24 de octubre
Viajar al desierto de Danakil, en el noreste de Etiopia, es todavía hoy toda una aventura no apta para todos los públicos. Con una altitud de ciento cincuenta metros bajo el nivel del mar, en algunos de sus puntos, y unas temperaturas que rozan los 50ºC, pasa por ser uno de los lugares más inhóspitos de la tierra.
El tiempo y el espacio cobran una nueva dimensión en este recóndito lugar del planeta; desde Mekele emprendemos un viaje de un día, para recorrer los ciento cincuenta kilómetros de pistas imposibles que nos separan de Hamd Ela, un asentamiento Afar de no más de unas decenas de chozas construidas con palos y esteras, que será nuestro campamento base en el desierto. Es imprescindible llevar al menos dos todoterreno y acarrear todo el combustible y provisiones necesarias, ya que no hay ningún tipo de infraestructura en la zona.
Uno de los todoterreno se adelanta hasta Brahaile, a setenta kilómetros de Mekele para ir solicitando los permisos necesarios de acceso al Danakil, y contratar los guardias Afar y un guía local , Dereze, que nos acompañará durante toda nuestra estancia en la zona.

Tardamos casi seis horas en llegar a Brahaile, donde paramos a comer y nos reencontramos con Zelalem y Manuel, el conductor del segundo todoterreno. El calor es ya insoportable, y todavía nos faltaba lo peor, cuatro horas dando tumbos en el todoterreno, para recorrer cincuenta kilómetros, por una pista de rocas y polvo, que nos separan de Hamed Ela,. Llegamos de noche agotados, y después de una frugal cena nos acostamos en unas esteras al aire libre, donde gracias al viento, el calor es más soportable que en el interior de la cabaña.

25 de octubre
Antes del amanecer ya estamos en marcha, en cuanto conectan el generador del “bar” y se levantan los guardias, que duermen a nuestro lado, ya no hay quien pare. Enseguida empieza el desfile de la gente del poblado al wc, que no es otro que la inmensidad del desierto, ni un arbusto o roca que te permita algo de intimidad, sólo caminar lo suficientemente lejos para no ser distinguido desde el campamento. La ducha es una estera sujeta con palos y una piedra plana en el suelo, se recomienda coger la manta de Egyptair que va muy bien a modo de cortina. El agua para el aseo y la comida es ligeramente salada y la extraen de un pozo cerca del poblado, gracias a ello no nos faltó nunca para darnos una duchita (africana), incluso en la base del volcán.
Después de un impresionante desayuno a base de tortilla de patata preparada por Zelalem, salimos hacia el Dallol, a veinticinco Kilómetros al norte de Hamd Ela. Nos acompañan, cuatro guardias armados, dos de ellos militares y otros dos policías, además de Abdella, nuestro guía local en el Dallol y jefe de policía de la zona, Dereze y nuestros guías y conductores habituales, en total diez acompañantes para tres pelagatos, como nosotros, casi una pequeña empresa.
Situado en plena falla del Rift, es considerado por los geólogos un mar en formación, amenazado nada menos con ser sepultado algún día por las aguas del mar rojo. El trayecto es bastante cómodo, a través de pistas de arena reseca y cuarteada por el sol.

De pronto nos topamos con una larguísima caravana de camellos que se dirige a la salina, el espectáculo es increíble.

El último tramo hay que hacerlo a pié, así que dejamos los todoterreno en mitad de la nada y partimos escoltados por los guardias, que se toman muy en serio su trabajo, cubriendo todo el territorio, dos por cada lado y Abdella, armado también, a nuestro lado dirigiendo nuestros pasos.
Ante nuestros ojos se abre un espectáculo sorprendente. Lagos de sulfuro y azufre de increíbles tonalidades verdes y amarillas, frágiles formaciones calcáreas y géiseres humeantes. En esta zona la corteza terrestre es tan fina que se hunde en algunos puntos, por lo que es necesario ir acompañado de un guía local experimentado para evitar sorpresas. Realmente es imposible mantenerse insensible ante semejante despliegue de colores, texturas y sonidos procedentes del mismísimo corazón de la tierra, que hacen que te sientas transportado a otro planeta.





A las 9 de la mañana el calor va en aumento, estamos a más de cuarenta y cinco grados y sudamos por cada poro, pero todo merece la pena por tener la oportunidad de pisar Venus.
Regresamos hasta los coches y salimos con dirección a la salina, donde los Afar, que en su lengua significa “los mejores”, “los primeros” se han dedicado desde tiempos inmemoriales a la extracción de la sal o “amole”, utilizada como moneda de cambio en la antigüedad, y que todavía hoy arrancan al desierto con picos y palos. Un trabajo duro que forja hombres duros al igual que su entorno y que, sin embargo, nos sorprenden por su generosidad al compartir con nosotros su pan. La sal es cortada en lingotes cuadrados y cargada a lomos de sus animales, para regresar recorriendo durante días las antiguas rutas, hasta llegar a Mekele para su comercialización, formando caravanas de cientos de camellos.



De camino a la salina, paramos en un lago de no sé qué extraño líquido de un color amoratado, con emanaciones de gas que forman pequeños surtidores. Se nota que estamos cerca del centro de la tierra.


Llegamos sobre las 11h al campamento, a esta hora el calor te paraliza; no puedo menos de pensar en los trabajadores Afar en la salina bajo aquel sol abrasador. Después de comer y descansar un poco vamos al encuentro de la caravana, que pasa todos los días por Hamd Ela sobre las cuatro de la tarde, en su camino hacia Brahaile y Mekele. A diferencia de lo que nos habían contado de los Afar, una vez más nos sorprenden sus sonrisas al toparse con nuestras cámaras, después de haber estado trabajando en semejantes condiciones todo el día, y el trayecto que aún deben recorrer hasta llegar a su destino.


26 y 27 de octubre
Salimos de madrugada hacia el Ertale, activo desde 1967, y el único volcán del planeta que mantiene en su cráter un lago de lava permanente. Llegar hasta allí no es tarea fácil, catorce kilómetros infernales nos separan de su base, primero atravesamos una zona de arena, en la que nos quedamos atascados en varias ocasiones con ambos coches, y después otra de roca volcánica, en la que es muy fácil destrozar los neumáticos, este es uno de los motivos por los que dos todoterreno se hacen imprescindibles
Hacemos un alto en el camino antes de abandonar la zona arenosa para comer algo y contratar los camellos que portearán todo lo necesario para subir al volcán. La negociación fue dura, que si es necesario un guardia más, que si un camello o dos, en fin, que estuvimos esperando más de tres horas en un guariche con techo de hojalata en mitad del desierto, a más de cuarenta grados sin una sola brizna de aire, tratando de mantener la calma y moviéndonos lo menos posible para sudar sólo lo estrictamente necesario. Finalmente nos ponemos nuevamente en marcha, con un guardia más en la expedición; los camellos y sus cuidadores nos seguirían y se encontrarían con nosotros después, en la base del volcán.


Llegamos sobre las seis de la tarde al campamento, gracias a Zelalem que llevó agua en botellas pudimos quitarnos el polvo del camino, es increíble la poca cantidad de agua que se necesita para ducharse, un litro escaso, y la que derrochamos aquí. Esperamos a que anocheciera, debido a las altas temperaturas, para iniciar a pie el ascenso a la cima del volcán, a 610m. de altura, con la única luz de nuestros frontales y el resplandor rojizo de la lava en la lejanía. Nos acompañan a la cima, nuestro guía Zewge, Dereze, un guardia local, dos camellos y sus cuidadores, el resto espera nuestro regreso en la falda de la montaña.
La pendiente es suave, pero después de todo el día de viaje, la ascensión de tres horas y media nos deja exhaustos. En una pequeña explanada a pocos metros del cráter, intentamos dormir unas horas antes de asaltar el último tramo. Antes de las cuatro de la mañana dejamos nuestros sacos, a esta altura el viento es un poco más fresco, y bajamos por un camino que parece más complicado de lo que en realidad es a la luz del día, hacia la boca del volcán. De pronto la caldera y el resplandor de la lava incandescente se abre ante nuestros ojos; es sobrecogedor. Mientras nosotros hacemos miles de fotos, Dereze y el otro guardia, aprovechan para dormir un poco más hasta la salida del sol, acurrucados entre las rocas. Ver amanecer en la cima del Erta Ale es una experiencia que difícilmente podremos olvidar.



Con la luz del día podemos ver el mar de lava negra que nos rodea, Dereze nos apremia para volver lo antes posible, antes de que el sol comience a calentar. A las nueve de la mañana el calor es implacable, para mí este sería uno de los momentos más duros, la última media hora de bajada se me hizo eterna, pero nos esperaba una maravillosa recompensa a nuestra llegada, un poco de sombra bajo un tendejón, que el resto de los miembros de la expedición había montado con una lona entre los coches, y un fantástico desayuno. Realmente no nos habíamos dado cuenta de lo hambrientos que estábamos hasta ese momento. Pero no hay mucho más tiempo para descansar, de nuevo un duro viaje nos espera antes de regresar a Hamd Ela, que después de la experiencia del volcán nos parece el paraíso.

