos a lo largo del Ring admirando sus impresionantes edificios. También visitamos la iglesia de San Carlos Borromeo y las estaciones de metro diseñadas por Otto Wagner a finales del SXIX, que nos encantan. En toda la ciudad predomina el barroco, que junto con los numerosos palacios y edificios públicos le otorgan una marcada monumentalidad.
Empieza a oscurecer y volvemos al camping. Con resignación percibimos que además de las carencias que habíamos detectado al llegar, se le unen la cercanía del autopista y la vía férrea, por lo que nos despedimos de un descanso tranquilo. Además, una nube permanente de mosquitos nos acecha nada más poner un pie fuera de la tienda.