Nos levantamos a las 8:00h, nos duchamos y dejamos las maletas ya preparadas. Bajamos a desayunar, esta vez huevos fritos, bacon, tomates cherry, queso, yogur con fruta, leche y zumo. Al subir cerramos las maletas y las envolvimos con el film que compramos en Xi’an, pero se acabó así que la mía quedó un poco escasa. En cada vuelo interno que hicimos filmamos las maletas por seguridad, porque en caso de algún problema, a ver quién se entiende con ellos. Para ello comprábamos en el súper un rollo o dos de papel film.
A las 10.30h vino a recogernos José, el guía, y nos llevó a la Gruta de la Flauta de Caña, situada al pie de la colina Guangming, a las afueras de Guilin. Se trata de una cueva de piedra caliza, de origen kárstico, que cuenta con un recorrido de medio kilómetro y 240 metros de profundidad. Quizás lo que la hace más especial es el espectáculo de luces que resalta aún más las figuras que se han ido formando a lo largo de más de 500.000 años.
El nombre de la cueva viene por la tradición de fabricar flautas con las cañas de bambú que crecen en las laderas que rodean la entrada de la gruta. Por lo que nos explicaron durante la II Guerra Mundial la cueva sirvió como refugio para muchos civiles.
Vimos numerosas estalactitas, estalagmitas, un pequeño lago en su interior y numerosas figuras con formas varias: león, ancianos, elefantes, frutas, etc., sólo hay que dejar volar la imaginación.
Al salir el bus nos llevó al aeropuerto. José nos ayudó a facturar y una vez acabado el proceso nos despedimos de él. Pasamos a la zona aire y allí compramos algo de comer: patatas fritas, galletas de flores, té frío, té con leche frío (buenísimo) y Pelayo cogió un cubo de noodles al que hay que añadir agua caliente y un sobre de salsa que viene dentro. Como parece ser que los chinos lo usan mucho, en el aeropuerto había varios puestos de agua fría y caliente para servirse los pasajeros. Para beber agua fría dejan, en vez de vasos de plástico, una especie de mini sobres de papel por los que parece imposible poder beber. Los noodles no estaban malos pero, aprovechando que yo no tenía mucha hambre, tomé sólo unas pocas patatas fritas y una galleta.
A las 14.30 h embarcamos y al cabo de media hora despegamos. Pelayo y yo nos dormimos enseguida. Las azafatas nos sirvieron al rato una caja de comida muy bonita por fuera pero muy vacía por dentro: sólo tenía un bollo de pan, una especie de sobao, tres trozos de piña y un sobre de tubérculos al vacío de esos que saben tan raro. Para beber pedimos leche de coco que llevaban en tetra-bricks y estaba buenísima.
Tras una hora y cuarenta y cinco minutos de vuelo, aterrizamos en Hangzhou, donde nos recibió la guía. Se llamaba Lucrecia y no hablaba nada bien español, además de estar empanada perdida y tener sólo 22 años.
El bus nos llevó al Grand Metro Park Hotel. Como no nos entendíamos con la guía, yo fui a recepción a pedir un mapa, para que me señalaran dónde estaba el hotel y qué podíamos visitar en la ciudad, pero tampoco hablaban inglés en el hotel…Al menos conseguí por gestos que me indicaran más o menos dónde estaba el hotel en el mapa.
Subimos a dejar las maletas, me duché rápidamente, pues no paramos de sudar en todo el día debido a la gran humedad, y salimos los cuatro a dar una vuelta. Caminamos hasta el famoso lago, que es muy bonito; tiene varias pagodas en la orilla y una dentro del agua, además había un espectáculo de agua, luces y música cuando llegamos. La humedad era insoportable, yo sudaba a chorros, parecía que me estaba derritiendo.
Hangzhou, 杭州, es la capital de la provincia de Zhejiang y está situada a la orilla del río Qiantang. En su parte occidental se encuentra el Lago del Oeste y en ella acaba el Gran Canal. Fue capital durante la dinastía Song. Los chinos tienen un refrán que dice “En el cielo está el paraíso, en la tierra, Suzhou y Hangzhou”, pues para ellos estas ciudades son una maravilla. Marco Polo la visitó en el s.XIII y dijo que era “la ciudad más elegante y suntuosa del mundo”. A mí me gustó pero no me pareció para tanto...
La principal atracción de Hangzhou es el Lago del Oeste, que cuenta con varios puentes de piedra, cuatro islas (sólo una es natural). Una de ellas es muy conocida, se llama isla de la Luna Reflejada en las Tres pagodas y sólo se puede acceder a ella en barco.
Pasamos por varias tiendas de coches de lujo, Zara (donde Javi se compró un pantalón, bastante más caro que en España), mercadillos (donde venden gafas sin cristales, pues es la moda en China actualmente, y lentillas de colores).
Sobre las 20:00h nos entró el hambre y entramos en un restaurante chino que había cerca del hotel. Sólo chapurreaban algo de inglés dos de los camareros, los más jóvenes, y fue una auténtica aventura entenderse con ellos para pedir la comida. Usamos el chino, el inglés, señas, dibujos en plan pictionary (ellos dibujaban muy mal y no entendíamos), los ideogramas que había copiado yo de internet en una libreta antes de empezar el viaje…Parecía aquello un programa de la tele. Mientras, un viejo muy sonriente no paraba de servirnos té, diciendo OK todo el rato.
Al final comimos noodles con ternera, tofu con setas blancas enanas, pato con salsa dulce (similar a mermelada), arroz, ternera en salsa de canela, creemos que rabo de algún bicho y gambas (éstas venían en un plato con un potingue en el medio que todos probamos y los camareros vinieron enseguida a decir que era sal coloreada para adornar, que no era para comer, qué brutos somos...).
Para beber pedimos 4 cervezas. Estaba todo buenísimo y pagamos entre todos 268Y, una ganga. Al salir compramos un helado en la tienda de al lado, un cono de chocolate y nata.
Volvimos para el hotel y tomaron algo en la cafetería (yo no porque estaba muy llena) hasta las 23.30h.
A las 10.30h vino a recogernos José, el guía, y nos llevó a la Gruta de la Flauta de Caña, situada al pie de la colina Guangming, a las afueras de Guilin. Se trata de una cueva de piedra caliza, de origen kárstico, que cuenta con un recorrido de medio kilómetro y 240 metros de profundidad. Quizás lo que la hace más especial es el espectáculo de luces que resalta aún más las figuras que se han ido formando a lo largo de más de 500.000 años.
El nombre de la cueva viene por la tradición de fabricar flautas con las cañas de bambú que crecen en las laderas que rodean la entrada de la gruta. Por lo que nos explicaron durante la II Guerra Mundial la cueva sirvió como refugio para muchos civiles.
Vimos numerosas estalactitas, estalagmitas, un pequeño lago en su interior y numerosas figuras con formas varias: león, ancianos, elefantes, frutas, etc., sólo hay que dejar volar la imaginación.
Al salir el bus nos llevó al aeropuerto. José nos ayudó a facturar y una vez acabado el proceso nos despedimos de él. Pasamos a la zona aire y allí compramos algo de comer: patatas fritas, galletas de flores, té frío, té con leche frío (buenísimo) y Pelayo cogió un cubo de noodles al que hay que añadir agua caliente y un sobre de salsa que viene dentro. Como parece ser que los chinos lo usan mucho, en el aeropuerto había varios puestos de agua fría y caliente para servirse los pasajeros. Para beber agua fría dejan, en vez de vasos de plástico, una especie de mini sobres de papel por los que parece imposible poder beber. Los noodles no estaban malos pero, aprovechando que yo no tenía mucha hambre, tomé sólo unas pocas patatas fritas y una galleta.
A las 14.30 h embarcamos y al cabo de media hora despegamos. Pelayo y yo nos dormimos enseguida. Las azafatas nos sirvieron al rato una caja de comida muy bonita por fuera pero muy vacía por dentro: sólo tenía un bollo de pan, una especie de sobao, tres trozos de piña y un sobre de tubérculos al vacío de esos que saben tan raro. Para beber pedimos leche de coco que llevaban en tetra-bricks y estaba buenísima.
Tras una hora y cuarenta y cinco minutos de vuelo, aterrizamos en Hangzhou, donde nos recibió la guía. Se llamaba Lucrecia y no hablaba nada bien español, además de estar empanada perdida y tener sólo 22 años.
El bus nos llevó al Grand Metro Park Hotel. Como no nos entendíamos con la guía, yo fui a recepción a pedir un mapa, para que me señalaran dónde estaba el hotel y qué podíamos visitar en la ciudad, pero tampoco hablaban inglés en el hotel…Al menos conseguí por gestos que me indicaran más o menos dónde estaba el hotel en el mapa.
Subimos a dejar las maletas, me duché rápidamente, pues no paramos de sudar en todo el día debido a la gran humedad, y salimos los cuatro a dar una vuelta. Caminamos hasta el famoso lago, que es muy bonito; tiene varias pagodas en la orilla y una dentro del agua, además había un espectáculo de agua, luces y música cuando llegamos. La humedad era insoportable, yo sudaba a chorros, parecía que me estaba derritiendo.
Hangzhou, 杭州, es la capital de la provincia de Zhejiang y está situada a la orilla del río Qiantang. En su parte occidental se encuentra el Lago del Oeste y en ella acaba el Gran Canal. Fue capital durante la dinastía Song. Los chinos tienen un refrán que dice “En el cielo está el paraíso, en la tierra, Suzhou y Hangzhou”, pues para ellos estas ciudades son una maravilla. Marco Polo la visitó en el s.XIII y dijo que era “la ciudad más elegante y suntuosa del mundo”. A mí me gustó pero no me pareció para tanto...
La principal atracción de Hangzhou es el Lago del Oeste, que cuenta con varios puentes de piedra, cuatro islas (sólo una es natural). Una de ellas es muy conocida, se llama isla de la Luna Reflejada en las Tres pagodas y sólo se puede acceder a ella en barco.
Pasamos por varias tiendas de coches de lujo, Zara (donde Javi se compró un pantalón, bastante más caro que en España), mercadillos (donde venden gafas sin cristales, pues es la moda en China actualmente, y lentillas de colores).
Sobre las 20:00h nos entró el hambre y entramos en un restaurante chino que había cerca del hotel. Sólo chapurreaban algo de inglés dos de los camareros, los más jóvenes, y fue una auténtica aventura entenderse con ellos para pedir la comida. Usamos el chino, el inglés, señas, dibujos en plan pictionary (ellos dibujaban muy mal y no entendíamos), los ideogramas que había copiado yo de internet en una libreta antes de empezar el viaje…Parecía aquello un programa de la tele. Mientras, un viejo muy sonriente no paraba de servirnos té, diciendo OK todo el rato.
Al final comimos noodles con ternera, tofu con setas blancas enanas, pato con salsa dulce (similar a mermelada), arroz, ternera en salsa de canela, creemos que rabo de algún bicho y gambas (éstas venían en un plato con un potingue en el medio que todos probamos y los camareros vinieron enseguida a decir que era sal coloreada para adornar, que no era para comer, qué brutos somos...).
Para beber pedimos 4 cervezas. Estaba todo buenísimo y pagamos entre todos 268Y, una ganga. Al salir compramos un helado en la tienda de al lado, un cono de chocolate y nata.
Volvimos para el hotel y tomaron algo en la cafetería (yo no porque estaba muy llena) hasta las 23.30h.