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Suena el despertador a las 7:30h, otra vez. Como de costumbre cumplimos con toda la rutina y salimos del hotel a eso de las 8:10h. Hoy tenemos reserva para subir al pedestal de la Estatua de la Libertad a las 9:00h. Intentamos reservar para poder subir a la corona, pero hay que hacerlo con 3 meses de antelación, y no he podido preparar el viaje tan pronto. La única compañía que tramita los billetes para ascender es Statuecruises.com, que tiene su oficina en el Clinton Castle, en Battery Park. Para ascender al pedestal, el precio es de 18 $ por cabeza.
Tomamos el metro, cualquiera de la línea verde (4, 5, 6) con dirección Downtown. Nos apeamos en la estación de Bowling Green, y avanzamos con decisión hacia el Clinton Castle. Intentamos canjear nuestras reservas por billetes pero nos informan que éstas son efectivamente nuestras tarjetas de embarque, por lo que nos dirigimos al muelle, realmente cerca del fuerte. Pasamos un nuevo control de seguridad, arcos, y eventual cacheo y podemos acceder a la embarcación. No me puedo creer el balance lateral que manifiesta en este momento este barco. ¡Pero si no hay oleaje! ¡¿Por qué se mueve así?!
Embarcamos y la verdad es que el balance parecía mayor desde fuera de lo que finalmente ha sido. Nos situamos en la cubierta superior, sin necesidad de buscar asiento puesto que el trayecto es muy corto. Una pena que el cielo esté tan encapotado, pero por lo menos la atmósfera parece más clara que en otros momentos. El smog fotoquímico no se ha concentrado aún a estas horas y se puede ver más o menos lejos con bastante nitidez.
El barco zarpa a eso de las 9:00h y en seguida nos aproximamos a Ellis Island. En otro parpadeo estamos en Liberty Island y casi podemos tocar la Estatua. Es preciosa. LA ESTATUA DE LA LIBERTAD. Probablemente, el símbolo más representativo de este país. Llueven las fotos desde el primer momento en que aparece a la vista, hasta llegar al muelle de amarre en la isla. No sé como el barco no vuelca puesto que todo el pasaje se concentra y arremolina en la borda de estribor, ja ja ja (esto lo he visto en algún sitio…).
Desembarcamos y comprobamos que somos los primeros en llegar. ¡Qué bien! La isla para nosotros los primeros. Avanzamos y nos entregan una audioguía en español, incluida en el precio. Puedo afirmar que es la audioguía más aburrida que he oído en mi vida por lo que la apago al cabo de poco tiempo. Llegamos al control de billetes y después de alquilar una taquilla (no dejan entrar con mochilas), por 2 $ por un total de 3 horas, más que suficiente. Y estamos dentro. LA ESTATUA.
Regalada por el Estado francés a EEUU para conmemorar el centenario de la independencia estadounidense, se termina de ensamblar 10 años más tarde que el centenario de la Declaración de Independencia, en 1886. Hecha de cobre a partir de un diseño de Frédéric Auguste Bartholdi, es por esto que la Estatua presenta ese color verde tan característico, por la oxidación de este material en contacto con el oxígeno. El conjunto está sustentado por una estructura diseñada por Gustave Eiffel, toda una innovación de la época. La Libertad iluminando al mundo fue diseñada en un comienzo como un faro, y para el diseño de su cara parece que Bartholdi se inspiró en su madre. El la tablilla que sujeta con la mano izquierda aparece la fecha de la Declaración de Independencia, y en la mano derecha sujeta una antorcha a la que se podía acceder hasta los años 80. La corona proyecta 7 rayos, tantos como océanos se consideraban en el mundo.
Llegamos al ascensor que nos acerca a la terraza del pedestal tenemos que esperar un rato antes de subir. Los últimos 3 pisos hay que subirlos por las escaleras. Por fin salimos al exterior y tenemos delante de nosotros una buena panorámica de toda la bahía. Estamos más o menos a 50 metros de altura pero las vistas no son nada malas. Alzando la vista, la Estatua parece inmensa.
Comenzamos a descender terraza tras terraza hasta alcanzar el nivel del Fuerte Wood, sobre el que se sustenta la estatua. Desde aquí, la mejor perspectiva que se puede obtener del monumento. Lo he visto en centenares de ocasiones en mi vida pero nada como verlo en directo. Las mejores vistas no se obtienen, ni de lejos, desde el Ferry de Staten Island, como tantas veces he oído. Merece la pena cada minuto invertido en venir hasta aquí.
Terminamos bajando al nivel de suelo y entramos al museo antes de salir. Una pequeña y muy interesante exposición donde se puede ver la antorcha original, sustituida por problemas de corrosión, una réplica a escala real del rostro, diferentes maquetas y una serie de paneles muy instructivos sobre el proceso de diseño y fabricación.
Una vez fuera aprovechamos para dar una vuelta alrededor de la isla y obtener la inmensa gama de perspectivas de la Estatua.
Acto seguido tomamos el Ferry, que está a punto de zarpar rumbo a Ellis Island. Tardamos menos de 5 minutos en llegar. Nos apeamos justo delante del Edificio principal, que alberga el interesantísimo Museo de la Emigración. Ellis Island fue la principal puerta de entrada a EEUU desde finales del s. XIX hasta mediados de los años 50. Por aquí pasaron aproximadamente 12 millones de inmigrantes que eran atendidos por varios miles de funcionarios durante su estancia. La gente llegaba a la sala de recepción y era canalizada a la sala de registro en el primer piso. Después de su registro, se les practicaba un examen médico y psicológico somero. Si se detectaba algún problema, se les marcaba con tiza en la solapa una inicial relacionada con el problema médico sospechado (E relacionado con eyes, ojos) y se les practicaba otro examen médico mucho más exhaustivo. Para entrar, además se debía de poseer cierta cantidad de dinero y si no se cumplían todos los requisitos debían aguardar sesión de un tribunal especial de la isla, donde podrían declarar familiares o amigos. Finalmente eran aceptados o deportados. Su estancia en la isla era sufragada por la naviera de turno, coste integrado en el precio del pasaje.
Después de una vuelta sumamente interesante por la isla, decidimos tomar el ferry de vuelta a Manhattan, donde llegamos más o menos a las 13:30h. Al llegar, unos muchachos se preparan para espectáculo de street dance en medio del Battery Park, por lo que nos quedamos a verlo. Comienzan a moverse muy espectacularmente y después de unos minutos terminan y hacen como que van a hacer un gran final, para lo que realizan una recolecta entre el público. Les suelto 5 $ y al final, nada de nada. Tonterías. Hubiera sido mejor haberse quedado con los bailes del comienzo y marcharse cuando empezaron con tonterías.
Nos desplazamos al sur, a la estación de metro de South Ferry Loop y tomamos la línea 1 (roja) hacia el uptown, deteniéndonos en la estación de Chambers Street. Hemos llegado a Tribeca, acrónimo de triangle below Canal Street (triángulo debajo de Canal Street), zona que sustituyó al Soho como ambiente bohemio y artístico. Empezamos nuestro recorrido por Tribeca desplazándonos al oeste por Chambers Street hasta Washington Market Park, antiguo mercado hoy transformado en parque, subimos por Greenwich Street hacia el norte y torcemos hacia el este por Duane Street, llegando al pequeñísimo Duane Park, por detrás del cual sobresale el Western Union Building, inmenso mamotreto de ladrillo levantado durante los años 20. Su descomunal tamaño capta poderosamente mi atención.
Ascendemos hacia el norte por Hudson St y comienzan a apreciarse los primeros ejemplos de arquitectura Cast-Iron, edificios con fachadas que incluyen elementos estructurales y ornamentales de hierro, que fueron utilizados en el pasado como sedes de industrias. Comienzan a aparecer muchas calles levantadas, en obras. Nuestra intención es meternos por Leonard St pero está intransitable. Decidimos torcer a la derecha en Franklin Street, y subir por West Broadway. Giramos al oeste en North Moore St y en el cruce con Varick St aparece la estación de bomberos Hook & Ladder 8, el “Cuartel General de los Cazafantasmas”. De nuevo me emociono ante un icono cinematográfico de mi infancia. El portón está abierto y se puede ver, colgada en la pared izquierda un gran logo de la película “Cazafantasmas 2”. Después de derramar un par de lagrimitas retrocedemos hasta West Broadway por donde ascendemos con sentido norte, atravesamos el Tribeca Park, junto al cual se levanta el magnífico nº 32 de la Avenida de las Américas, otro mamotreto de ladrillo, y continuamos ascendiendo hasta encontrarnos con Canal St.
Canal St es una calle que sigue el trazado de un antiguo canal de aguas residuales y constituye la médula espinal de Chinatown, que comienza en el cruce con Lafayette St. Ni los edificios, ni el trazado de las calles ha cambiado nada respecto a lo visto en Tribeca, pero todo se ha llenado de carteles luminosos muy coloridos, y los pictogramas chinos se extienden por todas partes. Me llama la atención un MacDonald’s con pictogramas chinos debajo de los famosos arcos dorados. Hay mucho movimiento por todas partes. Se improvisa un mercadillo en cada esquina. Las tiendas son muy variadas y las pescaderías venden un pescado fresquísimo, tanto que está vivo, en estanques. Las mayores almejas que haya visto en mi vida, como mi puño.
Descendemos por Mulberry Street, y más de lo mismo. Los mismos edificios con sus escaleras de incendios y los carteles chinos por doquier. Llegamos a Columbus Park, y nos reciben un par de músicos callejeros con un Erhu o violín chino, intentando sacar unos dólares. Una mujer nos sonríe mientras acompaña el ritmo de la música con un suave movimiento de cabeza. Dentro del parque hay mucha gente, muchos de los cuales se agolpan alrededor de unas cuantas mesas a seguir la partida de xiangqi o ajedrez chino. Durante unos instantes miro uno de los tableros donde todas las fichas están identificadas con caracteres chinos, pero no entiendo muy bien qué es lo que hacen. Pero el nivel de concentración es altísimo.
Cruzamos a través de Bayard St hasta la vecina Mott St, auténtico corazón de Chinatown. Bajamos por Mott St hasta Pell St, por donde llegamos a Doyers St, también llamado The Bloody Angle. Debido a lo angosto de la calle la curva que traza deja poca visibilidad por lo que es especialmente buen lugar para una emboscada. Y se llevaron a cabo muchas, casi todos los días durante la época de mayor esplendor de las familias mafiosas. Salimos a la Confucius Plaza y damos la vuelta por Chatham Square y volvemos a ascender hacia el norte por Mott St.
Ya es tarde y tenemos bastante hambre. Estando donde estamos nos planteamos comida china o italiana en Little Italy. Gana la primera opción y comenzamos a buscar. Descubrimos un local no muy grande en el que están comiendo chinos. Y ahí nos metemos. Se trata del Wonton Noodle Garden en el nº 56 de Mott St. Es pequeño y no muy elegante. La cocina se sitúa a la vista justo al lado de la entrada. Las cartas son muy visuales, incluyendo todo tipo de fotos. Nos traen unos vasos de delicioso té, cortesía de la casa. Tenemos sed y apetece mucho en este momento. Tardamos bastante en decidir, y tardan bastante en atendernos. Yo me pido la sopa de wontons (saquitos de pasta de arroz rellenos de cerdo y gambas), con fideos de arroz gruesos y pato asado. Me traen un enorme bol de deliciosa sopa con cierto gusto a pimienta llena de cosas sabrosísimas. Se trata de la mejor comida china que he probado. Muchísimo mejor que la porquería que sirven en España. Casi no puedo terminármela. Pedimos más agua y nos vuelven a traer té. Me parece genial. El coste final ha sido unos 13 $ por cabeza, impuestos y servicio incluidos. Relación calidad precio alta.
Al salir seguimos avanzando hacia el norte, y al llegar a Hester St, torcemos hacia el oeste, momento en el que un letrero de color blanco que reza Little Italy nos saluda. Avanzamos hacia Mulberry St. Enfilamos hacia el norte pasando por delante del restaurante Da Gennaro. Esto es totalmente diferente a Chinatown. Las calles rebosan locales muy cuidados con mobiliario elegante y parterres de flores. Varias personas nos invitan a ojear la carta pero llegan demasiado tarde. Casi llegamos hasta aquí rodando. Ciertamente es un lugar agradable para pasear. Seguimos hacia el norte.
Al llegar al lugar, una desagradable sorpresa. Me asomo y lo que veo me parece una pamplinada, no tiene nada que ver con el decorado de la serie. Tienen un sofá puesto contra un vinilo que recrea la imagen del bar y te hacen fotos que sin duda tendrás que pagar a peso de oro. Y digo que únicamente me asomo porque, para entrar hay una cola que da la vuelta a la manzana. Creía que era fan de la serie pero lo que he visto no me hace ni pizca de gracia y decido no perder mi valioso tiempo en tal espera. Mi gozo en un pozo.
Damos la vuelta a la manzana y retrocedemos a Mulberry St a través de Kenmare St. Seguimos avanzando hacia el norte por lo que ya podríamos denominar Nolita, acrónimo de North of Little Italy. Un poco más arriba llegamos a la San Patrick’s Old Cathedral, poco antes de llegar a Houston St.
Avanzamos hasta Broadway y ante nosotros, hacia el sur se extiende el Soho, acrónimo de South of Houston St (Hay que ver como les gustan los acrónimos a los neoyorkinos), magnífico ejemplo de rehabilitación de edificios y lofts industriales en estilo Cast-iron. Bajamos por Broadway, donde existe una enorme cantidad de tiendas de moda y no podemos evitar entrar en algunas de ellas: La tienda Levi’s, American Eagle Outfitters, Billabong,… Un poco más adelante entramos en la tienda Converse para cotillear un poco. A la entrada, una enorme bandera yanqui construida solo con zapatillas. Por cierto, unas zapatillas de último modelo cuestan 75 $, y por algo más puedes customizarlas según tu propio diseño.
En la esquina de Broadway con Prince St, se sitúa una de las tiendas de Prada y no podemos resistirnos a entrar. El recibimiento por parte del relaciones públicas es sencillamente excepcional, el interior simplemente soberbio. Entre medias un par de zapatos de 800 $ o un bolso de 900 $ no terminan de tentarnos lo suficientemente. A la salida insisten en abrirnos la puerta.
En Broadway no podemos dejar de admirar el Little Singer Building, maravilloso ejemplo de arquitectura Cast- iron. De principios del s. XX, destinado en parte a oficinas y en parte a fabricación ha corrido mejor suerte que su hermano mayor, el Edificio Singer, que un día fue el edificio más alto del mundo y finalmente fue demolido en 1967.
Avanzamos por Prince St, hasta Greene St, donde visitamos la tienda Camper. Bajamos por la preciosa Greene St hacia el sur, corazón del Soho, admirando los inmuebles de la calle y soñando con tener en propiedad alguno de ellos, ja ja ja. Tiendas de lujo se suceden ante nuestros ojos. Pasamos por delante del King of Greene St, y más adelante el Queen of Greene St.
Llegamos a Canal St., de nuevo, y avanzamos hasta West Broadway por donde ascendemos hacia el norte, donde vemos una graciosa tienda. What goes around comes around, una tienda Vintage donde encontrar todo tipo de objetos de segunda mano en muy buen estado, eso sí, duplicando su precio original. ¡Hay qué ver cómo se ha puesto lo viejo!
Al llegar a Broome St. torcemos hacia el este. Avanzamos un poco y vemos bastante movimiento en un local, el 459 de Broome St., correspondiente a una tienda llamada Purl Soho, en la que básicamente venden retales y lanas. Una mujer charla animosamente detrás del mostrador mientras ovilla lana. Curioso, pero todo el mundo tiene un vaso de vino en la mano y más parece un acto social que una tienda. Preguntamos y nos dicen que se está presentando un libro en la tienda y nos invitan a un vaso de vino. Declinamos la oferta por pudor y salimos, no sin antes satisfacer el interés de parte de nuestro grupo relacionado con las telas.
Un poco más adelante se sitúa el extraño nº 451 de Broome St. un extraño inmueble de los años 20. En la esquina contraria, en el mismo cruce se sitúa el elegantísimo Haughwout Building, el primer edificio en el mundo en tener ascensor.
Avanzamos hasta la Centre Market Place, donde llama la atención uno de esos aparcamientos en altura que hay por toda la ciudad. Estructuras de varios pisos para aparcar los coches con el máximo aprovechamiento del espacio, que en esta ciudad vale su peso en oro. Enlazamos con Baxter St. y llegamos a Canal St. Avanzamos hasta el Bowery por donde ascendemos. Más negocios chinos que se están extendiendo hacia el Lower East Side, donde llegamos tras enlazar con Grand Street. Ya es de noche y nos encontramos con bastante gente tomando una copa en la enorme multitud de locales que hay por esta zona.
Ascendemos por Orchard St. y dejamos atrás el famoso Dressing Room Bar & Boutique. Como éste pasamos por docenas de locales, muy agradables y con mucho ambiente, la verdad, aunque todos diferentes. Nos vamos acercando a nuestro objetivo en Houston St. Estamos cansados y tenemos hambre y finalmente llegamos a Katz’s Deli, el hogar del supuesto mejor pastrami, de la ciudad. Al entrar te dan un pequeño recibo que actúa como tu cuenta en el local. Lo que pidas te lo anotan en la cuenta y aunque no pidas nada te la piden al final como comprobante, para demostrar que no has consumido nada. No sé si será el mejor pastrami de la ciudad pero seguro que es el más caro. 18 $ pasados por un sándwich de carne, bastante bien cundido, eso sí. Como es para cenar compartimos uno para dos personas. ¿A ver qué tal está? Delicioso. La carne está muy bien cocinada y se deshace en la boca. Además es mucho más jugoso de lo que hubiera sospechado en inicio. El toque de mostaza le sienta estupendamente, y la cerveza de Brooklyn le añade el último toque. Excelente. Ha merecido la pena venir hasta aquí aunque sólo haya sido por eso.
El garito es un poco cutre, empezando por la iluminación, excesivamente blanca. Mesas de formica y sillas a juego. Un mostrador enorme nos indica el pasado charcutero del lugar. Las paredes están tapizadas de fotos del personal con famosos que han venido a paladear los deliciosos sándwiches. A pesar de todo uno se encuentra cómodo, en un ambiente bastante distendido. En el centro de la sala un cartel pende del techo sobre una mesa en particular, indicando dónde “Harry encontró a Sally” y su excelente fingimiento de un orgasmo.
Finalmente, y después de un buen rato abandonamos el local y con el cansancio como compañero nos volvemos al hotel con la promesa de volver al Lower East Side en un breve espacio de tiempo.
Continuará.
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